Marcel Carné se encamina hacia un atento examen crítico de la sociedad francesa de posguerra. Crea así lo que se llamará el nuevo "naturalismo negro francés". Toma a Emile Zola (cuyos sangrantes documentos novelísticos tan tremebundamente suelen criticar la convivencia entre los seres humanos), y adapta uno de sus relatos más siniestros: "Thérèse Raquin". Rebasa la frontera del siglo XIX, y penetra en el XX, ya que, a los ojos de nuestros contemporáneos, el toque lúgubre de Zola es difícilmente soportable en los momentos críticos de transición que vive Francia. Carné no obvia el lado negro de la historia, pero ofrece un carisma más aleatorio a la implicación criminal de los protagonistas. Le sale el lado más tierno en esos encadenados hechos de su flagrante adulterio. Pero la sinceridad sigue siendo una condena que hace impracticable la convivencia. La autodestrucción de ambos, ya en marcha, es una peligrosa carta de las que el destino tanto gusta repartir. La suerte está echada...
"Thérèse Raquin" es un film riguroso y alarmante, imprescindible para todo degustador del magnífico cine europeo. Las mezquindades de las tragedias cotidianas y ese universo insoslayable de tantas soledades, son la única riqueza íntima de unos personajes que recorren a conciencia esa nueva fachada fílmica que los italianos llamarían postneorrealista.
Thérèse vive los horrores y terrores de una familia mema y mezquina. Ellos se gozan en sus maldades, se sabe manipulada, predomina en ella un verdadero sentimiento de muerte. Pero está radiante, carnal, cuando el amor viene a arrancarla de esa existencia parasitaria al lado de un marido y una suegra a los que odia. Su rostro, magnífico, raya en lo olímpico.
Raf Vallone tiene todas las connotaciones y vicios del pueblo llano cuando se entrega a la pasión. Lo quiere todo, y su paso del amor a la violencia es vertiginoso. Es el perfecto niño-hombre, tosco e inseguro. Un gran actor.
La inolvidable irrupción del cínico y avispado Roland Lesaffre templa la cuerda del suspense y afila la cuchilla que sajará todo el borrascoso horizonte de encrespadas nubes de culpabilidad que envuelve a la pareja protagonista. En él se cifran las torvas y advenedizas ambiciones de los hombres, y como tantos otros acabará consumiéndose en el pequeño holocausto de su efímera victoria tras la que arrastrará el tenso y desesperado estallido último de sus concupiscentes adversarios.
Y Sylvie, extraordinaria actriz francesa, no perdona: sus ojos son alfilerazos que coronan, con todo su veneno, el lado perverso de la historia. "Thérèse Raquin" es una película absorbente, perfilada, europea a tope. Vale la pena no perdérsela.
El negro cielo de Emile Zola emana en cada plano como el que nos ofrece el personaje atormentado, pero de crispaciones perfectamente contenidas, de la extraordinaria Simone Signoret. Melodrama malvado, pero imprescindible.
"Thérèse Raquin" es un film riguroso y alarmante, imprescindible para todo degustador del magnífico cine europeo. Las mezquindades de las tragedias cotidianas y ese universo insoslayable de tantas soledades, son la única riqueza íntima de unos personajes que recorren a conciencia esa nueva fachada fílmica que los italianos llamarían postneorrealista.
Thérèse vive los horrores y terrores de una familia mema y mezquina. Ellos se gozan en sus maldades, se sabe manipulada, predomina en ella un verdadero sentimiento de muerte. Pero está radiante, carnal, cuando el amor viene a arrancarla de esa existencia parasitaria al lado de un marido y una suegra a los que odia. Su rostro, magnífico, raya en lo olímpico.
Raf Vallone tiene todas las connotaciones y vicios del pueblo llano cuando se entrega a la pasión. Lo quiere todo, y su paso del amor a la violencia es vertiginoso. Es el perfecto niño-hombre, tosco e inseguro. Un gran actor.
La inolvidable irrupción del cínico y avispado Roland Lesaffre templa la cuerda del suspense y afila la cuchilla que sajará todo el borrascoso horizonte de encrespadas nubes de culpabilidad que envuelve a la pareja protagonista. En él se cifran las torvas y advenedizas ambiciones de los hombres, y como tantos otros acabará consumiéndose en el pequeño holocausto de su efímera victoria tras la que arrastrará el tenso y desesperado estallido último de sus concupiscentes adversarios.
Y Sylvie, extraordinaria actriz francesa, no perdona: sus ojos son alfilerazos que coronan, con todo su veneno, el lado perverso de la historia. "Thérèse Raquin" es una película absorbente, perfilada, europea a tope. Vale la pena no perdérsela.
El negro cielo de Emile Zola emana en cada plano como el que nos ofrece el personaje atormentado, pero de crispaciones perfectamente contenidas, de la extraordinaria Simone Signoret. Melodrama malvado, pero imprescindible.