
El conflictivo arquetipo que reviste la venganza vive acentuado por una atormentada vida interior y por ello mismo en perpetua rebeldía contra la propia existencia. El fenómeno del vengador posee un retrato y un espejo en el que no cesa de proyectarse su personalidad, introvertida, taciturna y encubiertamente cruel e impulsiva. A ello se le podría añadir rasgos firmes e inquietantes, y como en este thriller que nos propone Budd Boetticher, hasta una mirada miope muy necesitada de lentes de gran aumento. A través del crimen o el asesinato casual suele ponerse al desnudo la venganza como uno de los grandes problemas de comportamiento que gravitan sobre la humanidad. El acto vindicativo se halla también alimentado de un pesimismo amargo que se mide sobre todo por la contemplación más sádica y despiadada hacia la victima propiciatoria. Y es que su acidez es tan corrosiva que puede ofrendar los desmanes más crispados y las tensiones más primitivas y sangrientas de la violencia. A la ansiedad vengativa jamás le puede seguir tampoco un mínimo estudio dramático de proceso de reeducación, dado que ese negro sentimiento en el hombre vive perseguido por una especie de inframundo en el que, como no puede ser de otra manera, se mueve el instinto desencadenado de lo patológico que acaba por vampirilizarlo. Por ello mismo, en el universo desquiciado e injusto que explicaba el fenómeno del gangsterismo, muy poco representativo de la mejor cara de las realidades sociales, el individuo solitario que se enfrentaba como un mediocre aventurero capaz de planear minuciosamente el acto de la venganza, solía casi siempre acabar perdiendo la partida porque al hurgar en cualquier de sus turbios comportamientos pasados, fácilmente ponía al descubierto su secreto, convirtiendo así su trayectoria humana en la difícil búsqueda de un equilibrio perdido, dada su ya amarga disconformidad con el entorno social en que se moviese.


















































































































































































































Poole
la descubre y comienza a seguirla, disfrazado con el impermeable robado
y con los pantalones arremangados para parecer una mujer desde la
distancia. Manteniendo su ingenio, Lila, audazmente, lo lleva a la emboscada policial. Y cuando el preso huido se decide a atacarla, Lila se lanza a tierra y la policía finalmente abate a tiros al vengativo Leon Poole.















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