Así, Fernán Gómez, de lo mucho que lleva leído de las memorias pasadas, recoge las crónicas dispersas de aquellos tediosos papeles malolientes del Imperio, y nos propone un definitivo cultivo que nos haga más inteligibles los prototipos humanos embrutecidos por la fatalidad enajenadora de un siglo arrugado aunque bien parapetado tras los encajes empalagosos de unas razones morales encerradas como espejos en buhardillas polvorientas, entre ilusiones de juventud y belleza de corazones preservados en estas atmósferas enmarañadas que los envuelve, y por muros religiosos, dominios y santidades que nos dejaron sus túnicas de ancianidad martirizadora.
Y para acabar descomponiendo por fin las tenebrosas formas de todas esas antiguallas del más risible de los siglos, no tiene más remedio que mofarse de los noviazgos "balconiles", batidos por el cierzo, del tremebundismo de las chulerías ministeriales madrileñas, de la precisión, a veces certera, a veces inconexa, de las palabras, de los retintines y dobles sentidos, del mundo macho y de las limitaciones femeninas, con una reconstrucción de esa época decimonónica donde los hombres baten records irresistiblemente cómicos y rayanos en la estulticia, y el bello sexo le sigue el juego en sus connotaciones tontas (que formaban la quintaesencia de lo varonil), dialogan como cotorras y perdonan sus vicios, con tal de que, más allá, como se dijo, se alce el altar que habrá de sanearles sus matriarcados absurdos.
Tan sólo una de sus hijas no se somete, y dará lugar a la tan cacareada "Sublime decisión". ¡Ah, pero las politiquerías, que suben y bajan como la espuma del tiempo, no perdonan! Se necesita saber mucha historia para comprender los mil detalles graciosos del film.
Fernando Fernán Gómez y Analía Gadé (R.I.P.), valga la redundancia, ¡SUBLIMES!...
Fernando Fernán Gómez y Analía Gadé (R.I.P.), valga la redundancia, ¡SUBLIMES!...