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martes, 22 de septiembre de 2015

Fernando Trueba: El apátrida que recogió el 'Premio Nacional de Cinematografía Española 2015'

"Nunca he tenido un sentimiento nacional. Siempre he pensado que en caso de guerra, yo iría siempre con el enemigo. Qué pena que España ganara la Guerra de Independencia. Me hubiera gustado que ganara Francia. Nunca me he sentido español, ni cinco minutos." Fernando Trueba "dixit".



Fernando Trueba, no me quejo de tu mirada accidentalmente equívoca, siempre sumida en una especie de sopor; de tu pelo crespo, medio blanco, que parece haber concedido a tu aspecto una filosófica temperancia de mito artístico, aplaudido, capaz de mantener dignamente cualquier conato de fatuidad. Aplaudo tus tonos pausados, predicadores de la cultura, indefectiblemente opuestos a la trivialidad, y que, sin llegar jamás a demostrar emoción, solían arroparse en la necesidad de demostrar a tus admiradores cuán artificioso y mediocre puede llegar a ser el sentimiento de grandeza. 



Me encantaba que fueras poseedor de una familiaridad patria que, al margen de tu buen cine, a todos nos agradaba y reconfortaba, porque, aunque tan inconstante como la luna,  te creíamos, además de humilde y palpitante, hijo de nuestro teatro sobresaliente, de nuestro estaño ibérico, de nuestras fuentes que dieron de beber al genio. Y que, en consecuencia, disfrutabas convirtiéndote en el mago capaz de emplazarnos con sonrisas en esas memorias autográficas de tanto vandalismo dictatorial de “años con su luz tenebrosa”, de embriagarnos con “las niñas “cañís” de nuestros ojos hispanos”, y desposándonos con las ninfas deslumbrantes de una “belle époque” con aires de quijotada grotesca que, pese a todo, poseían vidrieras de deslumbrantes operetas.

Sabemos muy bien que el Arte, en cualquiera de sus exposiciones, pasa siempre a convertirse en una víctima inmortal, pero que, no obstante, casi nunca desea ceder a los chantajes de la medianía. Y que, frente a sus miserias, denota una terquedad de mulo, o un orgullo intratable. Sabemos que el Arte, en el fondo, cree que tiene el derecho de mostrarnos sus aciertos exagerando un poco su valor, como si la obra artística exaltara al suicidio, haciéndolo bello; u ofreciéndonos algunos de sus crímenes sin acompañarlos de un correctivo, porque su moralidad, según algunos sondeos, para todos aquellos que tratan de ejercerlo, sonríe como en un sueño o deja correr por la barbilla un hilo de baba en tanto en cuanto halague sus intereses. Y así acabar tarde o temprano por encogerse de hombros, y demostrar que sus esfuerzos, una vez recompensados, pueden dejar de lado toda clase de precauciones, y no enrojecer ya al convertirse en objeto influyente de las mayores impertinencias.

Fernando Trueba si cree usted haber abarcado toda la Extensión del Arte y que en ese todo de su Pensamiento no deberíamos ya juzgar ninguna contingencia atrabiliaria y grosera, nada accidental al parecer, como si su Arte cobrara ya los matices de una serie geométrica de términos vinculados entre sí por leyes necesarias de estupidez, de axiomas burlescos sin finalidad, como no sea la de marcar con una línea negra su trayectoria patria, que creímos bienhechora de los placeres artísticos que le acompañaban, hemos descubierto que su Extensión ¡sí tiene límites!. Y que de la atención arrebatada de su Pensamiento asoma ahora un rostro con el ojo que de verdad no ve, porque de su luna magnetizadora ha apagado su candela; que de esos efectos perdidos sólo quedan sus cataratas, y que de aquellas nociones innatas, facultades del Arte, que veíamos en usted, nace también la hipótesis sustanciosa con que ha "ninguneado" a sus admiradores. Se lo recuerdo por si lo ha olvidado, Fernando Trueba, “la imagen es una cosa finita”

Y como las facultades más intrínsecas del hombre, para algunos el alma, son: sentir, conocer y querer, y usted ¡ni nos siente, ni nos conoce, ni nos quiere!, le agradeceríamos que devolviera “El Premio Nacional de Cinematografía Española 2015” y los 30.000 Euros que, encima, enriquecen su demérito.  
 

                                                                            ¡QUE TE DEN...!

 
 

jueves, 3 de septiembre de 2015

The Member of the Wedding (El miembro de la boda-Frankie y la Boda) -III Parte-

Existe un sentido trágico en la infancia que es como un lugar suspendido entre los ensueños todavía no realizados, y un nexo siguiente con la lenta existencia del crecer que se refugia en una insoportable postración que nos embriaga de incertidumbres. La niñez vive prematuramente entre nostalgias que no comprende, porque siente al mundo adulto, siempre ocupado en asuntos que le son ajenos, cual seres insensibles con la mirada en otra parte; como si para ellos, en realidad, el victimismo infantil no existiera. Y muchas veces ese adorado hogar de libertad y de felicidad donde crecimos, no logra suavizar el régimen de hastío que el mismo acaba por imponernos, dado que esas entrañables paredes, que sólo conservan la pequeña memoria de los primeros años vividos al calor materno y paterno, únicamente parecen respetar el comienzo de nuestro existir, y convertir nuestras iniciales ansias imaginativas, invocadoras de fantasías, en un reino prohibido, cuyos misterios se eternizan en esa niñez a la que hay que sobrevivir sea como sea. Los niños parecen muchas veces entregarse a una última resistencia vivencial, que quieren olvidar con la mayor prontitud posible. Todo ello les hace parecer locos o rabiosos. Siguen tras la amistad y el amor como un viento furioso. Es la suya una impresión de que tan larga etapa de años como la que les resta por cumplir, nunca va a terminar. Doce años bastan así para romper con el conformismo hogareño, pleno de minutos y horas de juegos y ocios que nunca volverán, y cuyos siguientes pasos van ya en busca de nuevos juicios y palabras, de una nueva visión ineludible de la vida donde habrá de crearse otro lenguaje frente a un tiempo mordido por el deseo de poseer una tierra propia y sembrarla hasta con los sueños más insignicantes. Se trata ante todo de que las escenas nostálgicas de nuestra infancia se alejen definitivamente. Y de creer en los ya flamantes signos externos de una plena juventud que nos aguarda más allá de las paredes domésticas, sin sospechar que esa marcha se nos hará más difícil a cada momento... "Y Frankie cuando se planteó la vieja pregunta (quién era ella, qué haría en el mundo, ya no se sintió dolorida y sin respuesta... Sabía exactamente quien era y comprendía adónde iba. Se mordió los nudillos de la mano y esperó, pero no hizo nada por encontrar el nombre del lugar ni pensó que el mundo da vueltas"...


                               El gato perdido de Frankie

   
(Frankie tomó un enorme cuchillo del cajón de la mesa) Creo que me he clavado una astilla en el pie... (dijo, hurgándose con su punta la planta del pie. Berenice se sentó a su lado con su caja de costura) Oye, ese cuchillo no es lo más apropiado para sacarla... (Las reflexiones de Frankie no se hicieron esperar) Me parece que antes de este verano siempre lo pasaba muy bien. ¿Recuerdas que en primavera Evelyn Owen venía los viernes a pasar la noche conmigo, o yo iba a su casa? Pero Evelyn Owen se marchó a vivir a Florida. Ahora ni siquiera me escribe... Te vas a hacer daño con eso... Soy a la única a la que no le hace daño. ¿Recuerdas la canción que inventé para Evelyn (Frankie y Berenice cantan) ¡¡"Look the sky..., look the sea, look the wind downwind... blowing high, lows blows... sailing to the end..."!! (Berenice insiste con cariño) Conocerás a otra chica tan mona como Evelyn Owen..., y Frankie (que sigue rascándose el pie), ¡basta ya..., lo que necesitas es una aguja!... ¡Me importan un rábano mis pies! (Frankie suelta estrepitosamente el gran cuchillo sobre la mesa, y luego, más calmada, pregunta a Berenice) ¿Cuántos años tenías cuando te casaste con tu primer marido?... Trece años. Y no he crecido ni un palmo desde entonces (bromea Berenice. Frankie inquiere) ¿El matrimonio detiene el crecimiento?... (Berenice, que sigue cosiendo, ríe) El matrimonio no detiene nada... De los cuatro maridos que tuviste, sólo quisiste a uno, ¿verdad Berenice? A Ludie... (Berenice rememora) Ludie Maxwell Freeman fue el único marido al que quise. Los otros eran basura...(Frankie toma un plato, vierte leche en él, y lo sitúa en el porche. Luego pregunta) ¿Te casaste con velo todas las veces?...Tres veces con velo... (La chiquilla no escucha a Berenice y se dice a sí misma) Si sólo supiera dónde ha ido a parar. ¡Pschhh, pschhh, minino! (Berenice) Deja ya de preocuparte por ese gato callejero. Estoy segura de que ha salido a buscar amigos... ¿A buscar amigos?... Sí, o mejor dicho, a una amiguita... ¿Y por qué no trae a su amiga a casa? Debería saber cómo me encantaría tener una familia entera de gatos. (Berenice asegura) Tranquila, pronto volverás a verle... (Frankie decide) Debería avisar a la policía. Ellos encontrarán a Charles... Yo en tu lugar no haría eso (Pero Frankie ya se halla al teléfono, sin prestar atención a Berenice) Quiero hablar con la policía, por favor. Quiero denunciar la desaparición de mi gato. ¡Sí, gato! Se ha perdido. Es casi una raza persa (Berenice bromea) ¡Sí, tan persa como yo! (Frankie no presta atención a la ironía de Berenice, y sigue explicando) Sí, pero con el pelo corto. Un precioso color gris con una pequeña mancha en el cuello, y responde al nombre de Charles. Pero si no también pude responder al nombre de "Charlina"... ¿Qué?... Yo me llamo señorita F. Jasmine Addams (Berenice enfadada) ¡Esto es el colmo!... Y la dirección es : 124 de la calle Grove... (Cuando Frankie cuelga, Berenice ríe a carcajadas) Vendrán aquí, te pondrán las esposas y te encerrarán en el manicomio de Houghtonville. ¿Te imaginas a esos policías gordos buscando gatos por los callejones (sigue la burla) ¡Ven aquí, Charles! ¡Ven aquí, Charlina! ¡Por todos los santos!... ¡Cállate! (se enfurece Frankie, y Berenice añade) Tu problema es que no tienes sentido del humor... ¡Bien, quizás estaría mejor en la cárcel!... Anda, Frankie, siéntate, ... me pones nerviosa...
 

                Las obsesivas elucubraciones de Frankie

"... Es posible que Jarvis y Janice ya hayan llegado a Winter Hill. (Frankie ríe) ¿Has oído lo que ha dicho Jarvis?... No, ¿qué?... Hablaba de si valía la pena votar a ... no me acuerdo ahora. Y Jarvis ha dicho que no lo votaría ni aunque se presentara a barrendero. No he oído un comentario más agudo en mi vida. ¿Y sabes que ha dicho Janice cuando Jarvis se ha referido a mi estatura? Ha dicho que no soy tan terriblemente alta. También ha dicho que ella prácticamente dejó de crecer a los trece años. Ha dicho que tengo la estatura ideal, que tengo talento, y que debería ir a Hollywood. Eso ha dicho Y que quizás no crezca más. Ha dicho que las modelos cotizadas y las estrellas de cine son... (Berenice la corta en seco) ¡No ha dicho nada de eso! La he oído desde la ventana. Janice ha señalado que probablemente ya has dejado de crecer. Pero no ha añadido nada más sobre tu estatura, ni ha mencionado nada sobre Hollywood... Ha dicho, ha dicho. Esa es una falta grave, Frankie. A alguien se le ocurre hacer una observación y tú alteras su significado hasta que es imposible reconocer la verdad. Como la vez que tu tía Pat dijo que tenías buenos modales. La siguiente cosa que salió de tu boca fue que eras la chica más fina y elegante de la ciudad. Y que tenías que ir a Hollywood. Eso es una falta grave... (Frankie enfurecida) ¡Deja de sermonearme!... No te estoy sermoneando. Es una verdad como una casa y lo sabes... ¡Está bien, lo admito, pero sólo en parte. Lo que me preocupa es saber si crees que les habré causado buena impresión... ¿Impresión?... ¡Sí!... ¿Cómo quieres que lo sepa?... Quiero decir: ¿qué he hecho?, ¿cómo me he comportado?... (Berenice aduce convencida) No has hecho ninguna cosa digna de mención... ¿Ninguna?... No, te has quedado de pie, les has observado como si fueran fantasmas. Y cuando han empezado a hablar del tema de la boda, inmediatamente tus orejas se han puesto más tiesas que un par de hojas de lechuga. (Frankie se aprieta los oídos y grita) ¡No es verdad!... Sí lo es... (Frankie mira a Berenice furiosa) ¡Un día de estos te arrancaré de cuajo esa lengua gorda y sucia que tienes, y la dejaré sobre la mesa!... Deja de decir groserías... ¡Me da miedo no haberles causado una buena impresión! (solloza de nuevo Frankie, apoyando la cabeza en la mesa. Berenice la consuela) Vamos, cariño, Berenice no quería ofenderte... (Frankie llorando) ¡Estaban tan guapos! Se han ido y me han dejado sola... ¡Frankie, quiero que te sientes bien y que te comportes!... ¡No,... han venido y en seguida se han ido... y me han dejado en esta situación!... Vamos, Frankie, creo que sé una cosa. ¡Frankie está celosa! ¡Frankie está celosa por la boda!... ¡Déjame en paz!  

                                   El "ataque" de Frankie

(Frankie toma el enorme cuchillo de cocina que se halla sobre la mesa y amenaza a Berenice con él. Ésta se pone seria, y le riñe) Suelta ese cuchillo. ¡Déjalo, demonio de niña! ¡Vamos, tíralo! (Frankie lo lanza con fuerza y el cuchillo se clava en una de las puertas de la cocina. Luego se ríe, mientras se restriega sus manos con saliva) ¡Soy la mejor lanzadora de cuchillos de la ciudad! Si hicieran un concurso, ganaría... Frankie Addams, te prohibo que practiques ese número... Y yo te dije que te callaras... (Berenice la deja por imposible) Aún no sabes vivir en una casa... (Frankie asegura) No viviré en esta casa mucho más tiempo. Pienso escaparme... (Berenice sentencia) Nos libraremos de un montón de basura... ¿Ah, sí?, pues me iré lejos de esta ciudad... ¿Adónde crees que irás, niña?... No lo sé... ¡Estás loca! (exclama Berenice) eso es lo que te pasa... No, el domingo que viene, después de la boda, me iré de la ciudad. Y juro por mis dos ojos que no volveré aquí nunca más... (Berenice empieza a mostrarse preocupada) Pero, cariño, ¿hablas en serio?... ¡Sí! (asegura Frankie) ¿Crees que soportaría quedarme aquí contando historias. (De pronto, en un rapto de cariño, se abraza a Berenice) A veces, Berenice, creo que te cuesta más que a nadie en el mundo darte cuenta de lo que sucede... Pero dices que no sabes adónde irás. Te irás, pero no sabes adónde (repite) Eso para mí, cariño, no tiene sentido... Sabes, me siento como si alguien me hubiera arrancado la piel de golpe. Me gustaría comer un poco de helado de melocotón. Pero todo lo que te he dicho es una solemne verdad. Me iré de aquí después de la boda..." Pronto, la noche arrastraría consigo la visión clara de las cosas, recomendando verificar con los sentidos la monotonía del mal uso de las palabras, y aceptar que los criterios personales acaban siendo acontecimientos muy simples. Y todas aquellas reflexiones nacidas en el "seno del yo" de Frankie Addams, el escepticismo expresado por Berenice en cuanto a las percepciones obsesivas de la niña, con su mérito y su demérito, como confesiones de verdades fundamentales, reducidas a sensaciones y a profundas reverencias a los hechos por venir, se espesarían en las tinieblas...

                             Honey Brown y T. T. Williams

Se oyó un ruido, y al volverse, Berenice y Frankie vieron a Honey y a T. T. Williams, de pie en la puerta de la cocina. Honey, aunque era hermano de leche de Berenice, no se le parecía en nada: era casi como si hubiera venido de algún país extranjero, como Cuba o México. Era de un negro pálido, casi lila, con los ojos estrechos y tranquilos y el cuerpo flexible. Detrás de él, estaba T. T. Williams, más bajo y más negro; tenía el pelo casi gris, era más viejo aún que la propia Berenice y llevaba su traje de ir a la iglesia, con una insignia encarnada en el ojal. T. T. Williams era un pretendiente de Berenice, un negro acomodado que tenía un restaurante para la gente de color. A Honey no le habían admitido en el ejército, y había estado trabajando de paleador en un pozo de grava hasta que se rompió algo por dentro y no pudo hacer más trabajos pesados. (Carson McCullers)...
"... Hola muchachos, no os he oído llegar" (había exclamado Berenice, que se preparaba para salir hacia su casa. Honey poseía ahora una trompeta, y tocaba algunas noches en un café, aunque sin cobrar. Solía casi siempre andar metido en líos que desesperaban a Berenice: Esa noche había llegado junto a T. T. Williams con un buen golpe en la cabeza, que trató de disimular entre la penumbra de la cocina, lavando su frente con agua clara en el fregadero. Y allí permanecieron los cuatro, T. T. Williams, Honey agachado en en fregadero, Berenice y Frankie agrupados en la oscuridad: "Pero, ¿qué es esto? ¿Qué pasa? (preguntaba ya Berenice. El pequeño John Henry se había unido también al grupo reunido en la cocina. T. T. Williams fue el primero en responder): "Como siempre, tu hermanastro Honey se ha vuelto a meter en un buen lío. Estaba frente al café de Sam y la policía le ha golpeado en la cabeza... ¿Qué? (Berenice no puede dejar de sorprenderse, aunque ya debería estar acostumbrada a los problemas que siempre parecen acompañar a Honey, y exclama observándolo, tras encender la luz) Te han hecho un chichón del tamaño de un huevo... (Honey se seca la frente y replica deprimido) En momentos como este pienso en largarme o morirme... (Berenice con seriedad) ¿Qué estabas haciendo?... ¡Nada! (se justifica Honey) Iba por la calle pensando en mis cosas, cuando un soldado borracho salió del café de Sam, chocó conmigo, lo aparté, y entonces se inició la pelea. Llegó la policía y me golpeó... (T. T. Williams trata de suavizar el hecho) Ha sido un accidente. Podía haberle pasado a cualquiera. (Mientras explican lo sucedido, John Henry ha tomado la trompeta y pregunta a Honey) ¿Por qué no tocas un poco, Honey?... ¡Deja mi trompeta, chico! (se enfurece absurdamente Honey, mientras John Henry sopla y sopla tratando de arrancar algún sonido al instrumento, y tararea: ¡¡¡tútutututu!. Berenice no puede por menos que reír, al mismo tiempo que Honey arranca la trompeta de las manos de John Henry) ¡Te he dicho que no la toques! Mírala, esta llena de saliva. ¡La has estropeado! (Zarandea al niño y Berenice grita a su hermanastro) ¡No le pongas la mano encima al muchacho o te arranco tu cerebro de mosquito! (Honey, inmediatamente arrepentido, pasa la mano sobre el pelo del chiquillo) A veces John Henry necesita una zurra, ¿verdad chico?... (Berenice se dirige al niño) Anda, cielo, ahora vete a casa, si no llegarás tarde a cenar... (Honey lo alza en brazos. Luego se saca una moneda del bolsillo, la esconde en un puño, y le indica al pequeño) Una sorpresa para que elijas. ¿En qué mano está el dinero? Si lo adivinas será para ti...  (John Henry toca la mano derecha) ¡He ganado! ¡Muchas gracias! (y sale de la cocina contento. Frankie se dirige ahora con adulación infantil a Honey) El traje que llevas es muy bonito, Honey. Ayer oí a alguien que te llamaba "Pies ligeros Brown". Creo que es un apodo magnífico. Supongo que es por tus visitas a Harlem y a todos esos lugares que has visitado. ¡"Pies ligeros"! Me gustaría que alguien me llamara "Pies ligeros Addams" (Berenice ironiza) Y a mí me gustaría que él tuviera los pies en el suelo. Me pone de los nervios. Y además, no deja de preocuparme. (Berenice, ya preparada, se dispone a marcharse con ellos. Toma su bolso) Ya estoy lista... Y tú, Frankie, querida, olvida todas las tonterías de las que hemos hablado, ¿me oyes? Y si tu papá tarda, ve a casa de tía Pat cuando oscurezca del todo y juega un rato con John Henry. (Frankie se siente mortificada) ¿Desde cuándo me da miedo la oscuridad? (Berenice sonríe) Encontrarás la cena en el horno, y ahí, en la mesa, te he dejado un pastel... (Berenice besa en la frente con gran cariño a Frankie) Buenas noches, corazón...
 
(Frankie se queda completamente sola, toma el plato, empieza a cenar... pero con desgana. Deja el plato a un lado, y, finalmente, apoya tristemente la cabeza en su mano)...

                       Frankie descubre su "nosotros"  

La ciudad de su libertad infantil, su felicidad juvenil, los doce años trancurridos en nada han cambiado la suerte de Frankie, porque, como no puede ser de otra manera, siempre es su infancia la que sobresale cada vez más en su memoria. Y cuando se hace el silencio absoluto, se siente olvidada. Los hombres y mujeres que la acaban de abandonar, que ahora duermen ignorando su angustia, son, pese a todo, los únicos seres vivos en una ciudad que ahora detesta. Y Frankie vuelve a sentir el peso de su infancia como un despertar dolorido.Y ese hogar donde se ocultaba y protegía, parece no existir ya. Nadie la recuerda. Ahora comprende el sentido trágico que posee el universo infinito, donde la existencia nace y vive ahogada en una distancia inconmensurable que nada sabe de nosotros. Y esa distancia, que surge de nuevo en sus pensamientos, se ha convertido para Frankie en una absurda enemiga. La expulsa de toda esperanza, parece vivir en el reino de lo inmutable. Tan sólo puede revivir la alegría del regreso de Jarvis, ahora convertida en una inútil nostalgia. Y que, pese a todo, le sigue concediedo un suplemento de felicidad. Pero, de inmediato, sabe que nada ha cambiado en su mundo, y la distancia vuelve a convertirse en dolor. Odia la noche en esa tierra pequeña que la rodea, ahora amodorrada, porque, en efecto, nadie, en aquella ciudad dormida, sabe nada de ella. Únicamente conserva los besos de Jarvis y de Janice, después de una separación, para ella, "tan larga". Y otra vez vuelve a hallarse completamente sola en aquel viejo porche, inmovilizada por la decepción y el abandono de que ha sido víctima. Todo cuanto ama se halla muy lejos. Frankie, extraviada en aquella ardiente noche de verano, donde zumban, como única compañía, los insectos, seguirá soñando con los ojos abiertos. Y para encontrar una solución a ese olvido, debe recurrir al pequeño John Henry, la única forma humana que, al otro lado del jardín, pasa la noche sola, como ella: "John Henry... John Henry... (La voz, un tanto solapada de Frankie parece arrastrarse en vez de correr al encuentro de la única mirada concebible como realidad en la noche. El pequeño aparece en la ventana) Estoy aquí, Frankie... ¿Duermes?... No,... ¿qué quieres?... Ven a pasar la noche conmigo (le dice, algo tirante) No puedo (se resiste John Henry. Y Frankie inquiere con aspereza) ¿Por qué?... Por que no... (Frankie trata de disimular el fastidio que le proporciona su ruego) ¿Por qué no? Lo pasaremos muy bien... (John Henry se resiste) Frankie, ahora no tengo ganas de ir. (La niña apura su paciencia, y farfulla entre dientes) ¡Estúpido enano! ¡Como quieras! Sólo te lo he dicho porque creí que estarías aburrido... (John Henry se sigue saliendo por la tangente) Sí, pero no lo estoy... (Su prima ruega de nuevo con voz más calmada) Verás, es que esta noche no quiero estar sola en esa casa vieja... (John Henry confiesa con reproche) Estoy enfadado contigo... (Frankie observa el cielo nocturno, y contrariada, se finge pensativa, disponiéndose, con voz amenazante, a asustar al pequeño) Creo que va a pasar algo. Todo está muy tranquilo. Lo intuyo. Tengo un sexto sentido de carácter sobrenatural. Estoy segura de que se acerca una tormenta... (John Henry, que empieza a dar muestras de miedo, no duda, pese a todo en rechazar de nuevo la oferta de su prima) No quiero pasar la noche contigo... (Frankie se hace la desentendida, y sigue fingiendo fantasías tremebundas) ¡Una tormenta terrible! ¡Espantosa! O posiblemente ¡un ciclón, un tornado, o un gran maremoto! (John Henry, algo angustiado) Frankie, si tienes miedo, cogeré la bolsa y me iré a tu casa... (Ahora las exclamaciones de Frankie se convierten en un débil hilo de voz que ironiza, sabiéndose vencedora) Haz lo que quieras... (John Henry duda) ¡Me quedo! (Frankie mortificada de nuevo, antes de alejarse, exclama furiosa) ¡No necesitas bolsa! ¡No te vas a la selva, sino a mi casa! Díselo a tu mamá... Está en el cine... No te preocupes, sabrá donde estás. ¡Vamos!... (John Henry se retira en seguida de la ventana, mientras Frankie se introduce en la casa silenciosa, con el ánimo por los suelos, y se dirige a su habitación a oscuras. Su primo sale de estampida de la otra casa, cruza corriendo el jardín llevando consigo a su mascota de noche: una muñecona de largas patas, sube a la habitación de Frankie, que se halla en el cuarto de baño, y antes de meterse en la cama, se arrodilla, junta sus manos y reza) "Ahora me voy a dormir. Si muero antes de despertar, le ruego a Dios que se lleve mi alma. Señor bendice a Berenice, a mamá, a tío Roy, a Honey, a T. T., a los americanos y a Frankie. (Y quitándose las gafas se introduce en la amplia cama de Frankie, que sale ahora del cuarto de baño en pijama, y cuando John Henry trata de preguntarle) Frankie, cuando Berenice dijo... Calla... (le corta la niña, mientras oye el sonido de una trompeta en el exterior) Me parece que es Honey... (Apoya su cabeza en la mosquitera que protege la ventana, tras la cual vuelan varias polillas, y suspira con tristeza. La trompeta deja de sonar y John Henry dice) Ahora está sacando la saliva de la trompeta... (Frankie ruega en voz baja) Por favor, Honey, vamos, termina... (John Henry aventura) Seguro que un policía le ha hecho parar... (Frankie observa el revoloteo de las polillas, y se pregunta a sí misma, quedamente, y emotiva) ¿Por qué se les ocurrirá venir siempre aquí? Estas polillas van donde quieren, y siempre están en las ventanas de esta casa... (Se dispone a lavarse los dientes, y confiesa a su primo) Le he dicho a Berenice que pienso irme de la ciudad, pero no se lo ha creído. (Lavándose los dientes) T...te juro que a veces creo que es la más estúpida del mundo. Intentar comunicar algo a una estúpida como ella es como hablar con una pared. No paro de repetírselo. Le digo que me iré de la ciudad... porque es inevitable... (Tras enjuagarse la boca, repite) ¡Inevitable!... ¿Qué es inevitable, Frankie? (inquiere John Henry sin entenderla. Pero Frankie, según acostumbra, sigue con sus reflexiones) Estoy pensando, John Henry... ¿Qué estás pensando, Frankie?... En la boda. En mi hermano y su novia. Ha pasado todo tan rápido (La niña se perfuma ahora insistentemente), que confieso que nunca habría creído que la Tierra girara a una velocidad de mil millas por día. Pero ahora, me parece que siento que el mundo va muy rápido. (Frankie empieza a dar vueltas a gran rapidez) ¡Siento como gira y eso me marea! (John Henry, bostezando, empieza a aburrirse, y aclara) Gira en otro sentido... (Frankie se detiene de pronto, y pensativa, como en trance, aduce) ¡Me iré con ellos!... ¿Qué? (John Henry, aunque extrañado, se acurruca tras tratar de reblandecer la almohada. Frankie insiste) Digo que me iré con ellos. Lo he sabido toda mi vida. (Entusiasmada) Mañana se lo diré a todos. Después de la boda me iré con ellos a Winter Hill... ¿Hablas en serio? (pregunta todavía John  Henry, adormeciéndose. La niña sigue como en estado de shock) Mi problema es que durante demasiado tiempo yo sólo he sido un "yo" personal. Toda la gente es un "nosotros" excepto yo. Cuando Berenice dice "nosotros" se refiere a su iglesia, a la gente de color. Los soldados son un "nosotros". Y hasta esta tarde yo no tenía un nosotros. Pero, cuando he visto a Jarvis y a Janice, he descubierto que mi hermano y su novia son mi "nosotros". Por eso me iré con ellos cuando termine la boda. (El rostro de Frankie se muestra delirante de satisfacción) El domingo que viene cuando mi hermano y su novia se vayan, ¡sí!, me iré con ellos a Winter Hill. Y después les acompañaré a dónde ellos vayan. (John  Henry se ha dormido, y Frankie, tras apagar la luz, sigue, en la oscuridad, con su desvarío, casi en éxtasis) Los quiero muchísimo a los dos. Y tenemos que estar juntos. ¡Sí, los quiero muchísimo, porque ellos son mi "nosotros"!...