"Gone With The Wind" no es obra de nadie, sino de una moda extravagante y agradecible, de un tiempo que ha logrado revestirla de todo lo que se ha opinado y llorado ante ella. Ver este monumento es un acto solemne. Porque ya nadie se puede imaginar a Escarlata O'Hara sin la malicia encantadora de Vivien Leigh, ni a Tara sin el árbol que la cubre desde lejos, ni el "beso" sin los rojos rabiosos de Atlanta ardiendo detrás, ni a la temperamental irlandesa sin el rábano entre los dedos gritando a contraluz: "¡A Dios pongo por testigo!" Que más se puede contar de la película mítica de la historia del cine por excelencia. O habría que contarlo todo una vez más, y no hay espacio suficiente, porque es mucho. Es un libro entero. Pero no hay objecciones que valgan. Confesemos que es sensacional, un espectáculo de gozo deificado, que resiste mil visionados, y cada uno de ellos proporciona la misma frescura que la primera vez que la vimos. Y que, como ya se indicó anteriormente, está más allá del bien y del mal. En efecto, las tres horas y media que narran los turbulentos amores de Escarlata O'Hara y Rhett Butler, la aceptación sumisa de un adulterio nunca consumado por parte del caballeresco sureño Ashley Wilkes y el impertérrito agradecimiento reconocedor del mejor fondo humano de Escarlata por parte de la deliciosa Melania Wilkes, así como las expresivas y necesarias interferencias maternales de Mammy, resultan cortas. A los nueve lustros de su estreno "Lo que el viento se llevó" mantiene su trono cinematográfico. Sigue siendo insuperable. Y disfrutarla despaciosamente en la pantalla doméstica, es un verdadero placer.




Asistimos a la siniestra noche de una Atlanta en llamas, amenazada por la invasión yankee. Y aceptamos el sacrificio salvador de Rhett Butler, confirmando que su conciencia caballeresca en realidad no tiene límites. Y todo el rencor de Escarlata se olvida
frente a la dura y densa soledad implantada, en su más cruel dimensión
social, por los inútiles aleluyas bélicos, desencadenadores de una
terrible contienda civil por la tendenciosa soberbia del
confederado y nacionalista Sur Norteamericano. "Rhett: Obsérvelos Escarlata. Podrá contar a sus nietos como vio desaparecer el Sur en una noche" Escarlata: "Me dan náuseas. Meternos en esto con su palabrería" Rhett: "Eso lo que yo pensé en su día" "Escarlata: "Oh Rhett, cuanto me alegro que no se uniera a todo esto. Puede sentirse orgulloso de haber sido más listo que tiodos ellos" Rhett: "No lo estoy tanto"








Y,
finalmente, como en un recuerdo (¡todo fue vegetal, de terrones rojos,
de cortezas, de raíces, de sol y de aire!), ya en el hortal, entre ese
abandono sobre el que pasó la muerte, graznando a través de los árboles y
sobre el asolado suelo, se fraguará el rostro desencajado y desafiante de la irlandesa Escarlata:
"¡A Dios pongo por testigo...!"




































































































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