martes, 9 de abril de 2019

Proceso a Mariana Pineda -VII Parte-

LA ABERRACIÓN TIRÁNICA Y CRIMINAL DEL ABSOLUTISMO. PRIMER ENCARCELAMIENTO POLÍTICO DE UNA MUJER EN ESPAÑA. CONDENA Y POSIBLE PENA DE PATÍBULO DE LA LIBERAL Y CONSTITUCIONALISTA GRANADINA MARIANA PINEDA.

Mariana sabe que la posibilidad de su liberación será como recorrer un camino largo y pleno de insidias por el que se cernirá en todo momento la sombra demoníaca de Pedrosa. Comprende que su lucha liberal ha roto definitivamente el curso normal de su vida. Decidida, no obstante a guardar silencio, sigue en su interior enorgulleciéndose de la superioridad moral que ha guiado todos y cada uno de sus actos en su encubierta lucha contra el absolutismo monárquico. Una superioridad personal intrínseca basada en un pauta de valores que jamás se doblegarán frente al servilismo público y despreciable al que meticulosamente se entrega su enemigo, el autosuficiente, altivo y malévolo Alcalde del Crimen de Granada Sin embargo, el gran tormento que ahora la acomete es el recuerdo de sus hijos, y el ansia de poder verlos o por lo menos recibir noticias de ellos. Y por tal motivo, ante la esperada visita al convento donde se halla retenida de su abogado defensor, Aguayo, se muestra profundamente inquieta: "¿Y mis hijos? ¿Ha conseguido el permiso para que vengan a verme? (Su abogado niega cariacontecido) No... (La voz de Mariana revela el gran punto de ansiedad que la ahoga) ¡Sólo me preocupan ellos! ¿Ha ido a verles? ¿Cómo están? (Su abogado trata de tranquilizarla) Bien, muy bien... (La joven exclama impulsivamente) ¡Cómo van a estar bien sin su madre al lado!... (Abogado) Están muy bien tratados. La recuerdan, la echan de menos. Desean su regreso. Es cuanto puedo decirle... (Mariana en su aflicción solitaria, reflexiona sobrecogida) Me pregunto si ellos tienen que pagar este precio. (El abogado vacila, la observa entristecido) La vida es así. Lo peor es que tengo malas noticias... (La joven se muestra ahora, asustada, una sensación aguda de dolor) ¿Alguno de mis hijos está enfermo?... No, no. Se trata de su causa. (Mariana toma asiento más tranquilizada) No sea usted pesimista, Aguayo. Parece mentira que simpatice con nosotros que luchamos por la libertad. (Aguayo seriamente) Mariana, este no es el momento. No sueñe. No es un sueño, es una realidad. (La joven luchadora se siente más optimista al asegurar) Dentro de muy poco habremos vencido. Y ahora, venga, ¿cuáles son esas malas noticias?... Pedrosa ha sido comisionado por la Corte para fallar las causas de conspiración. (Mariana reflexiona) Verdaderamente, eso no es bueno... Sí (afirma su abogado) También ha sido nombrado alcalde de Casa y Corte. (Mariana lanza una última apuesta envuelta en la calidez de nuevas esperanzas) De todos modos, tengo confianza en los míos. No dejarán que llegue el proceso. Además, todo esto terminará en seguida. (Aguayo insiste) Pedrosa es un fanático. Él no tiene que rendir cuentas a nadie con el nuevo nombramiento. Sólamente en caso de pena capital, está obligado a consultar directamente al rey. He intentado ver el sumario. Y se niega a mostrármelo. Aduce que aún siguen instruyendo pruebas y no es definitivo. (La joven trata de sobreponerse) Consiga el permiso para que vengan a verme mis hijos. Lo necesito. Mis únicas malas noticias es no verlos... Mariana (evalúa con tristeza la situación su abogado), en estas circunstancias tan graves dudo de qué clase de clemencia puede ser positiva. Sólamente hay una salida... (En Mariana decrece ahora el conocimiento de sus esperanzas, porque jamás se beneficiará de la delación. Y exclama) ¡Ya! Decir los nombres. Mi vida va en ello ¿verdad? ¡No, gracias! ¡No puedo hacerlo! Mi vida a cambio de otras que yo delataría. ¡No!... Mariana, su casa está bajo notario de la sala, en un término de quince días. Pedrosa los ha reducido a doce e improrrogables. (Mariana con el desasosiego de su desprecio hacia el alcalde del Crimen) ¡Ya! ¡Tiene prisa! Estoy en sus manos. (Abogado) Pediré la vista de Estrados Públicos... (La joven con estremecida indefensión) La denegará... (Aguayo se muestra esperanzador) Esa diligencia siempre se ha concedido en tribunales y juzgados... (Mariana desanimada) Inténtelo. Quiero vivir. Pero ante tanta urgencia, por favor, consiga el permiso para que vengan mis hijos a verme. No pido demasiado. (Aguayo afirma) Así lo haré. ¡Ah!, otra cosa. Mi obligación es defenderla con todos los recursos... Ese es su deber... (El abogado sugiere) Entre ellos podría estar Pedrosa. Fue un solicitante de Mariana Pineda. (La joven impulsivamente) ¿Quién ha dicho eso?... (Abogado) La gente... (El aspecto del rostro de Mariana lanza ahora destellos de excitación y desprecio) ¡No acudiré a ese recurso! (Aguayo insiste) Podría ser definitivo (Mariana no vacila en su despecho) ¡Pedrosa es un miserable! Y yo no voy a imitarlo... (Abogado) Se trata de vuestra vida... (La posibilidad de dar pábulo a esos infames comentarios apresuran la negativa rotunda de Mariana) ¡Pedrosa no ha tenido ninguna historia conmigo! (Aguayo de nuevo) Pero quiso tenerla. (Mariana exclama) ¡Pero yo no quise! No hay cuestión... Mariana, su despecho podría sernos muy útil... (Mariana decidida a no aceptar semejante proposición) Mi denuncia no sería honesta. Todas las mujeres hemos tenido historias de solicitantes y hasta de despechados. ¡No utilizaré eso! Gracias... (El abogado besa su mano con admiración)
 

EL ÚLTIMO ENFRENTAMIENTO DE MARIANA PINEDA CON PEDROSA TRAS EL FALLIDO INTENTO DE FUGA

Pedrosa se muestra cauteloso ante el silencio que se obstina en guardar su prisionera. Trata de no fijar el momento decisivo en que habrá de fijar su condena definitiva, e intenta convencerse a sí mismo de que para lograr su propósito, es decir la denuncia de los conspiradores por parte de Mariana, no hay más alternativa que prodigar sus visitas al convento en que se halla confinada y suscitar en ella el miedo a nuevos interrogatorios hasta conseguir abatir la rebelde actitud de enfrentamiento que la prionera  se obstina en mantener contra él. En la que será su última visita al convento, Mariana, aparece en lo alto de la escalera. Las recogidas del Beaterio la esperan emocionadas y gritan a su paso: ¡¡"Libertad, libertad!!...¡Doña Mariana, usted es la libertad!!" La joven se muestra vivamente emocionada por las muestras de solidaridad de sus compañeras de cautiverio, mientras se dirige hacia la estancia en que tendrá lugar su nuevo enfrentamiento con el alcalde del crimen. Una vez allí, permanece de nuevo distante ante su opresor que lleva consigo una cartera de documentos, y observa inquisitivamente la aparición de la prisionera que no le demuestra el menor interés. Luego con su  estricto sentido triunfante, Pedrosa sonríe maliciosamente al dirigirse a ella: "Tengo las pruebas de que está usted involucrada en la conspiración. Estas cartas requisadas hablan del posible asesinato del rey como objeto principal de los conjurados. (Mariana siempre displicente) Ah, ¿sí? (Pedrosa continúa con sus acusaciones mostrándole la carpeta de documentos) ¡Sí! Todo está aquí... (Mariana rechaza sus argumentos) Para mí sigue sin estarlo.  Estoy al corriente de sus planes... (Pedrosa con voz de reproche ante su empecinamiento y muestras de desprecio) El ministro de Gracia y Justicia ordena que la lleve a los tribunales. (La joven ironiza) No habrá venido a justificarse... ¡No! (Se muestra contrariado Pedrosa) Mi deber es obedecer. (Mariana trata de librarse de sus asechanzas y suplica asqueada) Por favor, estoy muy cansada. Diga lo que quiere y márchese. (Pedrosa no cede, y propone) Quiero salvarle la vida. (Mariana se revuelve) ¿Con los requisitos de siempre? (El alcalde del crimen expone) Sí. Declaración verdadera y súplica de perdón. (Mariana despreciativa) Estoy al corriente de sus planes. (Pedrosa persiste obsesivo) Escriba esos nombres. Nadie se enterará de su delación, excepto el ministro de Gracia y Justicia. Estoy ofreciéndole la vida. (Mariana fría, casi extrahumana) Gracias. No puedo defenderla... (Pedrosa trata de conmoverla) ¡Sus hijos la necesitan viva! (La joven, que le había dado la espalda, se vuelve súbitamente con el tono impulsivo y honesto que Pedrosa en realidad tanto teme) ¡Sigue usted sin entenderme! (El alcalde del crimen exhibe su odiosa tiranía al exclamar) ¡Es usted una fanática imosible! Escriba usted esos nombres y evitaré el juicio. Piense en sus hijos... (Mariana, aunque llena de una amargura comprensible, sigue mostrándose fuerte y violenta en sus argumentos) ¡Todo me ha sido arrebatado, mis bienes embargados, mis hijos no pueden venir a verme, y sé que voy a ser condenada! ¡No  veo que necesite ninguna prueba más para llevarme a la muerte! ¡Por Dios, márchese! Estoy muy cansada. Todo parece tan complicado, y, sin embargo, es tan fácil. ¡El miedo no dura siempre! (Amenaza ahora a Pedrosa con aspecto resplandeciente en su rostro y plena concienciación con la causa que defiende) En esta habitación en que podemos mirarnos cara a cara, ¿cree usted que un hombre y una mujer que se sienten un odio recíproco, por lo menos una vez en la vida son capaces de hablar con el corazón en la mano, libres de prejuicios e intereses particulares? (Pedrosa absurdamente esperanzado) Pienso que es posible. Escriba esos nombres... (La joven prisionera exclama impulsivamente, fatigada y aburrida por el detestable mundo de tensión torturadora que Pedrosa intenta seguir ejerciendo sobre ella) ¡¡No me ha comprendido!! ¡Yo ya no soy independiente ni libre para actuar por mí misma! (El alcalde del crimen expone su instinto servil, sus propios intereses,  hábito de su gran cobardía ante la entereza de la mujer que, aunque condenada, es capaz de seguir enfrentándose a él) No entiendo esa filosofía. La realidad es que sus hijos la necesitan viva. (Mariana admirablemente desafiante egrimiendo su alto sentido de elrevada moralidad liberal) Pero ¿es que no quiere usted entenderme? ¡Yo me abandono a mi destino que es luchar por la libertad, y usted está condenado a ser un servil! ¡Y yo entiendo que cuando no hay nada con dignidad suficiente que justifique el servicio, la decisión de servir no es más que servilismo! ¡Moriré por lo que amo, que es la libertad! ¡Nadie puede evitarlo,... ni siquiera usted! ¡¡Nadie es mi juez!! (Pedrosa, casi vencido y un tanto acobardado ante la plenitud  maravillosa y emacipada de la tiranía absolutista que Mariana esgrime) ¡Fanática, fanática, delate a esos hombres y evitaré el juicio! (Mariana, mirándole desafiante, esboza una sonrisa de desprecio) ¡Ahora soy syo quien le tiene lástima, porque no puede impedir lo que siempre ha temido! ¡El asesinato judicial de una mujer! (Pedrosa, tembloroso, no puede asumir aquel acceso de valentía de su prisionera, y la amenaza de nuevo) Se equivoca. La juzgo nociva. Mi deber es mantener la seguridad. (Mariana mantiene su firmeza) Si he de morir, muero por mis sentimientos políticos, razones que usted desconoce. ¡Su conciencia no le librará de mi muerte! (El alcalde del crimen, interiormente derrotado) Usted misma se condena. ¡Hemos terminado!... (Cuando Pedrosa abandona la estancia en que ha tenido lugar el enfrentamiento definitivo con su prisionera a la que ha tratado de someter, sín éxito, con sus medios violentos y tortuosos, las arrecogidas del Beaterio, que lo han escuchado todo, se arremolinan a su alrededor, y le increpan ante la estupefacción de las monjas y la sonrisa irónica del policía): "¡¡Canalla,... fuera, fuera!!... (Mariana que sale triunfante, aunque con la tristeza reflejada en su rostro, es al mismo tiempo objeto de la aclamación y apaluso de todas las mujeres): "¡¡Viva Mariana!! ¡¡Viva la libertad!!" (Mariana se detiene un instante en la escalera y ruega agradecida) "Callad, que tarde o temprano me han de matar... (La cabecilla de las recogidas excama) No es verdad, Mariana. ¡Vivirá!... (Mariana reflexiona) Si fuera así, cuando el cazador no mata al halcón, lo tiene como reclamo. Entonces lo mantiene vivo, enjaulado. (La compañera trata de concederle toda la eseranza posible) ¡O la sueltan o vienen por usted!... (La monja) "Siga, señora" (Y a las demás) "¡Ustedes, a trabajar!"