[Nacida
como Norma Jeane Mortenson, en Los Ángeles, California, EE.UU, el 1 de
junio de 1926-Fallecimiento no aclarado en Los Ángeles, el 4 de agosto
de 1962 a la edad de 36 años]
"Podía
hacerlo todo, de la comedia a la tragedia, y, naturalmente pasó por el
musical, aunque no con la frecuencia que hubiera podido desearse. Cantó,
por otra parte, en una serie de films no musicales. Su voz, no
demasiada, todo hay que decirlo, hizo milagros con las canciones que se
le encomendaron. El potencial erótico que emanaba de todo su ser lo
hacía igualmente de su voz. Su "Kiss Me" y "My Heart Belongs to Daddy,
quedarán siempre como las mejores versiones de ambas canciones. Nos
estremeció con su "One Silver Dollar" y "River of no Return" ¿Y qué
decir de su "Diamonds are a Girl's Best Friend"? Su "Heat Wave" caribeño
nos subió la temperatura a 40.
Sin
ser bailarina, bailaba con la misma gracia con que cantaba, y la manera
cómo "actuaba" las canciones citadas es un prodigio, por no hablar
también de su "Lazy" en "There's no Bussines Like Show Business" o
""Bye, Bye, Baby" de "Gentlemen Prefer Blondes".
Y su "I'm
Through With Love" de "Some Like it Hot" nos desgarró el corazón entre
lágrimas frente a la mirada más inolvidable de un Tony Curtis
travestido.
Y LLEGÓ HENRY HATHAWAY
[Nacido
como Henri Leonard de Fiennes en Sacramento, California, el 13 de
marzo de 1898- Fallecido en Hollywood el 11 de febrero de 1985 de
infarto agudo de miocardio a los 86 años]
Era hijo de la actriz Jean Hathaway y de Rhody Hathaway,
también actor y representante teatral. Su infancia y adolescencia vivió inmersa dentro del mundo de la
interpretación, y él mismo empezó interviniendo en el teatro en pequeños papeles
infantiles, e incluso apareció como extra o figurante en viejas películas del oeste durante la etapa del "Silent Movie". Y sirvió en el ejército norteamericano durante la Primera Guerra Mundial.
Y ya, como actor
secundario, en 1917, actuó en un corto titulado "The Storm Woman", de Ruth Ann Baldwin,
periodista que se convirtió en
escritora y directora de cine mudo en activo durante la década de 1910.
Fue una de las pocas mujeres que dirigió en la era temprana del cine. A
pesar de que fue
una de las primeras directoras en Estados Unidos, no se sabe mucho sobre
ella,
pero el trabajo que hizo en la citada década fue relevante para la
sociedad en
la que vivía. [En agosto de 1916, después de trabajar para la incipiente
"Universal Pictures" durante varios años como escritora y como
editora de películas, Baldwin se convirtió en directora de la "Universal" Su primer film fue "The Mother Call", 1916, un drama de un
carrete]
Merced a los éxitos comerciales
que entrañaba el grácil, liviano, brillante, barroco, misterioso y monumental
estilo de las realizaciones de Hathaway, el gran estudio hollywoodense de la "20th Century Fox",
que encabezó la mayor parte de su vasta filmografía, vio garantizada durante
casi tres décadas, muchas veces gracias a él, la estabilidad de una gran parte de su mercado. Convertido en
uno de los valores más sólidos y cotizados, al amparo de aquellas ruedas bien
engrasadas de cuantos productivos trenes de mercancías capitalistas
transportasen hacia cualquier confín del mundo aquel milagro que suponía el
arte cinematográfico, "sonido e imagen en conserva", los géneros más
supervivientes, entre los que se contaban los ciclos aventureros, se repetían
con escasas variantes accidentales en su filmografía. Los especialistas en cine de perfil heroico, que además de ser grandioso
y monumental, debían glosar las glorias, no sólo pasadas, sino, a poder ser,
presentes de la historia, se estabilizarían en Hollywood como gran potencia
capaz de trazar una amplísima y tajante divisoria entre los importantes films de
aventuras, que abarcaron el favoritismo mayoritario del gran público
internacional, incluso en los países altamente desarrollados, y las llamadas
"cinematografías menores" en las que, por supuesto, la merma de
cantidad no significaba una ausencia
de calidad.
El burócrata Hataway, gran hombre de negocios, jamás gustó de autofinanciarse
(excepción hecha de seis de sus sesenta y pico películas). Había ganado
cierto prestigio como especialista en westerns, cine negro y de
aventuras. Pese a que las críticas nunca le hicieron justicia, y que
los miembros de la Academia le negaron cualquier galardón, sus films
conocieron grandes éxitos de taquilla. Quizás por ello le llovieron las
ofertas de los grandes productores, puesto que todo el reconocimiento
artístico que se le negaba como director, progresaba, inversamente, de
modo regular y satisfactorio en sentido crematístico. A
pesar de todo, acabó por convertirse de este modo extraño en mago de
grandes conmociones fílmicas, que no parecían heredadas de ningún otro
maestro. Por alguna razón, temía encerrarse en la perspectiva
claustrofóbica de los estudios. Sorprendentemente astuto, Hathaway jamás privó a
sus espectadores de los vestigios más proféticos del heroismo, nos
dejó atisbar las ilimitadas delicias de la ilusión, y exageró cuanto
pudo las inmensidades paisajísticas más genuinas, o las oportunidades
magníficas que ocultaran en su cajón de memorias las turbulentas
ciudades norteamericanas. El cine estará siempre en deuda con él porque
sus anhelos más íntimos recorrieron, a través de la cámara, la
preeminencia de los exteriores más misteriosos y soberbios de este
planeta.
En 1953 dirigió el inolvidable thriller obsesivo, en technicolor, de "Niagara", con la primera gran interpretación de la fascinanteMarilyn Monroe, Joseph Cotten y Jean Peters.Henry Hathaway galopó de nuevo cuesta arriba, albergó una nueva esperanza de éxito fácil, y transformó al ángel Marilyn Monroe
(que tanto atraía ya a suspirantes multitudes y que empezaba a caminar
sola entre el tráfago hollywoodense) en deslumbradora y pérfida
adúltera, esenciada por un secreto de culpabilidad homicida. Fue, en
efecto, como rezaba el slogan del film, "un rabioso torrente de emoción que naturaleza alguna podía controlar".
"Niágara"
poseyó, ante el sofoco apasionado de nuestra infancia, todo el
desenfreno cromático capaz de rasgar el cortinaje que encubriera el
brasero ardiente de nuestras fiebres cinematográficas. Llegó hasta
nosotros con la ofrenda desbordada de una novísima y super lanzada Marilyn. Pero no era esa la explicación única. Deleitándonos en su contemplación, Henry Hathaway abría nuestro creciente consorcio de presiones cinéfilas con dos flamantes maravillas descubiertas por la Fox: ¡la Monroe y las cataratas del Niágara!
La
película fue un melodrama criminaloide, acuoso, tentador, y rebosante de sensuales
obsesiones maniqueas, frente a los celos desmadrados de un Joseph Cotten
inususal y magnífico, que codificaba el honor de marido engañado con la
idea irrefrenable de la venganza, apetitosamente condimentado así por
la pimientilla del suspense criminaloide, y de una milimetrada
artesanía, que haría las delicias de toda lengüetada forofa con ese taste sublime de lo irrepetible. Y que, por supuesto, los pífanos mitificadores del tiempo no harían sino revalorizar.
(Henry Hathaway (director), Charles Brackett (guionista), Joseph Mac Donald (fotógrafo) y SolKaplan (músico) volaron en picado, como golondrinas menesterosas, favorables, protegiendo a la medusa Monroe
(una vez más, íntimo fermento alado dentro de sí), en sus idas y
venidas emocionales donde, en efecto, no predominaban más sentimientos
que los de una rebeldía que oscilara entre el deseo y el temor de no ser
deseada; y porque en el film no existe una historia de amor al uso,
sino únicamente transferencias pasionales, con pequeños extremos
malvados de sensualidad fulgurante, donde la heroína se permite todos
los desenfrenos posibles entre un sigiloso y absorvente juego de
infidelidad en el que será el azar quien juegue al esquema del asesino
asesinado. Eso sí, Hathaway casi nunca nos concede sosiego al
exponer con certera precisión sus postulados, y en consecuencia nos mete de lleno en
serios embites de pasión, celos, despechos y venganza, y no duda en
abusar de la panorámica majestuosa de una Marilyn Monroe al
servicio de la cámara, coronada por un aura de irrefutable amoralidad,
pero que sin amilanarse ni por un instante, logra salirse de todos los
tópicos de la convención. Casi comprendida y admirada por sus vecinos JeanPeters y Casey Adams(típico ejecutivo yanqui y marido de quita y pon de la Peters -en el film- que exclamará al ver a la Monroe con su vestido rojo: "¡Hi, hay que preparar la manguera contra incendios!"),
será adúltera sin cargar las tintas del tremebundismo. Así,
su desdén y su ironía jamás se erigen en transcendentes, porque en su
conjunción de sentimientos de infidelidad palpable, se prodigará el
aburrimiento asfixiante de la hembra exuberante ante la anuladora y
violenta pasión masculina, siempre exacerbada por los celos desmedidos y
la debilidad, finalmente, criminal, del obsesionado e insufrible marido
de turno. Hathaway no duda, pues, en exponernos que son pocas las
alegrías del amor frente al hastío de una vida conyugal no deseada,
porque, al cabo, será el marido celoso, que tampoco tiene la conciencia
tranquila, quien preparará también, a imitación de su adúltera esposa,
el golpe traicionero, capaz de condenar a muerte aquel extraño ensueño
que equivocadamente consideró amor. Pero no hay mujer que no halle su
minuto para desertar, y proclame, descaradamente si se
quiere, que no puede evitar que los hombres pierdan la cabeza frente al
placer sublime que genera la belleza. Y ya sumergidos en el hechizo,
arrebatados por una especie de mágica embriaguez, abriremos la frontera
de nuestra veneración y agradeceremos el paso vacilante, casi irónico,
con que la adúltera se desliza por la pantalla, legando a una
degustadora posteridad, en medio de un tumulto de desbordante exposición
cromática, primitiva, casi prohibicionista, esa antología de fulgor rojizo cereza con que Marilyn Monroe, tras apoyarse un segundo en una de las jambas de la puerta de su bungalow, llenaría el white screen de nuestros sueños con su ya citado vestido rojo; y que dándole achares al traumatizado (por la vomitativa guerra de Corea) Joseph Cotten a los sones, melifluos y de estremecedoras cadencias eróticas, de su "Kiss me",
acabase por enseñorearlo todo: decorado y cataratas, con aquel rostro
único al que se intentó pintarrajear con imposibles tintes
criminaloides.
Ya lo sabía Hathaway.
Y se lo trabajó bien. ¿Qué hacer en ese trance? Dejar sentir sus
huellas, aunque no fueran tiempos viejos de aventuras.
En la
oscuridad, cuando el paso diabólicamente bello y trapalón de Marilyn Monroe ofrece
su tacto sedoso y rojo, va tras sus pensamientos y los nuestros como
ante una invocación de brujería. Temblamos ante la visión de lo nuevo.
Dejamos a Joseph Cotten abrasado por coléricas bilis sin un mal trago
de sedante whisky que echarse a la boca. Y así amanece en Niágara. De repente, la
adúltera se aburre de tanta exposición celosa, que arrastran sospechas a flor de piel. El juego de insostenible
equilibrio sentimental entre el matrimonio prosigue con el plot. urdido por la cónyuge y el tunante guapo, amante de turno (Richard Allan), para acabar de una vez con el celoso marido.
De hecho, es Loomis (Cotten) quien ha matado a Allan, arrojado su cuerpo en las
cataratas, y recogido los zapatos del muerto en lugar de los suyos.
Esto lleva a la policía a creer que Loomis es la víctima. Cuando Rose y sus amigos se disponen a acompañarla al apartamento, suena la melodía "Kiss Me" en el campanario de la City, que era lo acordado con el amante.
Cuando Rose y sus amigos se disponen a acompañarla al apartamento, suena la melodía "Kiss Me" en el campanario de la City, que era lo acordado con el amante.
Y Rose da por sentado, al escucharla, que el plan de asesinar a su marido ha surtido efecto, y decide volver sola a los bungalows.
El cuerpo es
recuperado y al día siguiente la policía lleva a Rose (Monroe) a la morgue para identificar el
cuerpo de su marido. Cuando es destapado el cuerpo ella reconoce al hombre
muerto, su amante, y pierde el conocimiento, y es hospitalizada.
Su vecina de bungalows, Polly, acude al hospital requerida por el detective y lleva a Rose algunas de las cosas que precisa.
La enferma delira y exclama tan sólo "Huir... Tengo que huir"
Cuando la amable vecina Polly vuelve al bungalows, trata de descabezar un sueño. Sus equipajes han sido trasladados a la cabaña B donde pernoctaban los Loomis. Un ruido la despìerta y comprueba la aparición del esposo de Rose al que todos dan por muerto.
Al
grito de la mujer, acude el regentador de los bungalows y el esposo de la
joven que llega en ese momento, se obstina en convencerla de que todo ha sido producto de una
pesadilla.
LA CREATURA BELLA NERO VESTITA {Dante}
Tras el terror de Rose Loomis al descubrir el malogro del plan, se inicia su huida desesperada. Y allí, frente a esa eternidad y fugacidad de
las gigantescas cataratas,
el tiempo se queda inmóvil, y sólo porque, el celoso cónyuge estrecha el
cerco a la aterrorizada esposa y la arrincona finalmente ("con su impecable traje sastre de color negro",... "La creatura bella nero vestita" que hubiera inmortalizado, probablemente, como hizo con su Esmeralda don Victor Hugo) en la torre-campanario de la city,
y, como culminación
del tinglado criminaloide, acaba por estrangularla "como moralina a mayor gloria de honras
martirizadas y otras martingalas por el estilo"
Cuando Loomis
trata de huir de la Torre Campanario se halla con las puertas cerradas,
y debe esperar al amanecer del día siguiente para salir de allí y poder
huir. Pero vuelve junto al cuerpo sin vida de Rose.
Recoge sus objetos personales esparcidos tras la huida, y el
pintalabios. Luego se muestra apesadumbrado por el crimen cometido.
GEORGE LOOMIS ESCAPE AND DEATH
Tras el asesinato de Rose, Loomis busca la forma de huir de la policía.
Una
vez cerca del río, descubre una embarcación en el puerto marítimo y,
después de burlar al vigilante haciendo sonar la alarma de uno de los
coches allí aparcados. Momentos antes de que la policía ha estado husmeando allí en su búsqueda.
Loomis se introduce en la motora. No obstante, desconoce que ha sido alquilado por los vecinos del bungalow, los Cutler, para salir de pesca junto a sus amigos. Escondido en la embarcación, llega Polly Cutler y le descubre.Loomis,la golpea involuntariamente, y ésta cae desvanecida.
El guarda observa que el barco se ha puesto en marcha y corre a avisar a la policía, mientras Cutler y su amigo regresan al embarcadero.
Cuando Polly se recupera de la caída, Loomis confiesa que ha matado a Rose y no puede acudir a la policía como la muchacha le ruega.