La mensajera Iris fue en busca de Helena, la de níveos brazos, tomando la figura de su cuñada Laódice, mujer del rey Helicaón, que era la más hermosa de las hijas de Príamo. Hallóla en el palacio tejiendo una gran tela doble, purpúrea, en la cual entretejía muchos trabajos que los teucros, domadores de caballos, y los aqueos, de broncíneas loriga, habían padecido por ella en la marcial contienda. Paróse Iris, la de los pies ligeros, junto a Helena, y así le dijo: "Ven, ninfa querida, para que presencies los admirables hechos de los teucros y de los aqueos. Los que antes, ávidos de funesto combate, llevaban por la llanura al luctuoso Marte unos contra otros, se sentaron -pues la batalla se ha suspendido- y permanecen silenciosos, reclinada en los escudos, con las luengas lanzas clavadas en el suelo. Paris y Menelao, caro a Marte, lucharán por ti con ingentes lanzas, y el que venza te llamará su amada esposa"... Los ancianos del pueblo que a causa de su vejez no combatían, cuando vieron a Helena, que hacia ellos se encaminaba, dijéronse unos a otros, hablando quedo, estas aladas palabras: "No es reprensible que los troyanos y los aqueos sufran prolijos males por una mujer como esta, cuyo rostro tanto se parece al de las diosas inmortales. Pero, aún siendo así, váyase en las naves, antes de que llegue a convertirse en una plaga para nosotros y nuestros hijos" En tales términos hablaban. Príamo llamó a Helena y le dijo: "Ven acá, hija querida; siéntate a mi lado para que veas a tu anterior marido y a sus parientes y amigos -pues a ti no te considero culpable, sino a los dioses que promovieron contra nosotros la luctuosa guerra de los aqueos- y me digas cómo se llama ese ingente varón, quien es ese aqueo gallardo y alto de cuerpo, que no era otro que Menelao" Contestó Helena, divina entre las mujeres: "Me inspiras, suegro amado, respeto y temor. ¡Ojalá la muerte me hubiese sido grata cuando vine con tu hijo, dejando a la vez que el tálamo a mis hermanas. Pero no sucedió así. Y ahora me consumo llorando" {Homero-La Ilíada}
Cantad, ¡oh dioses!, que se alegraran Príamo y su esposa Hecuba, rey y reina de la floreciente Troya, con la predisposición de su joven y esforzado hijo Paris, el de más hermosa figura, elocuente orador, y surcador de lejanos mares y remotas tierras, que navegue
en espléndida nave hacia la marcial Esparta, donde los aqueos administran justicia y guardan las leyes de Zeus, y nos asegure, siguiendo los consejos paternos, un tratado de paz entre nuestras poderosas
ciudades. Tan sólo Casandra, adoradora de Apolo, vaticina un negro futuro al viaje de su hermano Paris. Mas, cuando después de aquel día, apareció la duodécima aurora, los sempiternos dioses volvieron al Olimpo con Zeus a la cabeza, y partió Paris hacia Esparta con el grato encargo de su padre. {Homero}ar a Esparta, hermano querido, ya que tu viaje únicamente traerá el infortunio a nuestra amada Troya"
¡Padre Neptuno, no hay dios más funesto que tú! Envuelto en densa tormenta el piélago por el que felizmente navegaba el príncipe Paris acompañado de Eneas, no debió embravecer sus olas. Pero el rayo chocó con la fuerte nave, y para que tu cólera se apacíguara, París remontó el alto mástil sin temor a funestas consecuencias.
Todo ello debía suceder a causa de la empresa que el príncipe de Troya llevaba a cumplimiento viajando a Esparta. Mas cuando el padre Zeus, que amontona las nubes, vio que Paris era arrastrado hacia el hondo abismo marino, enderezó el enfurecido píélago, dejando que el cuerpo del joven aventurero reposase levemente herido en apaciguada playa.
Y allí, al abrir sus ojos, como adorador de Afrodita, cumplióse el más ferviente de sus sueños, porque vio acercarse hasta él a la diosa de brillantes cabellos tomando la figura de mujer que se asprestó a ofrendarle su auxilio, salvándole de los soldados espartanos que avistaran la nave troyana y buscasen supervivientes de la misma.
Y jamás la pasión se apoderó del troyano como ahora, ni tan dulce fue el
deseo que de él nació aun cuando la bella joven, solícita y amorosa, habló fingidamente como esclava de la reina Helena, esposa de Menelao de Esparta.
Y cuando los guardias los amenazan, Paris salta con Helena al mar dispuesto a llevársela con él a Troya.
En el goce palaciego de Menelao, con todos los reyes de Grecia allí presentes y la ausencia de Helena que odia esos festejos reales que organiza su despreciable esposo, el soberano espartano recibe de uno de sus jefes militares la noticia de que el troyano Paris ha huido de Esparta llevándose consigo a la reina. Desesperado, sin poder imaginar que eso haya podido suceder, corre hacia la estancia real donde se supone que se halla Helena.
Allí
estaban los Atridas Agamenón de Micenas y Menelao, su hermano, y Ajax,
príncipe de Salamina, el gran luchador, Néstor, rey de Pilos, Diomedes,
soberano de Etolia, presentados al astuto Ulises de Itaca, hablando
todos con altaneras voces de sus ansias de saqueo de las riquezas que
Troya acumulaba, y juramentándose en una serie de infortunios con los
que amenazar la paz de los troyanos. Así prevalecía lo peor que movía la
ambición en el palacio de Esparta.
Y
Menelao citó a los hijos de Priamo como culpables de aquel reto bélico,
indicando que Polidoro suplicaba la guerra, y que Héctor sólo quería un
reto, que París no tenía parangón con los guantes, el arco y la
jabalina. Ante esas amenzas ningún griego podía creer que los troyanos
buscasen la paz. Pero Agamenón adujo que, ante tales aguerridos
príncipes, la unión griega debía recurrir a la ayuda del gran Aquiles, que a todos despreciaba, pero que no dejaría de lado participar en la
reñida discusión, blasonando que, sin su presencia, la victoria bien
podría inclinarse a favor de sus enemigos troyanos, al frente de los
cuales se alzaría armado de bronce Héctor, el domador de caballos. E
interrumpióles entonces la presencia del divino Aquiles, el de los pies ligeros,
acompañado de su amigo querido Patroclo, que, aunque no convocados a la
Junta, arrastraron con estrépito sus sonoras pisadas en el palacio de
Menelao.
E
interrumpióles entonces la presencia del divino Aquiles, el de los pies
ligeros,
acompañado de su amigo querido Patroclo, que, aunque no convocados a la
Junta, arrastraron con estrépito sus sonoras pisadas en el palacio de
Menelao.Tras lanzarles su desprecio, se vanaglorió de que, no obstante,
él sería quien guiaría hacia la victoria a los griegos contra Troya, el y
su amigo Patroclo, que desde la niñez fueron capaces de desafiar ellos
solos a cualquier ejército que se les opusiera.
Pero Ajax, príncipe de Salamina, el gran luchador,
no dudó en burlarse de Aquiles, que le llamaba asqueroso cazador de
glorias. Y Ajax acusaba a Aquiles de poseer tres capas de armaduras de
las cuales derivaba su reputación de invulnerable, para que las flechas
rebotasen en su cuerpo, riéndose de su fina piel, que según Ajax era tan
tierna como su vanidad, y muy especialmente su talón, donde se perdía
toda su fuerza, porque no podía ni calzar cuero. Irritado Aquiles repuso
que él no luchaba con los pies.
Pero
Ulises no tardó en alzar de nuevo su voz azsegurando que las diferentes
ciudades de Grecia jamás estuvieron unidas ni jamás lo estarían. Y los
insultos proferidos por Ajax, obligaron a Aquiles a desistir por el
momento de su participación en el ataque a Troya. Y trató de detenerlo
Menelao mostrando la enseña troyana del naufragado barco de Paris.
Diose
entonces a conocer el príncipe Paris, presentándose ante todos los
reyes griegos allí reunidos en Esparta en el palacio de Menelao,
aclarando ante ellos que la enseña que Menelao llevaba en sus manos
pertenecía a su naufragada nave.
Viose
Paris obligado, para que su identidad fuera reconocida por los reyes
griegos, a medir sus fuerzas con los guantes, en los cuales era diestro,
con Ajax, el gran luchador de Salamina.
Iniciado
el enfrentamiento entre Paris y Ajax, apareció la reina de Esparta,
Helena, que temerosa ante tal combate cuerpo a cuerpo, temió por la vida
de Paris, cuyo nombre pronunció llegando hasta los oídos de su esposo
Menelao. Éste se hizo eco del miedo de su esposa por el desconocido Paris, descubriendo así que forzosamente se habían conocido ya.Menelao fingió entonces complacerse en la victoria de Paris. Y ordenó que se le buscara alojamiento en palacio. Luego, maliciosamente, propuso que se le buscase
una esclava que fuese bella para su solaz. Y Helena, en oyendo esto,
comprendió que su taimado esposo quería enfrentarla a Paris, que ya
había expresado su deseo de poseer una esclava conocida en la playa.
Helena no esperó a la reacción de Menelao, presentándose ante Paris como
reina de Esparta y así tratar de deshacer la sospecha del rey.
MENELAO
Helena
decidida a salvar a Paris que permanece encerrado en palacio, se vale
de su esclava, la encantadora jovencita Andraste y de su más fiel
servidor para enfrentarse a la guardia espartana y conseguir que Paris
llegue sano y salvo al lugar de la playa donde lo recogieron.
Allí le esperaba una nave Fenicia para conducirle a Troya.
Disfrazado con ropajes que le ha enviado Helena, logra rehuir la guardia
cerca de los acantilados.
Helena
se presenta para despedirse definitivamente de él, libera a su esclava
Andraste, a fin de liberarla del peligro por haber ayudado a huir a
Paris de palacio. Helena y Paris muestran el que presublimente sea su
último encuentro amoroso.
Se esconden entre la maleza del acantilado cuando perciben la aparición de los soldados que persiguen a Paris.
Sobre la Batalla de Ilion, de Agamenón
y Aquiles contra Héctor de Troya
"El sacerdote
Crises,
deseando redimir a la huida Helena se había presentado
en las veleras naves aqueas con un mensaje: Atridas
y demás aqueos de hermosas grebas. Los
dioses, que poseen olímpicos palacios, os
permitan destruir la ciudad de Príamo y regresar
felizmente a la patria" [Homero]
En el goce palaciego de Menelao, con todos los reyes de Grecia allí presentes y la ausencia de Helena que odia esos festejos reales que organiza su despreciable esposo, el soberano espartano recibe de uno de sus jefes militares la noticia de que el troyano Paris ha huido de Esparta llevándose consigo a la reina. Desesperado, sin poder imaginar que eso haya podido suceder, corre hacia la estancia real donde se supone que se halla Helena.
(Menelao) "Es cierto. Es cierto. El troyano se ha llevado a Helena. Se la ha llevado. Por la fuerza, contra
su voluntad. Pienso en su forcejeo, en sus infructuososo gritos de
ayuda. Teníamos nuestras diferencias, pero era mi mujer" (Agamenón)"Es más profundo que eso"
"Es un asalto a todas las mujeres de Grecia" (Ulises) "La vergüenza de toda Grecia" (Menelao a su hermanoAgamenón) "Entonces manda tus barcos. Síguelos. Ulises, ¿por qué te sientas? Ha de ser devuelta a mí" (Ulises) "Ahora no, Menelao. Después" (Menelao) "¡Sí, ¡Ahora, ahora!"
(Menelao a Ulises) "¿No estás de mi lado?" (Ulises) "Menelao, la reclamaremos y con ella, el saqueo de Troya. Pero sólo si esperas" (Agamenón sugiere) "Haremos una llamada a todas las ciudades de Grecia. Todos los griegos unidos en una guerra de honor" (Ulises) "Sí. Así la llamará el futuro" (Agamenón) "El príncipe de Troya ha pedido la guerra, no la paz. Ulises, seguro que estás de acuerdo en que es mi deber ser vuestro líder" (Aquiles se opone, erigiéndose a sí mismo en jefe) "¿Líder? Sólo aceptaré a Aquiles como líder" (Agamenón) "Es mi deber sagrado convertirme en líder para vengar el honor de mi hermano" (Ulises) "Exacto,
Agamenón, Y yo te seguiré. Y te diré lo que hay que hacer, como
siempre. Y persuadiré al sensible Aquiles con ciertos hechos fascinantes
sobre la gran cantidad de oro que hay en Troya" (Menelao amenaza) "No busco un tesoro. Mataré" (Agamenón) "Todos lo haremos, hermano, para defender tu honor"
"Dichas
estas palabras, el esclarecido Agamenón y su hermano Menelao,
acompañados de Ulises, Ajax, Aquiles y Patroclo, traspusieron las
puertas de palacio con el ánimo impaciente por combatir contra Troya.
Cuando Atenea, la diosa de los brillantes ojos, vio que aquellos
próceres de Grecia se preparaban para el duro asedio y por las riquezas
de Troya, no ya por rescatar a la huida Helena, descendiendo en raudo
vuelo de las cumbres del Olimpo, y se encaminó hacia la sagrada Ilión.
Pero, al advertirlo Apolo desde Pérgamo, fue a oponérsele, porque
deseaba que los teucos ganaran la victoria. Encontráronse ambas
deidades, y el soberano Apolo, hijo de Zeus, habló diciendo: "¿Por qué,
enardecida de nuevamente, oh hija del gran Zeus, vienes del Olimpo? ¿Qué
poderoso afecto te mueve? ¿Acaso quieres dar a los aqueos la indecisa
victoria? Porque de los teucros no te compadecerías, aunque estuviesen
pereciendo. Si quieres condescender con mi deseo -y sería lo mejor-
suspenderemos por hoy el combate y la pelea y luego volverás a batallar
hasta que logren arruinar a Ilión, ya que os place a los dioses destruir
esta ciudad" [Homero]