miércoles, 3 de marzo de 2021

Gone With The Wind (Lo que el viento se llevó) -III Parte-

"Gone With The Wind"
no es obra de nadie, sino de una moda extravagante y agradecible, de un tiempo que ha logrado revestirla de todo lo que se ha opinado y llorado ante ella. Ver este monumento es un acto solemne. Porque ya nadie se puede imaginar a Escarlata O'Hara sin la malicia encantadora de Vivien Leigh, ni a Tara sin el árbol que la cubre desde lejos, ni el "beso" sin los rojos rabiosos de Atlanta ardiendo detrás, ni a la temperamental irlandesa sin el rábano entre los dedos gritando a contraluz: "¡A Dios pongo por testigo!" Que más se puede contar de la película mítica de la historia del cine por excelencia. O habría que contarlo todo una vez más, y no hay espacio suficiente, porque es mucho. Es un libro entero. Pero no hay objecciones que valgan. Confesemos que es sensacional, un espectáculo de gozo deificado, que resiste mil visionados, y cada uno de ellos proporciona la misma frescura que la primera vez que la vimos. Y que, como ya se indicó anteriormente, está más allá del bien y del mal. En efecto, las tres horas y media que narran los turbulentos amores de Escarlata O'Hara y Rhett Butler, la aceptación sumisa de un adulterio nunca consumado por parte del caballeresco sureño Ashley Wilkes y el impertérrito agradecimiento reconocedor del mejor fondo humano de Escarlata por parte de la deliciosa Melania Wilkes,  así como las expresivas y necesarias interferencias maternales de Mammy, resultan cortas. A los nueve lustros de su estreno "Lo que el viento se llevó" mantiene su trono cinematográfico. Sigue siendo insuperable. Y disfrutarla despaciosamente en la pantalla doméstica, es un verdadero placer. 
 



 
Asistimos a la siniestra noche de una Atlanta en llamas, amenazada por la invasión yankee. Y aceptamos el sacrificio salvador de Rhett Butler, confirmando que su conciencia caballeresca en realidad no tiene límites. Y todo el rencor de Escarlata se olvida frente a la dura y densa soledad implantada, en su más cruel dimensión social, por los inútiles aleluyas bélicos, desencadenadores de una terrible contienda civil por la tendenciosa soberbia del confederado y nacionalista Sur Norteamericano.



 
"Rhett: Obsérvelos Escarlata. Podrá contar a sus nietos como vio desaparecer el Sur en una noche" Escarlata: "Me dan náuseas. Meternos en esto con su palabrería" Rhett: "Eso lo que yo pensé en su día" "Escarlata: "Oh Rhett, cuanto me alegro que no se uniera a todo esto. Puede sentirse orgulloso de haber sido más listo que tiodos ellos" Rhett: "No lo estoy tanto" 

 
 
 
 
 


 
 
 
 
 
 

 

 

 

 



 



 

 

 

 

 

 

 

 

 


 




 

Y, finalmente, como en un recuerdo (¡todo fue vegetal, de terrones rojos, de cortezas, de raíces, de sol y de aire!), ya en el hortal, entre ese abandono sobre el que pasó la muerte, graznando a través de los árboles y sobre el asolado suelo, se fraguará el rostro desencajado y desafiante de la irlandesa Escarlata: "¡A Dios pongo por testigo...!"
 
 
 





















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