Hacia 1964 el Estado decidiría otorgar protecciones específicas a las películas destinadas a menores o "cine infantil" (Pablito Calvo, Marisol, Joselito, Rocío Durcal, y un largo etc., se convertirían en las figuras más taquilleras entre aquella constelación de niños prodigio). Se establecieron también anticipos estatales de hasta un millón de pesetas -¡de las de entonces!- (amortizables en tres anualidades), a ciertos productores de los muchos que se agitaban por los negros Ministerios de la época, y que permitirían dar paso al debut de muchos jóvenes realizadores, capaces de sacar adelante filmes declarados de "Interés especial", y que mantendrían, contra todo lo imaginado, una cuota de pantalla en una rentable proporción de cuatro a uno.
Directores noveles como Manuel Summers, Carlos Saura, Francisco Regueiro, Julio Diamante, Mario Camus, Angelino Fons, Basilio M. Patino, Jorge Grau y Miguel Picazo, junto con la escuela de Barcelona, que ofreciera un lenguaje muy personal, probablemente el más experimental, vanguardista e insólito, dentro del panorama del nuevo cine español (Jaime Camino, Vicente Aranda, Pedro Balañá, José María Forn, Jacinto Esteva, Joaquín Jordá y José María Nunes, director portugués arraigado en Barcelona), formarían el más nutrido abanico de nuevos nombres cinematográficos y una de las mejoras más sustanciales en el florecimiento de un medio relegado a los climas enrarecidos de una cultura anquilosada y retórica, asfixiada por las trapacerías arbitrarias de un Gobierno que siempre había contemplado la cultura cinematográfica como un fenómeno cuanto menos desdeñable, mostrando un desinterés casi total con el destino comercial, y mucho menos artístico, de este medio que, en 1940, fue catalogado como "dañino, por inmoral".
Divorciados del resto del mundo, tras la "Dictadura Franquista", nuestra anemia artística crónica se había polarizado, hacia un falso cine histórico, un falso cine social, un falso cine religioso, y, por supuesto, un disparatado cine folklórico. Ya en 1955, el "Cine-Club Universitario de Salamanca" había hecho un llamamiento desesperado al país, a fin de rescatar nuestra cinematografía del clima enrarecido en que se hallaba inmersa. Se apelaba a la gran tradición realista de nuestra cultura española (Velázquez, Cervantes, Quevedo, Calderón, Ribera, Goya, Galdós, Baroja, Lorca...)
Y un grito unánime se alzaría de aquellas "Conversaciones Nacionales" ante el gigantesco problema estructural que pesaba sobre el desarrollo creativo de la cinematografía peninsular:
Sería injusto en la obligada revisitación de esta obra maestra, que el tiempo no ha hecho sino fortalecer, no incluir la huella imborrable de su estreno en New York (casi impensable para un film español de los años 60. Retrato de aquella España mesetaria habitada por un colectivo humano que parecía tomado en serio por primera vez, y que Picazo, frente a la reinante beatitud peninsular, supo reproducir con tanta limpieza y dureza, que todavía hoy nos deja boquiabiertos), donde un público entusiasta no daba crédito a sus ojos ante el esquema narrativo de una realidad social española de profunda y compleja dimensión, en la que no faltaban las resonancias dramáticas del naturalismo; una realidad captada en tiempo presente que se aliaba, con todo el afán polémico de la investigación social, a tan deslumbrante esplendor como el que emanaba de la potente personalidad de sus personajes.
[Nacido en Cazorla, Jaén, el 27 de marzo de 1927- Fallecido en Guarromán, Jaén, el 23 de abril de 2016 a los 89 años]
Los protagonistas, tanto los principales como algunos de
los secundarios, pueden muy bien rebasar lo patológico, porque los
deseos y los amores lo son, y Picazo recogía los clichés conformistas y
aburridos de una cultura tradicional, casi documental, (que parecía no
desear rebelarse con el medio que le rodeaba), con una autenticidad más
que ejemplar.
.
La infancia de Miguel Picazo se desarrolló entre los pequeños pueblos de Cazorla y Peal de Becerro, de la provincia de Jaén. De su niñez parten las premisas domésticas rurales andaluzas más acendradas, su comedia humana pueblerina que permanecería invariable de los distanciamientos sociales con las ciudades más pobladas de la geografía jienense, y por extensión del resto de España. Lo que significaría verse sometido al tono pudoroso y moralmente arcaico que ofrendaban los pequeños pueblos carpetovetónicos. Todo ese mundo, retrato de familias corrientes entre situaciones de una moral constreñida y empobrecida por la religión y la distanciación que no permitía abarcar de manera definitiva la complejidad social, quizás no menos opresiva, pero necesaria de las ciudades más grandes, conferirían a las escasas recreaciones cinematográficas de Picazo su discurso más genérico y degustable.
De Guadalajara pasó a Madrid donde empezó estudios de Derecho, aunque se sintió siempre atraído por el cine e ingresó en el "Instituto de Investigaciones Y Experiencias Cinematográficas", más tarde convertido en la "Escuela Oficial de Cine". Movido así por sus ansias de poder llegar a dirigir películas, conoció a otros realizadores recién llegados como él, con los que formaría el nuevo y más avanzado grupo de cineastas adscritos al llamado "Nuevo Cine Español". Entre ellos se hallaban Basilio Martín Patino, Carlos Saura, Manuel Summers, Mario Camus, y, finalmemnte, José Luis Borau, defensores de un cine mucho más comprometido con la realidad social española de la época, y admiradores a ultranza del extraordinario Neorrealismo italiano.
1964 se convierte en el gran año de su debut como director cinematográfico al rodar su primer largometraje "La Tía Tula", con una sublime Aurora Bautista, un admirable Carlos Estrada y un plantel de secundarios maravillosos como Irene Gutiérrez Caba, Enriqueta Carballeira, José María Prada y Laly Sodevila, ínclita adaptación libre de la novela corta de Miguel de Unamuno, donde la realidad social que vive en aquel momento España es relativamente diferente a la expresada por Unamuno, y su diseño, más modernizado, es diseccionado por medio de la frigidez manifiesta de la protagonista femenina, que la llevará a una situación límite a través de los recovecos sexualmente obsesivos que expone el protagonista masculino, Ramiro, cuñado y padre de dos niños a los que ella hace suyos tras la muerte de su hermana. Pero Tula acabará completamente sola en una situación límite donde su realidad y su pesadilla se mezclan dramáticamente.
La película, en la que así se lanzaba una crítica a la moral dominante en las ciudades provincianas, obtuvo el "Premio Perla del Cantábrico a la Mejor Película de Habla Hispana", y Picazo el "Premio San Sebastián al Mejor Director" El film cosechó el reconocimiento de la crítica y obtuvo un éxito comercial sin precedentes. Tras ella quedó un público entusiasmado, pero también una censura indignada. Fue rodada en Guadalajara, y sus localizaciones abarcaron la plaza de la iglesia de Santa María, la calle "Benito Hernando", la puerta del "Teatro Moderno" o la antigua pastelería de la calle "Mayor" que estaría donde hoy se ubica el bar "La Favorita", o el cementerio municipal. También las secuencias de interior, se hicieron en una casa del "Paseo de las Cruces", junto a lo que hoy es la delegación de Sanidad.
Tulita hace la comunión y Tula se siente embargada por la emoción de la ceremonia como lo habría hecho su propia madre. Pero Ramiro se mantiene apartado, sumido en su pequeña depresión solitaria.
"Yo sé muy bien lo que tú buscas", expresa ante sus intentos de acercamiento, al salir de unas ánginas que lo han mantenido en cama. Tras el intento de Ramiro de acariciar sus manos, Tula acude presurosa a laváselas.
En pleno epicentro de la acción, Ramiro, abatido durante la noche por el insomnio y el deseo sexual, se entrega, a la mañana siguiente, a un desesperado propósito de violación.
Tula confiesa lo sucedido a su confesor, Padre Álvarez, que le aconseja que se case con Ramiro, y que si no lo hace, lo mejor es que se marche de su casa y se lleve con él a sus hijos. "No hay más remedio, Tula, métetelo en la cabeza", le expone razonablemente el Padre Alvárez, a lo que Tula replica que "ella no ha de servir de remedio para nadie" Implícitamente se refiere a la sensualidad masculina.
Meses después, el tío Pedro se presenta en casa de su sobrina, exponiéndole a Ramiro que Juanita se halla embarazada y debe casarse con ella. A su regreso de una enfebrecida y vodevilesca despedida de soltera de una de las amigas de Tula, Ramiro confiesa a su cuñada lo sucedido.
Tula reacciona, primero se mantiene en silencio sin dar crédito a lo que está oyendo.
Luego, desesperada, insulta a Ramiro, le llama "sucio", aunque su moral católica exige de él que cumpla con su deber. Y que se vaya de su casa, aunque le amenaza con que no se llevará a los niños, porque los niños, desvaría: "¡Los niños son míos!"
Ramiro debe casarse con Juanita y acepta un puesto de trabajo en un banco en otra localidad. Ello significa perder su prefabricada vida familiar, perder a Ramiro y a sus amados sobrinos definitivamente. La despedida en la estación resulta tremendamente dolorosa. Ramiro, al despedirse, no tiene más palabras que desearle que trate de ser feliz, y Tula, destrozada y llorosa, le pide que por lo menos vuelvan una vez al año para ver a su "madre". La promesa queda en el aire...
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