lunes, 22 de enero de 2024

Les Amants de Montparnasse {Montparnase 19} (Los amantes de Montparnasse) -Película-

 



Un gran proyecto iniciado por Max Ophuls, (ya de regreso de Hollywood), una estremecedora biografía sobre el pintor italiano Amedeo Modigliani, inspirada en la novela de Michel-Georges Michel "Les Montparnos", pasó a manos de Becker, dado que Ophuls moriría antes de que el guión se hallara acabado. Su realización, en 1958 (y a la luz de sus tres mediocres films anteriores), impondría nuevamente a Becker como uno de los más extraordinarios puntales del renacimiento naturalista francés. Pese a que el "biopic", que muestra la crónica desgarradora del torturado pintor italiano, preñado de una dramática e inquietante atmósfera romántica, alienante en su estricta cotidianeidad psicológica, se tome las consabidas licencias desvirtuadoras de muchos de los hechos auténticos que presidieron los amores de Modigliani y Jeanne Hébuterne (incluyendo personajes que jamás existieron, como el del sádico marchante Morel, que interpreta Lino Ventura), Jacques Becker detenta de nuevo su bien ganado prestigio: veracidad en su cuidadísima reconstrucción ambiental; romanticismo exasperado de bellas resonancias melodramáticas, y manifiesta inspiración naturalista de absorbente penetración, conmovedoramente patológica sobre la insumisión, grandeza y miseria, de la vida de sus personajes. E impone de nuevo en el cine europeo una de las personalidades artísticas más románticas, apasionantes, tiernas y seductoras de la nueva generación francesa: el inconmensurable Gérard Philipe; que, aunque distante de esa perpetua rebeldía hacia un mundo absurdo, como el que pudo perturbar al mismísimo Amedeo Modigliani, o a famosos actores norteamericanos que, en el gran Olimpo hollywoodense, como huéspedes incomprendidos, abrieron la senda, huraña y colérica, de su atormentada vida interior, bien que seductora e inquietante (tipo John Garfield, Marlon Brando, y James Dean), fue arrebatado de la vida a los 37 años de edad.

MONTPARNASSE DOLOROSO

Intentemos penetrar en uno de los momentos más relevantemente críticos de Amedeo Modigliani, que, por supuesto, se encuentra ya cara a cara con el fantasma de su prematura decadencia, avanzada ya la segunda década del siglo XX. Visto a través de un cierto análisis existencial, del que no se puede descartar su faceta ciertamente romántica, el film se debate desde el principio entre la crónica de una vida y la tentación del espectáculo victimista. Así, desde los primeros minutos, indigencia y alcoholismo crónico condicionan la imagen del gran pintor. Se pueden ya adivinar sus futuras direcciones. A grandes líneas asistimos al terrible trenzado de su subversión, y a la demoledora expresión que refleja su renuncia al éxito artístico, en el que se incluye, por supuesto, ese universo cruel de la incomprensión más sangrante en que suele encastillarse el mundo. La libertad de su desvalimiento y despreocupación aflora en el exponente tortuoso de sus entregas amorosas (accidentadas y perversas aventuras sexuales), de la amistad, y de la encubierta frustración (a través del alcohol, -y de la droga en su verídica faceta vivencial-), no menos sentimental, pese a su dimensión masoquista, de quien viviera entre sueños extraordinarios, aunque perdidos en alguna alcantarilla parisina. Beatrice Hastings, la escritora sudafricana, asoma, desde principio a fin, entre el ritual caótico de tan terrorífico declive como en el que se sume Modigliani.


Seguirá el arriesgado, inmolador y trágico periplo amoroso entre Modigliani y Jeanne Hébuterne; y la ruin indiferencia colectiva del mundo que provoca un latente desequilibrio en estos dos seres insumisos y desencantados, que, sin embargo, no pueden acabar de sustraerse a los condicionamientos sociales, y a los que parece que les gusta hurgar en las llagas más purulentas de su existencia. Y tampoco podrá faltar el Destino en este estudio de personalidad tan compleja como la de Amedeo Modigliani. Encarnado esta vez en un marchante, Morel, que, como reza el viejo dicho, "mete la nariz en todas partes" a la expectativa del momento crucial en que habrá de resarcirse de tan larga espera, ahora fuera del tiempo. Y cuyo lucro final, de resonancias demoníacas, como en realidad sucediera con algunos de los marchantes de Modigliani (crueldad intolerable que siempre parece conseguir que unos renazcan del fango en que les sume su mezquindad, mientras otros, que vivieron en la primitiva elementalidad de la más despiadada incomprensión, mueren) logra potenciar, a través de terribles, aunque no del todo fidedignas imágenes de la muerte del pintor, su más estremecedora veracidad. Vigencia que prosigue su política de prestigio cinematográfico, porque la trayectoria dominada por la silueta inconformista, en su más certera estilización dramática y estrictamente realista, del hoy "venerado pintor" se instalará indeleblemente en la memoria de todos los espectadores. Naturalismo y "mixtificación", como ya se dijo, que se enfrentan a cierta tendencia expresionista acusadora contra el subjetivismo contemplativo de un mundo que tiende, en ciertos aspectos, a decapitar algunas de las más importantes manifestaciones culturales de los seres que lo habitan. Aldabonazo a las conciencias de los desmemoriados estamentos sociales que, como muestran muchas secuencias de esta extraordinaria película, se aunaron, a través de su incompetente y primitiva intolerancia, en convertir el genio artístico en "arte incoloro o negro" que se fosilizó en las iniciales vitrinas donde se expuso durante años y años; y que fue después capaz de ensalzar, ante el despliegue imparable del siglo, aceptando la tentadora rentabilidad de lo eterno, aquella odisea colectiva de estos artistas marginados, exhumando y enalteciendo el conflicto estilístico del genio (que una vez no comprendieron y denigraron) en las condicionantes tribunas admirativas de sus museos futuros.
 
 
Becker nos desvela, aún a costa de impuestas inexactitudes biográficas, los velos del misterio de un personaje y su tragedia, atrapado por una sociedad mediocre y pacata, por ese monopolio pulverizador de la incomprensión más flagrante que alcanza a los héroes románticos, que, no obstante, fueron capaces de liberarse de las presiones comerciales del arte, movidos por un postrer aliento poético frente al mismo, aunque su culto pudiera resultar, por lo general, amargo y paroxístico, y llegara incluso hasta arrebatarles la vida. Así este Amedeo Modigliani, hoy espléndidamente divulgado por la imagen cinematográfica, y que planeará dominante sobre nuestras entusiastas y preferenciales evocaciones cinéfilas, no será ya nunca ese enfant terrible de reprobables resonancias melodramáticas (no hay más que resaltar la imagen estremecedora que ofrece el protagonista en las últimas escenas del film, mientras trata de vender sus retratos a los clientes indiferentes de la Rotonde, y que se aleja entre la niebla, moribundo, seguido de cerca por su cruel Destino -el ficticio marchante Morel-), capaz de desconcertar el pueril puritanismo de una sórdida sociedad que, hoy lo mismo que ayer, se goza en guardar sus miserias bajo siete llaves, pese a que los restos maltrechos de su conciencia banal, casi antediluviana, y tantas veces cruel, serán eternamente exhumados más pronto que tarde.

Sobriedad narrativa naturalista, como únicamente el gran cine europeo pudo ofrecernos. Imágenes que redescubren el realismo ambiental más fascinante y cosmopolita del viejo Montparnasse. Una antológica revisitación psicológica de una de las personalidades artísticas más controvertidas del siglo XX. Presencias mágicas, cautivadora sensualidad, ambientes turbios y fascinantes, sombrío retrato de la inquietud artística, drama de miseria y amor, sin concesión a la redención. ¡Un canto a la grandeza incomprendida! ¡Infinitamente conmovedora!



          EL CONDICIONANTE ARTÍSTICO: INTÉRPRETES  


Gérard Philippe es un destello inspirador e inolvidable del mejor cine. Desborda la pantalla. Su transparencia de sentimientos, al mezclar encanto y decadencia, ofrece una interpretación, no ya sublime, sino embriagadora. Fue un portentoso Amedeo Modigliani. Su recreación cinematográfica ilustra la diversidad impactante, exquisita, tierna, y conmovedora de su inspiración interpretativa, cuyo naturalismo artístico y soluciones expresivas extraordinarias nos aproximan, sin el menor esfuerzo imaginativo por parte del espectador, hasta la más perturbadora y estimulante penetración psicológica, jamás desarrollada en la pantalla, por medio de la semblanza e identificación con el personaje que se interpreta.
 
 

(4 de diciembre de 1922, Cannes, fallecido en París, el 25 de noviembre de 1959, a los 37 años, víctima del cáncer)

Instalado en París, en 1943, estudia en el Conservatorio y obtiene el "Second Prix de Comédie". Participa activamente en la "Libération", junto a la Resistencia. En 1946 se impone en los escenarios con una memorable interpretación de "Calígula", y triunfa en la pantalla con "L'Idiot" ("El idiota"), 1946, de Georges Lampin, junto a Edwige Feuillère, Lucien Coëdel, Jean Debucourt, y Jane Marken.




"Les orgueilleux",  ("Los orgullosos"), 1953, de  Yves Allégret y Rafael E. Portas, con Michèle Morgan, y Carlos López Moctezuma (sin perder de vista la elíptica batuta concertadora de la obra de la obra "Tifus" de Jean Paul Sartre en la que se inspiró) fue un ambicioso proyecto de Yves Allégret, en el que volvía a insistir en los valores anteriores de aquellas crónicas sociales que reflejara su cine de la década de los 40. Enteramente rodado en México, a través de agradecibles disecciones muy acordes con ciertos patrones opresivos, capaces de arrastrar hasta la desesperación a cualquier ciudadano normal, fuese cual fuese el país que habitara, el film se erigía en un magnífico gráfico descriptivo del sufrimiento humano, muy bien bordeado por el cortante filo de la autenticidad social más sangrante.En su rostro sudoroso, con exactitud y categoría de imagen literaria, rebullen las más geniales y apreciables alternancias entre la violencia autodestructiva y la mansedumbre redentora.

Sólo nos basta asegurar que ofrece un curso completo de interpretación majestuosa cuando, entre el ambiente asfixiante e histérico de la taberna, se lanza, por una botella de Tequila (presa de la gradual humillación a que lo somete su conciencia de borracho empedernido, frente a la mirada censuradora de Nellie-Michele Morgan) a un irrefrenable torbellino de siniestra y salvaje danza.



Con Philippe se fue uno de los encantos más misteriosos que en el hombre pueden producir la conjunción de los sentimientos y sus cuerpos perecederos. La muerte, como en una conmoción de ternura y de extrema sensualidad, lo arrebató del cine el 25 de noviembre de 1959. ¡Tenía treinta y siete años, como treinta y siete soles! 




"Une si jolie petite plage",  1948, de Yves Allégret, con Madeleine Robinson y Jean Servais, que además de la extraordinaria interpretación de un Gérard Philipe "divinizado", malogrado gigante de la interpretación, capaz de revalorizar todo lo que con su presencia ilustraba, la película ofrendaba al mismo tiempo una excitación tan sencilla y entrañable como idónea para estimular nuestras defensas preventivas; una excitación que tan sólo los cineastas muy limpios de lenguaje alcanzan.
"La Ronde" ("La ronda"), 1950, de Max Ophüls, con Anton Walbrook, Simone Signoret, Serge Reggiani, Simone Simon, y Daniel Gélin, "Les belles de nuit" ("Mujeres soñadas"), 1952, de René Clair, de nuevo con Gina Lollobrigida, además de Martine Carol, Magali Vendeuil y Marilyn Buferd.).
"Si Versailles m' etait conté" ("Si Versalles pudiera hablar"), 1954,  dirigida por Sacha Guitry, con Jean Marais, Georges Marchal, Jean-Pierre Aumont, y Brigitte Bardot, y "Si Paris nous etait conté" ("Si París nos hubiera contado"), 1956, de Sacha Guitry, con Danielle Darrieux,  Jean Marais y Françoise Arnoul.

"Le rouge et le Noir" ("El rojo y el negro"), 1954, de Claude Autant-Lara, con Danielle Darrieux, Antonella Lualdi, Jean Mercure, y Jean Martinelli,  "Les grandes Manoeuvres" ("Las maniobras del amor"), 1955, dirigida por René Clair, con Michèle Morgan, Brigitte Bardot, Jacques Fabbri, y Pierre Dux. "Le Joueur" ("El jugador"), 1958, de Claude Autant-Lara, con Liselotte Pulver, Françoise Rosay, Jean Carmet, y Jean-Max.

"Les liaisons dangeureuses" ("Las relaciones peligrosas"), 1959, de Roger Vadim, con Jeanne Moreau, Annette Vadim, y Madeleine Lambert.


Aparece por última vez en la pantalla, antes de abandonarnos, aquejado ya de cáncer de hígado, en "La fièvre monte à El Pao" ("La fiebre sube a El Pao"), 1959, de Luis Buñuel, junto a una excepcional y divina María Félix. Gérard Philippe es un destello inspirador e inolvidable del mejor cine. Desborda la pantalla. Su transparencia de sentimientos, al mezclar encanto y decadencia, ofrece una interpretación, no ya sublime, sino embriagadora. En su rostro, con exactitud y categoría de imagen literaria, rebullen las más geniales y apreciables alternancias entre la violencia autodestructiva de la política corrupta y la mansedumbre redentora, renunciando a un final feliz junto a la mujer que ama.

Fallecerá el 25 de noviembre de ese mismo año. Reposa en el pequeño cementerio de Ramatuelle, cerca de Saint-Tropez. Sus interpretaciones, abocadas directamente hacia temas de polémica social y política, sin olvidar el vector romántico que mueven los dramas, le concedieron uno de los primeros puestos en la mitología cinematográfica europea. Su inquietante atractivo, el expresionismo fascinantemente cautivador de su rostro, que fluye en la pantalla, ya sea entre ambientes de dominante plástica o de turbia riqueza dramático-social, le convirtieron en una de las presencias más sensuales, deslumbrantes, maliciosamente inocentes, y siempre a caballo de cierta ingenua perversidad, del cine francés, preludiando la boga del mito del enfant-séducteur por antonomasia.
 








































































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