En cuanto a reflejar la complejidad original de las grandes obras 
literarias sobre el mundo de la aventura se refiere, pervivirá siempre 
en el Séptimo Arte una mal llamada "evasión psicológica", que, no 
obstante, acabaría generalmente por cimentar una nueva dimensión mítica 
del texto en que se documenta. Los elementos figurativos de la épica, al
 alimentarse así de las imágenes cinematográficas, crearon un ensoñador 
torbellino emancipador de la palabra escrita, y acabaron formando un 
reclamo fascinante e imperioso de dominante plástica en movimiento que 
naturalmente fue percibido con gran placer por el heterogéneo público 
internacional al verlo plasmado en el blanco lienzo de la gran 
pantalla.  La vitalidad artística del cine pasó a adquirir también, 
frente a la literatura, una nueva violencia psíquica, puesto que las 
imágenes se desbordarían en expresividad y en capacidad de comunicación 
con los millones espectadores que se enfrentaban a la avalancha 
documental plasmada en el celuloide. En consecuencia, que la gesta 
heroica, durante casi veinte siglos cantada en los libros, alcanzara 
también sus cartas de nobleza en el recién nacido arte cinematográfico 
no es cosa que deba sorprendernos.




A
 lo largo del siglo XX, la explicitación del lenguaje de toda clase de 
sentimientos y pasiones se fue afinando en el cine hasta extremos de una
 sutileza embelesadora en lo que a captación de escenas épicas y 
grandilocuentes se refería. Y pese a que guardara cierta proporción 
pueril frente al realismo y al drama más conspicuo igualmente propuesto 
por el Séptimo Arte en sus múltiples facetas sociológicas, no podemos 
obviar que estas hazañas colectivas, ya fueran aventureras y 
pseudohistóricas, también se hallarían a medio camino entre los cantos 
homéricos y las patriarcales visiones bíblicas. Con todo y ello, y entre
 sus muchas virtudes, la aventura, plasmada en cine o en literatura, no 
tiene por cierta la objetividad, y siempre ha resultado difícil separar 
el grano de la verdad de la hierba parásita de la mixtificación.





Cediendo a la tentación de probar fortuna en la apabullante feria del 
Séptimo Arte, la lírica espiritualidad del niño se acomodó 
irregularmente a los métodos superindustrializados de la producción 
cinematográfica. Y aunque su balance histórico no fuera del todo 
desdeñable, se desarrolló en un principio con dudosa pericia, y fue 
dando  traspiés y pasos en falso por los múltiples estudios 
internacionales de la industria del cine. Y en Hollywood muy 
especialmente acabó luchando a brazo partido para imprimir siquiera sea 
un sello personal a cuantos productos se orientaron por conseguir dotar 
de una brillante factura y hasta de un desenfrenado refinamiento 
estético el mundo fantástico y curioso de una épica encabezada por el 
universo infantil. Un universo capaz de rehuir la triste y tediosa 
realidad cotidiana del niño, para adentrarse, merced también a los 
inagotables recursos de la inventiva literaria, en evocaciones que 
pudieran llegar a despertar la fantasía dormida de los adultos, a través
 de atractivos acontecimientos, alegres, descarados, picarescos, 
provocadores de grandes peripecias. Y capaces incluso de ofrendar 
lecciones de gran heroismo sobre un fondo aventurero y muchas veces 
emotivo en la que el niño dominara la escena desde la primera hasta la 
última imagen que se proyectaba en la pantalla, llegando a requerir 
sobre sí la luz de todos los reflectores.
"A High Wind in Jamaica" ("Huracán en Jamaica") de Richard Arthur Warren Hughes, caballero de la "Orden del Imperio Británico", [Surrey, 19 de abril de 1900- Ynys, Gwynedd, 28 de abril de 1976], escritor inglés autor de poemas, relatos breves, novelas y obras de teatro.  Hughes escribió sólo cuatro novelas, entre las que destaca la primera de ellas, "A High Wind in Jamaica", 1929, llevada al cine con perfecta adaptación por Alexander Mackendrick en 1965. 
[En España "Viento en las velas", dirigida por Alexander Mackendrick, 1965, con Anthony Quinn, James Coburn, Deborah Baxter -genial protagonista infantil-, Isabel Dean, Nigel Davenport, Lila Kedrova Gert Fröbe, Dennis Price, Kenji Takaki, y el resto del elenco infantil: Vivienne Ventura, Martin Amis, Jeffrey Chandler, Karen Flack, y Henry Beltran] 










[Ambientada en 1860, un grupo 
de niños ingleses, tras un terrible huracán en la isla de Jamaica,  son embarcados en la nave Clorinda, que dirige el 
capitán Marlope, con el fin de ser repatriados desde allí a Londres 
para continuar con una educación más civilizada. 
Durante la travesía, el
 barco es abordado por unos piratas al mando del capitán Chavez que tras
 el asalto y con gran sorpresa, descubrirá que los niños se han quedado 
en su barco. A lo largo de una travesía de muchos meses de 
huida el grupo 
de niños ingleses capturados accidentalmente por los piratas, 
contra lo que podría pensarse,  resultan ser más amorales que 
los piratas] 
[En un nuevo abordaje a un barco holandes, el capitán trata de huir y esconderse. La pequeña Emily se halla con fiebre y creyendo que es un fantasma, lo hiere con un cuchillo por la espalda causándole la muerte]

[Cuando los niños son por fin rescatados y se les pregunta sobre los hechos sucedidos en el barco pirata ninguno de ellos puede dar respuestas concluyentes pues en su imaginación todo ha sido como un sueño] ["Quienes contemplaban en ese momento a la reservada Emily la vieron palidecer sobremanera y echarse a temblar. De repente dio un chillido: un segundo después comenzaba a sollozar. Todos escuchaban, en helada inmovilidad, con un nudo en la garganta. A través de las lágrimas de Emily, se escaparon estas palabras: ... “Estaba allí, tumbado en su sangre... ¡Qué horrible estaba!... Y... y se murió... ¡dijo algo y luego se murió!”... Esto fue lo único articulado que pronunció la niña.... Dejaron a su padre que la sacara de allí... Vio por primera vez –desde hacía tantos meses- al capitán Jonsen y a la tripulación, amontonados en una especie de jaula. ¿Qué le recordaba aquella terrible expresión en el rostro del capitán, cuando sus ojos se encontraron con los de ella?...]
[Los piratas acabarán en la horca a causa de las incongruencias de la niña Emily tras declarar en el jurado que los enjuiciaba]




Sustentada por unos actores infantiles, en especial Deborah Baxter, que bordan literalmente cada una de sus apariciones, frente a adultos por cuya supervivencia pagarán un alto tributo, "A High Wind in Jamaica" se convirtió en uno de los mejores ejemplos de adaptación novelística y de gran performance cinematográfica de la década de los 60. La película en manos del gran Alexander Mackendrick se convierte, pues, en un festival para fans de las grandes aventuras. Y vista y disfrutada hoy de nuevo se ha convertido en una espléndida, brillante y delirante obra de culto. ¡Tan memorable como iImprescindible !











No
 obstante, el prototipo del trotamundos infantil puede llegar también a 
gozar de cierto genio y gran valentía, y, claro está, de un no menos 
evidente desorden y bravuconería. Y no es menos truhán y dinámico que el
 paladín por el que siente devoción, el cual puede llegar a colmarlo de 
favores y perdonarle muchas de las travesuras y desaguisados que también
 comete (caso específico de "Moonfleet" o de la archifamosa "Treasure 
island"). Así se puede mostrar paciente a pesar de que su existencia se 
vea atrapada en una red de disipadas aventuras adultas, y enfrentarse, 
temeroso de perder el favor del héroe, tanto a la sordidez moral del 
mismo como a su honestidad y valentía. Y una vez convertido en uno de 
ellos, es capaz de poner al descubierto, incluso con gran lucidez, las 
inmoralidades criminales en que se ve inmerso, y no tolerar las medias 
figuras humanas de los villanos ni los términos medios, ora en el bien, 
ora en el mal. En el juego de la aventura, los ídolos humanos, como es 
bien sabido, casi nunca sienten remordimientos, porque todos acabamos 
convencidos de que la razón siempre está de su parte. Y cuando ejerce un
 derecho elemental de venganza o revuelta, es porque antes ha sido 
víctima de la fatalidad o de la crueldad indiscriminada de algún 
villano. Y el niño, al igual que su denodado modelo épico, siempre debe 
salir impune de estas aventuras, y vanagloriarse, en su contribución a 
la defensa del aventurero, de haber participado en sus gestas, 
admitiendo felizmente que por supuesto la culpa es siempre del 
"asesinado, nunca del asesino"."Lord of the Flies" ("El señor de las moscas") es la primera y más célebre novela de William Gerald Golding [Newquay, 19 de septiembre de 1911-Perranaworthal, 19 de junio de 1993] Publicada en 1954, se considera uno de los más importantes clásicos de la literatura inglesa de posguerra. Fue galardonado con el Premio Nobel en 1983.
[Dirigida por Peter Brook, 1963, con James Aubrey, Tom Chapin, Hugh Edwards, Tom Gaman y Roger Elwin]






[Un avión que transporta a unos estudiantes británicos es derribado en 
periodo de guerra a causa de una fuerte tormenta, estrellándose contra 
una isla desierta en donde los únicos supervivientes son los niños 
pasajeros, quienes se ven obligados a sobrevivir sin ningún adulto pues 
el único adulto era el piloto del avión y murió en el accidente. La 
ausencia de normas y límites hacen que la lógica y la serenidad de los 
jóvenes vayan desapareciendo al dejar paso a la faceta más salvaje del 
ser humano, provocando que la utopía insular de Ralph, Piggy, Jack y los
 demás no tarde en transformarse en un caos gobernado por la locura, la 
lucha de poder y la muerte] 



El intento apologético de la novela de aventuras con protagonistas 
infantiles casi siempre ha resultado evidente. El personaje, que todavía
 no ha alcanzado la edad adulta, es así mucho más significativo y 
conmovedor que el semidiós-hombre cuyos heroísmos se exaltan al entrar 
en liza su periplo de correrías comprometidas con el peligro. Pero los 
encantamientos de la fantasía que deberían acompañar a los niños en los 
cientos de ejemplares literarios publicados, obras serias, alejadas del 
cuento una ingente cantidad de ellas, y que los tienen por personajes 
principales, suelen ir acompañadas de una especie de delirios 
trashumantes circunstanciales por entre el mundo en que se mueven, donde
 se polarizan cierta violencias muchas veces igualmente sociológicas, 
cuyas atmósferas opresivas son las que acaban por ingerirlos en la 
aventura, pronta siempre a desencadenarse a su alrededor.







Que duda cabe que la cinematografía de aventuras protagonizada por 
niños, a pesar de los pesares, se constituyó, pues, en un agente 
estimulante, si no de primer orden, sí como flamante medio de expresión 
dispuesto a abordar ambiciosos proyectos que narraran con acento heroico
 impensables tomas de posición frente a hazañas apasionantes y 
espectaculares en las que el mundo infantil, como ya sucediera en 
infinidad de afamadas novelas, adquiriría  también en la pantalla grande
 un valor de momento histórico destinado a tantear pasiones y 
sentimientos ahora expuestos con convicción y sutileza en el cine épico,
 e incluso entre las miserias y grandezas del melodrama, como nos 
mostraría el gran genio de "Silent Screen", Charles Chaplin.
 Efectivamente, en su primer largometraje "The kid" ("El chico"), 1921, 
el extraordinario cómico, al imponer el nombre del niño Jackie Coogan,
 personaje entrañable del film, nos ofrecería una fascinante 
interpretación de Jackie, al evocar los recuerdos de una infancia 
miserable, llena de estrecheces y privaciones como las que viviera el 
mismo Chaplin, convirtiéndolo en protagonista casi absoluto de la 
película, y evidenciándolo como imprescindible elemento infantil de una 
nueva forma embrionaria en la mitología del recién nacido Séptimo Arte.







También la aventura de "Peter Pan", dispuesta a cotizarse en el mercado 
de nuevos valores cinematográficos, trataría de incendiar con su 
fabulador mundo poético el corazón de los espectadores adultos y niños, 
transformándose por primera vez en un auténtico mito visual tras ser 
trasladada a la pantalla en 1924 por Herbert Brenon y Paramount Pictures.
 El descubrimiento del personaje de James M. Barrie resultaría no menos 
decisivo para el público, bien que el personaje infantil fuese 
interpretado por Betty Bronson, una actriz que a la sazón contaba ya 18 años, y que al año siguiente, 1925, se haría con el principal rol
 femenino de la monumental "Ben-Hur" de FredNiblo, junto al remilgado 
actor latino Ramón Novarro. Los esquemas fundamentales de la aventura 
infantil fueron así enriqueciéndose de acuerdo con las exigencias que 
había creado el nuevo arquetipo de héroe protagonizado por niños.













































































































































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