
Las
cuatro siguientes películas de Sara Montiel viven ya casi un
importantísimo
relevo del divismo que durante las tres décadas anteriores la
encumbraron,
aunque por supuesto tan sólo se significaron como una especie de
crepúsculo
variable según los reiterativos clichés musicales que tampoco rechazaban
ciertos tonos melodramáticos y con los que se envolvieron todavía
parte de estas cuatro últimas cintas de la Montiel. Tras sus siguientes
"Varietés" y "Cinco almohadas para una noche" la Montiel tomó la
decisión de retirarse definitivamente de la pantalla y dedicarse a
apariciones personales en muchos teatros europeos, entonando las
canciones que la hicieron famosa. Pese a ello, no resulta del todo
arriesgado aventurar que para desaparecer del firmamento del celuloide,
todavía no nos hallábamos demasiado lejos del gran mito que la Montiel
llegó a crear en nuestra filmografía hispana, muy poco representativo,
es cierto, de las realidades sociales del país, pero que con su
indudable y triunfal magnetismo, tan reiteradamente melodramático aunque
bientrajeado musicalmente, alegraban cualquier tipo de problemáticas
casi neorrealistas en las que todavía vivía nuestro país. Todo ello se
agravó, además, cuando en España ya se anunciaba rel aluvión que, por
obra del productor Samuel Bronston y otros capitostesd del cine
espectacular, unas veces europeos (como
los famosos spaghetti westerns rodados en Almería), y otros
norteamericanos y británicos estaba a punto de caernos encima (bien que
gloriosamente encabezado por David Lean con "Lawrence de Arabia" y "Doctor Zhivago"). Y aunque los films de Sara Montiel en escasas
ocasiones, por no decir casi ninguna, la vincularon a un cine de firme
compromiso social, no puede negarse que fue la suya, durante más de 20
años, una carrera netamente integrada al habitat artístico de gran
fidelidad textual al musical y con el que la actriz dominó un
importantísimo tipo de plano de inmarcesible estética, monopolizador de
los resquicios finales del espectáculo musical en España; y que, aunque
se midieran con fines artesanales, sus películas contaron con grandes
presupuestos cuya explotación en taquilla se amortizaron
excepcionalmente, no sólo en España sino internacionalmente. Tampoco se
puede olvidar que próximamente parecía anunciarse el fin del cine "sin
saberlo" (aunque por fortuna no fue así), casi devorado ya por la
irrupción hogareña de la televisión en todo el mundo.

A finales de los años 60 el productor Ricardo Muñoz Suay
decidió sacar partido a la todavía mítica actriz y cantante Sara Montiel, valiéndose de la Escuela de Barcelona, colectivo de
realizadores que defendía una nueva forma de hacer cine a través de títulos
como "Fata Morgana", 1966, "Dante no es únicamente severo", 1967, "Ditirambo", 1969. Así Muñoz Suay, que fue productor de la polémica y prohibida por la censura española "Viridiana", 1961 de Luis Buñuel, (que consiguió la Palma de Oro en el Festival de Cannes) consideró que sería una buena idea relanzar la carrera de la Montiel
modernizando de nuevo internacionalmente su imagen gracias a las nuevas propuestas estéticas
y narrativas de los jóvenes cineastas catalanes. Para llevarlo a cabo,
recurrió a Jorge Grau, el prestigioso realizador catalán, responsable del títulos míticos, en tono neorrealista, como "El espontáneo", 1963, "Una historia de amor", de 1967, y "La trastienda", 1975. La idea de Suay resultó interesante y Grau decidió dirigir la cinta, que llevaría por título "Tuset Street", en
referencia a una de las zonas de moda de la Barcelona de la época: la
calle Tuset.
Sara Montiel: la cantante de cabaret, Patrick
Buchau, el ‘ play boy’. Una pareja revolucionaria en el cine español.
TUSET CONTRA PARALELO
DOS MUNDOS FRENTE A FRENTE EN EL FILM DE JORGE GRAU
“TUSET STREET”




















ENCUENTRO
TENGO MIEDO
FRENESÍ
¡VERANO!... ¡VERANO!


El prestigioso director Mario Camus (al que debemos films extraordinarios como "Los pájaros de Baden Baden", 1975, y "Los días del pasado", 1978, entre otros muchos de calidad excepcional, así como la magnífica adaptación televisiva de la gran novela de Benito Pérez Galdós "Fortunata y Jacinta", en 1980), acepta dirigir la siguiente película de la Montiel, con guion del escritor Antonio Gala, en 1969, en un nuevo melodrama muy al uso de sus anteriores films primerizos como "El último cuplé", "La violetera", y "Mi último tango", aceptando los condicionamientos más populares, aunque no menos lujosos, de la industria cinematográfica española, que esta vez arrancaría de las páginas del gran novelista y poeta que fue Gala, y que con este drama a mayor gloria del mito Montiel, también expresaría la idea de que la "pareja no es una noción satisfactoria, pero tanto en el hoy por hoy como en el ayer no tiene otra solución". El film robustecido a la luz de los acontecimientos terroristas sufridos por tantas monjas en las misiones africanas, alimenta de nuevo de un modo u otro la típica neurosis del melodrama, exponiendo como no podía ser de otra manera, y dejando aparte las excelencias de su director y guionista, las dificultades de un análisis crítico que exigiría ofrecerse más pormenorizado, pero que vuelve a ahondar de lleno en ese brumoso movimiento del drama desaforado que nunca se resistió, en los films de la Montiel, al total encasillamiento. Pero el ya renombrado mito de la actriz y cantante que fue Sara Montiel se afirma una vez más y con fuerza indiscutible, dado que sus películas contaron con una gran industria cinematográfica de las tres décadas en que enseñoreó la pantalla hispana, del resto de Europa y de las dos Américas. Un cine hecho artesanalmente, pero con extraordinarios medios, con una moda inmarcesible, y una brillante heterogeneidad de directores y guionistas, quizás concebido a modo de revistas musicales que llegó a provocar también una pequeña avalancha de imitaciones en otras cinematografías europeas. No hay duda, por tanto, de que Sara Montiel, sus personajes y su nombre pasaron así a convertirse en una especie de arquetipo artístico universal muy acorde con las divas del estilo de la Dietrich y la Garland.



Soledad da a luz a una niña cuyo entierro
observa por una ventana. Desesperada abandona el convento.







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