domingo, 25 de agosto de 2019

Lady Sings the Blues (El ocaso de una estrella)

La exaltación cinematográfica de una biografía ofrece, por lo general, un tentador viaje, muchas veces recargado y enfático, hacia la comprensión de gran parte de las tragedias que asolan esa frontera misteriosa capaz de imponer de modo definitivo su inesperado ocaso a las celebridades o al efímero valor del éxito que una vez gozara de su gran momento histórico. Los políticos, los escritores, músicos, actores, o artistas en general, como todo ser movido por pasiones y sentimientos, tantean de forma postrera un camino nuevo al entregarse a la composición de sus autobiografías. Y al expresar su propio drama psicológico por medio de la literatura (casi siempre el obligado "best-seller") están tratando de rehuir ese símbolo abstracto en que se basó la dinámica visual de la época que los encumbró y los destruyó, y pretendiendo resistir la carcoma del tiempo con nuevas ideas vivenciales, esta vez materializadas por el significativo valor que concede la exposición literaria. Porque la literatura, por lo general, siempre logra rebasar el más discreto nivel que posee la llamémosle vidriosidad ideológica del "biopic", cuando éste revive a través de la "cámara desencadenada" (expresión utilizada por las críticas), que, al imponer sus imágenes al posible espectador de la pantalla grande, suele aplicarle un subjetivismo en infinidad de ocasiones equívoco, hasta violento y rayano en lo radical, distorsionador de la figura que trata de retratar; y cuya autenticidad debería primar en la autobiografía que adapta. Pero la excentricidad del mundo imaginativo que nos impone el cine, necesariamente (es así por desgracia), no pretende, aunque duela, más que transmitir al público que asiste a las salas de proyección su propia interpretación ética e intelectual de lo que pudo ser la vida real de la celebridad cuya biografía ha sido objeto de filmación; como si únicamente se tratasen de "realidades puramente decorativas o armas para cazar imágenes", y que van unidas a lo que verdaderamente es la sintaxis del cine: su panteísmo de talentos creadores, compenetración casi mítica que nace de la actitud creadora y antojadiza de guionistas y directores. Y dado que a la hora del balance tan sólo importan los resultados, son estos artífices de tan desembarazado experimento como el que imprimir pueda o no un sentido más o menos estricto a los límites del realismo, los que tienden a falsear o modificar ese pretendido cinéma-vérité que nos ofrendan a través de la seductora fusión audiovisual del Séptimo Arte. Mas, (sin cuestionar los más o menos excelsos malabarismos que impone la madurez creativa en cualquiera de las facetas artísticas en que aquélla pueda expresarse), en lo que a la gran pantalla respecta, y como todo aficionado a la misma sabe, la cinematografía y su artesanado siempre se valdrá de todos los artificios puestos a su servicio (guión, actores, maquillaje, decorados, iluminación y montaje final) para que el "cine-ojo", no obligadamente el "cine-verdad", se encargue, por medio de la fascinante pupila de cristal de la cámara, de proponernos una verdad muy sui generis, deseablemente (aunque no sea así) en todas sus formas, e incluso, como han añadido muchos grandes directores (y que el gran escritor Liev Tolstoi ya pidió también en 1910) "de la manera más exacta posible". 


La contemplación naturalista o neutra de la realidad biográfica posee, por tanto, sus dos estéticas y sus dos actitudes creadoras. Estéticas que a la hora de mostrarse más o menos eficaces quisieran valerse del más impresionante conjunto volumétrico de admiradores. Será la cinematografía, como gran cultura de masas, valiéndose de sus ingentes medios de comunicación e información, la que ya alimentó y seguirá alimentando (sea por medio de sus escenificaciones literarias, teatrales, pictóricas, etc.) el más gigantesco laboratorio experimental de dichas estéticas, y que todos conocemos por Séptimo Arte. Un arte que, en definitiva, se ha erigido desde su nacimiento en una hipnotizante, y no por ello menos deslumbradora, tiranía sociológica (a la que muchos llamaron y siguen llamando "de pacotilla"), dado que se permite y casi nadie se lo censura jugar con nosotros, su público, con suma habilidad prestidigitadora, tantas veces increíblemente pueril, a fin de llenar sus nunca satisfechas arcas (el tan cacareado "box office"). Como gran protagonista de un siglo, la cinematografía parece hallarse siempre animada por un flamante aliento renovador. Y como antes que ella lo hiciera la literatura y el teatro, no hace más que aplicar los recursos procedentes de todos los "manuales de cuanta técnica ha pretendido en todas las épocas anteriores levantar el siempre joven edificio del Arte". El decreto de nacionalización internacional de la cinematografía ha sido una de las ultimas grandes conquistas de poder de nuestra historia moderna. Ha conseguido, como sus predecesoras expresiones artísticas, seleccionar modelos e infundirnos cargas emocionales de diverso signo (artísticas, verídicas, tipificadoras de personajes, de propagandismo y documentalismo...), y ha tendido un monumental puente sobre ciertos exponentes característicos de nuestros más febriles climas existenciales colectivos: los que separaban períodos de configuración social y sus perspectivas estéticas radicalmente opuestas. Quizás por ello mismo la excentricidad vanguardista propuesta por el Séptimo Arte durante más de un siglo haya hecho también con el "biopic" su mejor pelicula.

 
"Biografías sí, biografías no"


No resulta aventurado asegurar que concurrir al fugaz espejismo que la literatura nos propone en honor del divo o de la diva de turno por medio del siempre aventurado territorio de la biografía, es como adentrarse en la noche triste del pasado o en la brumosa noche del genio extinguido. No en vano, la memorialista disciplina entintada acumula sospechosas intenciones anómalas: estructuras de vanidad, búsquedas de ovación postrera al instante histórico de su mitología, ya pálida sombra entre las páginas a cuya lectura, como seleccionados por rigurosa invitación, somos atraídos al igual que a un caos de excesiva teatralidad donde se enmarcan éxitos y desventuras que tratan de rehacer inútilmente la epopeya que les hizo célebres. La confesión escrita es el gran desnudo de un personaje mercancía; una dolorosa y emotiva correspondencia íntima y mercantilista que se resiste a obviar su desmoronado mito. La biografía es una sabelotodo que cree a pies juntillas en las cabriolas y acrobacias que llevan a la popularidad. Una idealización del superhombre o de la supermujer que da vida a la sintaxis de la leyenda. Un ariete comercial que promete pero nunca cumple porque posee acrofobia. Su vértigo no tiene nada de sano, deportivo y sonriente.

Una vez desaparecidas las que fueran consagradas como estrellas-arquetipo del Olimpo que las endiosó, la biografía no sólo embrutece, sino que "viola". Y lo hace siempre con pretensiones de dignidad intelectual, incluso cuando el ídolo se sumerge en su propia estandarización autoconfesional, e introduce al posible lector en el alambicado fenómeno que supuso la búsqueda de sus sueños en "his or her personal life". En toda biografía se encuentra implícita, no obstante, cierta filiación a la exageración más vodevilesca, aunque sus apogeos se hallan también, por lo general, ligeramente heridos. Poseen una no del todo involuntaria intoxicación morbosa que ha contribuido en todos los tiempos a estimular, sin ningún lugar a dudas, el desarrollo de este género. Para perplejidad y placer de quien la lee la biografía resulta de lo más atrayente. No es un dechado de profundidad ni de grandes matices literarios. Pero en su economía narrativa hallamos desmesuras vivenciales provocadoras y fascinantes. Una provocación basada en controvertidos y desquiciados mundos de masoquismos fatales, en descripciones que con minuciosidad de ritmo enloquecedor nos hablan de dolorosas realidades interiores cuyas psicologías maltrechas se erigen en epílogos simbólicos de la dureza que conlleva el exceso de la fama y la pérdida de la misma.

El conocimiento de la personalidad y del "cuerpo del otro", el marco exótico en que se desarrollara aquella semblanza gigantesca de la estrella idolatrada, presupone también una bendición morbosa para el lector cuando irrumpen los sarampiones intelectuales que inspiran las formulaciones especulativas o teóricas del escritor "ajeno" (sin descartar, en este caso, la secreta microfisonomía autodidacta que otorgan a muchos de estos textos literarios biográficos los "hijos adoptivos") capaz de incorporar a la peor literatura esa nueva topografía dramática, ahora por fin allanada (ya sea con la anuencia o el sentimiento de agravio del protagonista etiquetado que jamás deseó penetrar en el secreto experimental propuesto por ese narrador externo, tantas veces determinado por perspectivas de voluntad subjetivista).


"La tradicional cultura de la palabra -cultura literaria-, expresó el poeta, dramaturgo, crítico de cine y guionista húngaro, Béla Balázs, en su libro titulado "El hombre invisible o la cultura del cine", 1924, se opone por completo a la novísima cultura de la imagen creada por el cine"
 
 
 
 





¿Debe una verdadera estrella inhibirse de su realidad?: Antoni Gronowicz, biógrafo de Greta Garbo.








 "... Hacia finales de la década de los años cincuenta, cuando llegué a la conclusión de que ya había acumulado notas suficientes, así como trivialidades y otros pequeños detalles, al igual que algunas páginas escritas, empecé a pasarle biografías de grandes figuras de la ciencia, la política y la literatura de los siglos XVIII y XIX. Deseaba mostrarle que sólo un libro podía captar el pasado y conservarlo a pesar del paso despiadado del tiempo. La Garbo pareció leer las biografías con placer. Creo que no llegó a sospechar mis verdaderas intenciones. A continuación le entregué biografías de mujeres famosas, poniendo un énfasis especial en aquellas que habían aparecido en el mundo europeo del espectáculo. Esperé su reacción. Estaba convencido de que mi plan terminaría por desmoronarse si empezaba a presionarla de nuevo acerca de escribir una biografía sobre ella. Esperó mucho tiempo antes de llamarme para decirme que había descubierto mi siniestro plan. "¿Qué clase de plan?", le pregunté. "Estás escribiendo un libro sobre mí. Y no quiero que se publique ningún libro sobre mí mientras esté con vida"... Al ver que yo guardaba silencio expresó un poco más las interioridades de su alma con un lenguaje más rudo. "Negaré que hablé contigo, negaré que te conozco, diré que ni siquiera he oído hablar de ti..." Esperó a que yo contestara y al ver que seguía sin decir nada, me preguntó con tono exigente: "¿Estás ahí?"... "Sí, estoy aquí"... "Nadie te creerá. ¿Quién eres tú?" Se sintió invadida por la crueldad y en ese momento supe lo que había tenido que sufrir. Hice un esfuerzo por recuperar la lógica de mis pensamientos y repliqué con paciencia: "Si te imaginas que siempre serás grande, debo advertirte ahora que te irás hundiendo poco a poco por debajo del horizonte del recuerdo hasta que desaparezcas para siempre"... De pronto, después de lo que me pareció una larga espera, escuche una voz débil preguntando: "¿Quiere eso decir que no quedará nada si no se deja escrito sobre el papel?"... "Bueno, quedarán tus películas, pero nada respecto a tu vida, y tu vida eres tú misma..., no lo que aparece en las pantallas."...


Resulta difícil creer que todo esto empezó sin que yo supiera nada sobre Greta Garbo, y que ahora, después de todos los años transcurridos, he logrado terminar el libro de ella, la historia de su vida, con sus propias palabras, tal y como me las dijo ella misma, con esa voz que jamás olvidaré. Después de que abandonara la pantalla, sus idas y venidas consumieron la mayor parte de sus años, y fueron unos años vacíos, no aliviados por el altruismo o por algún sentido de la obligación para con la cultura o la historia. Ciertamente, la suya fue una de las vidas más egoístas vividas por una persona pública en los tiempos modernos, tratándose además de una vida no redimida por ningún beneficio póstumo, aparte de mi libro, aceptado a regañadientes. No descarto que mi biografía posee a menudo un espíritu mezquino, y manchado por el hecho de que la Garbo lo repudiara mientras aún estaba con vida. Así, aunque ella evitó la lástima que a veces sentimos por los ídolos de nuestra juventud cuando los contemplamos en sus últimos achaques, seguía existiendo algo mágico en su presencia si uno la podía penetrar. Esta criatura medio de ficción medio de realidad fue en buena medida una invención de la propia Garbo, y por lo tanto, tenía perfecto derecho a hacer con ella lo que deseara para protegerla de los estragos del tiempo, para protegernos a nosotros de tener que ser testigos del inevitable declive.
 

(Antoni Gronowicz nunca pretendió escribir un libro escándalo. Pese a ello, la diosa Garbo se opuso a la publicación de un texto que demuestra que también fue al fin y al cabo humana).


                                                                      "Biografía versus biopic"


Su auténtico nombre era Eleonora Fagan. Nacida el 7 de abril de 1915 en Philadelphia, Pennsylvania. Billie Holliday nos dejó su autobiografía "Lady Sings the Blues", publicada en 1956. Bosqueja en ella someramente su desgraciada infancia, y ofrece imágenes descoloridas de su adolescencia. Stuart Nicholson, crítico, autor musical apasionado por el jazz y biógrafo ("Reminiscing in Tempo: A Portrait of Duke Ellington", "Is Jazz Dead?) se encargó de recuperar la un tanto diluida semblanza de la gran cantante en su biografía "Billie Holiday", 1995. Su fiel amigo y "musical partner" Lester Young la inmortalizaría con el pseudónimo de "Lady Day, Queen of Song".
 


Un rostro de color en el que predominaron unos ojos agónicos. Una voz que convirtió el "Blues" en una jerarquía de latidos descarnados, dotándole de una magnitud cristalizada, de una precisión y una estabilidad que parecía derretirse entre pulsaciones temblorosas, como besos sollozantes, y que surgía recóndita desde su garganta como un hormigueo estremecedor de sangre huida. El tapizado eco de su vocalización irrepetible poseía, no obstante, una transparencia de plegaria, una tonada corta de avecilla ahogada que parecía trenzar su ritmo en invisibles y mágicas lejanías que acogían cada frase, cada palabra en una guirnalda perennemente melodiosa. En cada canción de Billie se labra un gemido, se entrama un suspiro, un quiebro que se le deshoja en el corazón. El cántico de Billie es una imploración, es un incendio pausado del más extraordinario de los "tempos", un ornamento vocal terebrante que oscila entre la sonrisa y el sufrimiento. John Bush, crítico musical, afirmó: "Billie changed the art of American pop vocals forever"


Su pseudónimo profesional provenía de Billie Dove, popular actriz del "silent movie", por la que la joven Eleonora sentía una profunda admiración, y de Clarence Holiday, probable padre de la joven, bajista y guitarrista de jazz, que acabaría aceptando su paternidad, pero rehuyendo cualquier tipo de responsabilidad que la misma pudiera conllevar (en sus épocas de juvenil penuria, Billie acudiría a él en demanda de ayuda, amenazándole con esclarecer ante su amante de turno su parentesco padre-hija). Su madre, Sarah Julia "Sadie" Harris (luego Fagan) había sido expulsada de su hogar en Sandttown, Baltimore, al ser descubierto por sus padres el embarazo de su hija, soltera, cuando a la sazón contaba treinta años. La paternidad de Billie Holiday siempre fue un tema controvertido y misterioso, ya que una copia de su partida de nacimiento de los archivos de Baltimore dan por cierto que el nombre de su progenitor era Frank DeViese, a quien Sadie conoció en Philadelphia, donde se había trasladado para ejercer labores de sirvienta. Sadie, sin el menor soporte auxiliador por parte de sus padres o Frank de Viese, recurre a una hermanastra, Eva Miller, para que se haga cargo de los cuidados de la niña a quien ella no puede atender. Los problemas se acumulan durante este período infantil de Billie, quien recibirá las compasivas atenciones que le prodigan algunas manos desconocidas, alejada la criatura de esos otros recuerdos y devociones que concilian en nuestra existencia la ternura bienhechora y la urdimbre familiar que se inscribe en el amor de los padres.

                                                            

                                                                               "Lady Day"








Sobre la futura "Lady Day" se teje una felicidad buena y triste cuando, apenas con doce años, se traslada junto a su madre a New Jersey y, finalmente, a Brooklyn. A pesar de ello, rehuir el negro refugio de su reciente y amargo pasado (Billie a los diez años había ingresado en colegios católicos después de admitir que había sido violada por entre aquel abominable laberinto de parentescos dudosos que ejercieran pervertida autoridad protectora sobre su niñez) no significa siempre poder avivar esperanzas a costa del presente. Billie, que no logra acomodarse a tanta resignación como la que le exige ayudar a su madre en sus trabajos de doméstica, ejerce la prostitución.
 
 

Entre 1930 y 1931 consigue trabajo en algunos clubs neoyorkinos. John Hammond productor musical y crítico descubre a Billie y resalta en sus columnas periodísticas la intensidad inigualable con que la desconocida joven de color ofrenda una nueva y sutil expresión interpretativa al swing y al blues. Contratada por Benny Goodman y su orquesta formada por un pequeño grupo de músicos, su debut comercial se produce el 27 de noviembre de 1933 con sus canciones "Your Mother's Son-in-Law" y "Riffin' the Scotch". Su fama se consolida en 1934, en Apollo Theatre junto al pianista (y posterior amante) Bobby Henderson.


A finales de la década, Billie graba para Columbia la memorable "Strange Fruit", una canción basada en un poema sobre "los linchamientos que sufre calladamente el hombre de color" ("... southern trees bear strange fruit"-"... los árboles sureños dan extrañas frutas"-), escrito por Abel Meeropol, profesor judío del Bronx. "Don't Explain", "Big Stuff". "What is this Thing Called Love?", "God Bless the Child", "Good Morning Heartache", "My Man" "What a Little Moonlight y "All of Me, Why not Take..." se convertirán en algunos de sus mas prestigiosos e inolvidables éxitos.

El 16 de mayo de 1947 Billie es arrestada por posesión de heroína. Enjuiciada el 27 de mayo ("The United States of América versus Billie Holiday"), fue puesta en libertad ocho meses después. Casada con el trombonista Jimmy Monroe en 1940, se divorcian en 1941, tras un affair con el trompetista Joe Guy, consumidor habitual de drogas. El 28 de marzo de 1952 contrae nuevo matrimonio con el llamado "justiciero" mafioso Louis McKay, gángster violento, que, aunque no menos siniestro que otros de los muchos hombres que desfilaron por la vida de Billie Holiday, intentó apartarla de su adicción a las drogas. McKay trató a lo largo de su matrimonio con la cantante de incentivar es estilo vocal de su esposa, creando una cadena de "studios", que habría empezado en la "Arthur Murray Dance School". 


En 1956 Billie Holiday ofrece dos inolvidables recitales en el Carnegie Hall, el mayor logro jamás alcanzado por un artista de color en aquel nefasto período segregacionista de la historia americana.






En 1947, aparte de otras irrelevantes apariciones cinematográficas anteriores, intervino con Louis Armstrong en el film "New Orleans". En 1954 realiza un imborrable tour por Europa que promueve Leonard Feather, famoso pianista de jazz inglés.





 

Su autobiografía "Lady Sings the Blues", firmada por William Dufty ("ghostwritter"), fue publicada en 1956. El 31 de mayo ingresa en el Metropolitan Hospital de New York. Se le diagnostica graves problemas de hígado y corazón. Había sido hallada inconsciente por la policía en estado de shock por consumo de drogas. Permanece bajo vigilancia policial, y fallece por cirrosis de hígado el 17 de julio de 1959. En sus últimos años sus ingresos monetarios habían alcanzado tan progresivo derroche que a su muerte su cuenta bancaria arrojaba un saldo de 0'70 centavos. En su bolsillo se hallaron 750$ dólares y una nota: sus últimos honorarios percibidos. Su funeral, masivo y estremecedor, fue celebrado en St. Paul The Apostol Catholic Church de New York City.
 



 











Tras los anhelos corren las sombras de un hastío torturante. La sola idea de convertirse en un autómata esclavizada por el uniforme de la servidumbre a la que se ve relegada la raza negra por la superioridad blanca, dicta a la joven Eleonora una serie de tentativas para librarse de ella. Prostitución: tan repugnante como el sentimiento de inferioridad racial a que sigue sometida. Un tiempo y una dimensión que no tiene por qué convertirse en su única realidad. Hay que perforar el caparazón insensible del mundo. Siempre queda la libertad de soñar. Eleonora posee una fuente de emociones en su voz. 

La noche y los night clubs neoyorkinos conmueven su imaginación. La dotan de la suficiente fuerza para retenerla. Garitos musicales que trazan siluetas de cantantes femeninas, las nuevas "hetairae" que se aplican en recuperar, a través del swing o del blues viejas sustancias míticas del jazz. La noche suele disculpar el más vulgar de los dones. 


La recompensa que justifica aquellos rincones crepusculares en los que los hombres prefieren la ronca o estridente evocación con que fluye el canto ávido de la febril cabaretera a la ramera auténtica, no es más que la magra y decepcionante recompensa del sucio dólar prensado entre sus muslos. La voz desgarrada, fascinante, de Eleonora, la criatura bifurcada, ahora como Billie Holiday, crece en la oscuridad del antro. Posee un irresistible desarrollo de diosa. Quienes la escuchan saben que su voz no puede ser juzgada con los mismos cánones aplicados hasta aquel momento a las restantes cantantes del night club. De pronto una mano que penetra en el foco luminoso que invade a la nueva cantante sostiene el primer billete de dólar que la noche le ofrenda: "¡Cógelo!", exclaman voces decepcionadas. Billie se resiste a la rutina remuneradora empleada por las vulgares profesionales, y tan ignominiosamente recompensadas por los hombres. Pero la mano que esgrime el billete se alza generosa, con una veneración inesperada. Un hombre atractivo, Louis McKay, sonríe. Y con voz profunda exclama: "¿Quiere que se me caiga el brazo?" Observa a Billie largamente. Un suspiro de plenitud, de triunfo, de felicidad vuela hacia el "piano man", su descubridor, que la conforta con su risa de satisfacción. Una solicitud desbordante envuelve a la nueva cantante. Billie Holiday aparece, finalmente, modelada en el instante glorioso de su primer gran triunfo.



Espléndido florecer de una voz; irresistible calidad de belleza de una mujer ahora dichosa. Expectación y éxito. Una nueva diosa con su carne triunfal a cuestas. Mas, ¿cómo gobernar nuestros pensamientos y obras, mientras exista la inquietud siempre a merced de la divinidad; la tiniebla blanda de la gracia concedida que se desborda en el cansancio y el desencanto? Billie Holiday surge como una aurora de colores gozosos frente a los temporales segregacionistas. Su aura se enrosca en ráfagas raciales. Sus triunfos, aunque vitoreados por la calentura colectiva que la admira, la convierten en simple mercancía de feria. El escarnio de la segregación la ahoga en la congoja. Su canto es un gemido, sus pasiones cicatrices, su existencia una quemadura dolorosa que la desespera.
 
 



Las estrellas que tejen túnicas de gloria desnudan amargas leyendas de dioses. Demandar milagros a las pasiones humanas es amortajar de antemano el tiempo y la conciencia que la vida nos concede. El miedo repentino a la existencia quiebra el encanto de las emociones que ofrendan una primera luminosidad 



 
Atrapada de nuevo en el abismo de la drogadicción, se sumerge en el rincón más oscuro de los necesitados. Es una pesadilla que deforma de mil maneras un corazón que la oprime e hiere. Un corazón ahora suplicante que la enfrenta a su amante, quien no dudará en tratar de arrancarla de esa cárcel sombría donde Billie busca con desesperación remedio a la pesadilla de su cansancio


Billie Holiday vivirá como poseída por una espada infinita que la atraviesa. El éxito posee ojos de lágrimas. El canto final de la estrella es descarnado, su palabra es fiebre que mendiga tras la reja de su drogadicción. Su voz, rota de cansancio, no quiso seguir más, pero impuso su voluntad: todavía queremos que nos cuenten quién era Billie Holiday.









      "Good Morni
ng Hertache"












































"... Good morning heartache. You old gloomy sight. Thought we said goodbye last night. I turned and tossed until it seems you have gone. But here you are with the dawn. Wish I forget you, but you're here to stay. It seems I met you. When my love went away. Now everyday I stop. I'm saying to you. Good morning heartache, what's new? ... Stop haunting me now. Can't shake you nohow. Just leave me alone. I've got those monday blues. Straight to sunday blues. Good morning heartache. Sit down!"
 
 
 
 


La Intérprete Idónea






Diana Ross:  Diane Ernestine Earl Ross, nacida el 4 de marzo de 1944 en Detroit, Michigan. Cantante, compositora, productora discográfica y actriz ocasional. 








Debuta en el grupo "The Supremes" a partir de 1960, y alcanza su gran estrellato como solista en 1970. Su estilo resume una nueva estética de la canción pop caracterizado por un mixtificado ritmo poético, de tono esplendoroso, que le confiere un virtuosismo dramático, enérgico y lírico inusitado. La gran Diana Ross se convertirá en la cantante más mimada de esta nueva cultura musical que nace impetuosamente en la década de los 70. En 1993 el gran elemento creador que estructura su estilo como solista, capaz de combinar la fascinación luminosa que despide su voz con el refinamiento estilístico más exuberante y romántico, preside el Libro Guinnes de Récords como la actriz-cantante femenina de mayor éxito de todos los tiempos.
 

Hija de Fred Ross, un miembro de de la United States Army y de Ernestine Ross, profesora de color de Bessemer, Alabama. La familia se instala en Detroit, y Diana se inscribe en el Cass Technical High School esperando convertirse en diseñadora de modas. 



 

En 1959 descubre esa "primera formulación madura", aún balbuciente, de su voz, y con sus amigas y vecinas Mary Wilson, Florence Ballard y Betty McGlown forman un cuarteto juvenil conocido por "The Primettes". 



                "The Supremes"










En 1961, tras lograr un contrato con Motown Records, el grupo se relanza con el nombre de "The Supremes" (Betty McGlown es reemplazada por Barbara Martin). Doce grandes éxitos avalan la permanencia triunfal del cuarteto. Sobresalen "Where Did Our Love Go", "Baby Love", y "You Can't Hurry Love". En 1969 Diana decide abandonar el grupo, y despega en solitario con el apoyo de los productores musicales Nickolas Ashford y Valerie Simpson.






Su primer disco se llamaría "Diana Ross". En este primer sencillo destaca la canción gospel: "Reach Out and Touch (Somebody Hand)". Fue nominada al Premio Grammy como mejor vocalista de las listas pop por "Ain't no Mountain High Enough". Contrae matrimonio en enero de 1971 con Robert Ellis Silberstein, "music bussines manager". El 13 de agosto nace su hija Rhonda Suzanne Silberstein.





En 1972 interpreta el biopic "Lady Sings the Blues", basado en la vida de Billie Holiday. Diana, que se incorpora brillantemente al arte de la interpretación cinematográfica, se convierte en un autentico fenómeno osmótico con la cantante biografiada. Al cantar como la inmortal "Lady Day" abre una nueva dimensión imaginativa, insólita, subjetivista, y una no menos inspiración realista a su grandiosa interpretación. Consigue el "Golden Globe" y es nominada al Oscar como "Mejor Actriz del Año" (el Premio de la Academia recayó, no obstante, en Liza Minnelli por "Cabaret"). 


En 1975 interviene en un nuevo film: "Mahogany", y en 1978 rueda "The Wiz" (un remake de "The Wizard of Oz"), que fracasa estrepitosamente en taquilla. 

Nuevo álbum en 1998 con Motow: "Workin'Overtime". 

Se había divorciado de Silberstein en 1977, y en enero de 1985 se casa con el magnate naviero noruego Arne Naess. Nacen Ross Arne, 1987, y Evan Olav, 1988. En 2000 tiene lugar su nuevo divorcio. (Naess moriría en un accidente de montañismo en South Africa en 2004). Tras anunciar en 2000 que realizaría una gira con sus antiguas compañeras "The Supremes", Mary Wilson y Cindy Birdson renuncian a la misma por "diferencias considerables en los emolumentos". 

En diciembre de 2002, Diana es arrestada en Tucson por conducir en estado de ebriedad.








Michael Jackson's Will Names Diana Ross





 



A comienzos de 2007 aparece en diversos programas de Televisión en Estados Unidos y Europa. Afectada por la muerte de Michael Jackson, revela en 2009 su intención (promesa póstuma hecha al cantante) de hacerse con la custodia de los hijos del cantante en caso de fallecimiento o impedimento por enfermedad de Katherine, de 79 años, madre de Jackson. ("Michael Jackson's wills names his mother Katherine as the guardian for his three children; if she cannot serve as the guardian, it nominates Diana Ross")













                                                               Billy Dee Williams - Richard Pryor


                                                                (Louis McKay) - (Piano Man)





SIDNEY J. FURIE









Nacido en Canada el 28 de febrero de 1933. Logra imponerse en el mercado cinematográfico al ser nominado a la Palma de Oro en el Film Festival de Cannes, 1965, por "The Ipcress File" ("Ipcress"), interpretada por Michael Caine. En 1966 dirige a Marlon Brando en "The Appaloosa" ("Sierra prohibida"), coprotagonizada por Anjanette Comer, John Saxon, y Emilio Fernández western coincidente con las afamadas fórmulas puestas en circulación por los spaghetti rodados en España. J. Furie despliega un enorme esfuerzo material para cantar las excelencias del biopic al trasladar a la pantalla, en 1972, con Diana Ross, "Lady Sing the Blues", basándose en la biografía de la genial cantante Billie Holiday. En 2006, dicho film es elegido y premiado como "Black Movie Award Classic Cinema Hall of Fame".

 


Una porción de realidad elegida de esa perspectiva determinada por la biografía, que, en efecto, jamás tendrá nada que ver con el texto literario, pero que, no obstante, otorga a la voluntad subjetiva del director recursos técnicos de un atrayente significado: un encuadre-opinión expresionista, un primer plano (insertos que una vez embelesaron al crítico Béla Balász) que aísla y agranda a los intérpretes, descubriendo, como una siempre apetecible topografía dramática, la muchas veces secreta microfisonomía del rostro humano. "Lady Sings the Blues" se inscribe, por su inmenso esfuerzo de inventiva visual, en la que música y canciones se integran de un modo coherente y lógico en la acción, como una obra potente y barroca. El paso del tiempo no impide la emoción purísima con que el biopic y su laboratorio de imágenes puede revalorizar personalidades históricas que retoman su pedestal, no como simples affiches, sino como vivos reflejos de la más honda fascinación. 











 



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