La
imagen cinematográfica posee esa exaltación fulminante, rotunda,
efigiada por una especie de alumbramiento que nos recoge en la butaca, y
pasea ante nosotros, por entre la sala cerrada, como una oleada de
eternidad, creando una especie de unanimidad química que transforma
todos nuestros sentidos en auténtico paladar. Es como si el cine gozara
de su hora bíblica. Del decurso vetusto del romance mantenido por
atesoradas esencias. Esencias que forman el encadenamiento fílmico.
Caudal, a su vez, de la voluntad de un mago: en este caso ¡David Lean!
Un crítico, Roger Elbert, gran admirador de "Doctor Zhivago", decía: "Comprendo el ajetreo incesante de Lean, entiendo su sufrimiento, sus extraños cambios de ánimo y de personalidad. La vida de una película no se halla tan sólo en cuidar a cada uno de sus personajes, como puede ser la complejidad difícilmente plasmable del mismo Zhivago o de Lara. La vida de una película se halla también en cada una de sus esquinas, de sus rincones; en el conflicto mental que vive el artífice a la búsqueda perfecta de cada ángulo de la imagen, de la belleza"















A
partir de 1946, el cine inglés afronta ya con gran optimismo su
posguerra, y en 1948 su cuota de pantalla sube al 45 por ciento. "Rank" decide proseguir su política de "films de prestigio", y no duda en elegir de nuevo a David Lean
para que dirija, con su ya demostrada y concienzuda maestría, el gran
díptico basado en dos de las obras cumbres del gran clásico Charles Dickens,
"Great Expectations" ("Cadenas rotas"), con John Mills, Tony Wager, Valerie Hobson, Jean Simmons, Bernard Miles, Francis L. Sullivan, Martita Hunt, Alec Guinness, y Finlay Currie, y "Oliver Twist", 1946-1947, -en
las que brilla por primera vez el gran talento interpretativo de un
recién llegado Alec Guinness-, y coprotagonizada por Robert Newton, Francis L. Sullivan, John Howard Davies, y Kay Walsh. Ambos films serán en cierto modo el
embrión que preludiaría la grandeza de este inimitable mito inglés,
capaz de romper todas las barreras que pudieron llegar a obstaculizar en
algún momento el clasicismo cinematográfico más recalcitrante,
llegándole a conceder una nueva y triunfal perspectiva de apetecible
monumentalidad y magnificencias irrepetibles.Reputación: Superproducciones


















De
todas las cicatrices que enarbolan la bandera del honor bélico, no hay
pérdida más absoluta del mismo que la hostilidad ambiental de un campo
de concentración, donde el prisionero, una vez apartado de la batalla
por la rendición, siente la inmensa verdad de su humillación. Pero su
sufrimiento, lejos del verdadero horror que significan los frentes de
lucha donde la muerte cava sus tumbas como una destrucción violenta del
raciocinio humano, se convierte ahora en algo que puede pasar de lo
extrañamente patético hacia los pintoresco, porque, a fin de cuentas, a
la humanidad le gusta más alimentarse del árbol de las mentiras y comer
del fruto al que muchos llaman cobardía. Y porque cuando la realidad del
frente bélico queda barrida, y la idea de la guerra al uso, con su
cosecha horrenda de muertos, queda ya profanada, el prisionero es ahora
un hombre interrumpido. Y su enemigo, aunque se valga de la brutalidad
para retenerlo, se convierte en amo de otra realidad desconocida. Una
realidad que sigue destilando el odio, que es esclavizadora y
destructiva, pero que altera la idea de la guerra y de la muerte
inmediata. Una realidad errónea pero agradecible porque concede la
posibilidad de supervivencia, aunque pueda corromper el tantas veces
absurdo orgullo del adversario. Y aunque el nuevo amo se erija en ese
feo dios que se autocomplace en la dolorosa supervivencia vejatoria de
su enemigo, hace que su campo de concentración se convierta así en una
anticreación menos diabólica de lo que antes fue humano para el militar
de rango: su irracionalidad guerrera, siempre dispuesta a entregar su
vida por el honor. Un sentimiento no siempre compartido por el soldado
atrapado a la fuerza en la intriga bélica. "Seven Pillars of Wisdom": T.E. Lawrence














El nuevo Olimpo inglés albergaba ya la figura mastodóntica de David Lean,
que había echado toda la leña posible al fuego sagrado de los grandes
mitos tras dirigir y alcanzar sus más sonoros triunfos, merecidamente
premiados con todos los premios habidos y por haber, en "The Bridge on
the River Kwai" ("El puente sobre el Río Kwai") 1957, con William Holden, Alec Guinness, Geoffrey Horne, Jack Hawkins, James Donald, y Sessue Hayawaka, "Lawrence of Arabia" ("Lawrence de Arabia"), 1962, con Peter O'Toole, Omar Sharif, Alec Guinness, Jack Hawkins, Anthony Quayle, Arthur Kennedy, José Ferrer, Claude Rains, Michel Ray, Gamil Ratib, Donald Wolfit y Anthony Quinn, (Con ella logra abrir una impactante brecha exaltadora del equilibrio que podía nacer entre el más sugestivo y gigantesco espectáculo visual cinematográfico y el profundo estudio de una personalidad tan compleja -genialmente recreada por un Peter O'Toole en estado de gracia- como fuera la del arqueólogo, escritor, y agente político inglés, Thomas Edward Lawrence. Lean, basándose en la obra autobiográfica de Lawrence "Los siete pilares de la sabiduría", saldría airoso del entrelazamiento narrativo "sublimidad e ideología" que dicha autoría comportaba, y conseguiría su segundo Oscar)
y "Doctor Zhivago",
1965, con Julie Christie, Omar Sharif, Geraldine Chaplin, Ralph Richardson, Rod Steiger, Tom Courtenay, Alec Guinness, Siobhan McKenna, y Rita Tushingham. adaptación de la polémica novela del Premio Nobel ruso, Boris Pasternak, Centrado, pues, definitivamente en el sendero de la gran súper
producción, y casi engullido ya en la marea de los poderosos estudios
hollywoodenses como Columbia y Metro Goldwyn Mayer, resultaba ahora imprevisible vaticinar cuáles podían ser los resultados de esta vastedad cinematográfica emprendida por Lean y cómo aplicaría de nuevo su afán polémico, jamás ocultado, garantizando a su público -ahora casi un insaciable "voyeur"
de su gigantesca obra-, tras esta extraordinaria expansión
internacional de la misma, que su virtuosismo cinematográfico no
sufriría el menor retroceso y que la impecable suntuosidad de sus
atmósferas celulóidecas y de su cromática paleta resucitarían
oportunamente en su siguiente y esperado film.
"Doctor Zhivago" from the novel of Boris Pasternak


El itinerario de Lean seguía, por tanto, apuntando hacia metas más y más ambiciosas, y, valiéndose de un excepcional script de su habitual guionista Robert Bolt,
midió cabalmente la envergadura de su nueva irrupción en la Pantalla
Grande. Y, aunque valiéndose nuevamente de un apabullante simbolismo
político -la resistencia de Irlanda a fin de liberarse del yugo inglés-,
como si pareciera dejarse seducir al mismo tiempo por una compleja
propuesta del novelista italiano Umberto Eco, decidió afianzar su
siguiente película sobre otra apetecible crítica social, articulándola
entre el valor que ofrendaba el mensaje esplendoroso de la naturaleza, y
admitiendo que esta "comunicación poética -según Eco- podía
ser perfectamente proporcional a las ambigüedades de dos de las
estructuras más complejas y ambiciosas de la existencia humana: el
romanticismo y la política".












El clasicismo de David Lean obtuvo de nuevo la magistral versatilidad de sus travellings.
Su cohesión narrativa espacio-temporal era ya total. Su lenguaje
explosivo para contar epopeyas revolucionarias, el vehículo expresivo
que utilizara para exponer las inmutables leyes que rigen el
comportamiento de los seres humanos o de las colectividades, la sintaxis
estética y fascinante del hombre frente a la provocación que ofrendaba
la Naturaleza, que es como un guiño de ojo dirigido al espectador, ora
expresivo, ora cauteloso, el poder demoledor del amor, el estilismo
sensible de las intimidades sentimentales y sensuales, el penetrante
sentido de la observación psicológica, y el individualismo feroz capaz
de alejarse de los grandes problemas colectivos para obsesionarse en
las tentaciones sexuales, convertirían a "Ryan's Daughter" ("La hija de
Ryan") en una película subyugante, de una estética visualista
inconmensurable, y, finalmente, en una deslumbrante obsesión por
penetrar el significado de la fotogenia. Con este film, así como el que
se erigiría en el más irrepetible de los testamentos de este creador
único: "A Passage to India" ("Pasaje a la India"), 1984, David Lean enriquecería
las posibilidades expresivas del lenguaje cinematográfico en todas sus
formas definitivas. Un lenguaje ya considerado como el vehículo
artístico más vivo e idóneo de nuestra época. Pero el fracaso comercial que supuso, a nivel de crítica y de
taquilla su, a todas luces soberbia y esplendorosa, "Ryan's Daughter" en 1970, y hoy revalorizada merced al DVD, le mantuvieron alejado de la dirección hasta 1984. 














































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