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domingo, 20 de mayo de 2007

The sound and the Fury (El ruido y la furia)


A Martin Ritt le gusta William Faulkner. Y lo adapta, siempre que puede, con pasión. El marco: una familia del Sur en decadencia. ¡Todo un festival! ¡Ah! aquellos temas, que una vez fueron actuales, de la vida americana, teñidos siempre de la gran ironía y bad milk con que el gran Faulkner se convirtió en solícito paladín capaz de alcanzar con su impacto literario, además del premio Nobel, al heterogéneo público internacional. Y Ritt supo amoldarse a los parpadeos perversos del gran escritor, en cuyos hábiles escritos se "proyectaban" fácilmente ávidos jirones de vidas intensas y apasionantes, llenas de problemas y frustraciones. Y que, barajando los esquemas más elementales de tantas existencias (que bien podían desembocar en los detritus de algún mal "dramón"), siempre rebasaban el melodrama mundano, exponiendo con convicción las sutilezas más primarias de los conflictos psicológicos.


















































Ritt organizó con una destreza y una maestría admirable los viejos esquemas de las llamadas "soluciones desesperadas". He aquí, pues, agudizada, aunque químicamente pura, una de las más brillantes creaciones dramáticas de la añeja (¡allá por los 50!) escuela norteamericana, con un lenguaje visual conciso, movimientos de cámaras que tan sólo siguen a sus personajes, repudio a todos los efectismos menos formales, lenguaje sencillo y antirretórico, directo y eficaz, y empleo modélico del gran formato Cinemascope:





La degradación femenina de una impresionante Margaret Leighton que nos recuerda a Vivien Leigh en "Un tranvía llamado deseo".




Yul Brynner, ¡con pelo!, es el patriarca perfecto que sostiene las podridas columnatas sureñas.


Joanne Woodward, aniñada y absurda, se pierde magníficamente en su mundo de desamores.



La francesa Françoise Rosay nos deleita con su papel de ama despechada.





Y Ethel Waters aguanta a todos con esa paciencia de Mammy de "Lo que el viento se llevó".








Gran música de Alex North, color "De Luxe", y "Cinemascope" de los de antes. ¡Se disfruta a tope!






martes, 15 de mayo de 2007

Umberto D.

Un aura sombría, pesimista, nos permite comprender que al infortunio le gusta asomar la oreja por todas partes. Pero el nivel moral y psicológico del personaje, puesto a prueba por esa sociedad ominosa que lo rodea, demuestra que no es más desgraciado el pobre infeliz vapuleado por la malicia del mundo, sino el que tantas veces demuestra tener más razón. (Chaplin que lamentó no haber sido capaz de rodar la ejemplar transparencia humana que nos ofrenda el doliente "Umberto D") sollozó, como todos nosotros, viendo esta historia sencilla a primera vista, pero que el gran Vttorio De Sica convirtió en una obra maestra absoluta. Jamás existirá a nuestra disposición un retrato más perfecto de ese ser humano, envejecido, solitario, y maltratado por una posguerra que, ansiosa por conformar aquel nuevo mundo a los deseos de su flamante sociedad, "no llegaría a conocer más piedad que la de su maldad".













Hay simples imágenes (¡imposible resaltar con mayor excelencia la conjunción perfecta de este drama demoledor!) tan desgarradoras que todavía hoy ejercen efectos devastadores en nuestros corazones: Umberto limosneando, y volviendo su mano del envés al primer intento. El perrito Flike sombrero en boca; perdido luego en la perrera y a punto de ser gaseado. Su huida, casi humana, en el intento suicida de su amo. Revestido de humildad, yo conceptúo este film como sobrenatural. Y ahora cuélguenme todos los sambenitos del drama, pero pongan una lámina del Cristo, si quieren, sobre el rostro de "Umberto D". No existirá jamás criatura cinematográfica más digna de ser purificada. Como no hay ley divina o humana que nos impida llorar a moco y baba con esta maravilla, que es lo que pasa cuando los deberes del amor que nos debemos los hombres entre sí no hallan hueco en este mundo de imperfección. Visto desde ese prisma, ¡no lo duden!, ¡"Umberto D." es su película!


Y que no les remuerda la conciencia al igual que a Charles Chaplin, pensando en cómo no se le había podido ocurrir a él drama tan hermoso, tan irreprochable visión de la impiedad y del victimismo a que nos somete la sociedad, tan sublime disección de una conciencia desesperada, pero capaz de perdonar toda la inmundicia terrenal que nos rodea. ¿Se liberará nuestro hombre imaginando que a la hermosura del alma, la de entonces, siempre la supera la del amor?


Vean a Carlo Battisti, genial protagonista de la película (la única que interpretó), en la secuencia final, tratando de recuperar el cariño y la confianza de Flike. Quizás así obtengáis la respuesta. Os lo garantizo, como buen cinéfilo que soy. Una vez saboreado este "Umberto D." (¡y pongo la mano en mi pecho dolorido!), no obtendréis consuelo. ¡Jamás podréis olvidarla!












 







Evaluación: ¿Cómo evaluar la genialidad?



































sábado, 12 de mayo de 2007

Cronaca familiare (Crónica Familiar)

Vasco Pratolini, magnífico escritor italiano, no habría soñado nunca mayor fortuna que la de ver una de sus mejores obras llevadas a la pantalla por un cineasta como Valerio Zurlini, cuyos films quedaban de inmediato como tocados por el halo mágico de una sensibilidad como hubo pocas en aquella Europa de los 50 y de los 60. Su "Cronaca familiare" impecablemente diseccionada, sin apenas paisaje, ni esparcimientos temporales, centrada en espacios muy concretos, entre los que merodea únicamente esa dura batalla por la vida, intimista, sin el menor clasicismo, que no pone demasiadas barreras a los retratos psicológicos y a las consecuencias dramáticas que viven sus grandes protagonistas, lanza una rápida panorámica por los acontecimientos europeos de la primera mitad del siglo XX, y dota de dignidad esa reflexión, muy particular, sobre los sentimientos familiares. Los tópicos del amor quedan anulados, porque el film Zurlini goza de otras texturas; su propuesta es diferente a todo lo ofrecido hasta entonces.Hay en esta película
imágenes que jamás se borrarán de nuestra retina.



Sylvie, la gran actriz francesa, ofreció aquí su última aparición. Zurlini le dedica muchos de los mejores momentos. Su contenida amargura entre los rincones decadentes del asilo de ancianos haría llorar hasta las mismísimas piedras.


Marcello Mastroianni compone una de sus mejores interpretaciones: es el mismo personaje atormentado de "Lo straniero" de Luchino Visconti. Traspasada la línea de la juventud, recorre la senda de su decadencia, pero su rostro va más allá de la pasividad en que parece estancado. Su ternura es tan emotiva que siempre nos escamotea ese gran conflicto en que casi todos los seres humanos nos hallamos envueltos: el temor a darse. Pero Mastroianni, cuando se aparta de su rincón secreto y se entrega, no sólo bordea la grandeza, sino que nos demuestra magistralmente que fue el mejor actor europeo de todos los tiempos. En cuanto al eterno adolescente que fuera Jacques Perrin siempre ocupará un sitio de honor en nuestros recuerdos: el mismo que ya le ofreciera Valerio Zurlini en "La ragazza con la valigia"... Si queda algún resquicio para la sensibilidad en los corazones, ¡ésta es nuestra película!

¡Una rama perfumada del más bello cine italiano! Cenizas de toda una vida que nos saben a lágrimas. ¡Una obra maestra y limpia del gran Zurlini!











jueves, 10 de mayo de 2007

Look Back in Anger (Mirando hacia atrás con ira)

¿Qué tendrá este "Free Cinema Inglés" que se atrevió a poner en solfa usos y costumbres, mojigatería e ira, de una Gran Bretaña gris, sucia, lluviosa, entre fabriles ciudades humeantes, proletarias hasta el infortunio neorrealista; y que, tras pergeñar definitivos retratos de conciudadanos europeos que gritan su rabia a los cuatro vientos, aún hoy se permite el lujo (¡y qué lujo!) de convencernos con sus razones y corrientes defensivas? A la inteligencia no la mueven las modas. El "Free Cinema" sigue fiel a sus ideas, a los conocimientos comprobables de nuestra existencia de cada día. John Osborne creó su sustento, Tony Richardson fomentó su sinceridad, y Richard Burton (espécimen perfecto de los "angry young men") nos demostró que el hombre fue y sigue siendo un lobo para el hombre.


Burton es cínico y mordaz, utiliza su intelecto y su verborrea privilegiada para armar trifulcas con quienes necesitan de su calor y afecto. No se acepta a sí mismo, le oprimen las estructuras de todo lo humano. La convivencia con él se hace imposible. Parece haber puesto en marcha su autodestrucción. Su abatida esposa (ante semejante egocéntrico, tan "antisocial" como malhablado) decide abandonarlo. Pero como el destino siempre reparte sus misteriosas cartas, aparece otro ser extraño, de acusada personalidad, más acorde con el "espinoso joven desengañado". Sus punzadas de soledad y de morboso deseo la conminarán a aceptar las mascaradas de insatisfacción del airado Burton (que también pudo ser Finney, Harris, Courtenay, o Bates)

¡Los arquetipos son perfectos! Mary Ure es la mujercita maltratada. Su bello rostro juvenil nos conmueve. Las mortificaciones a que se ve sometida por parte de su inadaptado consorte parecen prefigurar muchos de los desórdenes mentales que la aquejarían a lo largo de su vida real. Fue una estrella fugaz en el firmamento inglés dada su prematura muerte el 3 de abril de 1975 a los 42 años.
Claire Bloom es una magnífica "angry young woman". Sus iracundas y pasionales reacciones (primero en defensa de la Ure, luego atraída por el desenfreno verborréico y animaloide del Burton) la someten a esa otra medida de loba hambrienta, que augura su oculto fuego libidinoso. Es una actriz maravillosa. Una auténtica "zarza ardiente" frente a los dialécticos desmanes mesiánicos que el Osborne, a través de Richardson, pone en boca del más espléndido y genial pupilo de esa generación de desheredados de la fortuna que compuso para nuestro deleite el gran Richard Burton.
 
 
 
¡El condimento es mucho más exquisito si se saborea en versión original -subtitulada- tal y como fue concebida!