La pregunta que los críticos se hicieron sobre "Tobacco Road" nunca giraría en torno a si era o no en realidad una película "bien hecha". Pero todo
el proyecto tiene primavera y vitalidad, capaz en momentos repentinos
de ternura o alegría contagiosa, moviéndose a un ritmo generoso y
renunciando por completo al tono asombrado y autorreverencial de tantas
adaptaciones de obras de larga duración en favor de una interpretación
grosera y caótica. Todo
tipo de travesuras en las carreteras, en los porches y en las oficinas
de los secretarios se desarrollan con un aplomo burlesco, y fácilmente
se puede considerar que Ford hace alarde de un vodevilismo esencial y rico en calorías con "Tobacco. Road".
El film gira en contraposición a las intuiciones novelescas, melancólicas y embrujadas de "Grapes of Wrath" ("Las uvas de la ira") o los símbolos teatrales de "The Long Voyage Home". Ford
acierta siempre en su estética, reconoce el material tal como es e
intuye la única forma en que probablemente podría ser coherente en la
pantalla. Y no es cierto por tanto que la técnica sea víctima de toda la comedia en general.
El banco de Augusta se dispone a expropiar las tierras de la ruta del tabaco. Sin embargo, un amigo, el capitán Tim Harmon, convence al banco (cuyo padre se había mantenido después de los Lester para cultivar la tierra) para potencialmente arrendar el terreno de Jeeter por $ 100 al año, siempre que pueda obtener un préstamo.
El viejo Jeeter planea obtener dicho préstamo de la hermana en Cristo, algo descabalada de cabeza como todos los habitantes de la ruta del tabaco, la viuda Bessie Rice, y también desquiciada con su nueva etapa de evangelista y cantora de salmos, que acaba de recibir $800 de la compañía de seguros de vida. Sin embargo, Bessie decide casarse con Dude, que tampoco está en sus cabales.
Con los 800 dólares, después de la boda, piensa comprar un auto nuevo a Dude, un conductor totalmente desquiciado, y ansioso por tocar constantemente la bocina. Pero el Secretario del Condado no se muestra dispuesto a conceder la licencia de matrimonio. Y ante su negativa, dada la diferencia de edad de Dude y Bessie, ambos se ñonen a entonar salmos. Y con el barullo que arman los dos chiflados, decide concederles la licencia.
En seguida, se dirigen hacia el centro de venta de coches. El enloquecido Dude toca las bocinas y tras elegir un automóvil, se pone al volante y recorre el camino a una velocidad demencial. Choca con un banco y un transeúnte sentado en él.
Luego con un árbol pero sigue conduciendo hasta la destartalada granja de sus padres comunicándoles su matrimonio, y entre gritos y desprecios por la miseria, sale huyendo de allí con su esposa Bessie sin atender las peticiones mendicantes de sus padres.