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miércoles, 22 de febrero de 2017

Proceso a Mariana Pineda -V Parte-

PREPARATIVOS Y FUGA DEL CAPITÁN FERNANDO ALVÁREZ DE SOTOMAYOR

Después de la intempestiva visita a Pedrosa, Mariana [que ha sido elegida por la loggia, con plena aceptación por parte de la joven viuda, para encargarse de proporcionar una posibilidad de fuga a Álvarez de Sotomayor], acude a la cárcel granadina a efectuar una visita a Fernando: "Gracias por venir, Mariana... (Ella le explica) He conseguido que Pedrosa firme un salvoconducto para poder venir a verte a diario. También podré visitar a tío Pedro. Pedrosa me dijo que unos compatriotas te han denunciado. ¿Sospechas de alguien?... (Fernando niega) ¡No! Nosotros los constitucionalistas somos tan patriotas como ese lamelosas, jefe de la policía política. Estoy seguro de que no me ha denunciado nadie... (Mariana continúa relatando) También me dijo que estás acusado de incidencia., conspiración y algo más grave. Dice tener pruebas ciertas de asesinato. (Fernando niega de nuevo) ¡Mentira! Tú sabes muy bien que Pedrosa elabora pruebas falsas para conseguir una larga lista de culpables que le hagan subir rápidamente peldaños en su carrera política. Mariana,... escúchame Mariana. Mi mujer debe irse a Madrid. En la corte tengo amigos de influencia. Ellos pueden conseguir que se celebre un juicio justo, legal. Temo que si no interceden por mí, el juicio se celebrará con las pruebas manipuladas por Pedrosa. Habla con mi mujer, que vaya a Madrid cuanto antes. (Mariana conmovida) Confía en mí... (Fernando) Las desgracias nunca vienen solas. No tengo dinero. Haz lo que puedas. Todos mis ahorros se han ido en levantar todo lo que ha sido nuestro gran fracaso. Estoy lleno de deudas. Hipotequé mi casa para ayudar a la conspiración. (Mariana trata de imprimirle optimismo) Encontraré el dinero... (Fernando reconocido) Lo sé... Que mi mujer no retarde su partida ni un día. En el misal encontrarás los nombres de mis amigos en Madrid. Que les visite y les cuente mi situación. Mariana, gracias por la comida que me envías a diario (Fernando besa sus manos a través de las rejas).
 
Mariana acudirá poco después a un prestamista a vender cuantas joyas posee y discute con él: "Es sólo una cuarta parte de lo que valen. (Prestamista) Y me he excedido. No colecciono estas cosas. Las vendo. Y los que compran aquí lo quieren más barato." 

De inmediato, y con el dinero que le ha proporcionado el prestamista, Mariana, en busca del misal que le ha encargado recoger Fernando, visita a su esposa que se halla desolada y que al parecer desconoce las actividades políticas de su marido y no comprende por ello el porqué de que su esposo se encuentre prisionero de la policía política: "Fernando está lleno de deudas, no comprendo donde ha ido a parar todo ese dinero. ¿Tú sabes si tenía otra mujer? Últimamente pasaba más tiempo junto a ti que conmigo. Eras su confidente. ¡Dios mío, qué locuras digo! (Mariana trata de tranquilizarla) Fernando siempre te ha querido. No tienes derecho a decir eso... Pero ¿por qué ha hipotecado nuestra casa? ¡Me ha dejado en la calle! (Mariana) Cuando le saquemos de la cárcel, podrá explicártelo. Ahora dime, ¿dónde tienes tu misal?... ¿Para que lo quieres? (pregunta extrañada la esposa de Fernando) ¡Ve a por él, tráemelo! (la conmina Mariana. Cuando se lo entrega, Mariana se sienta y lo hojea con rapidez, mientras la esposa de Fernando se lamenta) ¡Oh, mi situación es desesperada! No sé cómo se va a arreglar... y mis hijos... Mariana, ¿qué es lo que buscas?... Fernando me dijo que aquí encontraría una serie de nombres fallados. ¡Aquí están! Mira, estos son los amigos de Fernando. Mañana mismo partirás para Madrid en la diligencia..."
 
 
Mariana visita nuevamente a Ferrer junto al teniente Alba [subrepticio amante de Mariana Pineda]. En su cómodo hogar se respira momentáneamente cierto ambiente festivo entre las visitantes de ambos sexos de su esposa Lucía: "Mariana, sólo faltabas tú por llegar... ¡Hola Lucía! ¡Amigas (la presenta) Mariana Pineda.... ¡Buenas tardes...! ¡Estamos jugando al vuelen vuelen...! ¡Continuemos! ¡Vuelen las golondrinas, vuelen los sapos! ¿Y qué prendas vas a pagar? Que nos cuente quien es su amor... (la interpelada visitante sale huyendo entre risas)... Sigue el ambiente de juegos. Ferrer solicita hablar con Mariana, ya  que tras la triste reunión anterior de su loggia de liberales en lucha contra el régimen absolutista de Fernando VII, fluye de modo continuo la terrible preocupación que genera el flujo de detenciones dictaminadas por el alcalde del crimen, Ramón Pedrosa, cuya sombra intolerante se perfila sobre cualquier disidente del que se sospeche el menor impulso que propenda hacia la imparable corriente antimonárquica que sigue en aumento, no sólo en Granada, sino en todo el resto de España. No obstante, las posibilidades de seguir enfrentándose al espionaje de la policía de Pedrosa [tras los fusilamientos de los cincuenta cabecillas en las playas de Málaga del perpetrado y fallido levantamiento encabezado por el general Manzanares, también asesinado en Sierra Bermeja, y el General Torrijos, que lograra refugiarse momentáneamente en Gibraltar, y a todo lo cual había que añadir el suicidio sin dilucidar del compañero Fernando número 1], siguen generando serias preocupaciones en las loggias. Lanzar al destierro a los cabecillas que han logrado salvarse de estas persecuciones es el único resultado que acaban promoviendo estas secretas investigaciones generadas por el alcalde del crimen. Mariana, que tampoco se halla libre de sospechas, seguirá tratando, sin embargo, de establecer unas relaciones falsamente amistosas [pese al desprecio que siente por él] entre el hombre que mueve el poder en Granada y la arbitrariedad que rodea su mundo. Su última conversación con Ferrer versará ahora sobre la detención de Álvarez de Sotomayor, [a quien Mariana visitara ya en prisión mediante el salvoconducto concedido a regañadientes por Pedrosa] y la no menos difícil posibilidad de liberarlo de las garras policiales: "(Ferrer se dirige a Mariana) "Ya han empezado las detenciones y los destierros. Yo estoy esperando que en cualquier momento hagan lo mismo conmigo. (Mariana asiente) Ya lo sé... (Ferrer preocupado) Y quería decirte si has meditado bien que asumas ese peligroso encargo de liberar a Fernando Álvarez de Sotomayor. (Mariana especifica) He empezado ya.... Me permites unas preguntas que te podrían resultar molestas. (Mariana sonríe) Adivino por donde vas. No he tenido relaciones con Fernando. (Ferrer aliviado) Vaya, me has quitado un enorme peso de encima. No quiero que la gente  relaciones unas cosas con otras. Desmerecería mucho nuestra causa. (Mariana acomodaticia) Vamos a ver, voy a tranquilizarte. Tengo una leyenda en el pasado reciente, y tras la muerte de mi marido, que es el amor con un militar. De eso se habla ¿no?... Sí, la gente duda de si Fernando Álvarez de Sotomayor o Casimiro Brodet. (Mariana  sigue tranquilizando a Ferrer) Pudo ser y no fue... el capitán Sotomayor, y fue el Capitán Casimiro Brodet. (Ferrer agradecido) Gracias Mariana, fue un héroe en la guerra de la Independencia... (Mariana explica) Hicimos la petición de licencia para casarnos al rey, puesto que es obligado, pero hubo circunstancias que me hicieron renunciar... (Ferrer) Lo siento, discúlpame... Tampoco tendríais razón los liberales y os convertiríais en absolutistas si tratarais hoy de imponerme cerrojos y castigar en el amor (comenta seriamente Mariana). (Ferrer trata de hacerle comprender su postura) No Mariana, no es eso. Quería que no se ligara todo esto al amor y sí a la revolución. Necesitamos toda la fuerza moral para que no se confunda la libertad con otras cosas. (Mariana con su habitual sensatez y carácter decidido) La libertad nunca se confunde con el amor. En mi caso es el amor el que estaba condenado a no entenderse con la libertad. (Ferrer conmovido) Suerte Mariana... La necesito..."... Continúa cierto ambiente relajado en la mansión de Ferrer. El teniente Alba que ahora juega a la gallina ciega con las mujeres allí reunidas, toma uno de los rostros entre sus manos, y exclama "¡Mariana!"... Ella sonríe y él cubre sus ojos festivamente..."


En su espléndida mansión granadina, Ramón Pedrosa, protagonista inicuo, recompensado por la arbitrariedad del absolutismo monárquico que castiga la libertad de los españoles, sumido en su obligada soledad, observa y besa al mismo tiempo el pequeño busto de un bebé, su hijo perdido y la foto de su fallecida esposa. Acaricia a sus perros y cena en silencio, mientras recibe las noticias de su oficial de policía. Abre un pliego que aquél le entrega, y Pedrosa exclama con satisfacción: "Son buenas noticias (Dobla el pliego y lo guarda en su levita) El ministro Carlomar de Ignacio me ha hecho el honor de felicitarme por el éxito de la represión en Granada. Ha mencionado mi nombre ante su majestad el rey. Venga conmigo ¿Le gusta el baile? Esta noche estamos de buenas. Estos masones y librepensadores no han entendido que el absolutismo es la única solución que tiene esta tierra. (Toman asiento, llama a una criada y aparece una bailarina y un guitarrista dispuestos a deleitar su éxito con un típico baile andaluz).



Mariana Pineda visita de nuevo a Fernando Álvarez de Sotomayor y a su tío Pedro. La guardia carcelaria lee el salvoconducto e inspecciona todo cuanto lleva en la cesta para los presos: "¿Qué es esto que trae?... (Mariana displicente) Dos mantas, librillos de papel de fumar y tres onzas de tabaco picado... (El guardia sonríe) Mantas de color de hábito de capuchino (El guardia pide a Mariana permiso para fumar un pitillo, ya que se ha quedado sin tabaco y ordena que permitan el paso a la joven. Mariana, al mismo tiempo le entrega unas monedas). Mientras espera, se oye llorar amargamente a una mujer, un preso grita que es inocente : "¡Yo no soy un liberal, ni masón,... déjenme salir! ¡Quiero denunciar una sociedad secreta que conozco...! ¡Mi mujer ha muerto!" Con el rostro entristecido, Mariana habla con su tío Pedro: "¿Cómo te encuentras?... Bien... Te he traído la manta. Ya sabes para qué. Completa el uniforme. Y tabaco. Tabaco especial. Me preocupa la enfermedad de Sotomayor... Tiene todo lo necesario para ponerse bien. Creo que pasado mañana estará fuera de peligro (la tranquiliza su tío Pedro) Gracias por el tabaco. Durante unos días no podrás venir a verme. Hay otro nuevo condenado en capilla... ¡Se acabó el tiempo! (exclama el guardián de presidio) Mi bendición te acompañe... ¡Salga, padre!... Mariana y su tío Pedro se observan un instante.


Poco después, Fernando, en su celda, ojea los paquetes de tabaco molido y extrae de uno de ellos una falsa barba que Mariana ha escondido en él, y que utilizará junto al hábito de monje para intentar escapar de prisión. Al día siguiente, en su domicilio se presenta el capitán Alba para rogarle que huya de Granada junto con sus hijos con él, puesto que la joven se halla en el punto de mira del espionaje constante de que la hace objeto la policía por orden de Pedrosa: "Estaba bañando a los niños (explica Mariana a su amante Alba. Éste le confiesa) Me voy de Granada. Tengo informes de que pueden detenerme. Pedrosa me tiene cercado. Aquí no hay nada que hacer. Tengo que exiliarme. Tarde o temprano caeremos todos. ¡Nos atraparán como a conejos! No puedo esperar más, no puedo aguantar más ser perseguido o espiado, que intercepten mi correo. ¿Lo entiendes? Mariana... yo... (La joven lo mira con honda tristeza). ¡Ven conmigo! ¡He conseguido incluir en el pasaporte a una mujer y dos niños! (Mariana se separa de él, y Alba la retiene) Si te ocurre algo, ¿qué va a ser de tus hijos? No lo entiendes. ¡Te están utilizando! (La joven huye de nuevo y Alba la retiene en las escaleras) Nadie te obliga a que seas una heroína. (Mariana se muestra firme) Me quedo. (Alba) No habrá revolución, Mariana. La pequeña Úrsula, que se hallaba en el baño, acude en busca de su madre. Mariana la toma en brazos y se aleja de su amante, que se marcha entristecido por no haber podido convencerla. Mientras sigue bañando a sus hijos, lo niños preguntan el motivo del llanto de su madre. Mariana pide a su fiel criada María: "Sigue tú, yo no puedo". Se aparta un instante de ellos, y llora amargamente. Tras la salida de Alba de Granada, el cerco persecutorio sobre Mariana se estrecha sobre ella. Es detenida en su domicilio cuando se dispone a salir con sus hijos por orden de Pedrosa junto a otros sospechosos allí retenidos. Conducida a una sala donde Pedrosa, a través de una abertura en la pared, puede vigilar su interrogatorio [aunque, tras la observación, se muestra abatido por tener que perseguirla] el oficial de policía pide a Mariana: "Por favor, señora, ¿quiere ponerse en pie y ocupar el centro de la pared del fondo? (El oficial inquiere a otros detenidos) Miren bien a esa mujer. ¿Alguno de ustedes la han visto salir de la finca numero treinta de la calle del Darro en la madrugada del último día quince? Mariana permanece impasible. Pedrosa, arrepentido, envía un recado urgente a su oficial para que libere a Mariana Pineda. El oficial pide disculpas: "Perdone, es un error lamentable. Una falsa información. Mil perdones. Tenemos la obligación de las informaciones. (Mariana irritada) ¡Un error de diez horas! (Oficial) No se pudo hacer antes la identificación... Pero esas personas no han hablado (aduce Mariana). Me han sido comunicadas las pruebas de su inocencia (aclara el oficial) Ya no hacía falta. (Mariana indignada) ¡Muchas gracias!... Pedrosa, evocando la bella imagen de Mariana que pasea por un prado, lee en voz alta una de sus cartas a Mariana: "Ahora soy yo quien la busca y recorro y un largo camino para verla dormir. A veces callo largo tiempo dichoso con sólo verla, acerco mis labios a los suyos para besarle el aliento. Luego me tiendo inesperadamente sobre ella, se despierta entre mis brazos, y como lucho, no logra levantarse. Renuncio al fin. Ríe y me abraza estrechamente. Pugnamos así frente a la noche. Raya el alba. Ya estás aquí luz infame. Que antro perpetuamente nocturno. Sobre que pradera subterránea podríamos amarnos tanto tiempo que olvidáramos quienes somos"
 

LA FUGA DE FERNANDO ALVÁREZ DE SOTOMAYOR Y REPRESALIAS


En una reunión en el patio de la casa de Mariana Pineda junto a Ferrer, el sacerdote Saila y Matías, la joven explica: "Cuando ponen un condenado en capilla he observado que hay gran afluencia de sacerdotes y frailes. Durante la noche se presentan  en la prisión granadina unos monjes. En los patios y pasillos se turnan para acompañar al reo en las últimas horas. A ninguno se le pide ni permiso oficial ni documento que acredite su identidad. También acuden numerosos funcionarios y testigos. A los frailes y sacerdotes no le son determinadas las horas de entrada y salida. Tanto los unos y los otros pueden entrar y salir libremente". El sirviente de Mariana que vigila la calle desde la entrada a la casa avisa con una palmada la aparición de los agentes de la cancillería, espías de Pedrosa. La reunión en el patio desemboca entonces en un amigable acompañamiento de visitantes. Mariana toca la guitarra.  Los agentes traen una invitación para Mariana de parte de Pedrosa, que ella lee ante sus amigos: "Dígale al subdelegado que acepto gustosa la invitación para cenar esta noche en su casa" Cuando los agentes salen de la casa, el sacerdote muestra un plano para la huida de Sotomayor: "La única salida posible (explica Mariana) es por el corredor. Tendrá que alcanzar las cinco puertas. ¡Que barbaridad! (exclama Ferrer. Pero Mariana insiste) Fernando es un poste cuando quiere. Lo hará bien. Va su vida en ello (Ferrer duda) Veremos. No es lo mismo salir de la cárcel baja que escaparse de la Chancillería vestido de capuchino. (Matías sonríe e  inquiere a Mariana) ¿Tienes ya el pasaporte?... Esta noche después de cenar en casa de Pedrosa, veré al impresor. (Matías exclama) ¿Pero es que vas a ir a cenar a casa de ese miserable?... Si voy es porque conviene para nuestros planes (dice Mariana) Te aseguro que muchas otras veces me he negado... Yo, ni aún así, iría (insiste Matías) Por favor, Matías, Mariana sabe muy bien lo que hace (interfiere Ferrer)...
 

Durante la noche Mariana asiste a la cena de Pedrosa: "Señor subdelegado" (saluda Mariana. Pedrosa que habla con el confesor monárquico, se aparta y besa su mano) Cuanto tiempo sin verla, doña Mariana. Recibió mis disculpas... Sí, y aquí estoy (sonríe Mariana) Celebro esta invitación. (Pedrosa explica) Me decía el padre cuando entraba que lo liberal y lo cristiano podrían venir del mismo sitio... Estoy de acuerdo (finge Mariana risueña) Lo que yo no sé es si van al mismo lugar. (Los invitados sonríen y se congratulan de la bella presencia de Mariana Pineda. Durante la cena Pedrosa se expresa): "Por favor, padre, no mezcle las cosas. Yo tengo el deber de cumplir con la ley, y permítame decirle que en nombre de Dios, la iglesia ha sido en diversas ocasiones implacable... La iglesia de los hombres (aduce el confesor monárquico) puede equivocarse. Pero añada que nada ha sido tan feroz como la persecución de los cristianos... (Pedrosa) Todo eso pertenece al pasado. La monarquía y la Iglesia tienen ahora un enemigo común: masones y liberales... Por favor, señor subdelegado, ¿no le parece una apreciación peligrosa? (añade Mariana. Y Pedrosa insiste) No, no me lo parece. (Interviene el confesor y se dirige a Mariana) El señor subdelegado nunca se atreverá a decirle que toda Granada dice que es usted liberal. (Mariana bromea con ironía) Y si lo dice toda Granada, ¿por qué no va a creérselo el señor subdelegado?... (Pedrosa refuta) Porque yo no fabrico mis informaciones con rumores, sino con testimonios. (Mariana ataca con su habitual sarcasmo) Y con sospechas. (Pedrosa exclama) La sospecha es siempre la antesala de la información. (Mariana se muestra firme en sus afirmaciones) He estado diez horas en esa antesala... Pero ya le he pedido mis disculpas. No supe nada hasta última hora (miente Pedrosa. Mariana y Pedrosa se miran fijamente. Entonces el confesor exclama) Pero yo tengo una curiosidad, señora Mariana Pineda. ¿Qué es lo liberal?... (Mariana con displicencia) No estoy muy versada. Dicen que es el amor a la libertad... Libertad ¿para qué? (inquiere incomodado el confesor. Y Mariana se arriesga) Dicen que para que uno piense como quiera. Para que el pueblo tome parte en el Gobierno, para abrir la puerta al pensamiento, a las ciencias... (Pedrosa grita) ¡Así pintan la revolución! (Mariana disimula con sorna) ¿Ah, sí? No lo sabía... (Un invitado explica a Mariana) Todos los que decían en Francia todo eso de la revolución pasaron por la guillotina de la revolución. (Mariana insiste) Y Jesús que predicó el amor entre los hombres, murió en el patíbulo de la cruz. (Otro invitado inquiere) ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?... Me refería únicamente a que la guillotina y el patíbulo no son siempre expresión de la justicia (arguye inteligentemente Mariana. El confesor dice) Oiga, doña Mariana, ha dicho usted una cosa hermosa. Y podrían aprovecharse de eso los liberales... Por favor, no me comprometa (sonríe Mariana) Un liberal es como un diablo para el señor subdelegado, y yo no aspiro a que tenga ese concepto de mí el señor Pedrosa... No lo tengo (admite sonriente Pedrosa. Mariana sigue fingiendo) ¡Gracias a Dios!... Lo que me obliga a decirle que esta reunión no era una encerrona (insiste Pedrosa. Mariana admite) Ya me lo figuraba... Tengo un gran concepto de usted, doña Mariana (admite Pedrosa con admiración) Y si la viera alguna vez en un trance apurado, le ofrecería mi brazo. (Mariana exclama entre sonrisas) Ya lo han oído. (Pedrosa exclama) ¡Con reservas!... ¡A ver, a ver! (ríe Mariana y todos los invitados a la mesa). Exactamente hasta ese límite donde empieza la ley (añade el subdelegado. Y Mariana bromea)  Esto viene a decir que dispongo de poco espacio para recibir el brazo del señor subdelegado. (Risas generales. La cena acaba en un sesión de baile en el que suena la famosa tonada andaluza de "Los muleros". Pedrosa se despide de Mariana) "Vuelvo a pedirle disculpas por la lamentable equivocación de mis agentes... Ya lo he olvidado, gracias (asiente Mariana) Usted siempre olvida con facilidad (Pedrosa propone) ¿Puede volver mañana? Estaríamos solos... ¿Mañana? Imposible (dice Mariana) Pero le veré en el teatro ¿no?... Ah, sí, en el teatro. se me olvidaba (añade Pedrosa) Pues hasta mañana (besa la mano de Mariana), y muchas gracias". Pedrosa se queda observando con admiración a Mariana desde lo alto de la escalinata. 
 
 

Mientras ha tenido lugar la cena con Pedrosa, en la Real Chancillería de Granada, donde un nuevo prisionero es ingresado, Fernando Álvarez de Sotomayor aguarda la visita de los monjes que llegan para reconfortar a los presos. Mariana acude después al escondite del impresor a ofrecer un pasaporte para que sea falsificado a nombre de Fernando: Este pasaporte perteneció a un hombre que fue fusilado hace tres días. Tienes que hacer un buen trabajo... No hay problema (explica el impresor, tras ojearlo detenidamente) Tiene fácil falsificación. ¿Eso es todo?... No, no! (añade Mariana) Hay estos documentos... Estos me llevaran más tiempo (indica el impresor) ¿Para cuando los necesita?... Cuanto antes (dice Mariana) Es para la fuga de Sotomayor..."


Al mismo tiempo, en la secretaría de Pedrosa, éste interroga a varios prisioneros y al joven seminarista Federico: "¿Qué me tienes que decir?... (El seminarista exclama) No le entiendo (Pedrosa ríe sarcástico) Hombre, ¿no eres un revolucionario?... Yo no soy ningún revolucionario... (Pedrosa se dirige furioso al resto de prisioneros, mientras exclama) Y además enlace con los liberales exiliados en Gibraltar. ¿Cuántos años tienes?... Veintitrés... Eres demasiado jovencito para hacerme perder tiempo. Ahora mismo me vas a decir quién os da ese dinero para toda esa propaganda que tiráis ensuciando la ciudad... (El seminarista Federico exclama) ¡La ciudad ya está muy sucia, y yo no tiro ninguna propaganda! (Pedrosa, terriblemente excitado, golpea al seminarista Federico con su bastón) ¡Esto es una vergüenza y una cobardía! (Grita uno de los prisioneros, y Pedrosa descarga todo su rencor sobre él abofeteándole repetidamente) ¡¡Qué dices, qué dices!!,  ... ¡Hasta que habléis, de aquí no vais a salir vivos!... ¡Yo no se nada, señor! Yo les diré todo lo que ustedes quieran (exclama aterrorizado otro prisionero, y el herido le insulta, escupiéndole) ¡Cobarde!... ¡Llévense a esos dos. Vamos a ver cuéntamelo todo..." 
 


En la Chancillería, Fernando logra abrir su puerta con un artilugio puntiagudo mientras entran los frailes. Mariana asiste a la función de ópera en el teatro de Granada junto a Ferrer y su hermana Lucía. Pedrosa la observa con su habitual admiración. En la prisión hacen salir a los prisioneros de las celdas, mientras las mismas son revisadas. Entre ellos se halla el tío de Mariana. Los presos organizan un altercado, que Fernando aprovecha para disfrazarse con el hábito de monje. Lentamente, va cruzando las puertas, disimulado con su capucha y la barba postiza, hasta alcanzar la salida. Finge al explicar ante un guardia: "Ha cambiado, el pobre reo. Que diferencia de ayer a hoy. Mostraba tanta entereza y hoy está tan abatido. Le he consolado en lo posible. Abra usted la puerta. He de regresar luego para seguir consolando al pobre desgraciado el resto de la noche"... Una vez sale de la Chancillería el sirviente de Mariana Pineda le aguarda en la plaza de la Catedral, ilumina su rostro con una linterna y le lleva hacia un coche. Los guardias, cuando comprueban la fuga de Sotomayor, recorren los pasillos de la prisión tratando de  acallar las manifestaciones y gritos de libertad de los demás presos: ¡¡Está prohibido hablar!!... ¡¡Silencio!!, grita el guardia encargado. En el teatro de ópera Mariana musita algo a Ferrer, besa a Lucía y abandona la sala, ante el desconcierto de Pedrosa. Cuando Mariana llega en coche a su casa, María exclama con alegría: ¡Buenas noches, señora! Tiene visita"... Sotomayor, escondido en una parte subrepticia de la casa, cambia su aspecto con ayuda de un compañero que encanecen su cabello y tratar así de huir hasta Gibraltar y de allí a Londres. Mariana acude exultante hasta el escondite y se abraza ardorosamente a su primo Fernando. "Vamos, deprisa. Aquí no estás seguro. (exclama la joven) La noche la pasarás en casa de un amigo. (Salen del escondite y Mariana añade) Estaremos en contacto por los enlaces. (Fernando, antes de salir con el criado de Mariana, se vuelve hacia ella y la abraza) ¡Gracias, Mariana, gracias!... ¡Vete! (insiste Mariana)  


Mientras tanto en el teatro de la ópera, al acabar la obra y entre los aplausos, Pedrosa es visitado por uno de sus agentes e informado de la fuga de Fernando Álvarez de Sotomayor. Pedrosa abandona de inmediato el teatro de la ópera. Mientras, en la chancillería don Pedro García de la Serrana es objeto de un feroz interrogatorio por parte del oficial de policía: "Una vez más, contésteme ¿Conocía usted la fuga de Álvarez de Sotomayor? (Don Pedro asegura) No...¿Sabe usted lo que significa no colaborar? (amenaza el oficial) No lo había pensado (sonríe amargamente don Pedro) Bien, usted lo quiere. ¡Llévenselo! (grita el oficial a los guardianes) De inmediato, Pedrosa, una vez en los despachos policiales, exclama: "¿Por qué no me avisaron antes? (se dirige a su oficial) ¡Vamos, dígame lo que ha ocurrido... Ha sido algo insólito (responde aturdido el oficial) ¡Nombres! (exige Pedrosa y el oficial responde atemorizado) Solamente uno, Fernando Álvarez de Sotomayor... (Pedrosa grita enfurecido) Se ha dictado sentencia contra ese Sotomayor por causa de incidencia, conspiración y asesinato. Necesito un informe detallado de su fuga.  (Pedrosa se apresura a poner en funcionamiento su máquina represora) Oficial pase orden de registro en todas las casas de todos los sospechosos que tengan relación el fugado. Venga conmigo. Comenzaremos los interrogatorios en la caserna. Presione a los confidentes. Ese fugado sigue en Granada. Quiero un informe exacto y detallado de todos los movimientos de Mariana Pineda en estos días... Señor, lo está redactando el agente (explica el oficial, y Pedrosa insiste) Bien, dígale que venga. He de hacerle unas preguntas. (Pedrosa recibe una lista) ¿Estas son las personas interrogadas hasta ahora?... ¡Sí, señor!... (El agente encargado de espiar los pasos de Mariana Pineda acude al requerimiento del subdelegado Pedrosa, que inquiere) ¿A qué hora dejó usted de vigilar a Mariana de Pineda?... Cuando ella entró en el teatro. Estaba usted allí (explica el agente. Pedrosa se enfurece) ¿Quiere decir que no esperó su salida?... No... (Pedrosa exclama) ¡Cambie de oficio!... Álvarez de Sotomayor es recibido en aquellos instantes en la iglesia donde oficia el padre Saila, que le expresa su satisfacción por la fuga: "¡Enhorabuena! Capitán, este es un lugar seguro para pasar la noche" Ocultan a Fernando, que agradece al criado de Mariana toda su ayuda. Mientras tanto en la caserna Pedrosa empieza los preparativos de la nueva persecución: "Don Pedro García de la Serrana debía estar enterado, además los liberales intentarán sacar partido de esta estúpida fuga (expresa con su acostumbrada ferocidad Pedrosa) Saben cómo hacerlo. Necesito un informe exacto y detallado... (El oficial le entrega un escrito) Aquí tiene, señor, el del Alcaide de la cárcel... Será suspendido de sus funciones durante seis meses (exclama el subdelegado), tiempo necesario que durarán las investigaciones de su complicidad. Estoy rodeado de traidores... Informe del sotoalcaide que le abrió la puerta y otros testigos (presenta un nuevo escrito el oficial) Que a ese sujeto no se le pierda de vista ni un sólo momento, ni de día ni de noche (ordena Pedrosa) Investiguen su marcha económica. Hay que encontrar a los que introdujeron el disfraz de fraile capuchino en la cárcel. Eso es. De momento, comunicaré al ministro que los culpables están entre rejas... (El oficial arguye) Pero, señor, si aún no tenemos nada... ¡¡Resultados rápidos!! (grita Pedrosa) ¡Necesito la cabeza de ese capitán liberal! Va en ello mi reputación. El ministro confía en mí, no puedo defraudarle hasta que no se haga efectivo mi nuevo cargo político. (Aparece el espía y Pedrosa pregunta refiriéndose a Mariana) ¿Continuaba en la ópera?... No señor, con sus amigos habituales. En estos momentos se encuentran todos reunidos en casa de la señora... ¡Oficial, saque de la cama al juez! (conmina Pedrosa) ¡Voy a efectuar un registro! Vamos a casa de doña Mariana de Pineda. Quiero ver si esa canalla liberal celebra el triunfo riéndose en nuestras narices..."  
 


En su casa, Mariana, después de despedir a sus invitados y congratularse de la fuga de su primo Fernando, aparece Pedrosa y todos sus agentes, asustando a los niños. La pequeña Úrsula explica su miedo a su madre. Mariana la tranquiliza: "Vete a la cama. No pasa nada... Mamá, diles que se vayan... Si cariño, mamá lo hará. Y ahora a dormir..." Mariana se sienta y apoya su mano en la frente, enfurecida, mientras empiezan los registros. María, la sirvienta ofrece una taza de chocolate al juez que está dormitando. Pedrosa se dirige ahora a Mariana: "Doña Mariana, le agradecería que no hablase con nadie de este registro. Referente a los libros, folletos y periódicos decomisados se los devolveremos. ¿Quiere firmar aquí, por favor? No tiene por qué preocuparse, señora. Es simple rutina. Tenga (le ofrece una plumilla y Mariana firma. Luego le indica) Como medida de seguridad permanecerán en su casa varios agentes. ¡Buenos días, Mariana!..." La joven se deja besar la mano, observando a Pedrosa con odio. El subdelegado se despide también de la madre política de Mariana allí presente: "¡Buenos días, señora!..." El juez besa también la mano de Mariana, despidiéndose de ella, cariacontecido. Mariana y su madre política se observan con preocupación. Suenan las campanas de la catedral de Granada. Acude contenta María la sirvienta y exclama: "¡Señora, qué chasco! Esos venían buscando al capitán Sotomayor..." Mariana se dirige al ventanal, lo abre de par en par a fin de que entre la luz de la mañana en la estancia, observa a los agentes apostados en la calle, frente a la puerta de su casa, que habrán de espiar todos sus movimientos, y guarda silencio, demudada por el rencor que se refleja en su rostro tras el nuevo atropello de que ha sido objeto por Ramón de Pedrosa."