lunes, 5 de abril de 2021

Home Before Dark (Después de la oscuridad)


Hablar de folletín cinematográfico, con sus dramas mundanos y pasionales, es hablar también de literatura decadente romántica, cuyos desperdicios acabaría por recoger gran parte de la novelística mundial. Uno de los principales caballos de batalla de todo novelón es, por tanto, seguir dando vida con profusión y una intensidad (irónicamente hablando) casi "sobrecogedora" a la tradición del melodrama, valiéndose de personajes trágicos envueltos en complicados problemas sentimentales y familiares, y que parecen reproducirse siempre monótonamente en esos mundos postizos o universos sofisticados que tampoco dudan en abrir las puertas de la curiosidad sexual a sus posibles lectores, y en compensar sus atrevidas muestras de intención erótica ora con finales altamente moralizadores y dolorosos, ora con rosáceos "Happy end" con boda y sonrisas. El folletín que alcanzará su mayor apogeo universal por medio de las cintas manufacturadas por Hollywood, dijo un cronista cinematográfico de la década de los 20 : "... Pone en circulación a hombres y mujeres en pleno éxtasis voluptuoso, y pasea por las pantallas el beso-ventosa, con la boca abierta, para que los adolescentes de todo el mundo, generación tras generación, tengan escuela en que aprender el ritual del amor". El reinado del melodrama más folletinesco, sometido muy especialmente al monopolio de Hollywood, ha poseído, pues, una existencia poco azarosa, y jamás ha caído como caen los colosos de pies de barro. Pasó de la novelística más disparatada y enfática, siempre en abierto desafío con la gran literatura, a la pantalla grande, permitiendo al Séptimo Arte apuntalar su edificio industrial, y sobrevivir durante todo el siglo XX. 

En este opíparo banquete de éxitos (producciones costosas con presupuestos cada vez más altos, vértigos financieros, y magnetismo de grandes estrellas), los comensales, magnates dispuestos a jugarse el tipo para defender sus negocios de exhibición, apostaron por los mismos, década tras década, entre brindis y sonrisas, y se conjuraron para no permitir que nadie más que ellos y sus inmensos "Estudios" pudieran disfrutar de la enjundia resultante de aquellos festines cinematográficos que, cual embrujos voluptuosos tras cortinajes de terciopelo, hacían las delicias de cuantos corazones "sensiblones" atestaban las salas de cine. Y, por consiguiente, también el "vedettismo" irrumpiría y perpetuaría su imagen en el rancio celuloide folletinesco. Pocas estrellas escaparían a las reglas del juego impuestas por la grandilocuencia tradicional del melodrama, y merced a las mismas el "box-office" alcanzaría una gran carrera de cifras. Ciertamente miles de estas cintas fueron calificadas de "proscritas", ya que, según los críticos, imponían al público ese "incongruente magnetismo" que tantas veces conlleva la "indiscutible disciplina de la mediocridad". 
 
 


 
 





 
 
 
 
 

 
 

Pese a todo no es menos cierto que grandes actores y actrices, muchos de ellos provenientes de Europa, y que, contratados por los mejores estudios de la Meca del Cine, quizás a regañadientes, (de ahí que algunos de ellos volvieran de nuevo al viejo continente que habían abandonado para no seguir formando parte de la rígida "maquinaria estelar" ofrecida por Hollywood: Laurence Olivier, Vivien Leigh, Alida Valli, Anna Magnani, María Schell, Vittorio Gassman, Alain Delon, y Raf Vallone, por citar los más recordados), aceptaron en multitud de ocasiones criterios y caprichos de guionistas, productores y directores, y hasta lograron justificar su fama y su mito, oponiendo a la delirante extroversión del folletín una mayor matización psicológica de la exigida, y quizás por ello alcanzaron algunas de sus más brillantes interpretaciones ante la cámara. El drama folletinesco suele, por tanto, desviarse del sendero que exige el realismo social, aunque sí puede dotarlo de cierta filiación expresionista, acompañado de una brillante factura o de un desenfrenado refinamiento frente al itinerario sentimental que trata de ofrendarnos. Pese a todo, el realismo americano que produjo la gran fábrica de sueños hollywoodense se afianzó casi esencialmente en sus exigencias comerciales, y en sus simples divisiones de personajes con todas las virtudes del "lado bueno" de la mayor parte de sus protagonistas principales y las del "lado malo" de un elenco importante de "partenaires"; y a ello había que añadir, además, una imprescindible exaltación romántica que le permitiera en cierto modo conseguir efectos plásticos de elaborado sentimentalismo y belleza que guiaran también las películas hacia la búsqueda del incansable "final feliz". 
 
 






 


 
 



 

 

 

 

 

 

Una seca sonrisa se dibuja en los labios de Arnold Bronn (Dan O'Herlihy), profesor universitario, cuando acude al Centro Hospitalario de Salud Mental donde su joven esposa, Charlotte Bronn (Jean Simmons), se halla internada. Como si tuviera que defenderse a sí mismo del rigor de su conciencia, delante de su mujer, dada de alta y presumiblemente curada, oculta su incapacidad para concederle el sincero apoyo que ella espera de él. Y según se acerca a Charlotte, Arnold, hombre frío y hermético, se siente angustiosamente convencido de que habrá de vivir de nuevo desconfiando de todas las pisadas de ella.

A una mujer agraviada por la pesadilla de los celos como Charlotte, nada habrá de impedirle de nuevo reclamar las razones de los miedos que la arrastraron hasta el desequilibrio mental. La sospecha es el estiércol de la pureza. Y cuando una siembra de tenebrosas inquietudes invade nuestra conciencia, al surco de los remordimientos es imposible removerlo para arrancarle el fruto de nuestras visiones, aquellas que alimentaron las congojas y postraciones, los sollozos y clamores que urden los celos en lo oscuro de la voluntad.  

Pliegues de falsa alegría se dibujan en los rostros que aguardan la llegada de Charlotte al hogar. Como si entre la joven enferma e Inez Winthrop (Mabel Albertson), su madrastra, y Joan Carlisle (Rhonda Fleming), su atractiva hermanastra, sin olvidar la ya asumida frialdad de Arnold Bronn desde el instante de su encuentro en el Hospital Mental, se deslizasen nuevos barruntos amedrentadores, la sospecha turbia de nuevos estallidos de desequilibrio en quien una vez receló del perfecto entendimiento, aparentemente platónico, entre su hermanastra Joan y su esposo.

 

 

 

De igual forma, la alegría experimentada por Charlotte sufre la mortificadora indiferencia, que ha empeorado con su ausencia, por parte de la un tanto insufrible y siempre quejosa sirvienta, Mattie (Kathryn Card). Un vago secreto de disimulo, en el que todos parecen haberse confabulado, embalsama la casa de silencios, frases huecas e infinita condescendencia cuando hasta Charlotte se elevan las sonrisas familiares. 


Nada parece quedar de sus tiempos alegres (que ahora se goza en rememorar), de aquellos recuerdos juveniles que parecieron ofrecer claridad a su vida futura como rendida admiradora y amante esposa del renombrado profesor Arnold Bronn, y que la movían a rechazar la impetuosa servidumbre amorosa que le ofrecía el entusiasta joven Hamilton Gregory (Steve Dunne).


Entre sus doloridas esperanzas por recuperarlo asoma, quizás por última vez, aquel sueño virginal de la joven recién casada que una vez fue; en la esposa desequilibrada por los celos que vuelve al hogar presuntamente curada, el necesitado ser humano que ansía reconciliarse de nuevo con sus compromisos y devociones sentimentales. Observa y acepta la indulgencia familiar que se le ofrece como si continuamente buscase la aprobación de los habitantes de la casa por su regreso y, al mismo tiempo, la temiese. Dentro y fuera del hogar los días siguientes prosiguen vacíos, como ofrendando el testimonio de su ayer neurasténico. Los aletazos del invierno forman parte de un coloquio imposible entre marido y mujer. Bronn, sin perder su sonrisa condescendiente, se muestra apagado y frío. Joan, comedida y vencedora, acepta las disculpas de su hermanastra por sus sospechas pasadas. Parece no amar, ni odiar ni temer. Presencia impasible la indiferencia de Arnold hacia Charoltte. La relación encubierta con el esposo de su hermanastra es un misterio; debiera ser un misterio, y no lo es. A solas con Arnold Bronn, se complace observándole y correspondiéndole en su fingida aflicción, sabiendo que Charlotte jamás conseguirá penetrar de nuevo en lo recóndito del corazón de su hastiado esposo.




Un inesperado personaje irrumpirá en la vida de Charlotte Bronn: Jake Diamond (Efrem Zimbalist Jr.), compañero de Facultad de Arnold y aceptado, durante su ausencia, como inquilino de la casa en la habitación donde ella sufriera sus primeras acometidas de neurastenia. Charlas amigables con Diamond que abren para Charlotte sendas de cierto desahogo, y que no esconden los pormenores de su estancia en el Hospital Mental. La distanciación entre el matrimonio posee una clara oscilación hacia el rictus del sufrimiento. Tras la imploración sentimental de la enferma reaparecen las pasadas agonías de los celos que en ella siguen inspirando las tibias relaciones encubiertas entre Arnold y Joan, cuya belleza sigue constituyendo un reto en su vida de casada.  

Las horas se suceden cada vez más oprimidas por las nuevas sospechas. Su felicidad de juventud vive ahora del silencio de su abandono. Renace un rencor desesperado hacia su hermanastra, como culpándola de un encanto difícil de perdonar. La nueva inquietud de Charlotte revierte, pues, en Arnold y Joan. Su receptividad nerviosa vuelve a herir con miradas precisas el entorno familiar.   


 

 

Para retardar el instante de una segunda recaída, la enamorada esposa propone un viaje en solitario de ambos cónyuges a Boston en las inmediatas fiestas navideñas. Durante su estancia en la ciudad, todo lo acontecido anteriormente, se ve muy lejos. La finísima herida de la mente de Charlotte se revela de nuevo en una irresistible avidez imaginativa: parecerse a su hermanastra Joan. Imita su peinado, adquiere un vestido que la ridiculiza, y cuando acude al encuentro de Arnold, una cita protocolaria con invitados que tratan de ocultar su asombro, el esposo abochornado esgrime su protesta de menosprecio. Un dardo de culpabilidad hacia el nuevo desequilibrio de Charlotte que acabará por separarlos una vez más. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Durante la noche, tras una visita del doctor, tan sólo permanece el recuerdo borroso del incidente. Bronn, tras la humillación vivida, se sume en una congoja sollozante bajo el desconcierto y la mirada asombrada de Charlotte, quien más tarde tratará de nuevo de defenderse del rigor de su razón extraviada. Finalmente, enfrentada a su marido y como refugiada en una postrer meditación, una vez desincorporadas de su mente las  imágenes de su último desorden psíquico, y que la moviera a imitar en todo a su hermanastra Joan, inquiere ahora a Bronn con fría precisión los motivos que promovieran la falsa y monótona atmósfera de indiferencia que han definido su matrimonio desde su vuelta del Hospital Mental: (Charlotte observando el mutismo rencoroso de Arnold) "Ahora que estás calmado tienes que decirme qué pasa..." (Bronn, tratando de soslayar el espinoso tema) "No puedo... Quiero saber qué te hizo llorar. Quiero saber lo que hice. Tengo derecho a saberlo. ¿Fue algo que dije? ¿Tuvo que ver con mi aspecto?..." "Sí..." "¿Era tan malo que por eso me sacaste del restaurante, me trajiste a la habitación, y te echaste a llorar?..." "Sí. ¿Sabes qué aspecto tenías?..." "Dímelo". (Arnold se resiste a hablar) "No..." (Charlotte, tratando de recordar) "¿No estaba guapa?..." "No..." "Nunca estoy guapa para ti, Arnold. No importa lo que lleve, y es porque no me quieres..." (Arnold se muestra nuevamente evasivo) "No es de amor de lo que estamos hablando..." "¿Entonces?..." (Arnold habla con dureza) "Ahora pareces estar bien, pareces normal, pero no lo eres. Tienes que estar en un Hospital, necesitas más cuidados..." (Charlotte se enfrenta de nuevo a él) "No dejaré que me encierres en un Hospital otra vez, Arnold, allí estaría muy sola. ¡No iré!..." (Arnold trata de mostrarse afable, pero no oculta su hastío) "No estoy intentando castigarte, pero ya no lo soporto..." "¿Dime por qué? Todo lo que has dicho hasta ahora es que no estaba guapa..." "¡Estabas grotesca! Hoy saliste y compraste cosas que son horribles. ¡Ese vestido!, y tu peinado era ridículo. Parecías una caricatura de Joan. Eras un fantoche. Estabas disfrazada. Tu zapato se salió. Si no lo recuerdas, Charlotte, es que estás loca. Yo sé que estás loca, y todos en el restaurante sabían que estabas loca. Ya sé que no tienes la culpa, Charlotte, y que tratabas de complacerme..." (Marido y mujer se observan con amargura) "Dime una cosa, Arnold, ¿has estado drogando mi comida?..." "Charlotte, no sabes lo que dices. ¿No te das cuenta de que es absurdo?..." "Arnold tengo problemas. No sé cómo estaba antes, pero ahora mi mente está perfectamente despejada. ¿Lo entiendes? Debo averiguar lo que pasó. Responde a mi pregunta..". "¡Claro que no he estado drogando tu comida!..." "Pensaba que sí. Me dijiste que leyera revistas para hacer lo que hacían las mujeres para ser más atractivas. No te asombres Arnold. Tan sólo respóndeme... Yo no te dije que leyeras las revistas..." (Charlotte entristecida) "Te comp un regalo de Navidad, y te compré muérdago" (En un arrebato de ira, lo tira todo por la ventana del hotel) "Esta noche íbamos a subir a la colina a ver las casas iluminadas..". "Charlotte deja que llame a Joan para que nos ayude a pasar esta noche y mañana. La necesitas..." "¡Sí, trae a Joan! ¿No soportas estar aquí sin ella? ¿No es así? ¡Tráela y ponla entre tú y yo, Arnold, donde debe estar. Tengo mucho más valor que tú. Yo puedo estar aquí de pie y dejar que me llames grotesca, pero tú no puedes soportar lo que te digo, porque eres culpable, porque me odias, y porque amas a Joan...". "¡No!..." "Sí, lo sé. ¡Mírame! ¿Es posible que no lo sepas? ¡Yo lo sé, Joan lo sabe, Inez..., Diamond lo saben. ¡No sólo esta loca lo sabe! Y si tú no lo sabes, eres tú el que estás loco! ¡Joan, Joan, Joan, Joan! ¡No puedes soportar que se pronuncie su nombre. Sigues sin poder soportar la idea de estar aquí sin ella, y besar a tu esposa por Navidades. Arnold siempre creí que estabas enamorado de Joan, pero dejé que todos me convencieran de que eran tonterías. Quiero que tú me lo digas. Dime que no me amas con cuantas palabras sean necesarias para que me pueda salvar..." "No puedo..." "Dilo, Arnold. Te lo ruego. Debo oírlo porque, aun ahora, después de todo esto, estoy empezando a decirme a mí misma que quizás me equivoqué, que no sea verdad, que me aferro a la esperanza, y eso me pone enferma..." "Charlotte, tú no me amas. Tú crees que es amor lo que sientes, pero no es así. Es una obsesión..." (Charlotte insiste) "Arnold, dilo. ¡Dilo!" (grita)... (Arnold confiesa al fin) "Yo no te amo Charlotte..."

La verdad ha mostrado su hoja cortante y perniciosa. El regreso al hogar de ambos esposos atormenta sus conciencias. El vínculo matrimonial posee una vida ya detenida, un motivo de vergüenza y horror para Arnold y Charlotte.
Ambos callan ante Joan e Inez. Tantos reproches ocultos, tantas mentiras contra tanta hipocresía como la que ha rodeado a Charlotte durante su regreso del Hospital. Pese a todo, Charlotte regala el vestido adquirido en Boston a su hermanastra a fin de que pueda lucirlo en la fiesta de Fin de año. Joan, exultante, corre a mostrárselo a un asombrado Arnold, mientras sarcásticamente Charlotte informa a su hermanastra de que Arnold "tiene algo que decirle y prefiere dejarlos a solas".
 


Aquella noche, Charlotte acude al pequeño embarcadero donde Jake Diamond goza de sus únicas horas de ocio. Diamond informa a Charlotte de su próxima marcha: (Charlotte) "Entonces los dos nos iremos después de este horrible semestre. Qué coincidencia..." (Diamond) "¿Quiere saber lo que pienso? Que no debería complacer a Arnold... "¿Por qué es tan amable con él?..." "Sólo es un mes. No es demasiado..." "Prefiero callarme lo que pienso de él. Es su marido y es el responsable de que yo abandone la Facultad..." "¿Eso es verdad?..." "Bueno, no es que yo me hubiese quedado. Fue interesante verle ndome la espalda tan pronto supo que no le convenía tenerme a su lado. He encontrado trabajo en New York..." "Me alegro mucho. ¿Que hará?..." "Es una revista, creo que me gustará..." "Estoy segura. Me alegro por usted..." (Diamond la observa con interés) "¿Quiere reunirse conmigo?" (Charlotte sonríe con tristeza) "Pobre de usted..." "¿Qué quiere decir?..." "Es usted demasiado galante. Lo último que necesita en estos momentos es a alguien como yo. Creo que sería una gran equivocación. He pasado por algo horrible. Me sostengo de puro milagro, y me da mucho miedo volver a caer..." "Lo superará..." "Hay algo que podría hacer si se siente tan galante. Venga conmigo a la fiesta de Fin de Año. Prometí ir y necesito algo de apoyo moral..." "Muy bien, iré con usted..." "Me voy a Boston mañana. Sola. Compraré un vestido para la fiesta. También voy a ir a la peluquería" (refiriéndose al color de su pelo, que tiñera de rubio imitando a Joan) "Quiero tratar de encontrarme a mí misma otra vez"...


La fiesta de Fin de Año impone una vez más la hipócrita voluntad de aparentar una comprensión ya imposible entre ambos. Se suscita una postrer disputa entre Arnold y Charlotte, quien se ve obligada a "enviarlo al diablo" con una clara manifestación de despecho, y abandona la fiesta en compañía de Jake Diamond. 

Aquella misma noche, Charlotte arrostrará todos los "frentes" que han causado su pasado desequilibrio, a fin de rehabilitar la legitimación de su recobrada salud mental. Su primer acto será despedir a su desdeñosa y hostil sirvienta Mattie, que no dará crédito a su último enfrentamiento con Charlotte, que ahora golpea su puerta: (Charlotte imperiosa) "¡Abra la puerta, Mattie! Tengo algo que decirle..." (Mattie se enfrenta a ella) "¡Eh, un momento!..." "Vine para despedirla. ¡Está despedida!..." "Veremos que dice el señor Bronn" (la amenaza Mattie) "¡Yo la contraté y yo la despido! Le dejaré un mes de sueldo en la cocina"


(En aquellos instantes, aparecen Joan, Inez y Arnold que regresan de la fiesta de Fin de Año) (Joan) "¿Qué estás haciendo aquí en la oscuridad, Charlotte. Me has dado un susto de muerte" (Charlotte radiante) "He despedido a Mattie." (Todos se asombran, y Arnold farfulla) "¿Que has qué...?" (Charlotte no le responde. Observa inquisidoramente a Joan, que luce el espléndido vestido que ella le ha regalado) "Joan, antes de que me internaran, dijiste que no había nada entre tú y Arnold, que mis sospechas eran infundadas; cuando volví a casa volviste a decirme lo equivocada que había estado. Nunca había habido nada entre vosotros, me dijiste. Arnold no era ese tipo de hombres; incluso cuando lo decías sabías que lo que yo notaba entre vosotros era real. Sabías que era amor y mentiste, ¿no es así?..." (Joan, exaltada, trata de evitar las acusaciones que Charlotte le dirige) "Por lo que más quieras, estoy cansada. Son más de las dos, ¡no quiero oírte! Me voy a la cama..." (Charlotte persiste en su inculpación) "Sabías que llegaría el día en que nuestro querido Arnold tendría que admitir que te amaba. Lo que tenías que hacer era esperar. Y si eso me costaba la razón, porque la realidad me dolía y me hacía dudar ¿te importó?".

(Interviene Inez, su madrastra) "Charlotte sé que estás enfadada, y supongo que no te das cuenta de lo egoísta y desconfiada que estás siendo. Me había hecho el propósito de no meterme en nada porque no era de mi incumbencia..." (Charlotte le grita enojada) "¿Por qué no me haces un favor? ¡Cierra la boca de una vez! ¡Nadie te está hablando!" (Joan) "Arnold, será mejor que hable con Mattie, ¿no te parece?" (Charlotte se enfrenta a ella) "¡Será mejor que no!" (A Arnold) "Dime, ¿por qué me enviaste a un Hospital Estatal. No te hubiera costado nada haberme conseguido el mejor tratamiento psiquiátrico. Yo tenía dinero para ello. ¿Por qué no me enviaste a uno de tantos Hospitales privados?..." (Arnold irritado) "¡Ya he tenido suficiente! Nadie ha tocado tu dinero, está todo allí, en tu cuenta; no he tocado ni un centavo. Que lo cuente tu banquero Hamilton Gregory si no..." (Charlotte sigue insistiendo) "Aún no has contestado a mi pregunta. Quiero saberlo. No voy a esperar más a que me respondas. Estoy cansada, ya llevo tres meses en casa..". (Arnold se enfrenta a Charlotte con sarcasmo) "¡Sabemos que has estado en casa tres meses! Créeme que lo sabemos..." (Charlotte le observa con manifiesto reproche en su mirada) "Contéstame Arnold. Dime por qué no me conseguiste un buen tratamiento..." "Recibiste un buen tratamiento" (se disculpa Arnold encolerizado) "No habrías notado la diferencia. No tienes ni idea del estado en que te encontrabas. No sabías el día que era. No había ninguna razón para gastarse una fortuna en ti. ¡Parecías un animal! En el Hospital fueron buenos contigo. Que yo sepa recibiste ocho tratamientos de shock. Tal vez más, pero quizás tú no los recuerdas". (Interfiere Joan) "¿Quieres decirme lo que esperas de un lugar así? ¿Que sea un hotel de lujo?" (Charlotte los observa todos con repugnancia) "¡Basta, basta, ya es suficiente. No debería inculpar a nadie. Tú nunca te casaste conmigo, Arnold. Tú te casaste con una imitación de Joan, porque toda mi vida y en tantos detalles quise ser igual que Joan." (A Joan) "Porque tú eras amada cuando yo no. Pensé que tenías el secreto que yo no podía encontrar. Creí que tú eras la cosa más maravillosa en el mundo. Y yo te adoraba. Pero ya no te quiero, Joan. Nunca te quise. Ahora te odio, ¿lo sabes?, te odio..."  

Un deseo de huida desborda de lo íntimo de Charlotte. Refugiándose en su dormitorio, evita a su familia y prepara la maleta. Efectúa una llamada a Diamond: "Jake, siento despertarte. Me dijiste que podía llamarte si te necesitaba. ¿Qué te parece la idea de viajar hasta Boston?" (Jake) "Iré tan pronto como pueda" (Charlotte recuerda luego una conversación con su antiguo enamorado Hamilton Gregory, y le llama de inmediato): "Hamilton, soy Charlotte. Voy a trasladarme a Boston. ¿Puedes conseguirme una cita con aquel doctor amigo tuyo"... (Arnold aparece en la habitación y la observa sin musitar una palabra, mientras Charlotte expone con la frialdad que el instante exige su voluntad de abandonarlo todo): "Me marcho. Podrás localizarme a través de Hamilton. Voy a pedir el divorcio desde Boston. Después de las vacaciones espero no encontrarte en mi casa. Puedes decirle a Inez y a Joan que les escribiré. Naturalmente quiero que se marchen también. Voy a cerrar la casa"..

Charlotte no puede evitar un temblor y un leve sollozo mientras, ya en el exterior, aguarda a Jake Diamond. Luego su mirada encendida la acaricia. No obstante, todavía se sabe poseída de ese desencanto difícil de perdonar. Una parte de su vida desperdiciada. Y si quiere gobernar sus pensamientos tendrá que aprender a olvidar gestos, palabras, lágrimas, y todo su dolor pasado. 


 









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