En aquel tiempo, los niños no salíamos de nuestro estupor. Frente al
globo engordado del gran programón cinematográfico: ¡qué imágenes!, ¡qué
apariciones!, ¡qué planos!, ¡qué colores!, cada tarde se trocaba en
sábado, aunque no lo fuese. Nos aupábamos en cada escalón inmediato a la
cartelera, como para mirar en el mapa de la fantasía. ¡Cuántos
suspiros! Las fachadas de nuestros entrañables y familiares cines de
barrio acogían nuestros júbilos y deseos; ¡prometían tanta felicidad!:
era como una adivinación de la ansiedad de los poderosos, que cavilaban
sus sueños y los nuestros, revolviendo los arcones de aquella heredad
regidora y misteriosa, que todos conocíamos por Hollywood. Y que, pese a
la distancia, sentíamos vivir en la vida de cada uno de nosotros,
porque nos aguardaba en la enorme sala cinematográfica, caliente y
luminosa, despidiendo desde la pantalla toda su magia dulce, sensitiva y
llena. Y que así parecía creada, por nuestro antojo cinéfilo, para
nuestro servicio y complacencia. Y exigíamos tan amada servidumbre,
porque toda ella era nuestra. ¡O para nosotros o para nadie!
APOGEOS
Y por fin nos encandilamos con Marilyn Monroe, ya enaltecida y aplaudida en su primera etapa de vena cómica, y cuya trayectoria, un tanto
balbuciente hasta entonces, parecía enfilar ahora con paso seguro la
senda fulgurante que conducía hasta ese mundo de pantomimas, ingrato y
no por ello menos soñado, que configuraran los oropeles remolones y
venenosillos de la fama (pues, no en vano, la publicidad del momento
recalcó vehementemente esta ansiada y flamante faceta de catapultada star con que la Monroe
y su portentoso estallido, vector del mundo de la popularidad pasó finalmente a ocupar su correspondiente podium de nueva diosa entre los efímeros
fastos de aquel desagradecido y marrullero Hollywood de nuestras
entretelas y fantasías), colmando con ello esperas entusiastas de
quienes ya la habíamos amado de antemano entre aquellas esporádicas
apariciones que habían salpicado ciertos films anteriores. Films algunos de ellos fácilmente
olvidables de no haber sido porque ella asomaba por los mismos, cual
camafeo fulgurante y chisporroteador de primerizos relumbrones mítico.
Y qué decir que no se haya dicho ya de esa combinación fascinante de
mórbidas ternezas y persuasiva ingenuidad que de ella emanaba; de aquel
incuestionable glamour realzado por panorámicos y
"Cinemascoperos" cromatismos, tributarias etiquetas de un triunfo "made
in Hollywood" largamente acariciado; y de aquel irrepetible "sexual
touch" que su impresionante belleza ofrendaba! Predominantes
trapicheos (¡tuvimos aún que esperar tanto para descubrir lo buena actriz que
en realidad era!) en cuyos esclavizadores precintos la gran fábrica de sueños
norteamericana habría de apoyar la venta enfervorizada y rentable de su imagen,
al tiempo que rebosar sus arcas mercantilistas con la piratería de un morbo
publicitario cacareador de futuros escándalos.
Y ya como gran mito erótico de los cincuenta, Marilyn Monroe, ocupó el trono de los sex-symbols imperecederos. Con su inenarrable interpretación en "Bus Stop", de Joshua Logan, consiguió un aura de triunfo sin igual demostrando que era una actriz extraordinaria y conmovedora.
Y como despedida grandiosa nos dejó la más bella y enternecedora de sus creaciones de manos de John Huston en "The Misfits" de 1961.
Y el film que nunca pudo acabar, sus últimas imágenes inéditas antes de abandonarnos para siempre. Maravillosa hasta el fin.
Prodigio adorable de espontáneo y tierno rebullir, como de bello animalito acorralado, fue una de las primeras instantáneas que captamos de la Monroe, y que no nos pregunten el porqué, en una de aquellas amadas sesiones cinematográficas con programa doble de la 20th Century Fox, y con secuencia impagable de un Charles Laughton elocuente, histriónico y caballerosamente majadero, gentleman venido a menos, quien, tras embobarla primero con su dandismo démodé, acababa luego por poner a sus pies el encaje burlesco y emotivo de su quijotismo adorador de damiselas desconocidas, dejándola conmovida y trémula, ¡ay tarde antigua!, y con aquella carita de desorientada ingenuidad que tan sólo ella sabía prodigar, en "O.Henry's Full House" ("4 páginas de la vida"), de 1952.
PERIGEOS
Prodigio adorable de espontáneo y tierno rebullir, como de bello animalito acorralado, fue una de las primeras instantáneas que captamos de la Monroe, y que no nos pregunten el porqué, en una de aquellas amadas sesiones cinematográficas con programa doble de la 20th Century Fox, y con secuencia impagable de un Charles Laughton elocuente, histriónico y caballerosamente majadero, gentleman venido a menos, quien, tras embobarla primero con su dandismo démodé, acababa luego por poner a sus pies el encaje burlesco y emotivo de su quijotismo adorador de damiselas desconocidas, dejándola conmovida y trémula, ¡ay tarde antigua!, y con aquella carita de desorientada ingenuidad que tan sólo ella sabía prodigar, en "O.Henry's Full House" ("4 páginas de la vida"), de 1952.
O
hubo quizá, poco después, algún atisbo vergonzoso o cuatro velados cosquilleos, y hasta alguna
picazón de regustillos prohibidos, ante aquella primera visión de su ya
promovido e indiscutible potencial erótico cuando, con todo el mullido linaje de su candor, alegórico símbolo de
la más bella singularidad clásica convertida en mujer, nuestra
jovencísima Marilyn, ante un grandullón, gafitas y siempre apetecible Cary Grant
(rejuvenecido patinador y trampolinista, unos minutos más tarde, en
deliciosa compañía de nuestro mito, por obra y gracia de los
irracionales tejemanejes químicos puestos en solfa por un inolvidable
chimpancé), mostraba, los "acetatos" por él inventados,
recubriendo, en forma de medias, sus extremidades
inferiores en la estupenda comedia de Howard Hawks "Monkey Business" ("Me siento rejuvenecer").
Fritz Lang nos ofrendó a una juvenil, espléndida y rebelde Marilyn en su magnifico melodrama de 1952 "Clash by Night" ("Encuentro en la noche"), junto a Keith Andes, Barbara Stanwyck, Robert Ryan y Paul Douglas.
En "The Asphalt Jungle" ("La jungla de asfalto") de John Huston, Louis Calhern la mimó considerándola "una maravillosa criatura"
Y ya como protagonista absoluta nos asombró con su extraordinaria creación de nanny desequilibrada en "Don't Bother to Knock", de Roy Baker, junto a Richard Widmark. Y así podríamos seguir, como quien describe el ritual de los "elegidos" por la siempre efímera fama, extendiéndonos sobre nuestro irresistible mito cinematográfico hasta el fin de su vida, aunque, dada la gran parte de tristeza que acompañó la existencia de nuestra inolvidable y rutilante Marilyn Monroe, nunca sabremos si ella, en realidad, hubiese querido lograr este honor mítico que hoy le otorgamos.