jueves, 26 de mayo de 2022

Idiot's Delight (La delicia de los idiotas) -1-

 

En la década de los 30 y de los 40, con la ya sólida implantación del cine sonoro, el melodrama se vio nuevamente, tras el cine mudo, prodigado con generosidad en la búsqueda de sus nuevas estructuras narrativas. El Séptimo Arte, que más de una vez fue tachado de nómada y plebeyo, pero que por ser un espectáculo tan flamante arraigó cada vez con mayor fuerza entre las masas de espectadores que,  para rehuir los sinsabores de la vida cotidiana, llenaban con total asiduidad las salas cinematográficas, se hallaba, sin embargo, atrapado en un dilema: calidad o rentabilidad. Y naturalmente ello conllevaba  que las imágenes que se proyectaban en la pantalla grande fuesen aceptadas casi por completo en función de las fibras sensibles de su público. Desde su nacimiento, y a fin de que el nuevo invento no corriera el peligro de perecer por falta de imaginación, productores y directores echaron ya mano, quizás un tanto exageradamente, de lo que se tildó de “poses artísticas”, “escenas galantes", y hasta donde resultaba permisible, también “picantes” en lo que al sexo femenino se refería; que, a fin de cuentas, hoy tan sólo sirven para ilustrarnos sobre la fugacidad de los cánones que, sobre todo, tuvo en la pantalla la estética femenina. Ya se ha repetido también hasta la saciedad de que el cine no logró tampoco emanciparse por completo de su lastre teatral. Pero la cinematografía es, ante todo, movimiento, (“moving picture”, como le llamaron los primeros magnates hollywoodenses). El esfuerzo por alejar progresivamente al cine del sendero teatral culminaría en David Wark Griffith y sus extraordinarios “travellings”, (movilidad espectacular de la cámara) que, por fin, preludiaron el nacimiento de una auténtica narrativa cinematográfica

Al nuevo invento le cupo la tarea de intentar desligarse, tan sólo hasta cierto punto, de los seculares folletines decimonónicos, de los melodramas victorianos y de las truculencias del “Grand Guignol”, para centrarse en nuevas canteras de temáticas populares en las que tampoco se dejaron de vertebrar sucesiones de temas “fuertes” con los que era importante galvanizar a las masas. Y a lo que muy pronto se denominó “script” (o guión embrionario para conceder una sucesión vertebrada de escenas) se le asoció también la tentación de lo truculento y de lo pintoresco, con su compendio de miserias humanas, y dramas sociales y humorísticos. Todo ello, más pronto que tarde, acabó convertido en folletín social en su visión más periférica y minuciosa. En consecuencia, el cine dio un salto gigantesco en pocos años. Pocos años que bastaron para ofrecer en abanico un flamante preludio de temas casi exhaustivos de los grandes temas que mueven al hombre desde sus orígenes: la política, el afán de poder, el sexo, la religión junto con la intolerancia, el belicismo y, muy especialmente, las injusticias sociales. Naturalmente, ante esto, se precisaba con urgencia que el cine se aposentara con más fuerza en el sentido crítico del humor que, en la etapa muda, Charles Chaplin, Buster Keaton y muchos más alimentaron de necesitadas reflexiones y de cuidadosos estudios de la realidad de la existencia, que revelaban  igualmente un profundo conocimiento de la estructura psicológica del hombre. Durante más de dos décadas de cine mudo la visión de las desventuras y el hecho de sufrir mil contratiempos, que en la vida real pueden resultar de lo más doloroso, provocaba mayores deseos de reír en el público que si se tratase de simples ciudadanos de vida aburrida y neutra, pese a los miles de dramas innegables que, como jorobas insoslayables, pesaban sobre tantos millones de  espaldas urbanas.  

Mucho se ha escrito, por tanto, sobre la competencia entre el drama y la comedia. Ambos pueden llevar a describir con minuciosidad, a través de pequeños o exagerados detalles, un estado de ánimo con protagonistas colectivos que pueden preludiar tanto un realismo poético como populista. No fue pues de extrañar que famosos actores y actrices del cine sonoro, afincados entre las grandes incidencias lloriqueantes de “atmósfera” en los que jugaron un papel dramático decisivo, ilustrasen la pantalla también con su “fotogenia”, (el contenido estético tan amado por el público) para acabar definiéndolo en las nuevas soluciones o formas de expresión que, casi individualmente, les ofrendaban ya las grandes comedias con sus nuevas cadencias (es decir “ritmo”, noción sugerida ya por las obras de Griffith), y la nueva “máscara” risueña” en donde englobar al actor y a la actriz. Pese a todo, y como ya se ha indicado en multitud de ocasiones, los condicionamientos de la industria cinematográfica han resultado siempre tan excesivamente abrumadores, en especial en la vida americana, que Hollywood no tardó también en tratar de eludir su responsabilidad moral en cuanto al film social y al de conflictos de conciencia se refiere.










        SE IDIOTIZAN MARAVILLOSAMENTE

  
                                           

 

 
 

Harry Van, un veterano estadounidense de la Primera Guerra Mundial, intenta reingresar al mundo del espectáculo. No encuentra nada y trabaja en variedades y otros trabajos. Y termina en un espectáculo mentalista vacilante con una inepta y envejecida alcohólica, Madame Zuleika








Mientras da actuaciones en Omaha, Nebraska, Van es cortejado por Irene, una acróbata que dice ser de Rusia y espera reemplazar a la pareja borracha de Harry en el espectáculo, y además convertirse en su amante.  

Tienen una noche romántica, con cena incluida un tanto abusiva por parte de ella. Luego la joven se queja de que Van tan sólo sea un comparsa de Zuleika cuando podría formar pareja con ella y tener un éxito arrollador en el mismo Londres. Harry sospecha de los exagerados vuelos de fantasía de Irene, que le suenan a cantos de sirenas.

Luego suena una canción y ella asegura que es rusa. Harry no tiene ni idea, y la avispada acróbata sigue con sus visiones románticas recordando lo que en realidad nunca fue cierto.
Regresan al hotel, y antes de despedirse, Irene insiste en que Harry le enseñe el código mentalista porque sigue fija en su mente la idea de trabajar juntos. Él le sigue el juego, aunque no piensa ni por un momento en trabajar junto a ella. Y se despiden, Irene a disgusto, aunque casi convencida de que reemplazará a Madame Zuleika..

 

 

 


Cuando Harry entra en su habitación se encuentra con la sorpresa de que Irene, con los ojos vendados con un calcetín negro de él, está practicando como una mentalista. Harry le sigue el juego aunque sin propósitos futuros. Finalmente, la atracción hacia ella es tan fuerte que lo mejor es cerrar el libro sobre la "verdad filosófica de los magos" 
Harry va a seguir manteniendo su asociación con Madame Zuleika. Y la noche siguiente, tras el rapto romántico con Irene, la despedida es inevitable. En la estación se dirán adiós, quizás para siempre, ya que ambos van a bordo de trenes en direcciones opuestas. Irene con su compañia de acróbatas y Harry con la alcohólica Zuleika cuyo futuro es realmente bastante incierto. Los trenes se ponen en marcha, y Harry e Irene se despiden efusivamente a través de las ventanillas.






 

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