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domingo, 22 de junio de 2025

La ley del deseo (Law of Desire) -1-



En otros dos títulos anteriores  como "Qué he hecho yo para merecer esto", de 1984, y "Matador", de 1986,  los tiros de Pedro Almodóvar  iban como flechados a instintos fácilmente  trasladables a otros "yos" más reconocibles y decisivos, movidos entre obsesiones que también podían llevar a extremos de delirium tremens, se hubiera ingerido alcohol o no; a esos "yos" que se preparaban para arrostrar un peligro capaz de empantanarlos entre cierto grado de basura sexual a la que, finalmente, se le restituían los peores sueños, los miedos, las cobardías y muchas veces hasta  una exclusividad premeditada para el crimen. (Texto de Kentauro)
 



 



 


 

Pero “La ley del deseo” fue más de lo que muchos en su momento de estreno querían. Y sus excesos también fueron mucho más apetecibles, más complacientemente con esas situaciones límites donde a veces la realidad podía acabar convirtiéndose en pesadilla, destapando sentimientos de manías persecutorias y de personajes tóxicos muy poco tolerantes, hasta adentrarse sin pelos en la lengua en la vía más difícil de cualquier melodrama: la de los sentimientos amorosos, ya  fueran entre hombre o mujer, o simplemente entre hombres. Y a través de todo eso que conllevan: sexo, desesperación, esperanza, ansiedad, turbación, violencia, espera, aburrimiento, cansancio, deseo, intempestividad, vitalidad, carnalidad, y muchas ganas de lo que sea, sin recurrir a la búsqueda de más adjetivos inquietantes. Hay pues en "La ley del deseo" una estructura desesperada de gente que también se busca y se esconde, que se ampara en egoísmos y en pasados que no van a volver, porque como ya dijo aquel Reth Butler de "Lo que el viento se llevó": "Querida, y el  pasado ¿puede remediarse?"  (Texto de Kentauro)

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Y el drama sexual de "La Ley del deseo" sigue así hacia futuros que tampoco van a ser compartidos. Y hay una historia circular que va de mano en mano, como la falsa moneda, a través de cartas que todos leen como en un ritual que les convierte al mismo tiempo en cómplices y víctimas de muchos errores. Tampoco falta un aprendizaje desesperado de formas de mantenerse vivos, o de empezar a morirse conscientemente, pero a tope. Y pese a todo, hay apetencias sexuales con enormes dosis de ternura, de amor, y de humor almodovariano del mejor.(Texto de Kentauro)

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Y aunque los personajes se enzarcen también en pugnas de propósitos amorales, nada de ello empaña el sobrecogedor resultado final, absolutamente espléndido; y llevado a término con un pulso y una manera de narrar que te pone la piel de gallina. Es una extraña mezcla de visión erótica -como ya lo fue en "Matador"- pero tan insólita como libre de vicios propagandísticos como diría un socrático. Y de una manera de concebir el cine implicándote  de atracción y repulsión con lo que te narra, pero de una repulsión por miedo, no por rechazo, de todo un mundo de sensaciones vivas que mayormente podemos tener olvidadas. (Texto de Kentauro

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Pero entre ese impudor del que hace gala Almodóvar, hay también una especie de superioridad que le permite exponer toda su historia desde planteamientos donde no caben más juicios que los del comportamiento que estamos viendo en cada momento de sus personajes, pero sin llegar a sentenciarlos del todo. También nos hallaremos ante las mejores escenas de amor de todo el cine del director manchego y de todas las últimas películas que hemos visto de él. Y de igual forma nos hallaremos ante explicaciones, amorosas todas en una medida u otra, y unas despedidas de llorar a moco tendido, por sinceras y por envidia. ¡Sí,... tanto amor frente a una ley del más exagerado de los deseos! (Texto de Kentauro)


 
 


 
 
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Y sobre todo una majestuosa Carmen Maura, que ya no podía estar  más de tanto como está, y de tan bella como olímpica, y de tan impecablemente diseccionadora de su difícil personaje para ofrecernos uno de los retratos psicológicos más incomparables con otras consecuencias dramáticas como las que han asolado su vida en el film y la siguen asolando, hasta lograr que desfallezcamos de emoción frente al total triunfo de su empeño para acabar siendo una de las más incomparables estrellas del cine español, perdida poco después por Almodóvar cuando éste debería haber estado dispuesto a besarle los pies y dedicarle casi en exclusiva  sus siguientes y ardientes vientos cinematográficos.(Texto de Kentauro)
 
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Y ahí queda, una Maura implacable y áspera, con una intrusión a la desesperada frente al recuerdo de su infancia con el sacerdote organista y pederasta (German Cobos), que destruyó su vida como hombre. (Texto de Kentauro)

 
Y su dignidad contaminada por el pasado cuando se enfrenta, deshecha e indignada, peleando con su hermano Pablo, por tratar de llevar a la pantalla las paradojas más amargas de su vida y la estupidez malsana de reflejarlas como un público lamento vergonzante.  (Texto de Kentauro)
 
 
 
 


 
          Y su segundo enfrentamiento, en defensa de su hermano Pablo, con la policía que la insulta por ser una transexual. 

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Y su show casi barriobajero pero de una genial sutileza Berlanguiana capaz de saltarse a la torera todos los protocolos del ya por fin olvidado subdesarrollo con el baño de la manguera, y el descubrimiento final del engaño amoroso, entre lágrimas de amor y despecho  Y, ¡cómo no!, hay una ley, la del deseo. Y con ella, una necesidad , también de deseo. Y una sensación física: que casi nos obliga a exclamar: ¡yo quiero que me pasen cosas, no me importa cuáles de las de la película., pero que sean así de intensas, tan como de verdad! (Texto de Kentauro)
  
 
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En consecuencia, si quieres sentirte  vivo, si quieres ser honrado contigo mismo, atrévete con esa "Ley del deseo" y dí qué te parece, quién te parece más de lo más, con quién acabarías primero o si, mejor, no entrarías en una ronda correlativa con todo lo que se te expone,  y acabar, como dice otra olímpica Bibi Ándersen, y a quien su propia hija le ataca los nervios, que al que Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Al Almódovar de entonces, por supuesto, que hasta se permite un cameo en recuerdo de los que Hitchcock efectuaba en todas sus películas. (Texto de Kantauro)
 



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