¿Qué tendrá este "Free Cinema Inglés" que se atrevió a poner en solfa usos y costumbres, mojigatería e ira, de una Gran Bretaña gris, sucia, lluviosa, entre fabriles ciudades humeantes, proletarias hasta el infortunio neorrealista; y que, tras pergeñar definitivos retratos de conciudadanos europeos que gritan su rabia a los cuatro vientos, aún hoy se permite el lujo (¡y qué lujo!) de convencernos con sus razones y corrientes defensivas? A la inteligencia no la mueven las modas. El "Free Cinema" sigue fiel a sus ideas, a los conocimientos comprobables de nuestra existencia de cada día. John Osborne creó su sustento, Tony Richardson fomentó su sinceridad, y Richard Burton (espécimen perfecto de los "angry young men") nos demostró que el hombre fue y sigue siendo un lobo para el hombre.
Burton es cínico y mordaz, utiliza su intelecto y su verborrea privilegiada para armar trifulcas con quienes necesitan de su calor y afecto. No se acepta a sí mismo, le oprimen las estructuras de todo lo humano. La convivencia con él se hace imposible. Parece haber puesto en marcha su autodestrucción. Su abatida esposa (ante semejante egocéntrico, tan "antisocial" como malhablado) decide abandonarlo. Pero como el destino siempre reparte sus misteriosas cartas, aparece otro ser extraño, de acusada personalidad, más acorde con el "espinoso joven desengañado". Sus punzadas de soledad y de morboso deseo la conminarán a aceptar las mascaradas de insatisfacción del airado Burton (que también pudo ser Finney, Harris, Courtenay, o Bates)
¡Los arquetipos son perfectos! Mary Ure es la mujercita maltratada. Su bello rostro juvenil nos conmueve. Las mortificaciones a que se ve sometida por parte de su inadaptado consorte parecen prefigurar muchos de los desórdenes mentales que la aquejarían a lo largo de su vida real. Fue una estrella fugaz en el firmamento inglés dada su prematura muerte el 3 de abril de 1975 a los 42 años.
Claire Bloom es una magnífica "angry young woman". Sus iracundas y pasionales reacciones (primero en defensa de la Ure, luego atraída por el desenfreno verborréico y animaloide del Burton) la someten a esa otra medida de loba hambrienta, que augura su oculto fuego libidinoso. Es una actriz maravillosa. Una auténtica "zarza ardiente" frente a los dialécticos desmanes mesiánicos que el Osborne, a través de Richardson, pone en boca del más espléndido y genial pupilo de esa generación de desheredados de la fortuna que compuso para nuestro deleite el gran Richard Burton.
¡El condimento es mucho más exquisito si se saborea en versión original -subtitulada- tal y como fue concebida!