A Martin Ritt le gusta William Faulkner. Y lo adapta, siempre que puede, con pasión. El marco: una familia del Sur en decadencia. ¡Todo un festival! ¡Ah! aquellos temas, que una vez fueron actuales, de la vida americana, teñidos siempre de la gran ironía y bad milk con que el gran Faulkner se convirtió en solícito paladín capaz de alcanzar con su impacto literario, además del premio Nobel, al heterogéneo público internacional. Y Ritt supo amoldarse a los parpadeos perversos del gran escritor, en cuyos hábiles escritos se "proyectaban" fácilmente ávidos jirones de vidas intensas y apasionantes, llenas de problemas y frustraciones. Y que, barajando los esquemas más elementales de tantas existencias (que bien podían desembocar en los detritus de algún mal "dramón"), siempre rebasaban el melodrama mundano, exponiendo con convicción las sutilezas más primarias de los conflictos psicológicos.
Ritt organizó con una destreza y una maestría admirable los viejos esquemas de las llamadas "soluciones desesperadas". He aquí, pues, agudizada, aunque químicamente pura, una de las más brillantes creaciones dramáticas de la añeja (¡allá por los 50!) escuela norteamericana, con un lenguaje visual conciso, movimientos de cámaras que tan sólo siguen a sus personajes, repudio a todos los efectismos menos formales, lenguaje sencillo y antirretórico, directo y eficaz, y empleo modélico del gran formato Cinemascope:
La degradación femenina de una impresionante Margaret Leighton que nos recuerda a Vivien Leigh en "Un tranvía llamado deseo".
Yul Brynner, ¡con pelo!, es el patriarca perfecto que sostiene las podridas columnatas sureñas.
Joanne Woodward, aniñada y absurda, se pierde magníficamente en su mundo de desamores.
La francesa Françoise Rosay nos deleita con su papel de ama despechada.
Y Ethel Waters aguanta a todos con esa paciencia de Mammy de "Lo que el viento se llevó".
Gran música de Alex North, color "De Luxe", y "Cinemascope" de los de antes. ¡Se disfruta a tope!