domingo, 13 de septiembre de 2020

Maurice -VI Parte-


"British adaptations to the Big Screen"
Cuando el mobiliario de las Schlegel se ha transportado a "Howards End" a petición de Margaret, se decide hacer una visita a la mansión en compañía de Dolly, depositaria de las llaves. La despistada mujercita de Charles ha olvidado llevarlas consigo. Con disgusto, Henry y su nuera vuelven en el coche en busca de las mismas. Meg permanece en "Howards End" y la recorre  entusiasmada. Luego se dirige hacia el castaño del que le hablara Ms. Ruth. Descubre allí los dientes de cerdo y cuando Henry regresa le explica el significado de su divertido descubrimiento.
Helen se halla de visita en Cambridge, donde Tibby está estudiando. Su hermana le expone un urgente propósito de ayudar a los Bast con 5000 Libras. que desembolsará de su patrimonio familiar. Tibby exclama que está loca, pero Helen insiste en que sea él quien envíe esa cantidad a Leonard, porque ella se dispone a abandonar Inglaterra con rumbo a Alemania, patria paterna, y que no sabe a ciencia cierta si volverá alguna vez. Cuando Leonard recibe el cheque que le envía Tibby, escribe un escrito devolviéndolo
Tras la desaparición de Helen, se va a celebrar la boda civilde Margaret y Henry. Las visitas de Margaret a la "Compañía Wilcox" son alegres. El intrigante Charles la acepta aunque no la ve más que como una entrometida en su familia, ya que la boda, por supuesto, tampoco cuenta con su beneplacito. No obstante, se lleva a cabo.
Las únicas noticias que reciben de la joven Schlegel son postales con remite sin dirección. Meg, ahora convertida en Mrs.Wilcox, teme que a su hermana le haya sucedido algo. No comprende el porqué de aquella atrabiliaria huída de Inglaterra. Visita a su hermano Tibby para recabar noticias, y el joven explica que también él recibe postales con remite de un apartado de correos alemán.


Meg  y Tibby piden ayuda a Henry para localizar a su hermana .
Al mismo tiempo, Charles expresa ante su padre y su esposa que no desean más líos familiares. Henry reprende a su hijo y expone que su comportamiento ante Margaret ha sido deplorable.
Cuando tía Julie enferma, Meg propone a Tibby telegrafiar a Helen para que vuelva a Inglaterra, dado que Mrs. Munt arde en deseos de volver a verla. Helen que ha regresado de Alemania se dirige a Howards End por iniciativa del telegrama que le ha enviado su hermana Meg. Ésta, decidida a conocer los motivos de la huida de Helen, propone a su marido que la lleve hasta "Howards End" para hablar con Helen. Una vez allí, descubre alarmada el embarazo de su hermana. Pide a Henry que la deje a solas con ella. Helen no comprende el motivo de que todo el mobiliario de Wickam Place se encuentre allí, pero observa con satisfacción la antigua espada militar de su padre colgada en la pared. Luego, cuando Meg insiste, confiesa que el padre de su criatura es Leonard. Margaret, terriblemente compunida, ruega a su marido que la espere en el automóvil y que por favor no entre en la casa.
 



De regreso al hogar de los Wilcox, Meg explica la situación de Helen, su embarazo, y le pide encarecidamente a Henry que deje pernoctar a su hermana en la casa solariea. Henry trata de calmarle los ánimos, pero se halla trastornado e interiormente enfurecido por el embarazo secreto de Helen. No duda, pues, en prohibir a su cuñada que permanezca en "Howards End". Meg, vivamente contrariada por la actitud absurda de su marido, insiste en que si ella fue capaz de perdonar que él hubiera tenido una amante, el tendría, por reciprocidad, que eximir de culpa a Helen. Ante la insistente prohibición de Henry, Meg se decide que, le guste o no a Henry, está decidida a ir a "Howards End" para proteger a su hermana.
El olvidado Leonard Bast sigue pasando por terribles dificultades económicas por falta de empleo. No obstante, trata de indagar el paradero desconocido de su amada Helen. Sueña constantemente con ella, la ve aparecer bajo la lluvia saliendo del Queen's Hall y que él la llama desde el enrejado mientras ella se vuelve sonriente hacia él.. Últimamente padece una crisis cardiaca que se va acrecentando. Por la criada de los Schlegel se entera de que Helen se halla en Hilton, en una mansión llamada Howards End y decide acudir hasta la misma para encontrarse con Helen. Se despide de Jacky y toma el tren hasta Hilton. Mientras tanto el entrometido Charles Wilson, conocedor del embarazo de Helen, ha visitado a Tibby para recabar noticias sobre la muchacha y saber el nombre de su "seductor". Tibby responde que se trata de un tal Leonard Bast, y que cree que su hermana se halla en "Howards End". Y cuando el arrogante Wilcox exclama: "¡Dios mío qué familia! ¡Que Dios ampare a mi pobre padre!" Tibby a su vez añade: "¡Que Dios ampare a mis pobres hermanas!"...

Leonard Bast recorre la carretera de Hilton bajo el calor veraniego. Charles Wilcox conduce su coche por la misma ruta, y deja tras él al viandante. Bast se interna ahora en el florecido prado de "Howards End"
Pregunta a un niño sobre la mansión y penetra en en su interior. Una vez allí, es recibido con gran asombro por las hermanas Schlegel. Charles que se halla presente, tras la exclamación de Helen: "¡Leonard!", se dirige hacia Bast exclamando que es un vil seductor.  El entrometido Wilcox ha tomado la espada de Mr. Schlegel, hostiga, enfurecido, al joven Bast y le golpea brutalmente. Helen y Meg se muestran aterrorizadas.
Leonard Bast, que últimamente tiene una afección cardiaca, se desploma una estantería de libros, y el desgraciado e inocente joven cae inerte en tierra. Tras el horrible incidente, Bast fallece.
                                         Helen destrozada  recibe el cuidado de la antigua criada de Ruth Wilcox.
La policía hace acto de presencia en la mansión, y Charles declara que tan sólo golpeó al muchacho una o dos veces. Además, nadie conocía su afección de corazón. Meg está decidida a apoyar a su desgraciada hermana menor en todo lo que necesite. Comunica a Henry que se propone abandonarle y marchar con Helen a Alemania para hallarse a su lado cuando dé a luz. El altanero Mr. Wilcox se desmorona. Solloza ante su esposa con su acostumbrada postura de mano ante el rostro. No acierta a comprender cómo su hijo Charles ha podido cometer semejante locura por la que va ser condenado a prisión por homicidio involuntario. Poco después, el joven Wilcox es detenido y conducido a juicio... El siguiente verano tiene lugar una reunión familiar en "Howards End". Evie, Paul y Dolly se hallan allí. Henry expone que, cuando él muera, deja en herencia la casa solariega a su amada Margaret, quien a su vez renuncia al patrimonio monetario de los Wilcox. Dicho patrimonio se repartira a partes iguales para los tres hijos. Y Meg, a su muerte, dejará "Howards End" a su sobrino, el pequeño de Helen, que juguetea en el jardín con él. Insiste en que dicha herencia no será jamás rebatida por ninguno de los tres. Dolly expresa con su habitual estupidez que a Charles le ilusionaba que "Howards End" pasase a manos de sus hijos, pero que ahora ya no lo viviría en aquella casa por nada del mundo. Y que incluso habían pensado cambiarse el apellido. Pero no encuentran otro mejor que el de Wilcox. Cuando abandona la casa en compañía de su cuñada Evie, murmura que resulta sorprendente que al final sea Margaret quien herede la mansión como había sido voluntad de Ruth.
Dolly al abandonar la casa observa al pequeño sobrino de Meg, y exclama que es un niño muy lindo y que se parece a su hijo menor.
Meg que ha oído el comentario sobre "Howards End" pregunta a su marido el significado del mismo.  Henry explica con una ternura poco habitual en él que su querida Ruth, poco antes de fallecer, garabateó el  nombre de Margaret en un papel, pero que no se trataba más que de un delirio de moribunda, y él echó la nota al fuego. Meg acepta comprensiva la explicación de Henry
Helen recorre ahora el verde prado de "Howards End" con su hijo..."
La espectacular adaptación a la Pantalla Grande de "Howards Ends", conducida con mano maestra por el tandem Merchant-Ivory, se convierte en uno de los puntales del cine inglés. La cualidad estética de sus imágenes, sus relieves de luz, los elementos dinámicos (movimientos de cámara) recorriendo la naturaleza a tiempo real, una válida y fiel reproducción de la época burguesa británica, con su mundo lujoso, sofisticado y altivo en contraste con la pobreza del suburbio londinense, vuelve a reafirmarnos que el cine es una de las más maravillosas síntesis de las tradicionales artes del espacio y del tiempo. El movimiento del objeto fotografiado, sus encuadres y sus juegos de luces y sombras perfectamente combinados fascinan al espectador como si  fuesen las palabras mismas contenidas en el texto literario de J. M. Forster. Las posibilidades milagrosas de la cámara con "travellings" portentosos un riguroso sentido de la precisión ambiental como nuevo agente dramático, la transición temporal como fresco soplo del espacio abierto, la utilización del decorado como elemento de magistral sobreimpresión tras los estudios psicológicos del protagonismo colectivo en su acepción más epidérmica, estructuran exquisitamente este soberbio, perturbador y poético drama de  atmósfera. La rigurosa composición plástica de "Howards End" se convierte así en un auténtico "tour de force" técnico e interpretativo, y en un decisivo estallido de la más inolvidable de las conmociones estéticas que nos haya prodigado el Séptimo Arte.
Un "sound-track" del excepcional compositor Richard Robbins, con intercalados de la "Quinta Sinfonía" beethoviana, se adapta magistralmente al elemento narrativo como uno de los más espléndidos y significativos testimonios de la música visual cinematográfica.













































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