lunes, 13 de junio de 2022

Last Exit to Brooklyn (Última salida Brooklyn)


Hubert Selby Jr. autor del libro (casi documentalista) del mismo nombre, se movió por las más oscuras y desgarradoras cavernas de una sociedad anclada en una gigantesca jungla de desamor, que parecía consagrarse implacablemente a la más extrema de las violencias, fueran éstas del tipo que fueran. Su obra, tachada de obscena, como un siglo antes sucediera con Gustave Flaubert y su "Madame Bovary", vivió un sonado juicio, cuyo veredicto de pornografía fue, finalmente, revocado. La narración de Selby es tan caótica, irritante y atroz como el documento que retrata, y su lenguaje entra de lleno en ese vívido subterráneo que se define entre un abusivo recorrido por los sumideros del esperpento y de lo sublime. Es contagiosa, pero no derrocha ingenio. Sus personajes electrizan, justifican la trama oscura en que se desenvuelven sus vidas, pero son como fantasmas insoportables que van descomponiéndose en el absurdo purgatorio de sus existencias.


 

                                        [Ulrich -Uli- Edel, Neuenburg am Rhein, Alemania, 11 de abril de 1947] 
 


Cineasta incunable, y cuyo film de 1981 "Yo, Cristina F. (Christiane F. – Wir Kinder vom Bahnhof Zoo) resultó un notable documento social y estremecedor de una juventud que jamás pareció tener noticia sobre aquellos ideales que quintaesenciaron el meollo cívico y concienzudo del mayo del 68, abordó, para caer después de este film casi prácticamente en el olvido, al igual que Hubert Selby. Protagonizada por actores juveniles alemanes desconocidos como Natja Brunckhorst, Thomas Haustein, Jens Kuphal, y Rainer Woelk, la película contó con una banda sonora y la aparición de David Bowie. Fue una representación cruda de la espiral descendente de una joven en la adicción a las drogas.



"Last Exit to Brooklyn" ("Última salida Brooklyn"), 1989, con Jennifer Jason Leigh, Stephen Lang, Peter Dobson, Stephen Baldwin y Burt Young, conectándose al disloque de Selby, se desentiende  de toda basura consumista americana, de la que, al parecer,  ni el autor de la novela ni el director del film jamás quisieron inferir nada. Uli Edel corrió el maratón del fracaso total, pero evitó la subordinación a los organismos concretos de la comercialidad, para acabar hundiéndose en los mismísimos abismos expiatorios de la narración, que ya había vivido la endemia puritana de los otros EEUU, los menos desenfocados (que diría Woody Allen). Los héroes están ahí, eso es cierto, pero quedan tan sólo en los celebrados libros de historia. Edel nos habla de otros héroes menos atractivos: los anónimos, los pisoteados. Los que no quieren saber nada de libros (pero cuyas naturales o bajas pasiones han llenado miles de páginas a lo largo de los siglos). Los que forman millones de ejércitos ignorantes que atraviesan cada día de su vida la postrer puerta del infierno, sin conocer jamás el porqué de ese inextricable mecanismo de su propia autodestrucción. "Last Exit...", por momentos, parece un irracional réquiem por la especie humana, que, como reza el título de otra novela de Hubert Selby "Requiem for a Dream" ("Réquiem por un sueño")  [que en el 2000 llevaría a la pantalla Darren Aronofsky con Jared Leto, Jennifer Connelly, Ellen Burstyn, Marlon Wayans, y Christopher McDonald], parece empeñada en reducir a cenizas e imponer su canto fúnebre a todo tipo de ensoñaciones. Quizás sea algo demagógico que Uli Edel se empecine en convertir a sus protagonistas, hombres y mujeres, en auténticas bestias descerebradas que se crecen en la oscuridad de sus apetitos desenfrenados, para acabar casi siempre entre el fango o las polvaredas del ominoso anonimato. Pero no había otra manera de arrastrar hasta la pantalla el atroz documento, que no novela, casi periodístico, de Selby, y convertirlo, a pesar de todos los pesares, en una obra clave e irrepetible de la cinematografía de finales de los 80, y hoy reverenciada como obra maestra indiscutible.

 
 
 
[Una gran historia de Brooklyn, en la que, por supuesto, no falta la corrupción sindical de la etapa de los 50, y la violencia, los tabúes y normas sociales, y la homofobia más feroz. La serie de personajes de dicha fauna está formada por los marineros que allí recalan, por una pobre prostituta siempre maltratada, por los jefes sindicales y un cabecilla violento y uranista, que no puede ocultar sus tendencias, por las que pagará un alto precio moral. Y los hooligans con sus actos vandálicos y la comunidad gay establecida en Brooklyn a principios de los años 50]
 
 

El disconforme Edel, como un entomólogo del amargo fluir del tejido humano, fragmenta la obra literaria, y de ese rompecabezas que jamás ofreciera más respuesta que la del discurrir sin sentido del cruel submundo que, en el film, mendiga casi de todo: amor, sexo, comprensión, estabilidad, por aquellas sucias y polvorientas calles, barridas por el amenazador viento nocturno, del más dantesco Brooklyn de los 60 jamás reflejado en una pantalla (durísimo conjunto de imágenes a la usanza del Welles de "Touch ov Evil" ("Sed de mal"), de 1958, y que acabarán uniéndose en un todo inquietante, como estremecedores retazos de un celuloide nauseabundo e incomodísimo), que hiede a cine con auténtico mensaje, y en el que sus personajes sin glamour se estrellarán contra el más cochambroso asfalto de sus propias vibraciones emocionales, hasta conseguir por ello todo lo contrario a sus propósitos, "no menos desquiciados". Fauna desnuda la de este Brooklyn, incapaz de afianzarse en su propio yo, de descubrir los misteriosos entresijos del comportamiento humano (intrincando como todos sabemos muy bien).

 


Uli Edel no nos viene, pues, con cantos de sirenas; nos habla con claridad de la verdad más cruel, y nos deja a todos, personajes y espectadores, en callejones sin salida, frente a los cuales la cotidianeidad de los protagonistas jamás parece acabar por madurar. Y así, aunque resulte duro, Edel nos obliga a mascar la vida como la mascan Jennifer Jason Leigh, extraordinariamente identificada con el personaje de la prostituta callejera Tralalá, y un casi desconocido Stephen Lang, que nos ofrece uno de los más complejos exámenes jamás disfrutados en cine del ambiguo -homosexual reprimido- e infortunado líder sindical Harry Black. 

Y finalmente Alexis Arquette (R.I.P.) como la "reinona Georgette", que sucumbirá trágicamente entre ese vívido paisaje urbano de sus sueños de amor, sexo y droga, y la realidad patética de su artificialidad postiza, aparatosa, como vestigio humano que jamás se adecuará a su otra realidad: la de la total incomprensión.
 
 


Edel consigue, por primera y única vez en su vida, auténticos destellos de genio. Un ejemplo: el terrorífico estallido de los huelguistas en su enfrentamiento nocturno con la policía es una de las mejores ilustraciones de los horrores laboralistas pergeñados en USA, y que, por momentos, nos recuerda al siempre candente clasicismo ruso de Eisenstein.
 



 


"Last Exit to Brooklyn" de Uli Edel, vista hoy, sorprende por su contundencia brutal, por su estructura cinematográfica perfecta. Humildemente majestuosa, ha pasado a convertirse en uno de los más grandes clásicos de los 80. Todo él palpitación vital en sus planos secuencia, minimalista en su concepción coral de perfiles y colores. Traspasa la superficie escatológica de su fuente, en la que se confrontaba, más o menos, el tan traído y llevado carácter americano. Es como un encumbramiento de las artes menores, ya que, pese a no contar la más bella de las historias (porque jamás hallaremos el dulce néctar de los sueños entre los callejones tendenciosos de los comportamientos más inexplicables de la existencia de los hombres, casi siempre, por desgracia, abocada a una sumisión inevitable de tantos aciertos y desaciertos como los que se dan cita en cualquier listado humano), late en ella un escalofriante y abrasador melodrama, mediatizado por un solo hecho trágico: un rescate a fondo de la "vida suburbial, y no por ello menos real", con todo ese vértigo que aporta el más vivencial de los naturalismos. ¡Film señero! Denostado por los detractores de siempre, aunque sutil, sensible y único para sus adictos. Versión original suntuosa en su escabrosidad necesaria, a fin de captar las referencias subterráneas del ácido y lesivo lenguaje que transita en la película, y con el que tantas veces nos hiere. Pero si aceptamos la sublimidad dolorosa del film, debemos también someter nuestra mente a los laberintos idiomáticos con que nos esclaviza la imaginación del autor de la "mal llamada" novela, y, por consiguiente, el no menos rupturista director cinematográfico, hoy olvidado, Uli Edel.




¡Sin segundas! No aconsejaremos dicho libro,... pero ahí está, para quien quiera impregnarse de la que fue llamada "escritura nerviosa" de Hubert Selby Jr.
 

Pero sí os exhortamos a que veáis la película, porque su potencial fílmico es tan grandioso que rompe cualquier convención genérica de tanta irreflexiva proliferación cinematográfica made in USA. Hoy, veinte años después, es un monumento impecable, conmovedor e irrepetible. Y como ejercicio vivencial, os aseguramos que, después de visionada, aprenderéis el porqué "de no poder andar por la vida tan ligeros de equipaje como quisiéramos..."

Estupendo tesoro en DVD, y que, años antes, tan sólo podíamos disfrutar, de tarde en tarde y a cuenta gotas, merced a las enriquecedoras filmotecas de algunas grandes ciudades.