lunes, 26 de julio de 2021

Women in Love (Mujeres enamoradas) -Final-


“Women in Love”
fue sin duda el más importante salto internacional cinematográfico del controvertido director Ken Russell, que supo aprovechar el radicalismo psicosexual de la magnífica novela clásica de D. H. Lawrence para romper tabúes en su propio tiempo, finales de la década de los 60. Con su  extraordinaria ambientación en una comunidad minera inglesa ya en la cima de la modernidad, el film rastrea las corrientes cambiantes del deseo que unen a las emancipadas hermanas Brangwen: la ganadora del Oscar Glenda Jackson como una inolvidable, temperamental, arrolladora y bellísima Gudrun, y la exquisita Jennie Linden como la  dulce, prudente pero muy explícita enamorada Úrsula. Y la amistad cargada de erotismo de los hombres: el soñador librepensador, agudo y atractivo intelectual, cuya personalidad desbordante es capaz de sumergirnos en un mundo donde reinan la emoción y el deseo tan ambiguo como fascinante, genial Alan Bates como Rupert Birkin, y el duro-industrial, violento enamorado de una mujer moralmente más fuerte y libre de prejuicios que él, espléndido Oliver Reed como Gerald Crich.  Y una gigantesca Eleanor Bron que se une al grupo interpretativo de primera línea como la amante despechada, violenta y arrogante Hermione Roddice. Combinando la sensualidad terrenal con imágenes caleidoscópicamente estilizadas, Russell persigue a este quinteto hasta las alturas de la agonía y el éxtasis, creando un drama sobrecogedor de la sexualidad humana en sus extremos más liberadores, dominantes y destructivos.
 




... Birkin empezó a hablar de nuevo: "Aborrezco a la humanidad, desearía que fuese barrida. Podría desaparecer y no habría ninguna pérdida absoluta, aunque todo ser humano pereciese mañana. La realidad quedaría intacta. Más aún, quedaría mejor. El verdadero árbol de la vida quedaría libre entonces de la cosecha más horrenda y gravosa de frutos del Mar Muerto, la intolerable losa de millones de simulacros de gentes, el peso infinito de mentiras mortales..." "Entonces, ¿querrías que todas las personas del mundo fuesen destruidas?", dijo Úrsula.... "Ciertamente"... "¿Y que el mundo permaneciese vacío de gente?"... "Sí, en verdad. ¿No te parece un pensamiento hermosamente limpio el de un mundo vacío de personas, vacío de gente, sólo hierba ininterrumpida y una liebre sentada?"... La agradable sinceridad de la voz de Birkin hizo a Úrsula detenerse para considerar su propia proposición. Y realmente era atractiva: un mundo limpio, encantador, sin humanos. Era en verdad deseable. Su corazón vaciló y sintió júbilo. Pero seguía estando insatisfecha con él... "Pero estarías muerto. ¿De qué te serviría entonces?"... "Yo me moriría en el acto sabiendo que la Tierra quedaría limpia de toda la gente. Es el pensamiento más hermoso y liberador. Que nunca habría otra humanidad hedionda creada para una profanación universal"... "No", dijo Úrsula, "No habría nada".... "¿Qué?" "¿Nada? ¿Sólo porque la humanidad fuese barrida? Te engañas a ti misma. Existiría todo"... "Pero ¿cómo, si no habría gente?"... "¿Piensas que la creación depende del hombre? ¡Sencillamente no es así! Están los árboles, y la hierba y los pájaros. Prefiero con mucho pensar en la alondra despertándose de mañana sobre un mundo sin humanos. El hombre es un error, debe desaparecer. Está la hierba, y las liebres, y las víboras, y los anfitriones invisibles, verdaderos ángeles que se mueven libremente cuando una humanidad sucia no les interrumpe..., y buenos demonios de tejido puro, ¡muy agradable!"... Gustó a Úrsula lo que Birkin dijo, le gustó mucho, como una fantasía. Por supuesto, era sólo una fantasía agradable. Ella sabía demasiado bien lo que era la realidad de la humanidad, su horrenda realidad. Sabía que no podía desaparecer tan limpia y convenientemente. Le quedaba todavía mucho camino por hacer, un camino largo y espantoso... Birkin siguió con su disertación derrotista.  "Sólo con que el hombre fuese borrado de la faz de la Tierra, la creación proseguiría maravillosamente con un nuevo comienzo no humano. El hombre es uno de los errores de la creación..., como el ictiosaurio. Bastaría con que desapareciese otra vez y surgirían cosas encantadoras de los días liberados, cosas salidas directamente del fuego"... "Pero el hombre nunca desaparecerá", dijo ella con conocimiento insidioso, diabólico, de los errores de la persistencia. "El mundo se irá con él"... "¿No crees tampoco en el amor individual, aunque no creas en el amor por la humanidad?"... "No creo en el amor para nada..., es decir, no creo más en él que en el odio y el pesar. El amor no es algo que uno pueda proponerse..., es una emoción, uno la siente o no la siente, según la circunstancia. El punto sobre el amor es que odiamos la palabra porque la vulgarizamos"... "¿Por qué entonces te preocupas por la gente?", preguntó ella. "¿Si no crees en el amor...? ¿Por qué de la humanidad?"... "¿Que por qué? Porque no me puedo librar de ello"... "Porque en realidad la amas", persistió Úrsula. Birkin se irritó. "Sí, la amo", dijo él. "Es mi enfermedad"... Una enfermedad de la que no quieres curarte", dijo ella con algo de fría burla. Él quedó silencioso ahora, sintiendo que la acomodaticia y dulce Úrsula deseaba insultarle. "¿Y si no crees en el amor, ¿en que crees?", preguntó ella irónicamente. "¿Simplemente en el fin del mundo y la hierba?"








Todos los años el señor Crich daba una fiesta acuática más o menos pública en el lago artificial de la finca. Había un pequeño barco de placer y varios botes de remos. Este año invitaron al personal de la escuela, junto con los principales empleados de la fábrica de carbón que poseían... Birkin habia escrito a Úrsula diciendo que esperaba verla en la fiesta, y Gudrun, aunque se burlaba del patronazgo de los Crich, la acompañaría. Gudrun y Úrsula aparecían bonitas y brillantes. Ambas hermanas llevaban trajes de crepé blancos, y Gudrun lucía sus prendas con un puro desafío... El pequeño barco de recreo ardía de bullicio y música atestado de gente.  
 

"¡Dios mío!"
, dijo Gudrun en voz baja, mirando la muchedumbre multicolor de invitados. "¡Vaya gentío! Imagínate en medio de eso, querida". El horror de Gudrun a las masas desasosegó a Úrsula. "Supongo que podremos alejarnos de ellos", dijo Gudrun... Gerald como un centinela, estaba observando a todos los invitados. Era muy apuesto, pero su aire de alerta soldadesca era más bien irritante. "¿No podemos conseguir un bote de remos y escapar?", preguntó Úrsula. "¿Para escaparse?", sonrió Gerald. "Ya ve", dijo Gudrun, "No conocemos a la gente, somos casi completos extraños aquí"... "¿Pueden gobernar un bote lo bastante", preguntó Gerald. "¡Oh, sí!", exclamó Úrsula. "Ambas podemos remar como arañas de agua... Exploraremos esa costa. Podríamos incluso bañarnos. Es como uno de los parajes del Nilo", añadió Gudrun. Apareció Birkin, y cuando conoció divertido las intenciones de ambas mujeres, ayudó a Gerald a transportar un esbelto bote marrón y lo pusieron sobre el agua. "¿Están seguras de que estarán a salvo en él?", preguntó Gerald. "Bien seguras", afirmó Gudrun... "Bueno, entonces haré que les traigan una cesta de té y pueden acampar ustedes mismas" 
 


... El bote se deslizó levemente sobre el agua. Y Gudrun remó hacia un grupo de árboles que se equilibraban perfectos en la distancia bajo la luz dorada... "Nos bañaremos sólo un momento", dijo Úrsula, "Y luego tomaremos té... ¿Estás contenta, preciosa?", preguntó con deleite, mirando a su hermana. "Úrsula, soy perfectamente feliz", repuso Gudrun mirando hacia el sol poniente. "¿Cantarás mientras yo hago de Dalecroze?", sugirió a su hermana. "¿Qué debo cantar?", dudó Úrsula. "Canta cualquier cosa que quieras y yo le cogeré el ritmo". Úrsula dio comienzo a una canción, con una voz sonriente: "¡Mi amor... es una dama de alta cuna...!" Y Gudrun empezó a bailar con aspecto de llevar alguna cadena invisible sobre manos y pies. Bailaba al modo eurítmico, girando rítmicamente con los pies, haciendo gestos más lentos y regulares con las manos. Se detuvo y dijo suave, irónicamente: "¡Úrsula!... "¡Ugh!", gritó ésta súbitamente aterrorizada, poniéndose en pie. A su izquierda había aparecido una pequeña manada de reses Highland, con lanas amarronadas de vivo color a la luz de la tarde, sus cuernos como ramas en el cielo. Sus ojos lanzaban destellos a través de la maraña de pelo, sus desnudos belfos estaban llenos de sombra. "¿No nos harán nada?", exclamó Úrsula, asustada. Gudrun, que habitualmente temía a las vacas, sacudió ahora la cabeza con un movimiento raro, medio vacilante y medio irónico, mientras una sonrisa débil rodeaba su boca. "¿Verdad que tienen un aspecto encantador, Úrsula?", exclamó Gudrun con una voz alta, estridente, algo parecido al grito de una gaviota. "Tengo miedo", dijo Úrsula temblando. "¡Son inofensivas!", llegó la llamada aguda de Gudrun. Era evidente que tenía una extraña pasión por danzar ante el ganado robusto y hermoso. Y con los brazos extendidos y el rostro alzado, se aproximó a las reses con una extraña danza palpitante, levantando el cuerpo hacia ellas como en un hechizo, pulsando sus pies como si estuviesen en algún pequeño frenesí de sensación inconsciente, estirando, alzando y bajando los brazos, las muñecas, las manos; levantando y sacudiendo los senos hacia el ganado; expuesta su garganta como en algún éxtasis voluptuoso mientras se acercaba imperceptiblemente, como una misteriosa figura blanca arrastrada por su propio trance apasionado, refluyendo en extrañas fluctuaciones hacia las reses, que parecían esperarla y agachaban un poco la cabeza en contracción súbita ante ella, mientras la figura blanca de la mujer fluctuaba ante ellos en la convulsión lenta, hipnótica de la danza.
 



"¡Jue!¡Ji-eee!", llegó de súbito un grito sonoro desde el borde del bosque. El ganado se desperdigó espontáneamente, echándose a correr colina arriba con su pelambrera ondeando como fuego debido al movimiento. Gudrun quedó sorprendida sobre la hierba, y Úrsula movió el rostro no menos asombrada en dirección a la voz. Eran Gerald y Birkin que venían a buscarlas, y Gerald había gritado para asustar a los animales. "¿Qué está haciendo?, gritó ahora dirigiéndose a Gudrun en un tono alto, sorprendido y vejado. "¿Por qué han venido?", preguntó a su vez el estridente tono rabioso de Gudrun. "¿Qué pensaba estar haciendo?", repitió automáticamente Gerald. "Estabamos haciendo euritmia", rió Úrsula, y Gudrun miró a ambos hombres con grandes ojos oscuros de resentimiento. "Una canción para una danza", dijo Birkin a Úrsula, empezando a cantar y quedando ante ella con una sonrisa irónica, chispeante, sobre el rostro... Gudrun, acercándose a Gerald, sintió en su alma un deseo inconquistable de violencia profunda contra él. Deseaba hacer algo, no iba a tener miedo, y le golpeó levemente el rostro. "Ha dado usted el primer golpe", dijo Gerald, forzando las palabras a salir de sus pulmones. "Y daré el último", repuso Gudrun involuntariamente, con confiada seguridad...



Volvieron a la fiesta acuática de la finca. Una docena de botes o más llevaban colgadas sus linternas rosadas y como lunas cerca del agua. Gudrun remaba casi imperceptiblemente en el bote con Gerald. Y Úrsula, junto a Birkin en otro bote, era consciente también de sus propias luces delicadamente coloreadas arrojando su suavidad tras él. Y Birkin confesó en su oído: "Siempre pienso que voy a ser amado y luego me decepcionaré" 
 
Gerald
estaba contemplando la oscuridad con los ojos fijos, muy alerta. "¿Te mantienes bien?", preguntó él. "Naturalmente", se dijo a sí misma Gudrun. "No se ahogará nadie. Sería demasiado extravagante y sensacional" Pero su corazón estaba frío debido al rostro afilado e impersonal del hombre. Llegó entonces una voz infantil, el alarido agudo y penetrante de una muchacha. La sangre se heló en las venas de Gudrun. "Es Diana", murmuró Gerald. "Debe haber hecho alguna travesura"  
 
 
 
Diana Crich y su joven esposo, Tibs, a escondidas del resto de los participantes de la fiesta, antes de que anocheciera, se habían internado en el lago artificial, jugueteando y dispuestos para disfrutar de un baño en solitario. Y ambos habían desaparecido una vez se hizo de noche.
 
Gudrun y Gerald se hallaban en el embarcadero. Allí aguardaba el señor Crich. La hermana pequeña, Winnie Crich, gritaba aterrorizada: "¡Diana está en el agua con Tibs!". "¿Dónde?", inquirió Gerald. "¡Sácalos, Gerald, oh sácalos!". "Estarás mucho mejor en casa, Winnie..., márchate...", dijo Gerald. Luego luchó por quitarse la chaqueta. Úrsula y Birkin se acercaron aterrorizados. Y Birkin exclamó: "Esta vez me lo llevaré a casa"... Un momento después, Gerald se había sumergido, suave y plomizo, en el lago. Gudrun y el señor Crich aguardaron. El agua agitada se estremecía con luces móviles. Y él había desaparecido. Una terrible sensación de fatalidad robó todo sentimiento y pensamiento a Gudrun. Winifred Crich se marchó gimiendo: "¡Oh encuéntrala; Gerald encuéntrala!". Apareció de nuevo Gerald, que se sacudió el agua del rostro. 
 

No había pasado mucho tiempo buceando. Birkin remó hasta él, siguiéndole. Y cuando  asomó de nuevo, su cuerpo parecía derrotado.  Respiraba con dificultad, como un animal que está sufriendo. 
 

Había trepado hasta el bote de Birkin y cayó dentro con torpeza lenta. Birkin remaba sin hablar hasta el malecón. "¿Dónde vas?", preguntó Gerald de pronto, como si acabara de despertarse. "A casa", dijo Birkin. "¡Oh, no!", repuso imperiosamente Gerald. "No podemos ir a casa mientras siguen en el agua. Da la vuelta, voy a encontrarles"... Las mujeres estaban asustadas, su voz era tan imperativa y peligrosa, casi demente, que no osaban oponerse. "¡No!", dijo Birkin. "¡No puedes!"... 


Llegaron al embarcadero. Gerald trepó los escasos escalones mojado y con aspecto desnudo. Allí seguían su padre y Gudrun, en la noche. "¡No les salvaremos, padre!", dijo Gerald. "Ve a casa y cámbiate. Todavía hay esperanza, muchacho"... "Me temo que no. No hay manera de saber dónde están. Es imposible encontrarles. Y hay una corriente endiabladamente fría"... "Dejaremos que salga el agua", dijo el señor Crich. "Tú ve a casa y cuídate. Asegúrese de que le cuidan, Rupert"... "Bien, padre, lo siento. Lo siento. Temo que es culpa mía. Pero de nada sirve ya; hice lo que pude. Podría seguir buceando, aunque no mucho, y creo que los resultados serán negativos"... Gudrun y Úrsula esperaron un rato. Los pequeños botes oscuros se arracimaban sobre la tranquila superficie acuática. Había voces y gritos sofocados. Birkin se encargó de que abrieran la compuerta que dejaba salir el agua del lago. "Venid conmigo", dijo a Úrsula y Gudrun. "Luego os llevaré a casa, cuando todo haya terminado".. Pero Gudrun ya había decidido marcharse antes de esperar el desenlace... Birkin sujetó el asa de hierro de la esclusa y la hizo girar de un tirón. Se produjo un chapoteo sonoro de agua proveniente de la hondonada oscura y llena de árboles situada más alla del camino. Úrsula no podía soportar aquel terrible estruendo avasallador escapándose desde la esclusa. "¿Piensas que han muerto?", preguntó con una voz aguda, para hacerse oír. "Sí", repuso Birkin. "¡Es horrible!"...  Él se volvió hacia ella, confuso.
"No me preocupan los muertos... una vez que han muerto. Lo peor de todo es que se cuelgan a los vivos y no los sueltan"... "Eres bastante horrible", murmuró Úrsula escandalizada. "¡No!", exclamó Birkin. "Prefiero que Diana Crich esté muerta. Su vida era una completa equivocación... La muerte está muy bien..., nada mejor"... Los mineros de Crich seguían rastreando el lago, que ya se estaba hundiendo cuando Gerald volvió. En el aire de la noche llegaba el olor húmedo y frio de las orillas. "Ven conmigo ahora...",  rogó Birkin a su amigo, como se pide a un borracho. "Deseo que vengas. Deja esto. Ven a mi casa"... "No, esperaré a que se termine esta tarea, Rupert", dijo Gerald cariñosamente, con el brazo sobre el hombro del otro. "Gracias... Sé lo que quieres decir. Estamos muy bien, ya lo sabes, tú y yo"... El lago se había reducido a un cuarto de su tamaño, presentaba horribles bancos húmedos y fríos de arcilla que olían a agua medio podrida... 
 


Los cuerpos de los muertos no fueron recobrados hasta casi el amanecer. Diana tenía los brazos estrechamente apretados alrededor de Tibs, ahogándole. "Ella le mató", dijo Gerald, sin estupor..., distante...


 
Thomas Crich murió lentamente. El enfermo yacía débil y gastado, mantenido en vida gracias a la morfina y a bebidas que sorbía con triste lentitud. Sólo estaba consciente a medias..., una fría hebra de conciencia conectaba la oscuridad de la muerte con la luz del día. Pero su voluntad estaba intacta, era un hombre íntegro, completo. Sólo que necesitaba tener una quietud perfecta a su alrededor. Tan sólo la pequeña Winnie, que le leía el periódico, y la enfermera le acompañaban durante el día inacabable. Todas las mañanas, Gerald iba al cuarto esperando descubrir que su padre había pasado al otro mundo por fin. Pero siempre veía el mismo rostro transparente, el mismo horrendo pelo blanco sobre la frente cerúlea, los ojos espantosos, incubados, que parecían estar descomponiéndose en una oscuridad informe con sólo un minúsculo grano de ilusión en su interior. Y la mirada brillante de su hijo, cuando se quedaba allí observándole, lanzaba al anciano moribundo a una fiebre de furiosa irritación. Pero era únicamente un instante.Y así, situados ambos en el andén de partida, el padre y el hijo siguieron mirándose el uno al otro y separándose luego. Gerald intentó estar fuera de esa muerte y de esa agonía hasta el final... De alguna manera, él deseaba esa muerte. Y después, trabajo, placer..., todo quedó atrás.



 



 
... En Shortlands, Birkin encontró a Gerald sentado junto al fuego, tan inmóvil como un hombre completo y vacuamente desasosegado, radicalmente hueco. Era muy amargo para Gerald, que hasta entonces no había conocido jamás ese aburrimiento, que había ido de actividad en actividad sin detenerse jamás. Ahora gradualmente todo parecía estar deteniéndose en él. Ya no deseaba hacer las cosas que ofrecían estímulo. Él rumiaba en su mente qué podría hacer para salvarse de esa miseria de nulidad, para aliviar la tensión de ese vacío. Y sólo había tres cosas capaces de activarle, de hacerle vivir. Una era beber o fumar  hashish, la otra ser calmado por Birkin, y la tercera las mujeres. Cuando vio a Birkin su rostro se iluminó con una sonrisa súbita, maravillosa..."¿Qué estabas haciendo?", preguntó Birkin, tumbado en el suelo. "¿Yo?, nada. Estaba mal justamente ahora, todo parece venir de canto, y no puedo trabajar ni jugar. No sé si será un signo de vejez"... "¿Quieres decir que estás aburrido?"... "No sé si estoy aburrido. No puedo concentrarme en nada. Y siento que el diablo está o muy presente dentro de mí o muerto"... Birkin levantó la vista y le miró a los ojos. "Podías intentar golpear algo"... Gerald sonrió. "Quizá, si encuentro algo que merezca ser golpeado"... "¿Olvidas la lucha?", dijo Birkin. Gerald levantó la cabeza. "Pensé que podríamos celebrar un asalto" "Quizás es cierto que deseo golpear algo. Es una sugestión"... "¿Y piensas que podrías golpearme a mí?", dijo Birkin... "¿A ti? Bueno..., quizá..., no sé. De un modo amistoso, naturalmente. Siento que si no me ando con ojo me descubriré haciendo algo estúpido"...  "¿Por qué no hacerlo?", dijo fríamente Birkin. Gerald escuchó con rápida impaciencia. Seguía mirando a Birkin, como si buscase algo en el otro hombre. "Yo solía hacer algo de lucha japonesa", dijo Birkin. "Vivía con un japonés y me enseñó algo"... "¡Caramba!", exclamó Gerald. "Esa es una de las cosas que jamás he visto". "¿Quieres decir jiu-jitsu?"... "Intentaremos entonces el jiu-jitsu. Pero me temo que no podrás hacer mucho dentro de una camisa almidonada... Desnudémonos entonces para hacerlo adecuadamente". El criado de Gerald apareció en aquel momento y trajo una bandeja, depositándola sobre la mesa. "No entre más", dijo Gerald
 
 
La puerta se cerró. "Entonces ¿nos desnudaremos y empezaremos? ¿Prefieres beber algo antes?"... "No, no deseo beber"... "Ni yo". Gerald cerró el cerrojo de la puerta y apartó los muebles. El cuarto era grande, con espacio de sobra, espesamente alfombrado. Entonces se quitó rápidamente sus ropas y esperó a Birkin. Este, blanco y delgado, se aproximó a él. "Ahora te enseñaré lo que aprendí y lo que recuerdo. Déjame cogerte así"... Y sus manos se cerraron sobre el cuerpo desnudo del otro. Al momento siguiente había hecho dar la vuelta con ligereza a Gerald, que quedó cabeza abajo contra su rodilla. Relajado. Gerald se puso de pie de un salto con ojos chispeantes. "Eso es ingenioso", dijo. "Inténtalo otra  vez"...
Los dos hombres luchaban. Eran muy distintos. Birkin, alto y estrecho, de huesos muy finos y delgados. Gerald, mucho más pesado y plástico. Sus huesos eran fuertes y redondos, sus miembros redondeados, todos sus contornos estaban hermosa y plenamente moldeados. Parecía tenerse en pie con un peso adecuado sobre el rostro de la tierra, mientras Birkin parecía tener el centro de gravedad en su propia mitad. Y Gerald tenía una fuerza rica, como friccional y más bien mecánica, pero repentina e invencible, mientras Birkin era abstracto hasta el punto de ser casi intangible. Chocaba con el otro invisiblemente, sin parecer tocarle apenas, como una tela, pero de repente atacaba de un modo tenso y bello que parecía penetrar hasta la médula misma del ser de Gerald.... Así se entremezclaron y lucharon el uno contra el otro, más y más cerca. Era como si toda la inteligencia física de Birkin penetrase en el cuerpo de Gerald, como si su energía fina y sublimada penetrase en la carne del hombre más lleno como una especie de potencia, lanzando una red fina, una cárcel, sobre los músculos y hacia las profundidades mismas del ser físico de Gerald. Siguieron luchando veloz y apasionadamente, resueltos y sin mente al fin. Una y otra vez se oía un agudo jadeo o un sonido semejante a un suspiro, el ruido extraño de carne escapando bajo carne... Al final, Gerald quedó tumbado de espaldas, inerte, alzándose su pecho con un gran jadeo lento, mientras Birkin se arrodillaba sobre él casi inconsciente. La tierra parecía balancearse y oscilar, y una oscuridad completa estaba cubriendo su mente. No sabía qué pasaba... Sin embargo, Gerald estaba aún menos consciente que Birkin. Esperaron oscuramente, en una especie de no-ser, durante muchos minutos desconocidos, sin contar... "Me sorprendió", jadeó Gerald, "la fuerza que tienes. casi sobrenatural"... "Durante un momento", dijo Birkin. Su espíritu se aproximaba. Y la violenta palpitación de la sangre en su pecho estaba aquietándose, permitiendo a su mente el regreso. Comprendió que estaba apoyándose con todo su peso sobre el cuerpo suave del otro hombre. Sacó la mano para sujetarse. Tocó la mano de Gerald, y la mano de su amigo se cerró cálida y repentina sobre la de Birkin. Permanecieron exhaustos y sin aliento con las manos entrelazadas estrechamente... Pero, luego, la mano de Gerald se retiró con lentitud. "Fue una verdadera lucha ¿no?", dijo Birkin. "Vive dios, que sí", respondió Gerald... "Somos íntimos mental, espiritualmente; en consecuencia, debiéramos ser íntimos también físicamente, en mayor o menor medida..., es más completo", propuso Birkin... "Es bastante asombroso para mí", dijo Gerald... "Sí", afirmó Birkin, "Aunque no sé por qué tendría uno que justificarse"... Los dos hombres empezaron a vestirse... "También pienso que eres bello", dijo Birkin a Gerald, "Y eso resulta muy agradable.  Uno debiera gozar de lo que le es dado"... "¿Piensas que soy bello?...¿Quieres decir físicamente", preguntó Gerald con destellos en los ojos... "Sí. Tienes un tipo septentrional de belleza, como luz reflejada desde la nieve, y un cuerpo bello, plástico. Sí, existe eso también para ser gozado. Deberíamos gozar de todo", fue el razonamiento de Birkin... "No sé. Tendrás que esperar a que yo lo entienda", sonrió Gerald... "En cualquier caso, uno se siente más libre y más abierto ahora..., y eso es lo que deseamos", afirmó algo decepcionado Birkin... "Ciertamente", dijo Gerald taxativo... Birkin no dejó de observar la hermosa figura del otro hombre, apuesto en la elegante prenda que ahora  vestía, y se quedó pensando en la abismal diferencia que había entre ellos. 
 





 
La fortaleza interior de sus personajes nos golpea, nos reconforta, nos deprime, y nos hunde tanto en la ira como en la emoción. Un retrato duro, turbio, sensual y revalorizador del mundo de D. H. Lawrence, cinematográficamente inusual a todas luces.

 
 
Cine que acaba penetrando en la casa del espíritu, para mostrar los pliegues más profundos de la conciencia y el velo más sutil de la ironía sexual. La persistente sensación física a través del contacto diurno, entre una escala de valores social y moralmente precisos. Primero entre hombres y mujeres, y finalizando acto seguido en el odio-amor que la orgullosa  Hermione Roddice -Eleanor Bron- vuelca sobre el hombre al que se halla prometida. 
 


La joven maestra Úrsula Brangwen -Jennie Linden- sensible, expectante y confiada. Inevitablemente atrapada en el poderoso sentimiento amoroso que el amante de Hermione despierta en ella, pese a las primeras y frías reticencias de él, que parece mostrarse neutralizado y poseído por aquella altanera mujer triunfante, sutilmente demoníaca que es Hermione, como si fuese su destino indiscutible.
 


 
Y más tarde, amparados por la oscuridad, valiéndose de la necesaria amistad, entre hombre y hombre. Seres del mismo sexo que, bajo la luz nocturna, parecen refugiarse así de ciertas presiones sociales insoportables. Entregándose incluso a una encubierta carnalidad que se vale, en este caso, de una amistosa y desnuda lucha cuerpo a cuerpo. Desnudez que enmascara ciertas afinidades secretas inaceptables en el marco de la Inglaterra "Edwardiana". Y que no impide, pese a todo, que aflore la identidad homosexual de su principal protagonista, Rupert Birkin, que un grandioso Alan Bates asume sin vacilaciones, perfectamente ilustrada por su labia ingeniosa, culta, desafiante y férreamente antiburguesa. "Uno debe esforzarse..."


Y Gudrun Brangwen, el sensual personaje femenino que interpreta Glenda Jackson (y por el cual fue "Oscarizada") tratará, como Rupert, de liberarse del puritanismo social y agobiante que la asfixia, y no duda en penetrar en el laberinto del ingenio, de claves simétricas a las de Rupert Birkin, despreciando el amor violento que le ofrenda Gerald Crich.
 







Así, movida siempre por un fetichismo obsesivo y personalismo hacia una intelectualidad por aquel entonces vedada a las mujeres, Gudrun no cejará en su búsqueda de ese nuevo renacer a la belleza liberadora, sin importarle sacrificar su sensualidad.    
 
 
Y por fin decidida a aceptar que es mucho mejor hundirse en las arenas movedizas de ciertas devociones prohibidas en compañía del excéntrico homosexual Loerke (que interpreta el inquietante Vladek Sheybal), disfrutando de sus actos insolentes y de su privilegiada inteligencia, en cierto modo incongruente y maniática, y, por supuesto, de su intelectual cinismo, tan mordaz como despiadado con los prejuicios de la época. "Era curiosa la sensación de júbilo y libertad que Gudrun obtenía de esa comunicación con el amanerado  e intrigante Loerke. Se sentía establecida para siempre. Natutalmente Gerald era "bagatelle·. El amor era una de las cosas temporales de su vida, por lo menos mientras fuese una artista... Después de todo ¿qué era el amor sino combustible para el transporte de ese conocimiento sutil, combustible para el arte femenino, el arte del conocimiento puro y perfecto en el enfrentamiento sexual?"   A través de Loerke, el subversivo y despreocupado bufón que jamás exigirá de ella las complacencias del sexo, se acentúan en Gudrun las características más acusadas y fuertes de su inconformismo, de una oculta, dura y hostil sensibilidad, y de su profundo hastío sexual, que la enfrenta al personaje atormentado y débil de Gerald Crich (gran composición interpretativa de Oliver Reed), su adinerado pretendiente, al que, una vez demostrado su más hondo desprecio por él y su mediocridad, no dudará en abandonar empujándole al intento de asesinato y al suicidio.
 
 

 
Únicamente Rupert Birkin y Gudrun Brangwen, sabiendo que no hay lugar para augurios felices, se atreven a gritar sus insatisfacciones a los cuatro vientos, y a rehuir, con sus respectivas rebeldías, las estructuras con que les oprime una sociedad turbia, hipócrita, y reaccionaria.
 
 
Y en la que se fomentan las insoportables mascaradas de una vida enclaustrada en el engaño, la cursilería, y una moral oscurantista. "Women in Love" resquebraja así los que parecían indestructibles cimientos de cuantos principios morales asfixiaban aquella pacata Inglaterra "Edwardiana". No obstante, el destino reparte así sus cartas peligrosamente en "Women in Love". "Gudrun levantó bien alta su mano cerrada y la hizo bajar con un gran golpe sobre el rostro y el pecho de Gerald. Éste cogió la garganta de Gudrun entre sus manos, que eran duras e indomablemente poderosas. Y su garganta era hermosa, hermosamente suave si no fuese porque, dentro, podía notar los acordes resbaladizos de su vida. Y él aplastaba eso, podía aplastarlo. ¡Qué júbilo! El puro placer de la satisfacción llenaba su alma. Estaba contemplando como aparecía la inconsciencia en el rostro abotargado de Gudrun, contemplando cómo se ponían en blanco sus ojos. ¡Qué fea era! ¡Qué cumplimiento, qué satisfacción! No se daba cuenta de los movimientos y la lucha de ella... Pero una náusea de desprecio y disgusto invadió el alma de Gerald. El asco le llegó hasta su fondo mismo. ¡Ah, qué estaba haciendo, hasta que punto se estaba dejando ir. Como si le importase Gudrun tanto como para matarla, para tener la vida de ella en sus manos!...Sin darse cuenta había soltado su presa, y Gudrun cayó de rodillas. Una terrible debilidad le poseyó, sus articulaciones se habían convertido en agua. Trastabilló como si estuviese inmerso en un vendaval, giró y se alejó a la deriva. "He tenido bastante, quiero irme a dormir" Deseaba seguir y seguir hasta el fin... Gerald fue dando traspiés por la ladera de nieve, trepando siempre... Vagó inconsciente hasta resbalar y caer, y mientras caía algo se rompió en su alma, e inmediatamente se puso a dormir"
 
 

 


Cuando trajeron el cuerpo de Gerald a la mañana siguiente, Gudrun estaba encerrada en su cuarto junto a Úrsula. Tumbada dejó que los minutos pasasen. Alguien llamó a la puerta: ¡Le han encontrado, señora!" Gudrun no sabía qué decir. ¿Qué podía decir? ¿Qué debía sentir? ¿Qué debía hacer? ¿Qué esperaban de ella. Estaba fríamente perpleja... Ni una palabra, ni una lágrima... ¡Ja! Gudrun era fría, una mujer fría.



Durante la noche, Birkin fue a la habitación donde se hallaba el cadáver de Gerald entre las velas. Y debido al hambre de su corazón, de su corazón repentinamente contraído, casi se le cayó la vela que llevaba consigo cuando estallaron las lágrimas con un extraño grito sollozante. Se sentó en una silla conmovido por un acceso súbito. Úrsula, que le había seguido, retrocedió aterrorizada ante él, mientras Birkin se sentaba con la cabeza hundida y el cuerpo sacudido convulsamente, haciendo un ruido extraño y terrible de lágrimas. "No deseaba que fuese así... no lo deseaba", exclamó Birkin para sí... "Debiste amarme... Te lo ofrecí... Habría sido diferente... Habría sido diferente..."





Gudrun
se marchó a Dresde. No mandó noticias. Úrsula se quedó en el molino que pertenecía a Birkin. Estuvieron juntos durante una semana o dos. Una de aquellas noches, sentados uno frente al otro, permanecían muy silenciosos: "¿Necesitabas a Gerald?", preguntó de pronto Úrsula. "Sí", dijo Birkin. "¿No soy yo bastante para ti?", inquirió Úrsula. "No", dijo él. "Eres bastante para mí por lo que respecta a una mujer. Eres para mí todas las mujeres. Pero yo deseaba un amigo hombre, tan eterno como somos tú y yo"... "¿Por qué no soy bastante?", volvió a preguntar ella, e insistió. "Tú eres bastante para mí. No quiero nada más que tú. ¿Por qué no te pasa a ti lo mismo?"..."Teniéndote, puedo vivir toda mi vida sin nadie más, sin ninguna otra intimidad  absoluta. Pero para hacerlo completo, realmente dichoso, deseaba también unión eterna con un hombre: otra clase de amor", confesó Birkin. "No lo creo", dijo Úrsula. "Es una terquedad, una teoría, una perversión"... 
 

"Bien",
dijo él. "No puedes tener dos clases de amor. ¿Por qué habrias de tenerlas?"... "Parece que no puedo", negó sin convencimiento Birkin."No obstante, lo deseaba"... "No puedes tenerlo porque es falso, imposible", se reafirmó Úrsula. "No creo eso", respondió Birkin."