domingo, 6 de octubre de 2019

Becket -I-

Peter Glenville al rodar "Becket", 1964, de Jean Anouilh no rehuye sus orígenes teatrales. De ahí sus diálogos perfectos. Pero el tratamiento no es ampuloso. Sin embargo, la fuerza visual de su paisajística medieval, le confiere ese aura de los filmes colosalistas. El juego escénico de ambos protagonistas no sólo huele, sino que se constata como tragedia homosexual. Cada instante de Peter O'Toole, en su inconmensurable recreación de Enrique II Plantagenet (que repetiría de nuevo, casi mejorándola, en "The Lion in Winter" ("El león de invierno"), 1968, de Anthony Harvey), parece un parto traumático, vicioso, que nos devora por entre el venerado molde de la hornacina emocional masculina, como reverso del verdadero altar pasional concedido al amor femenino.







El asesinato de Thomas Becket, Arzobispo de Canterbury, por orden de su amigo, el rey Henry II de Inglaterra, en 1170, es el punto de partida histórico para reconstruir este drama histórico, pleno de vigor dialéctico que se mezcla con un profundo y desgarrador análisis de sentimientos. El conflicto de un monarca que sirve al "honor de Dios" y un arzobispo que defiende "el honor de Dios" no es sólo el choque de dos concepciones políticas y dos escalas morales diferentes; es también la destrucción de una amistad entre antagonistas tan excepcionales, que se enzarzan en una controversia apasionada y despiadada. Y así,  Thomas Becket y Henry II Plantagenet únicamente podrán ya unirse en el amor o en el odio.

                                                                  Ante la tumba de Thomas Becket 

"Henry II: "Bueno Thomas Becket, he cumplido, heme aquí desnudo arrodillándome ante tu tumba mientras esos traicioneros monjes sajones tuyos se están preparando para azotarme. A mí, con mi delicada piel. Apuesto a que tú nunca habrías hecho esto por mí. Pero supongo que tengo que cumplir esta penitencia y ponerme en paz contigo. Que extraño final para nuestra historia. Qué frío hacia la última vez que nos vimos... en las costas de Francia. Es gracioso, casi siempre hacía frío, excepto al principio cuando éramos amigos. Sí que pasamos unas pocas y estupendas veladas de verano con las chicas. ¿Amabas a Gwendolen, Arzobispo? ¿Me odiaste a noche que te la arrebaté gritando "¡Yo soy el rey"!? Quizás es por eso por lo que tú nunca pudiste perdonarme. (Henry observa a los monjes que aguarda para azotarle) Míralos allí, acechando, regodeándose... ¡Oh, Thomas, estoy avergonzado de esta tonta mascarada! Está bien, he venido a hacer las paces con su héroes sajón porque ahora los necesito..., a esos campesinos sajones tuyos. Ahora les llamaré hijos míos, como tú querías que hiciera, tú también me enseñaste eso. Tú me lo enseñaste todo. Esos fueron tiempos felices. ¿Lo recuerdas? Cuando asomaba el amanecer, y, como de costumbre, habíamos estado bebiendo, y galanteando en el pueblo. Tú eras incluso mejor que yo... "
 


                                                                                                      


    Normando y Sajón, rey y súbdito
                                    
          



Henry y Thomas Becket, tras la escapada nocturna y la inmediata asistencia al consejo convocado por el monarca, reciben un baño vespertino de agua fría) "¡¡Sooo, sooo!! (a un servidor despectivamente) ¡Frota con más fuerza, cerdo! Tengo frío. (Thomas se ofrece a secar a su soberano) ¡Ah, nadie lo hace como tú, Thomas!... ¡Gracias!.... Creo que en realidad te gusta el frío. Te convertí en noble, ¿por qué juegas a ser mi criado? (Becket) Soy vuestro sirviente en la cámara del consejo, o aquí, en el baño... A mi barones normandos les disgusta eso, creen que es tu manera sajona de mofarse de su nobleza... La nobleza se sustenta en el hombre, mi príncipe, no en la toalla... ¿Tienes idea de cuántos problemas me ha traído convertirte en noble?... Ya lo creo. Os recuerdo apuntando con un dedo y diciendo, Thomas Becket tú eres noble. La Reina y vuestra madre palidecieron... (Henry ríe a carcajadas) ¡¡Ja, ja, ja, sí, siempre andan muy descoloridas!... 
(Henry) "No, me refiero a problemas con mis barones. Ellos te odian, ¿lo sabes?... Por supuesto, siempre se odia a quien se ha ofendido. Cuando los normandos invadisteis Inglaterra os adueñasteis de nuestra tierra sajona, quemasteis nuestros hogares sajones y violasteis a nuestras hermanas sajonas. Naturalmente, odiáis a los sajones... (Henry se defiende amistosamente) No me incluyas a mí. Fue mi bisabuelo William, llamado "El Conquistador". Yo vivo aquí desde siempre... No me refería a vos... ¿No? ¿Sabes?, cuando te tomé a mi servicio todos me predijeron que me clavarías un cuchillo en la espalda... ¿Y vos los creísteis? (inquiere Becket)... No, les expliqué que eras un hombre de honor, y un colaborador... Eso fue acertado por vuestra parte... ¿Dime? ¿Cómo combinas ambas cosas?... ¿Mi señor?... ¿Honor y colaboración?... No lo intento. Adoro la buena vida, y la buena vida es normanda. Amo la vida y el único derecho de nacimiento de los sajones es ser descuartizados. Colaboro para vivir... Pero, ¿y el honor?... El honor preocupa a los que viven. Uno no puede preocuparse mucho por eso una vez que has muerto... Eres demasiado profundo para mí, Thomas, pero sé que hay algo no lo bastante correcto en tu razonamiento. (Becket toma la corona para su rey) El honor es un asunto privado, es una idea, y cada hombre tiene su propia versión de él... Con cuánta diplomacia le dices a tu rey que se meta en  sus propios asuntos... (añade Henry poniéndose la corona)... Es la hora de la reunión del consejo, mi señor... ¡Ugh!..."
(Thomas) ¿Cenara mi señor conmigo esta noche?... ¿En vajilla de oro?... Siempre... Yo soy tu rey y como en vajilla de plata... Vuestros gastos son grandes, yo sólo tengo que pagar por mi placer. Esta noche podéis hacerme el honor de bautizar mis tenedores... ¿Tenedores? (se extraña Henry)... Sí, de Florencia, un pequeño y nuevo invento. Sirve para llevarse las viandas a la boca evitando a uno ensuciarse los dedos... Pero entonces se ensuciará el tenedor... Sí, pero pueden lavarse... También los dedos, no, le veo la utilidad...Bueno, no la tiene en términos prácticos, pero es refinado, es sutil, es muy no-normando... Tienes que encargarme unos cuantos. Para mis barones... Tengo suficientes tenedores para todos. Traed a los caballeros con vos esta noche... Lo haré. No les contaremos para qué sirven. Probablemente, pensarán que es una nueva clase de daga... (Ambos ríen mientras se dirigen al consejo)
                                                                            Canciller de Inglaterra
Henry se enfrenta al consejo eclesiástico, requiriendo del arzobispo y sus clérigos el pago de impuestos. La Iglesia se niega reiteradamente a las exigencias reales. La voz del monarca se vuelca sobre los presentes. Henry Plantagenet se muestra displicente ante los argumentos con que los tonsurados tratan en vano de luchar contra él, siempre determinados a que prevalezca la voluntad divina sobre la terrena. Pero el monarca se halla dispuesto a pasar del plano religioso al político y social, y poner fin a las prerrogativas del clero allí presente, el cual no tardará en ser reducido al silencio autoritario que esgrime el rey inglés. La clerecía medieval, tan íntimamente ligada al poder temporal, seguirá resistiéndose, a pesar de todo, a verse transformada en una simple burocracia dominada por los intereses de casta, o por la "razón de Estado": "Estamos reunidos aquí para averiguar por qué mi petición real a cumplir con el impuesto provoca tan impíos maullidos en el clero. Pero antes de comenzar este debate, quiero daros algunas buenas noticias... He decidido volver a instaurar el cargo de canciller de Inglaterra, guardián del sello de los tres leones, y he resuelto confiárselo a mi leal servidor y súbdito Thomás Becket -Thomas se alza sorprendido- Sí, mi pequeño sajón. Ha estudiado, ¿sabéis? Su erudición es increíble. Os dará jaque mate a todos vosotros. Incluso a vos, Arzobispo...- Henry hace entrega del anillo a Becket- No lo pierdas. Sin sello, dejaría de existir Inglaterra, y entonces todos tendríamos que volver a Normandía".






Una vez Thomas Becket accede al cargo de canciller de Inglaterra ante la sorpresa de la clerecía allí reunida, la química entre el monarca y su "noble" súbdito agita todos los mecanismos exigibles que puedan supeditarse a la preeminencia real. Así, el pago de impuestos a los representantes de la iglesia es nuevamente reclamado. Teobaldo de Brec, Arzobispo de Canterbury expresa su descontento por segunda vez, y expone que los nuevos tiempos han  relegado al clero a sus recintos de paz, y que, por ello mismo, no deben cooperar en el pago de arbitrios que se destinen a financiar nuevas guerras. En su fuero interno, Henry II Plantagenet desprecia el ente religioso. Lo que en realidad pretende es liberarse de la enojosa tutela de los obispos y apropiarse de una parte sustanciosa de la gran profusión de sus bienes. Los óbolos y diezmos de los súbditos siempre han quedado a disposición del fisco monárquico, y durante años sin intervención eclesiástica. Obedecer la orden real es para los entronizados obispos como contribuir a la veleidades represivas de la corona. Mas, formular ahora una protesta posee un doble resultado: la imposición de Henry II y la autoridad que compete a su nuevo canciller, Thomas Becket. Las iglesias, en realidad, nunca han asumido, en tales períodos históricos, la humildad que de ellas se requiere. Sus altares se han alzado enriquecidos por significativos ornamentos artísticos, y siempre bajo una arquitectura severa que se erigiría en instrumento decisivo y único capaz de acrecentar en los creyentes la conciencia de Dios. Pero los reinos europeos jamás renunciaron a la exigencia y a la constante pretensión de reducir al clero romano. "Alteza -esgrime así Teobaldo de Bec-, el hecho de que en este consejo se haya conferido el título de canciller a nuestro joven diácono, hijo espiritual el título de canciller es garantía para la Iglesia de Inglaterra de entendimiento y de comprensión recíproca con la corona..."... "Etc, etc, -arguye el monarca- Gracias Arzobispo, estoy seguro de que esta designación os complacería. Pero no contéis demasiado con Becket. Él es ahora mi hombre de total confianza. Había olvidado que eres diácono -dirigiéndose a Thomas- "Estamos a punto de cruzar el Canal..."
                                                                                                                                         

"Bien, nuestras costumbres exigen que un impuesto en plata sea abonado por todo aquel que pueda contribuir al mantenimiento de un soldado. Por mi parte, la decisión está tomada: así que me he vuelto pedigüeño, extiendo el platillo y espero a que contribuyáis a llenarlo" -El Arzobispo acepta a regañadientes- "Cierto que cualquier laico quese sustraiga a un deber de estado, tal como el de servir a su príncipe con las armas, debe pagar impuesto. Nadie puede negarlo" ... ¡Y menos que nadie el clero!"- ríe Henry- "El deber de estado de un clérigo -añade el tonsurado- consiste en asistir a su monarca con sus plegarias, sus obras de educación y caridad..." "¡Pero en tiempos de la conquista -grita el monarca-, cuando se trataba de enriquecerse, nuestros abates normandos se recogían la sotana, y espada en mano exclamaban: ¡¡El momento ha llegado, mi príncipe!! ¡¡Dios así lo quiere!! ¡Cualquier momento era bueno para escabullirse, pues temían que durante un tiempo alguien les arrebatara una parte del botín!"... "Esos tiempos heroicos ya pasaron"-trata de concilliar el Arzobispo- Ahora reina la paz"..."¡Pues no os va durar! -extiende su mano Henry- ¡¡Pagadme!! ¿No intervienes, canciller? ¿Acaso los honores te han dejado mudo? 

                                                               El canciller de Inglaterra rebate al clero

(Thomas Becket se dirige al Arzobispo Teobaldo de Bec y a la totalidad de los clérigos allí presentes, con el beneplácito de Henry II) "Vamos, Canciller, di algo (propone el soberano) ¿Te ha paralizado la lengua tu nuevo cargo?... (Becket) ¿Puedo someter respetuosamente a la atención de mi señor, el Arzobispo una pequeña cuestión?... Respetuosamente, pero con firmeza. Ahora eres Canciller... Inglaterra  es una nave, el Rey es el capitán de la nave... (Henry sonríe complacido) Eso es ingenioso, me gusta... (El Arzobispo rebate) Mi señor Canciller, respecto a eso también hay algo que decir. El capitán es el único que manda después de Dios. ¡Después de Dios! (Henry, contrariado, Becket y todos los clérigos se santiguan) Nadie está cuestionando la autoridad de Dios, Arzobispo... (Becket) Lo más seguro es que Dios proteja la nave inspirando al capitán, pero nunca he oído que establezca los salarios de la tripulación, ni que instruya al pagador en sus obligaciones. Dios tiene cosas más importantes que hacer"
(Contesta el celoso Obispo de Londres, Gilbert Foliot) La ambición de nuestro joven diácono le ha llevado lejos de la Iglesia, pero no puede haber olvidado que lo que es importante es revelado al hombre sólo a través de su iglesia, en la persona de nuestro Santo Padre en Roma, sus obispos y sus sacerdotes. ¿O es que el Canciller piensa de otro modo?... Es cierto, hay un sacerdote a bordo de cada nave. Él reparte las bendiciones de Dios. Pero ni Dios ni la Iglesia le piden que le quiten el timón al timonel. Mi reverendo señor, el Obispo de Londres, que, según tengo entendido es hijo de un marinero, seguramente no puede haber olvidado eso. (Henry ríe a carcajadas ante la ironía que despliega su Canciller) (Foliot) ¡No permitiré insinuaciones personales que comprometan la integridad y el honor de la Iglesia!... Por favor, Obispo, nada de palabras largas..
Por favor, Obispo, nada de palabras largas.. (rebate Henry) Lo que está aquí en juego es su dinero. Necesito dinero para combatir a los franceses. ¿Me lo dará la Iglesia, sí o no?... (El Arzobispo Teobaldo de Bec) Mi señor, vuestro ilustre antecesor, William el Conquistador le otorgó a la Iglesia estas exenciones de tributo... (Henry exclama) ¡Que descanse en paz! (se santigua con sorna) Donde está ahora no necesita dinero. ¡Yo sigo en la Tierra y lo necesito! (Foliot) En lo básico, esto no es una cuestión de dinero, su Alteza. Esto es una cuestión de principios... (Henry se levanta encolerizado) ¡Necesito tropas, Obispo! ¡He enviado a por 3.000 suizos para ayudarme a combatir al rey de Francia, y nadie ha pagado jamás a los suizos con principios!
(Becket) No tiene sentido continuar esta discusión. La ley nos ha otorgado los medios coercitivos, y los usaremos. (Foliot enfurecido a Becket) ¡Vos, que todo lo debéis a la Santa Madre Iglesia. ¿Os atreveréis a hundir una daga en su seno?... Mi señor y rey que gobierna por la gracia de Dios me ha dado su sello con los tres leones para que lo proteja. Mi madre ahora es Inglaterra... ¡¡Traidor!! ¡¡Sajón!!...  
(Henry a Foliot) Mi reverendo amigo os sugiero que firmemente que  respetéis a mi Canciller,  si no llamaré a mis guardias. (Aparece la guardia real con  una bandeja de alimentos) ¡Ahh, aquí están! ¡Oh, no, es sólo mi aperitivo! Ahora, caballeros, si me disculpáis, a esta hora de la mañana necesito sustento o de lo contrario tiendo a flaquear, y un rey nunca debe flaquear. Seguro que estáis de acuerdo. Lo tomaré en mi capilla. Así podré rezar inmediatamente después. ¡Vamos, Thomas, acompáñame!  (Foliot ironiza dirigiéndose al Arzobispo) Quiere decir que es la hora de la cacería. (Becket, sonriente, se vuelve hacia él) No hasta que hayamos comido, mi querido Obispo..."