En otros dos títulos anteriores como "Qué he hecho yo para merecer esto", de 1984, y "Matador", de 1986, los tiros de Pedro Almodóvar iban como flechados a instintos fácilmente trasladables a otros "yos" más reconocibles y decisivos, movidos entre obsesiones que también podían llevar a extremos de delirium tremens, se hubiera ingerido alcohol o no; a esos "yos" que
se preparaban para arrostrar un peligro capaz de empantanarlos entre
cierto grado de basura sexual a la que, finalmente, se le restituían los
peores sueños, los miedos, las cobardías y muchas veces hasta una
exclusividad premeditada para el crimen. (Texto de Kentauro)
Pero “La ley del deseo” fue más de lo que muchos en su momento de
estreno querían. Y sus excesos también fueron mucho más apetecibles, más
complacientemente con esas situaciones límites donde a veces la realidad podía
acabar convirtiéndose en pesadilla, destapando sentimientos de manías
persecutorias y de personajes tóxicos muy poco tolerantes, hasta adentrarse sin
pelos en la lengua en la vía más difícil de cualquier melodrama: la de los
sentimientos amorosos, ya fueran entre hombre o mujer, o simplemente
entre hombres. Y a través de todo eso que conllevan: sexo, desesperación,
esperanza, ansiedad, turbación, violencia, espera, aburrimiento, cansancio,
deseo, intempestividad, vitalidad, carnalidad, y muchas ganas de lo que sea,
sin recurrir a la búsqueda de más adjetivos inquietantes. Hay pues en "La
ley del deseo" una estructura desesperada de gente que también se
busca y se esconde, que se ampara en egoísmos y en pasados que no van a volver,
porque como ya dijo aquel Reth Butler de "Lo que el viento se
llevó": "Querida, y el pasado ¿puede remediarse?" (Texto de Kentauro)
Y el drama sexual de "La Ley del deseo" sigue
así hacia futuros que tampoco van a ser compartidos. Y hay una historia
circular que va de mano en mano, como la falsa moneda, a través de
cartas que todos leen como en un ritual que les convierte al mismo
tiempo en cómplices y víctimas de muchos errores. Tampoco falta un
aprendizaje desesperado de formas de mantenerse vivos, o de empezar a
morirse conscientemente, pero a tope. Y pese a todo, hay apetencias
sexuales con enormes dosis de ternura, de amor, y de humor almodovariano
del mejor.(Texto de Kentauro)
Y aunque los personajes se enzarcen también en
pugnas de propósitos amorales, nada de ello empaña el sobrecogedor resultado
final, absolutamente espléndido; y llevado a término con un pulso y una manera
de narrar que te pone la piel de
gallina. Es una extraña mezcla de visión erótica -como ya lo fue en "Matador"-
pero tan insólita como libre de vicios propagandísticos como diría un
socrático. Y de una manera de concebir el cine implicándote de atracción
y repulsión con lo que te narra, pero de una repulsión por miedo, no por
rechazo, de todo un mundo de sensaciones vivas que mayormente podemos tener
olvidadas. (Texto de Kentauro)
Pero entre ese impudor del que hace gala Almodóvar,
hay también una especie de superioridad que le permite exponer toda su
historia desde planteamientos donde no caben más juicios que los del
comportamiento que estamos viendo en cada momento de sus personajes,
pero sin llegar a sentenciarlos del todo. También nos hallaremos ante
las mejores escenas de amor de todo el cine del director manchego y de
todas las últimas películas que hemos visto de él. Y de igual forma nos
hallaremos ante explicaciones, amorosas todas en una medida u otra, y unas
despedidas de llorar a moco tendido, por sinceras y por envidia.
¡Sí,... tanto amor frente a una ley del más exagerado de los deseos! (Texto de Kentauro)
Y hay un montaje final que no puede ser más estupendo, más sabio, mejor acabado. Y porque nacen de la grandeza interpretativa de un Eusebio Poncela
genial que arrostra su desnudez corporal y anímica sin avergonzarse de
ello, y que lo convierten en uno de los actores más extraordinarios de
nuestra cinematografía hispana. Y un Antonio Banderas grande, más
hispano que nunca, quizás en la mejor interpretación cinematográfica de
toda su carrera antes de ser captado por la norteamericana, y perder
sus mejores oportunidades en España. Y un casi adolescente Micky Molina irrepetible, antes de descender a los infiernos de la droga.
Y sobre todo una majestuosaCarmen Maura, que ya no podía estar más de tanto como está, y de tan bella como olímpica, y de tan impecablemente diseccionadora
de su difícil personaje para ofrecernos uno de los retratos
psicológicos más incomparables con otras consecuencias dramáticas como
las que han asolado su vida en el film y la siguen asolando, hasta
lograr que desfallezcamos de emoción frente al total triunfo de su
empeño para acabar siendo una de las más incomparables estrellas del
cine español, perdida poco después por Almodóvar cuando éste
debería haber estado dispuesto a besarle los pies y dedicarle casi en
exclusiva sus siguientes y ardientes vientos cinematográficos.(Texto de Kentauro)
Y ahí queda, una Maura
implacable y áspera, con una intrusión a la desesperada frente al
recuerdo de su infancia con el sacerdote organista y pederasta (German Cobos), que destruyó su vida como hombre. (Texto de Kentauro)
Y su dignidad contaminada por el pasado cuando se enfrenta, deshecha e indignada, peleando con su hermano Pablo,
por tratar de llevar a la pantalla las paradojas más amargas de su vida
y la estupidez malsana de reflejarlas como un público lamento
vergonzante. (Texto de Kentauro)
Y su segundo enfrentamiento, en defensa de su hermano Pablo, con la policía que la insulta por ser una transexual.
Y su show casi barriobajero pero de una genial sutileza Berlanguiana
capaz de saltarse a la torera todos los protocolos del ya por fin
olvidado subdesarrollo con el baño de la manguera, y el descubrimiento
final del engaño amoroso, entre lágrimas de amor y despecho Y, ¡cómo
no!, hay una ley, la del deseo. Y con ella, una necesidad , también de
deseo. Y una sensación física: que casi nos obliga a exclamar: ¡yo
quiero que me pasen cosas, no me importa cuáles de las de la película.,
pero que sean así de intensas, tan como de verdad! (Texto de Kentauro)
En consecuencia, si quieres sentirte vivo, si quieres ser honrado contigo mismo, atrévete con esa "Ley del deseo"
y dí qué te parece, quién te parece más de lo más, con quién acabarías
primero o si, mejor, no entrarías en una ronda correlativa con todo lo
que se te expone, y acabar, como dice otra olímpica Bibi Ándersen, y a quien su propia hija le ataca los nervios, que al que Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Al Almódovar de entonces, por supuesto, que hasta se permite un cameo en recuerdo de los que Hitchcock efectuaba en todas sus películas. (Texto de Kantauro)
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