sábado, 1 de julio de 2023

La Fièvre Monte à El Pao (La fiebre sube a El Pao) -Final-


La canícula caribeña arrastra su intimidad de viejas memorias en las que las islas, remontándose a su pasado, ofrendaran el clamor multitudinario de sus habitantes ansiosos de paz. Ahora, tras la dictadura, el tiempo cuelga de los muros enmohecidos con ese hedor duro de la piedra que hace pensar en la muerte. La claridad de la inocencia de los pueblos, que aún mira hacia Dios, ha quedado uncida como los bueyes a los trabajos y servicios que imponen sus "presidentes no electos", símbolos de una nueva ética militarista y de unos tiempos aborrecidos. Conmociones políticas extasiadas en las delicias del poder que rinde tributo al patricio insigne que utiliza la violencia y la muerte, no en beneficio de la noción rural de libertad que posee el isleño sometido, sino en el de los símbolos reaccionarios de una conducta aristocrática que miente en sus alegatos ideológicos, que se define a sí misma en la falacia de un pacifismo tan beneficioso como natural, y que asoma a las calles a golpe de fusil la metáfora visual de su falsa liberalidad para bien de la patria, mientras proyecta su amenazadora sombra arbitraria sobre el realismo patético de cualquier disidencia que extienda la mano en busca de equidad, o a través de injerencias atribuladas y de tormentas de dudas frente a cuantas instituciones públicas y estatales puedan regir, con sus evangelios emboscados, los destinos cronológicos de una civilización a la que se le niega la dialéctica históricamente necesaria del libre albedrío. Una civilización heterogénea, que, empañada por los ensayos desvanecidos de viejas conquistas, fue, no hace mucho, coto de mercaderes y de infinitas influencias ultramarinas. Y que, aunque anduvo siempre confusa ante una mayoría de edad que jamás parecía consolidarse, vivió emparentada al Continente Americano, gozó de sus pasadas tradiciones culturales, y llegó a saborear los virtuosismos innegables de una libertad que, por una sola vez, prorrumpía al galope, más allá del mar, hacia los nacientes recursos continentales, como hijos adoptivos predilectos que destacaran en el paisaje antológico de un Caribe isleño lanzado a la esperanza de una inocencia rebrotada, tras siglos de feroz represión colonialista. 
 

Pero además de los dioses ¿no cae también el poder de los hombres que tratan de acaparar el agua de la creación que es el corazón humano, hecho de tierra, de universo, de aire y mar, de soledad y rebeldía? Y que, frente a la voz opresora del mundo, jamás podrá ser modelado por sus semejantes, como una tela dócil, por ser agua infinita en sí misma, incorpórea dentro del cuerpo, perennemente fugaz frente a la codicia de quien trate de retenerla; y cuya unidad perdurable siempre se escabullirá, de una forma o de otra, de entre los dedos de sus captores.

                                  ARTÍFICES Y TRAMA                             

Luis Buñuel adapta una novela de Henri Castillou. Luis Alcoriza (muy influenciado por su cine), Charles Dorat, Louis Sapin (diálogos franceses), y el mismo Buñuel, se encargan de la adaptación a la pantalla. La estética fotográfica de Gabriel Figueroa depura y domina el lenguaje fílmico. Paul Misraki capitanea los tiempos musicales de esta imaginativa dimensión buñueliana que penetra en ese plástico desquiciamiento escenográfico caribeño, enseñoreado por las presencias fascinantes de Gérard Philipe, María Félix y Jean Servais.


Mariano Vargas {Miguel Ángel Férriz Sr.}, el gobernador de la prisión de la isla de Ojeda, tirano y déspota inconfundible, reflejo moral del angustioso desequilibrio dictatorial que impera en la isla, es asesinado por un disidente militar opuesto al régimen arbitrario del presidente Carlos Barreiro.
 
A la espera de un nuevo mandatario, Ramón Vázquez {Gérard Philipe} (secretario del fallecido), joven culto, idealista, de origen francés, se enamora de Inés Rojas {María Félix}, -de pasadas relaciones adúlteras- ahora viuda del extinto gobernador (por quien siempre sintiera el mayor de los desprecios), y es plenamente correspondido por ella.


Al mismo tiempo, orienta sus momentáneas funciones gubernamentales hacia un mejoramiento de las tragedias cotidianas que viven los presos, entre los que se halla un antiguo y respetado profesor de Universidad, sr. Cárdenas {Domingo Soler}. La isla es el vivo reflejo de la tiranía política y el caos social en que dicho régimen la envuelve. La misma Inés Rojas,  muestra su más viva repulsa ante su amante Ramón Vázquez al cual desea prestarle toda su ayuda. 
A esta procesión de horrores se unirá el flamante y sádico mandatario Alejandro Gual {Jean Servais) Primero acudirá a visitar a Inés en su casa. Ésta lo recibe amablemente hasta que el corrupto Gual expone sus pretensiones libidinosas ante ella, que lo echará de su casa.







Poco después, Inés recibe al mismo tiempo encubiertas proposiciones por parte de Gual, que envía a sus esbirros con la petición de que la viuda de Vargas lo visite en su despacho. Una vez allí, la amenaza con un escrito del asesino de su marido en el que se explicita que Vázquez, en efecto, formó parte en el complot del atentado. Pero Inés, que desprecia a Gual, tratará cómo sea de no perjudicar a Vázquez.

Inés es requerida sexualmente por el intrigante cancerbero de Barreiro, el libidinoso y corrompido Gual. Tras ese instante de humillación a que la reduce Gual (obligándola a desnudarse, y esparciendo por el despacho sus ropas, piltrafas del duelo provocador a que se ve sometida por el deseo insatisfecho del nuevo gobernador, que la coacciona con una falsa declaración firmada que puede llevar a la muerte a Vázquez), se estructura una evolución ahora minuciosamente examinada de la psicología de los tres personajes, bajo la influencia de la sordidez del medio en que se ven atrapados, y de sus mutuas relaciones. La degradación humana de Gual, sus pasiones desmedidas: poder y sexo, reactualizan ese veraz retrato de arbitrariedades reaccionarias para que, cuando las veamos en su trono, no nos hagamos ilusión alguna sobre ellas. En efecto, aunque Inés y Ramón no acaben convertidos en monstruos de perversión, se transformarán más bien en producto y víctima de esa misma sociedad corrompida y dictatorial que tratan de combatir. No obstante, a fin de salvar al hombre que ama, ella seguirá fingiendo ante Gual, aunque sale de su despacho indignada por la humillación sufrida.
 

 
 
 
 
 
 
 
 
Tras la negativa de Ramón a que se produzca el motín de los presos y acabar con Gual, Inés acudirá a una cita nocturna con él, y a punta de pistola tratará de acabar con el corrupto. Al no conseguirlo, fingirá entregarse a sus desmanes sensuales. 
 
 






Y burlando la imaginación erótica del gobernador, a través siempre de las rebuscadas e insólitas argucias freudianas con que se arropan los atavíos míticos de las triunfantes devoradoras de hombres, lo arrastra hasta una corrida de toros en el continente, mientras los prisioneros de la isla perpetran un motín que Vázquez no podrá impedir, pese a tener noticias del mismo. Gual, tras el motín, será detenido al regresar a El Pao, con la gran satisfacción de Inés, que ve satisfecha por fin su venganza.


 

 

 




Gual, en prisión, requiere la presencia de Inés para amenazarla de que siempre será una sombra entre ella y Ramón. Tras la breve visita de la mujer que lo odia,  será fusilado.  El victorioso rito vindicativo de Inés ha logrado, sin embargo, desplegar todos sus medios: la ausencia del mandatario oficial de Barreiro frente al estallido sedicioso de la institución penitenciaria de la isla le conducirá hacia el paredón.
Finalmente, los presidiarios, ante las promesas de perdón esgrimidas por Vázquez, depondrán las armas.

Muerto el intrigante y ambicioso Gual y acallada la irascibilidad de las conciencias ministeriales de la Dictadura, Ramón Vázquez, nuevo gobernador en funciones, felicitado por el presidente de  El Pao, se creerá en el deber de extirpar ciertas lacras sociales aún vigentes en la isla; en especial esos ciclos de inhumanidad y violencia desatada que derivan hacia el gran drama carcelario que envuelve El Pao. Pero los elementos intrigantemente injustos suelen representar, por lo general, el mezquino reflejo de cuantas posturas primordiales picotean por entre las hostilidades, en raras ocasiones superadas, de todos aquellos gobiernos que alcanzan el poder tras hurtar al hombre ese fuego sagrado que siempre simbolizará la libertad humana.
(Vázquez) ¿Qué pasa? (Sáenz, el ministro) Ya se lo explicaré. Venga a verme a las 4... (En el despacho de Sáenz) Nunca había visto al presidente tan cordial con nadie. Le felicito, se ha ganado su confianza. Pero su labor no ha acabado, Vázquez... Estoy a su disposioción.  Barreiro ha alejado a su hermano, el vicepresidente, de la capital. Éste pretende sucederle cuanto antes. No puede disimular su impaciencia. Para evitarlo quiero probar que el vicepresidente conspiró junto con Gual para destituir a Barreiro. Provocaron el motín. Ese era el detonante y usted, Vázquez, lo hizo fracasar. Debo probar que Gual se confabuló con el vicepresidente al venir al continente el día del motín. 
Sabemos que la señora Vargas acompañó a Gual ese día y que eran amantes. (Vázquez) Le juro que eso es falso. (El ministro) Lo sé. Pero apareció con él en público. Necesito que me haga un favor un tanto delicado. Es una declaración donde ella afirma que Gual le contó los planes del vicepresidente.


(Le muestra el documento a Vázquez, que lo rechaza
)

Aquí dice que era la amante de Gual. Inés no firmará. Ni yo se lo pediré. (El ministro) Esperaba esto. Le felicito. Necesito hombres leales y fieles a su honor. Pero si ella  aceptara, haría un gran servicio a su país. La ayudaría a irse al extranjero sana y salva.
Le mostraré algo. Con esto sé que colaborará.  (Vázquez) Es una confesión coaccionada obtenida por la violencia. (El ministro) Lo sé. Si queremos justicia y libertad para nuestro país ayúdeme a neutralizar al vicepresidente.
Pronto será usted gobernador y debe colaborar con Barreiro, y hacer que la señora Vargas acepte mis condiciones. (Vázquez) ¡No, ella me ha ayudado, y además la quiero! Se lo debo todo. (El ministro) Sólo usted puede hacer que firme esta declaración. Tenga, sé que hará lo más conveniente...
(Inés) ¿Y te lo pidió hace ya cuatro días? ¿Sabes que implica mi firma? El escándalo, el exilio, nuestra separación. (Vázquez) No firmes. Que me condenen. No maté a Vargas, pero pagaré por lo que he hecho. (Inés) Sólo hay una solución. Firmaré y nos iremos juntos.
(Vázquez) ¿Y Cárdenas murió por nada? No puedo hacerlo. Debimos huir de Gual. Ahora ya es tarde... (Inés) Sirviendo a Sáenz nunca acallarás tu conciencia. Él actúa como Gual.
Mira esta carta. Ya conoces sus intrigas, ¿y quieres seguir con ellos? ¡Defiende tus ideas en otro sitio! ¡El mundo es muy grande!
(Inés firma la declaración que la compromete) Mándasela a Sáenz y mañana nos iremos...

Ramón Vázquez está decidido a huir con Inés, pero ha recibido aviso de que la hija de Cárdenas, el profesor, fallecido en el motín,  desea hablar con él. Se halla en el cementerio de la playa. Le ruega que le entregue  todo lo que tenga de su padre. Vázquez comprende entonces que no debe huir, ya que su profesor ha dado su vida por la nueva  libertad en la isla. 

(El día de la huida) (Inés) ¿No estás listo? Debemos irnos. (Vázquez) No voy... (Inés) ¿Qué? Ayer me convenciste. (Vázquez) Pero no puedo irme. Está decidido. (Inés) Bien, no nos vamos. Da igual qué haga Sáenz. Tienes razón. Nadie nos separará. (abrazándose)
(Inés) Rompamos mi declaración. (Vázquez) No podemos hacerlo. (Inés) ¿Qué?... (Vázquez) Con tu declaración destruiremos al vicepresidente. (Inés) ¿Hablas en serio?... Sí... Has progresado,  Gual estaría orgulloso. ¡En nombre del deber todo vale! (Vázquez) Compréndeme, debo hacerlo. Hazlo en recuerdo de mi amor. (Inés, colérica) Recuerdo otras cosas Las humillaciones que sufrí por ti, y que ignoras. No dejaré que tú me humilles ahora.
(Vázquez) Evitemos hacernos daño. Debemos pagar por lo que hemos hecho. (Inés) Sólo piensas en ti. Haberte deshecho de mí de otro modo. Haberme matado simulando una fuga. Nunca te perdonaré esto. Ni aceptaré el chantaje de Sáenz.
¡Entiéndelo!. Me voy a México. Si en quince días no vienes, te denunciaré... ¡No!... Lo diré todo. ¡Lo del motín y las confesiones falsas que me has sacado!  Ya lo sabes. Y esto también está decidido...
Inés, observada por Ramón desde su despacho, sale en su coche con dirección al aeropuerto para volar a México.


Ante el temor de perder el vuelo, Inés y pide a su chófer que acelere cuanto pueda. Son detenidos en un paso de control en la carretera. Inés exige que lo ignoren, y la policía dispara contra el coche, que acabará con sus ocupantes envuelto en llamas.

Vázquez, destrozado, recibe la  llamada del paso de control comunicándole que, en su huida alocada, Inés ha hallado la muerte.

Llegan nuevos presos políticos a la isla. Vázquez, desmoralizado por la noticia que acaba de recibir, les observa desde su ventanal, e inquiere a su secretario: ¿Están los políticos?... Sí... ¿Encadenados? ¿Por qué? ¿Me han desobedecido? 
(El secretario) Antes le he dado las nuevas órdenes del Presidente. Restablecen las cadenas para todos...





Por su ideal había sacrificado todo lo que odiaba, lo que admiraba y amaba. Pero quería ir más allá. Romper ese papel, su negativa a aceptar una orden inaceptable es la señal de su muerte y de su libertad. El destino de Ramón Vázquez se ha cumplido.



 







 



























































 

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