Las razones psicológicas más profundas del arraigo de la mujer fatal, también "deadly women", se hallan en la transferencia pasional o emotiva que se opera en el espectador durante el fascinante ritual de la proyección cinematográfica. Y es que el cine, frente al resto de las artes, es la que exige de su público una menos colaboración intelectual (si nos situamos en pasadas décadas como la de los 20, 30, 40, 50, y 60), y la que ofrece, en cambio, una mayor participación emotiva. Claro que todo esto cambiaría con la irrupción del "free cinema" inglés, o con la etapa más comprometida del sueco Ingmar Bergman, hasta llegar a la "nouvelle vague" francesa. El busto femenino ha sido, sin embargo, uno de los elementos ópticos que con más eficacia han esgrimido, en un principio, las estrellas femeninas. La productora norteamericana de Hollywood mimó y cuidó a sus actrices que se significaban como la llama sagrada de sus negocios más rentables cara a la pantalla grande.
La Meca del Cine organizaría durante casi una centuria una publicidad fabulosa basada en bodas, divorcios, fotos dedicadas, suicidios frustrados o llevados a cabo, escándalos fabricados, secretos de alcoba, y correspondencia íntima, aunque tratando siempre con pies de plomo u obviando por todos los medios los desviacionismos sexuales, de los muchos que pululaban por Hollywood.
Todo esto y mucho más alimentaba la más desaforada de las devociones histérico-eróticas (en la que también se incluía al actor masculino) de los fans de la estrella de turno repartidos por todo el mundo. A fin de cuentas, la estrella es un producto industrial que se elabora y se lanza al mercado de modo análogo a una marca de automóvil, un cosmético o una lavadora eléctrica.
El productor alemán Carl Laemmle, lo intuyó muy pronto al afirmar que "la fabricación de estrellas era cosa primordial en la industria del cine" Los departamentos de publicidad de las grandes compañias cinematográficas eran los encargados de elaborar y lanzar a la estrella, que con su mirada, su busto o sus pantorrillas abriera nuevos mercados al país de la superproducción. Eso ya lo sabía el ladino Hays, quien no tuvo pelos en la lengua al afirmar que "la mercancía sigue a la película". Contemplar un film que encuadra en su cuadrilátero o rectángulo mágico cualquier síntesis de la imagen del mito, contribuye a explicar el desencadenamiento de ese proceso casi-hipnótico, durante el cual el espectador vive una vida que no es la suya, y en ese principio psicológico se asienta ya el culto a la personalidad, porque el actor o actriz aparece para él o la fan revestidos de todas las cualidades y virtudes de los personajes que han encarnado repetidamente en la pantalla: belleza, valor, inteligencia y deseo...
Esto no ocurre en el teatro, únicamente en el cine. El novelista, aventurero y político francés Andre Malraux escribió: "Marlene Dietrich no es una actriz como lo fue Sarah Bernhardt, sino un mito como la famosa hetaira griega Friné" El economista alemán Peter Bächlin ya anunciaba en la década de los 40 con todo el rigor de un científico: "La forma de vida de una estrella es en sí misma una mercancía"
Esto es el "Star-System", el fetichismo colectivo de la estrella y de cada acto de su vida privada, la identificación con el ídolo -como sucedía en algunas ceremonias paganas de la antigüedad-, la evasión de la propia personalidad, la industrialización de los mitos, (que es algo que no pudieron hacer los griegos con sus Afroditas, su Helena y su Ifigenia, sus Aquiles o Prometeos) mediante oficinas encargadas de despachar la voluminosa correspondencia de la estrella y publicidad masiva en revistas especializadas (Silver Screen, Photoplay, Screenland, Movieland, Confidential, etc.) Por eso no había por qué asombrarse cuando el autor de "J'aime le Strip-Tease" Patrick Lindermohr explicaba que muchas artistas japonesas del strip-tease utilizaban como nombre profesional el de conocidas estrellas de Hollywood. Así, ese viejo principio mágico de la transferencia, ya desde el cine mudo, es el que mueve todavía nuestros resortes más ocultos cuando visionamos una película con una actriz femenina fascinante, y viceversa en el caso de la mujer con respecto a su actor favorito, y que nos lleva a considerar que, a fin de cuentas, entre el bosquimano y el habitante actual de los rascacielos no media tanta diferencia.
El veddettismo irrumpe así en el cine con una fabulosa carrera de cifras, y muy pocas actrices famosas escaparán a las reglas del juego que las comercializa como una rica mercancía. Hay que decir, no obstante, que muchas de ellas, brillando con luz propia y perpetuando indudablemente su imagen en el celuloide, fueron capaces de oponer también a aquella desbordante extroversión ya citada una mayor matización psicológica. Y junto a estas más matizadas sensibilidades femeninas, aparecería entonces una legión de femmes fatales que sembrarían sus embrujos voluptuosos y viperinos en los corazones de los hombres, imponiendo sus criterios y caprichos atormentadores, sensuales, sutiles, engañosos y egoistas, hasta arruinar los equilibrios emotivos del varón. Y así, valiéndose de todas las artimañas que pudiera generar el veneno femenino, impusieron una especie de disciplina de monopolio tortuoso frente al cualquier romanticismo trasnochado. Y libraron también sus escaramuzas pasionales con un espíritu tan ladino como letal que pudiera justificar su fama de devoradoras de hombres; uniéndose incluso al gangsterismo y sus corrupciones criminaloides, y arrastrando a su partenaires masculinos de turno a la desesperación, al suicidio y al crimen.
Mary Astor, Bette Davis, Marlene Dietrich
Rita Hayworth, Peggy Cummings, Gloria Grahame
Ruth Roman, Ava Gardner, Faith Domergue
El Dr. Jeff Cameron (Robert Mitchum) es requerido durante la noche. Una mujer, Margo Lannington (Faith Domergue) ha intentado suicidarse. Tras ser atendida y salvada, Jeff recibe una nota de invitación de Margo con su dirección, una lujosa mansión. Jeff, atraído por su paciente, rompe una cita con su novia, la enfermera, Julie Dorn (Maureen O'Sullivan)
Y a partir de ese momento Jeff y Margo comienzan a verse, alimentando esa atracción mutua.
Cuando ella le informa de que vive con su padre Frederick Lannington (Claude Rains), que le propone viajar a Nassau, Margo está mintiendo, porque lo que ella desea es escapar de él. Jeff, borracho, aparece sin previo aviso y le dice a Lannington que está enamorado de su hija. Lannington, irónico, le informa de que Margo es en realidad su esposa. Ella, desesperada, lo niega ante la sorna de su marido.
Jeff, aturdido, a pesar de las súplicas de Margo, decide marcharse. Se oye un grito, Jeff regresa y la encuentra sosteniendo un arete arrancado de su oreja, como si hubiese sido agredida por su marido. Enzarzados en una pelea, Lannington trata de golpear a Jeff con un atizador de chimenea. Lannington es derribado y se golpea la cabeza contra el suelo, quedando inconsciente. Aturdido, Jeff va al baño; cuando regresa, encuentra a Lannington muerto.
Margo se opone a Jeff cuando éste intenta llamar a la policía, convenciéndole de que lo sucedido sería considerado un asesinato. Aturdido y con un fuerte dolor de cabeza, Jeff se deja persuadir para huir con ella. Margo conserva los billetes de avión del viaje a Nassau propuesto por su marido. Asustados por la presencia policial en el aeropuerto, deciden conducir a México.
Antes de emprender el viaje toman la precaución de cambiar el convertible de Margo por una camioneta pickup proporcionada por un ladrón de autos usados de "Honest Hal".
Jeff diagnostica sus dolores de cabeza y confusión mental como una
conmoción cerebral, y advierte a Margo que sufrirá una
primera parálisis de
las extremidades, seguida de un coma dentro de las 24 a 48 horas. Cuando
pernoctan en un hotel, Margo trata de calmar los temores de Jeff.
Instalados en una habitación de hotel, Jeff sufre un desvanecimiento. Cuando despierta, ambos escuchan una transmisión de radio sobre ellos. La información radiofónica revela que ella ha estado en tratamiento psiquiátrico.
En una ciudad fronteriza, los fugitivos venden un brazalete de Margo, valorado en 9.000 dólares por 1.000 dólares a un prestamista. Éste se ofrece también a facilitarles el paso de la frontera mexicana por medio del dueño de un teatrucho, llamado Milo DeLong (Philip Van Zandt), por la misma cantidad: $ 1,000.
Durante la espera, cerca de la frontera, Margo, desesperada, muestra el lado negativo de su inestable personalidad. Jeff comprende entonces que, en efecto mató a su marido. Sufre una paralización, pero intenta evitar que Margo huya a México, ella, en poder de un revólver, amenaza con dispararle. Luego sale huyendo.
Jeff sale tras ella. Enfrentados ante el cruce fronterizo, Margo dispara repetidamente. Cuando la policía acude responde al fuego de Margo, que es abatida Antes de morir, sus últimas palabras revelan a la policía que Jeff no tuvo nada que ver con el asesinato de su esposo.