Fernando Fernán Gómez era capaz de convertir en relatos de lujo cualquier retrato de una clase media de época (en este caso, la de nuestra posguerra española, que, bien diseccionada a fondo, olía a estercolero). Claro que, como cada posguerra tiene, por así decirlo, sus temporadas, y toma sus sustancias de tantas calenturas bélicas como las que han expresado el sentir hondo, repugnante y brutal de la plebe masculina que tanto ha gustado "fabulear" con estas incumbencias guerreras a lo largo de los siglos que nos han precedido, ninguna etapa postbélica (allá por donde encalabrinara las acciones de tanto energúmeno militarista como los que siempre han corrido por ahí), ha dejado de gulusmear en las basuras.
Nuestro Fernando prefirió, no obstante, extraer la profunda ternura que
aún alentaba (obviando la opresión que el poder franquista ejercía todavía
a través de un tiempo que es mejor olvidar) sobre el ciudadano de a
pie. Y como él (¡siempre genial!) no iba de alma en pena por esos mundillos
de Dios, nos ofrecería uno de los mejores retratos de aquella época
hostil. Y a su humorismo satírico (que la censura, por fortuna, no pareció
advertir) unió una profunda y agradecible reflexión sobre la difícil situación del
ciudadano vulgar y normalillo, o de las familias corrientes que
vivaqueaban como podían a la sombra, siempre nefasta, de toda dictadura. Pero, esta vez, sin alarmas excesivas, echando mano, eso sí, y como se ha dicho, de su característico humor corrosivo, y tratando por tanto de no recurrir tampoco (¡y no por falta de ganas, suponemos!) al inquietante desarrollo que podría haber alcanzado
cualquier relato excesivamente dramático, velado, como hicieron muchos antes que él, por los alcanforados visillos de una España que
parecía eternamente marginada por su nauseabunda posguerra.
Las tragedias cotidianas de la subsistencia se entremezclan con la sana inteligencia que Fernán Gómez derrocha. Alrededor de su figura y de la inolvidable y exquisita, aparte de divertidísima, Analía Gadé (R.I.P.), (sin olvidar a todo un plantel de espléndidos secundarios), los usos y costumbres cotidianos del pueblo convierten este film en una comedia deliciosa.
Y a propósito de la secuencia cumbre de la película, en la que la personalísima idiosincrasia un tanto alocada de Fernán Gómez, eje central de su ordenada subordinación burlesca, es diseccionada por sus allegados (padres y suegros), no podemos por menos que resaltarla como insuperable, maravillosa y tan, pero tan cómica, que no se le habría ocurrido ni al mismísimo Billy Wilder.
¡No es un drama social, es un "dramita" de clases y con clase! Es un gozo imprescindible. De visión obligada.
Y a propósito de la secuencia cumbre de la película, en la que la personalísima idiosincrasia un tanto alocada de Fernán Gómez, eje central de su ordenada subordinación burlesca, es diseccionada por sus allegados (padres y suegros), no podemos por menos que resaltarla como insuperable, maravillosa y tan, pero tan cómica, que no se le habría ocurrido ni al mismísimo Billy Wilder.
¡No es un drama social, es un "dramita" de clases y con clase! Es un gozo imprescindible. De visión obligada.