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sábado, 7 de agosto de 2021

MAURICE -VIII Parte-

 

 

James Ivory a su paso por la pantalla  y sus espléndidas adaptaciones de grandes novelas y excelentes escritores, británicos, por lo general, pudo llegar a provocar un sinfín de equívocos pero se aplaudió internacionalmente la compleja belleza de todas sus películas. En un principio hubo un público que aceptó sin reservas "A Room with a View" ("Una habitación con vistas"), 1985. Y los que lo aplaudieron supieron de pronto que se hallaban ante un director exquisito. Ivory fue un hombre de tres culturas, la americana, la inglesa y la India, y a lo largo de sus films pugnó por expresar el desafío del individuo por asumir una escala de valores precisa, una emancipación íntima. Y se enfrentó sin reparos al prematuro castigo que se le infligió por un "Maurice" que sólo se interpreta como la segunda parte de la "Habitación". Y si su apariencia externa tiene una perfección menos férrea, su "Maurice", interpretado por un juvenil, excitante, atractivo, y rubio como un dios griego James Wilby, es, por el contrario, un ejercicio creativo de audacia sorprendente. La historia de un joven homosexual que acepta descubrir su propio Yo en el corazón de una sociedad impregnada de homosexualidad, pero que otorga a su ocultación la categoría de una norma de urbanidad, se produce paralelamente, y no tiene por qué ser casual, al decidido e inhibido progreso del film hasta alcanzar su propio equilibrio. Asi la primera mitad de la película acompaña las inexplicables pero excitantes vacilaciones del joven Maurice con ese punto de indeterminación que ilustra perfectamente su capacidad de interpretar lo que sucede ante él, y el film acumula con creciente confianza en sí mismo las conclusiones y el impacto de un orden personal nuevo, asumido con calma y felicidad. Hay en "Maurice" por tanto una primera parte de escenas complementarias que resumen admirablemente la confianza indispensable de Ivory en los recursos de la mejor cinematografía, su empleo liberador de ese cine que, como "Maurice", necesita despejar la terrorífica dependencia actual del efecto literario, en la enquistada urbanidad de un consumo cultural que sigue midiendo su virtud a partir de los viejos modelos de lo que sí es o no de buen tono (y sólo el prototipo literario del novelista E.M Forster, autor de la obra, parece "ser de buen tono"). (Texto de Kentauro)






                     
 

EL FIN DE LA JUVENIL COMPLICIDAD  HOMOSEXUAL ENTRE  MAURICE  Y CLIVE

Durham sigue la filosofía griega en el sentido de poseer además del amigo, el compañero sexual deseado. Así, se enamora de su amigo y sorprende a Maurice al confesarle sus sentimientos. Al principio, Hall reacciona con asombro y no acaba de creer lo que oye de labios de su amigo. Clive sale corriendo, sintiéndose avergonzado de haber expresado su nuevo sueño de compañerismo helénico.
Su amistad se rompe momentáneamente, aunque Maurice pronto se da cuenta de que corresponde a los sentimientos de Durham

 
 
 
 
 
 
 
 
      
 
 
 
     Durante la noche, Hall decide acudir a la habitación de Durham, y hacerse perdonar sus dudas en un cálido abrazo.


"Maurice no había tenido nunca ningún interés en ir a Grecia. Su inclinación por los clásicos había sido superficial y obsceno ya durante sus estudios en Cambridge, y se había desvanecido en cuanto se enamoró de Clive. Prefería  entablar juegos y músivca con Clive antes que hablar de los clásicos griegos. Las historias de Harmodio y Aristogitón, de Fedro y del Batallón Sagrado de Tebas, estaban bien para los que tenían vacíos sus corazones, pero no podían sustituir a la vida. El que Clive las prefiriese en ocasiones, le desconcertaba. Pero en aquellos últimos días Grecia había florecido de nuevo" 

 

"Durante los dos años de Cambridge fueron los seres más felices de la tierra. Eran cariñosos y firmes por naturaleza, y, gracias a Clive, extremadamente sensibles. Clive sabía que el éxtasis no puede durar. Pero que puede marcar un canal para algo más duradero, y proyectó una relación que mostró permanencia. Si Maurice creaba amor, era Clive quien lo preservaba, y quien hacía que sus ríos regaran el huerto."
 
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"Maurice odiaba la palabra misma, y por una curiosa inversión la ligaba con la morbidez y la muerte. Siempre que él quería planear algo, jugar al tenis, hablar de cualquier cosa, intervenía Grecia. Clive advirtió esta antipatía y se dedicaba a torturarle, con bastante crueldad.... Su deseo de unión era, sin embargo, demasiado fuerte para dar cabida al resentimiento..."  
 
"No podía permitir que se desperdiciase ni una sola gota, ni  en amargura ni en sentimentalismo, y a medida que el tiempo transcurrió se abstuvieron de toda declaración.  "Ya nos lo hemos dicho todo" Y casi de caricias. Su felicidad era estar juntos; irradiaban algo de su calma hacia los demás, y podían ocupar su lugar en la sociedad... Clive, amante del griego y de su cultura, se había proyectado en el amor que Sócrates profesaba a Fedón, amor apasionado pero lleno de equilibrio, que sólo las naturalezas más delicadas pueden comprender, y hallaba en Maurice una naturaleza, si bien no realmente delicada, si encantadoramente viva. Conducía al amado por las cumbres a lo largo de un estrecho y bello sendero. Este sendero llevaba a la oscuridad final, no podía ver ningún otro terror, y cuando ésta llegase ellos habrían vivido de todos modos con más plenitud que santos y hedonistas, y habrían apurado hasta el final la nobleza y la dulzura del mundo. Él educaba a Maurice, o más bien su espíritu educaba al de Maurice, para que fueran iguales." 


"Ninguno de los dos pensaba:"¿Estoy dirigido? ¿Dirijo yo?". El amor había apartado a Clive de la trivialidad y a Maurice del desconcierto para que dos almas imperfectas pudiesen alcanzar la perfección".





"Así, procedían en lo exterior como los demás hombres. La sociedad los aceptaba, como acepta a miles de seres semejantes a ellos. Tras la sociedad dormita la Ley. Después la prisión se cerró, pero sobre ambos a la vez..."


 
 
 


"Clive decidió irse a Grecia. Ésta era la única cuestión en la que se mantenía firme. Iría, aunque fuese en el mes de septiembre, e iría solo. "Es algo que debo hacer -decía- Es un voto. Todo bárbaro debe darle una oportunidad a la Acrópolis". Maurice no tenía ningún interés en ir a Grecia. "Habla como si Grecia no le gustara" "Me parece impresentable. Un montón de piedras despintadas" "Es todo lo que uno puede desear cuando va a ver curiosidades-decía Clive. Su última conversación tuvo lugar en esta base. Era el atardecer del día antes de la partida de Clive, y éste tenía a toda la familia Hall invitada a cenar con él en el Savoy, y los había mezclado con otros amigos. "A la salud de todos"- brindó Clive- A su salud, y a la de las mujeres. ¡Maurice, vamos! Por las mujeres" A Clive en aquel momento le complacía ser ligeramente anticuado. "Por las mujeres" Se hizo el brindis y sólo Maurice detectó cierta amargura tras aquello"

"¿Duermes en casa?", le dijo Clive después del banquete. A Maurice le gustaba el alcohol y lo aguantaba bien. "Yo me voy a la cama... Cuídate. Que no te fatiguen las ruinas. A propósito -sacó un frasco del bolsillo- Sé que te olvidarías esto. Clorodina" "¡Clorodina! ¡Tu contribución!" Maurice asintió. "Clorodina para Grecia... Tenía razón tu hermana Ada cuando me dijo que pensabas que iba a morirme. ¿Por qué demonios te preocupas tanto por mi salud? Si no hay miedo. No voy a tener una experiencia tan limpia y clara como la de la muerte" "Sé que debo morir alguna vez y no me gusta, ni que te mueras tú.  Si alguno de los dos falta, nada le queda al otro. No sé si es a esto a lo que tú llamas claro y limpio" "Sí, a eso es" "Entonces yo prefiero ser sucio- dijo Maurice, después de una pausa.... "Me voy a la cama"...


"Maurice no se había dormido, y mientras dormitaba tuvo una visión posterior del amor. Sintió que golpeaban con los nudillos el tabique que dividía las habitaciones. "¿Qué pasa?... Entra -pues Clive estaba ya en la puerta. "¿Puedo acostarme contigo?" "Ven" -dijo Maurice, haciéndole sitio. "Tengo frío y me siento mal. No puedo dormir. No sé por qué" Estuvieron tendidos hombro con hombro, sin tocarse. Al poco, Clive dijo: "No estoy mejor aquí. Me voy"
"Maurice no lo lamentó, pues tampoco podía dormir, aunque por una razón diferente. Tenía miedo de que Clive oyese los latidos de su corazón, y sospechase el porqué.
 

"Clive se hallaba ahora en el teatro de Dionisos. El escenario estaba vacío, como había estado, durante muchos siglos, el auditorio vacío; el sol se había puesto, aunque el teatro a su espalda irradiaba aún calor. Veía llanuras secas que corrían hacia el mar, Salamina, Egina, montañas, todo empapado en un ocaso violeta. Aquí habitaban sus dioses: Palas Atenea en primer lugar. Podía, si quería, imaginar su brillo intacto, y su estatua captando el último resplandor. Ella comprendía a todos los hombres, aunque no tenía madre y era virgen. Él había venido a darle las gracias después de muchos años porque le había apartado del cieno. Pero sólo vio una última luz moribunda y una tierra muerta. No murmuró ninguna oración, y no creía en ninguna deidad, y sabía que el pasado estaba tan vacío de significado como el presente, y era un refugio para los cobardes y donde una esterilidad rozaba a otra. Para su regreso, embarcaría y viajaría pasando Sunion y Citera, desembarcaría y volvería a embarcar, y volvería a desembarcar de nuevo. Una vez en Londres, se enfrentaría a Maurice, y le confesaría: "Contra mi voluntad, me he hecho normal. No puedo evitarlo" Las palabras estaban ya en su mente."

 
 
"Pero Clive, antes, había recibido una carta de Maurice, y después de leerla, movió la cabeza, la rompió en pequeños pedazos en la cima del promontorio. Había dejado de amar a Maurice, y tendría que decírselo claramente: "QUERIDO CLIVE: Sigo sin saber de ti, así que te escribo. Practico un régimen de severa disciplina. Paso los miércoles y los fines de semana en Bermondsey con chicos de los estibadores. Lejos de nuestros placeres metropolitanos. Los instruyo en el noble arte del boxeo. Casi siempre recibo yo los golpes. Mejores que los que me dabas en el Wigmore Hall. Otras noches las paso con tu lista de libros. Clive, me preocupa no saber de ti. No duermo pensando que hayas vuelto a enfermar. He calculado que llegarás el martes. Telegrafía si puedes en Dover. Sabes que te echo de menos. MAURICE." Descendió cansinamente del teatro ¿Quién puede evitar algo? No sólo en sexo, sino en todas las cosas, los hombres se han movido a ciegas, han evolucionado desde el polvo para disolverse en él cuando este azar de circunstancias concluye. Sería mejor no haber nacido, habían declamado los actores en aquel mismo sitio dos mil años antes. Hasta esta observación, aunque más alejada de lo vano que la  mayoría, era vana" [E.M.FORSTER]
 


 


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 








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