All Quiet on the Western Front (Sin novedad en el frente)
Conceptos aprendidos que expirarán en los campos de batalla. Atildaduras patrióticas frente a la aspereza de la amenaza, juventud interrumpida que, con inconcebible entrega, valerosa y leal, se ve arrastrada a ese infantil sueño de glorias bélicas; hora confusa de la guerra. Llama furiosa de esa condena implacable de las abominaciones. Profundo ámbito de silencios en el que el hombre, más tarde, vagará doloroso, perdida toda conciencia de heroicidad. Largo corredor del deber, sin respeto a la desesperación, ya sin patria, tras el cual jugarán a aniquilarse sus propios autócratas. Sueño de lágrimas, curso del mundo que nos mantiene cautivos. Vida implorada en vano, dulce despedida del tiempo, preludio de duelo. Vértigo viril y absurdo que no alumbrará un nuevo día. Ebria temeridad, terquedad del hombre, eterno mendigo entre sus escombros privativos, y cuyos antiguos días plateados se sumirán únicamente en su postrer templo de silencio: la muerte. Imperios que se fueron, aquellos que creyeron vislumbrar y labrar el futuro del mundo, y que tan sólo, siglo tras siglo, acabaron representando un pasado. Un pasado constantemente sepultado.
"Esta historia no es una acusación
ni una confesión, y mucho menos una aventura, ya que la muerte no es
una aventura para quienes se enfrentan a ella cara a cara. Sencillamente, intentará relatar la historia de una generación de hombres que, aunque lograron escapar a sus bombas, quedaron deshechos por la guerra"
EL GRAN SUEÑO DEL APOCALIPSIS
El profesor tendía
su mirada sobre la faz de sus alumnos. Por los ventanales de par en
par, una pueril animación vocinglera vibraba por plazas y calles. El
desfile militar, trepidación apasionada que provocaba un larguísimo
hálito de entusiasmos, no restaba méritos a la ardiente conmoción que lo
inspiraba. Investidura de generosa hospitalidad que, lejos de practicar
la regla de la solidaridad en este mundo, únicamente alimenta su
esperanza patriótica. Esa premisa arcaica de que se valen los países
para respirar con ansia por los resquicios de sus puertas entornadas,
sofocándose, acechándose unos a otros, hasta que sus recios y labrados
portalones de orgullo se abren por fin, como encendidos por ráfagas de
impaciencia, y una llama de calentura deriva en el clamor apocalíptico
de ciertos criterios didácticos basados en sueños de poder y grandeza;
avasalladores y ambiciosos, insumisos y propagandistas, tras los cuales
madura la idea de la guerra:"Ahora, mis queridos alumnos, esto es lo que debemos hacer. ¡Atacar con todo nuestro poderío! Poner todo de nuestra parte para lograr la victoria antes de que acabe el año. Me muestro remiso a olvidar este tema. Vosotros sois la vida de nuestra patria, muchachos. Sois los hombres de hierro de Alemania. Sois los héroes alentadores que repelerán al enemigo cuando os convoquen. No me corresponde a mí sugerir que alguno de vosotros deba levantarse y ofrecerse a defender a su país, pero me pregunto si esa idea corre por vuestras
mentes. Sé que en uno de los colegios los alumnos se pusieron en pie y
se alistaron en masa. Pero, claro, si eso sucediera aquí no me culpéis
por sentirme orgulloso. Tal vez algunos digan que no se os debería permitir ir aún. Que sois muy jóvenes, que tenéis hogares, madres, padres, de los cuales no deberían separaros. ¿Acaso nuestros padres descuidarían
tanto a su patria que la dejarían morir en vez de a vosotros? ¿Son
vuestras madres tan débiles que no pueden enviar un hijo a defender la
tierra que le dio vida? Y después de todo ¿tan malo es para un chico adquirir un poco de experiencia? ¿Es el honor de ponerse un uniforme algo que debamos rehuir? Y si las jovencitas se enorgullecen de aquellos que los visten ¿es algo de lo que debáis avergonzaros? Sé que nunca habéis deseado ser adulados como héroes. Ésa no ha sido parte de mis enseñanzas. Hemos procurado hacernos merecedores de ello y no buscar el elogio. Pero ser el primero en la batalla es una virtud que no debe despreciarse. Creo que será una guerra rápida y que sufriremos muy pocas pérdidas. Pero si hay pérdidas forzosamente, entonces recordaremos la frase latina que a buen seguro dijeron muchos romanos cuando luchaban en tierras lejanas: "Dulce y digno es morir por la patria" Algunos quizá tengáis ambiciones. Sé de un joven que tiene un gran futuro como escritor. Ha escrito el primer acto de una tragedia de la que se enorgullecería uno de los grandes maestros. Y supongo que él sueña con seguir los pasos de Goethe y Schiller,
y espero que así lo haga. ¡Pero ahora nuestro país nos reclama! ¡La
patria necesita líderes! Las ambiciones personales deben dejarse a un
lado en nombre del gran sacrificio por nuestro país. He aquí un glorioso
comienzo para nuestras vidas. El campo del honor os reclama. ¿Por qué estamos aquí? A ti, Kropp, ¿qué te detiene? Tú, Müeller, ¿sabes cuánto te necesitan? Ah, veo que miras a tu líder, Paul Bäumer. Y me pregunto qué harás... ¡Iré! Quiero ir. Contad conmigo... ¡Yo también! Estoy preparado... Yo no me quedaré en casa... ¡Seguidme! ¡Id a alistaros! ¡Se acabaron las clases! ¡Cantemos, vamos!...
PROSPERITY & CRASH
Los felices 20
habían creado un sugestivo armazón de turbio y arrollador pintoresquismo
en aquella despreocupada excepcionalidad social de Estados Unidos que
se vino abajo con el espectacular y catastrófico crash bursatil
de 1929 en Wall Street, y que sumiera a la nación en la más terrorífica
e inesperada depresión económica que registraran los anales del mundo.
La tormenta coincidió con el advenimiento del cine sonoro. Este
auténtico desastre nacional ensombrecería el rostro del país más
poderoso de la Tierra. Sociedad emergente por encima de las
convencionales barreras geográficas, políticas y sociales, que,
desoyendo voces agoreras, creyó en un eterno espejismo de bienestar sin
límites, y que cantaría a voz en grito su difuso optimismo en un sistema
capitalista que había visto la luz por entre los reflejos de aquella
década desenfrenada, de tan engañosa como afamada prosperity;
y que, como muchas veces se dijo, siempre quiso ver gigantes donde tan
sólo se alzaban los previsibles y volubles molinos de viento. La
realidad de la vida americana conocería, por tanto, los más infaustos
años de postración de su historia: los grandes monopolios cayeron como
conceptos viejos y encallecidos. El paro obrero sintió, por primera vez,
su agonía por entre una fosca desnudez de la que nadie se compadecía, y
que se palpaba en aquel sol de su florecimiento que perdiera de golpe
su rítmico pulso, y al que todos habían concedido larga vida. Pulso que
ahora se hallaba extraviado, como si se buscase a sí mismo sin volver a
encontrarse jamás. Los problemas agrarios acabarían, de igual modo,
enconándose en cada piedra de sus sendas desorientadas que tan sólo
recibían un viento de desolación y de horizontes moribundos, frente a
los que era menester cerrar los ojos, y rotar hacia otras comarcas
recónditas, a fin de abrirlos en otros lugares, a veces empapados
también por sus noches gemebundas, por el diálogo áspero e imposible
entre los hombres, y por ese ansia de compasión que les permitiera poder
estercolar huertos de nuevas esperanzas.
El cosmopolitismo
americano no menos delimitado por la depresión, pero que, no obstante,
lograría mantener un difícil equilibrio de supervivencia algo más
alejado de la crisis en las zonas fabriles y agrarias de los gigantescos
estados norteamericanos, generaría una necesidad casi patológica de
evasión y de hallar algún tipo de esparcimiento al precio que fuese. En
consecuencia, sería la industria cinematográfica la única que quedase
vacunada frente a la gran tragedia social que se abatía sobre aquella
Norteamérica terroríficamente deprimida. Hollywood no sólo no
perdería terreno a través de tan desmesurada crisis, sino que ascendería
como ciclópea cúpula parroquial. Feriando como un magnífico mundo en
auge, capaz de poseer la más potente y atractiva semilla corporativa por
entre los desalentados efectos morales que en los ciudadanos generase
el gran colapso económico.Y serán los
intelectuales, como sucede siempre ante los traumas, ya no tanto
espirituales, sino los que engendra cualquier súbito despertar a una
amarga realidad de desasosiego social, los que darán paso a esa enorme
araña que, desjugada entre la crónica trenzada por los alambres del
infortunio económico, quedaría colgada sobre la lápida de la perdida
prosperidad norteamericana. Grandes novelistas como Theodor Dreiser
("An American Tragedy"-"Una tragedia americana"), Sinclair Lewis ("Babbit"), John Steinbeck ("The Grapes of Wrath"-"Las uvas de la ira"), John Dos Passos ("U.S.A" -trilogía-) Erskine Caldwell
("Tobacco Road"-"La ruta del tabaco"), y Upton Sinclair ("Mountain City"), acabarán poniendo
el dedo en la llaga de aquella sociedad estadounidense cuyo sistema
democrático se vanagloriara siempre de una institucionalidad potentísima
e inquebrantable frente a cualquier conato de crisis, basada desde sus
recientes orígenes en el más difuso de los optimismos capitalistas.
Gigantesca nave de prosperidad que marchara viento en popa durante
aquella década de grandes horizontes sembrados de plenitud; que tuvo,
por lo general, demasiada prisa para detenerse en cualquier tipo de
justificación, y a la que, forzada por los torbellinos de su engañoso
bienestar, le habría resultado estúpida e inadecuada aquella famosa
locución socrática: "¡Cuántas cosas, cuántas de que no tengo necesidad!"
El Séptimo Arte,
lógicamente, capaz de trasplantar piedra a piedra esa cúspide de
prestigio que sobre la nueva sociedad del desencanto y de la depresión
alza aquella extraordinaria generación de grandes valores literarios, se
identifica, por medio de su consabido calco maníaco a través del marco
rectangular de la pantalla, al que ahora se añadirá la atractiva
innovación del sonoro, con tan exhaustivo y conmovedor retrato social
como el que refleja la ingente obra de sus grandes escritores. No
obstante, las limitaciones técnicas de metraje y representación de la
palabra o extensión dialogada de la novela habrán de verse reducidas por
la exigible coherencia que hayan de reflejar las imágenes habladas. La
elección de Franklin D. Roosevelt, que gana las elecciones en 1932,
inaugura una nueva etapa conocida por New Deal, que promoverá un
esperanzador reformismo tanto en el campo económico como social.
Hollywood, con sus ruedas mejor engrasadas que nunca, revela un vigoroso
progresismo testimonial al que se fundirán los mejores alegatos
cinematográficos de la década de los treinta: Mervyn LeRoy dirige "I Am a Fugitive From a Chaing-Gang" ("Soy unfugitivo"), 1932, feroz denuncia,
basada en un hecho real, de las inhumanas condiciones en que se
hallaban los presos en las cárceles de Georgia, y en la que Paul Muni
encarna magistralmente a la trágica víctima de un error judicial Coprotagonizada porGlenda Farrell, Helen Vinson, Preston Foster, y Edward Ellis. Charles
Chaplin crea uno de sus mejores retablos satíricos del desempleo,
crítica a su vez del terrorífico maquinismo industrial y de la inhumana
explotación del hombre por el hombre con "Modern Times" ("Tiempos
modernos"), 1936, con Paulette Goddard, Henry Bergman, Chester Conklin, y StanleyStanford.
Fritz Lang previene a la sociedad sobre los horrores
de los linchamientos con su violenta "Fury" ("Furia"), con Spencer Tracy y Sylvia Sidney, y apercibe a todo
espectador de las injusticias que se suelen cometer con cualquier
ex-presidiario que desee reincorporarse a la vida civil en "You Only Live Once" ("Solo se vive una vez"), con Henry Fonda y Sylvia Sidney, ambas también de 1936.
Las
sanguinarias actividades del Ku-Klux-Klan son llevadas a la picota por
Archie Mayo en "The BlackLegion" ("La legión negra"),1937, con Humphrey Bogart, Ann Sheridan, Dick Foran y Erin O'Brian Moo; William
Wyler expone su diatriba contra la miseria de una infancia relegada en
los barrios periféricos neoyorkinos de peor renombre en "Dead End"
("Calle sin salida"), 1937, con Joel McCrea, Sylvia Sidney, Humphrey Bogart, Claire Trevor, y Wendy Barrie.
Y la terrible situación de los campesinos
vive uno de sus más conmovedores retratos sociales, del que resulta
imposible descartar el siempre impactante balance pesimista, con "The Grapes of Wrath" ("Las uvas de la ira"), con Henry Fonda, Jane Darwell, John Carradine, y Charley Grapewin. Y "Tobacco Road" ("La ruta del tabaco") 1940-1941, con una inolvidable Gene Tierney, Dana Andrews, CharleyGrapewin, Marjorie Rambeau, un extraordinario William Tracy, y Elizabeth Patterson, ambas de John Ford.
Y la documental "The Land" ("La tierra"), 1942, de Robert Flaherty, que mostraba la extrema pobreza de las zonas más deprimidas de Estados Unidos.
Lewis Milestone adaptó"All Quiet on the Western Front" ("Sin novedad en el frente"), con Lew Ayres, Louis Wolheim, John Wray, Arnold Lucy, Ben Alexander, y Scott Kolk. Y con un
estremecedor despliegue de medios que todavía hoy nos asombran, y basada
fielmente en la extraordinaria novela del escritor alemán Erich María Remarque,
inauguraría la producción americana de 1930, consiguiendo el Premio de
la Academia al Mejor Director y a la Mejor Película. Prohibida en
Alemania, se convirtió en uno de los más violentos y preclaros alegatos
contra la absurdidad de la guerra que ha producido jamás el cine.
UN AUTOR VETADO POR EL III REICH
[Erich Paul Remarque, de nombre literario Erich Maria Remarque, nacido el 22 de junio de 1898 en
Osnabrück, Alemania-{Retirado a partir de 1932 a la localidad Suiza de Porto
Ronco, junto al lago Maggiore}-Fallecido en Locarno, Tesino, Suiza, el 25 de septiembre de 1970 de aneurisma de aorta a la edad de 72 años]
Autor de grandes novelas, la mayor parte de ellas trasladadas a
la pantalla: "Three Comrades" ("Tres Camaradas"), 1937, "Arch of Triumph" ("Arco de Triunfo"), 1946, "A Time to Love and a Time to Die" ("Tiempo
de vivir, tiempo de morir"), 1954. Sus últimas obras serían "The Black Obelisk"("El obelisco
negro"), 1956, "The Night in Lisbon" ("La noche en Lisboa" ), y "Heaven Has no Favorites" ("El cielo no tiene
favoritos"), ambas de 1963
Pero, sin duda, su
novela más famosa, publicada en 1929, sería "All Quiet on the Western Front" ("Sin novedad en el frente").
Gran relato y símbolo inconfundible de su profundo antibelicismo.
Composición inolvidable, desdeñadora de peripatéticas prédicas en pro de
la ostentación y jactanciosa escenografía de todo un país: Alemania,
obsesionado por aquel constante y tortuoso efecto teatral (por
desgracia, reiterativo, ya que renacería a partir de 1936) al que sus
habitantes, jóvenes y maduros, tributaran un solemne memorial de
prestigio y superioridad frente al resto de Europa: "patriotismo, deber,
guerra". Una ilimitada carga de pasión y fanfarronería que acabaría
transformándose en dos de las más dramáticas ceremonias bélicas del
siglo XX. Alegrías y dolores, gritos y lamentos, ejecución capital de un
nuevo mundo inventado por especuladores del honor; guerras de políticos
capaces de condenar a muerte toda una forma de vida y el espíritu
apacible del tiempo. Extremismos partidistas de la violencia y el odio,
basados en una primacía étnica y cultural. Motivo de orgullo para un
pueblo cuyas indiscutibles cualidades y defectos se subrayaron en un
discorde y confuso grito de guerra que lo arrastraría hasta el colmo del
paroxismo.
Erich Maria Remarque
había participado en la I Guerra Mundial, y en su novela plasmaría,
como lo habría hecho un hierro candente en su recuerdo generacional,
aquel espectáculo de impiedad y atroz inhumanidad en que acaba
convirtiéndose toda conflagración bélica. Estilete implacable capaz de
diseccionar el sufrimiento, la audacia y la acabada expresión dramática
de una fiel camaradería entre soldados, cuya transformación jamás podrá
reintegrarlos, como le sucede al gran protagonista de la novela, a la
reaccionaria y patriotera existencia comunal que dejaron tras ellos: "Nuestra obligación consiste en hacer todo aquello que, en tiempo normal, es abominado por todo el mundo, y castigado
con la última pena: ¡asesinato! No existe ya la menor posibilidad de
hacer distinciones entre estas caras de niños y sus barbas apostólicas.
¡Nos sentimos tan desgraciados! Esperar tan sólo la disentería y la muerte no es una vida agradable. Los reservistas, maduros y más avezados a tanta atrocidad, nos hostigan. Son camorristas
que se enzarzan en peleas a puñetazos o cuchilladas. Se burlan de
nuestro pánico a las ratas. Antes tenían relaciones sexuales entre
ellos, aunque ahora, ya embotados e indiferentes, han desistido hasta de sus prácticas onanistas, que habían llegado a cobrar tales proporciones que se entregaban a ello a un tiempo todos los hombres del barracón. Cada cabo, cada veterano, como profesor, es para el recluta su enemigo peor. Vivimos aterrados. La única senda que se abre ante nosotros es la del abismo. Oigo los latidos de mi corazón, frente al campo dormido, más allá de la trinchera y de las alambradas, como víscera enferma. Volveré a disparar contra mi enemigos, y ellos volverán a disparar contra nosotros. Pero no debo adentrarme en estos pensamientos, aunque sean los únicos
que me exasperan en la trinchera. ¿Será este mi propósito, mi finalidad
definitiva, la que busca desesperadamente mi razón para seguir viviendo
después de esta gran catástrofe de toda la humanidad? ¿Será esta la
labor que habrá de justificar mi vida futura si no muero en la siguiente
batalla? ¿La única misión digna que me resta en estos años de horror?..."
Erich Maria
Remarque, convertido en uno de los más acérrimos enemigos del nazismo,
abandona Alemania en 1932, y tras instalarse en Suiza (donde regresaría
más adelante), emigra a los Estados Unidos en 1939 con su primera esposa
Ilsa Jeanne. Tras divorciarse y volverse a casar con ella, se
naturalizarían como ciudadanos de EE.UU. Nuevamente separado de Jeanne,
contraería matrimonio con la actriz cinematográfica, que había estado
casada con Charles Chaplin, Paulette Godard. Su matrimonio duró hasta la muerte
de Remarque en 1970.
Durante el
nazismo, Joseph Goebbels, ministro por entonces de Instrucción Pública y de
Propaganda del III Reich, despreciando la obra extraordinaria de
Remarque, especialmente enconado con "Im Western Nichts Neues" ("Sin
novedad en el frente"), al que calificó de "repugnante alegato subversivo contra el honor de la gran patria alemana y de sus preclaros hijos, repleto de afectación y peligrosidad para las jóvenes mentes nazis",
ordenó su destrucción, junto con el resto de sus obras, en las quemas
públicas de libros que las autoridades del Gobierto de Hitler llevaron a
cabo entre el 10 de mayo y el 21 de junio de 1933.
[Lev
Milstein, de nombre artístico Lewis Milestone, nacido en Chisináu,
Besarabia-Imperio Ruso -actual Moldavia- el 30 de septiembre de 1895 -
Fallecido en Los Ángeles, EE.UU. 25 de septiembre de 1980 a la edad de
84 años]
En su juventud emigró a los Estados
Unidos. Una vez allí adoptó el nombre por el cual sería mundialmente
reconocido. Alistado en el ejército, durante la I Guerra Mundial, fue
ayudante de dirección el films documentales sobre los entrenamientos de
las tropas norteamericanas. En 1920, ya en Hollywood, se incorporaría a
la industria del cine. De mano de Darryl F. Zanuck dirige "Seven Sinners", su primera película, en 1925, con Marie Prevost, Clive Brook, John Patrick, Heinie Conklin, y Claude Gillingwater. Le seguirían "The Cave Man" ("De cabornero a gran señor"), conMatt Moore, Marie Prevost, John Patrick, Myrna Loy, y Phyllis Haver; y
"The New Klondike" , con Thomas Meighan, Lila Lee, Paul Kelly, Hallie Manning, y Robert W. Craig, ambas de 1926.
Consigue el Oscar, en la primera ceremonia
de la historia de la Academia en 1927, con "Two Arabian Knights"
("Hermanos de armas"), conWilliam Boyd, Mary Astor, Louis Wolheim, Ian Keith, y Michael Vavitch. Tras conseguir un segundo y merecidísimo premio
por su siguiente proyecto, la excepcional adaptación de la novela de
E.M.Remarque"All Quiet on the Western Front" ("Sin novedad en el frente"), 1930, con Lew Ayres, Louis Wolheim, John Wray, Arnold Lucy, Ben Alexander, y Scott Kolk, se inicia su etapa más
prolífica.
Vuelve a ser nominado por "Un gran reportaje", 1931, basada
en la obra teatral de Ben Hetch y CharlesMacArthur "The Front Page", con Adolphe Menjou, Pat O'Brien, Mary Brian, Edward EverettHorton, y Walter Catlett,
cuyos remakes filmarían Howard Hawks y Billy Wilder. Adaptó
brillantemente la novela de Somerset Maughan en "Rain" ("Bajo la lluvia"), 1932, con Joan
Crawford, Walter Huston, Fred Howard, Ben Hendricks Jr., y William Gargan.
Y de John Steinbeck"Of Mice and Men" ("De ratones y hombres"), 1939, con Burgess Meredith, Betty Field, Lon Chaney Jr., y Charles Bickford.
En 1946, dirige el pseudo thriller"The Strange Love of Martha Ivers" ("El extraño amor de Martha Ivers", con Barbara Stanwyck, Van Heflin, Lizabeth Scott, Kirk Douglas, y Judith Anderson. Y el film bélico "Halls of Montezuma" ("Situación desesperada"), 1951, con Richard Widmark, Jack Palance,Reginald Gardiner, Robert Wagner, y Karl Malden.
"Arch of Triumph" ("Arco de triunfo"), de 1948, de la novela de E.M. Remarque, con una magnífica Ingrid Bergman, Charles Boyer, Charles Laughton, Ruth Warrick, y Louis Calhern
pese a la cuidada adaptación de la novela -el film fue censurado en más de 20 minutos- fracasó estrepitosamente en taquilla. "El inspector de Hierro", 1952,
fue una excelente recreación de "Los Miserables" de Victor Hugo, con Michael Rennie, Debra Paget, Robert Newton, Cameron Mitchell, Sylvia Sidney, Edmund Gwenn y Elsa Lanchester.
En 1960, valiéndose del Pack Rack o Clan Sinatra de Las Vegas, compuesto por Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford rueda "Ocean's Eleven" ("La cuadrilla de los 11"), a la que se añade Angie Dickinson, Richard Conte, Akim Tamiroff, Cesar Romero, Joey Bishop, Patrice Wymore,Henry Silva, George Raft, Brad Harris y un cameo de Shirley MacLaine. Las
veleidades de Marlon Brando -que convirtieron el siguiente rodaje "Mutiny on the Bounty" ("Rebelión a bordo") en un verdadero infierno-, coprotagonizada por Trevor Howard, Tarita,RichardHarris, Hugh Griffith, y Richard Haydn, levaron
al fracaso su adaptación del famoso motín encabezado por Fletcher
Christian. No obstante, dicha adaptación fue considerada como
abrumadoramente espectacular.Además, se convirtió en su film póstumo.
TRINCHERAS Y ALAMBRADAS
El
centinela siempre cree ver en la oscuridad siniestras figuras
alargadas, moviéndose como cigüeñas canijas y enfermas que se acercaran a
los alambres, oprimiéndose sobre la malla con sus dedos como garras.
Tras su dolor enfurecido en ese punto preciso y fugitivo de la
alambrada, la noche, vestida siempre de luto, arrastra, como única
respiración allí retenida, una brisa enyesada de humillos que se alzan
de los bosques y del brezal. El centinela no suele hablar. Su rostro se
sume en el único resquicio que orilla con el ribazo embarrado de la
trinchera. Sus ojos, siempre en vigilia, se inflaman de recelo y miedo.
El soldado se queda solo, con sus únicos movimientos, sus únicos ruidos
de ropas, su única respiración dentro de sí. Se envuelve, junto a otros
compañeros, en una franja de tierra que puede acabar por convertirse en
su sepultura. Pero al contemplarse en el espejo de sus fieles
camaradas, se transforma nuevamente en un ser humano. Ocultos siempre
tras el portal cerrado de la trinchera solitaria, se vuelven más
fraternales, porque más allá se oculta la cabeza fláccida del enemigo,
acechándole, incluso creen que riéndose. Un enemigo al que no ven sino
después de matar y morir tras el rojo desprendido de ese crepúsculo de
vendaval que crea la batalla. El soldado joven, a veces, permanece como
un paralítico frente a ese mar exaltado de la guerra. Los viejos
reservistas los vigilan. Sus barbas ondean con la brisa. Su vida ha
quedado lejos, como enfriada por un misterio anónimo e inocente. Detrás
de ellos únicamente permanece un dolor de criaturas que envejecieron
escaramuza tras escaramuza; la terrible melancolía de una existencia que
se quedó extraviada para siempre en los campos de muerte; la mueca
ajada de unos rostros que hablan de la falta de misericordia de los
hombres: "... Doctor, venga rápido. Franz Kemmerick está muriendo... ¿Cuál es ése?... El de la pierna amputada... He amputado docenas de piernas hoy... Cama 26, señor... Vaya usted... (Paul Bäumer) ¡Oh Dios!, este es Franz Kemmerick. Sólo tiene diecinueve años. No quiere morir. Por favor, no le dejes morir... (Franz) Llévale mis botas a Müeller... No, Franz, ¡no!... Y si encuentran mi reloj, envíalo a casa, Paul... ¡Franz!, doctor, ¿dónde está el médico? ¿Por qué no hay un doctor aquí?..."
¿POR QUÉ LA GUERRA?
El
soldado raso es como una piel descortezada y tendida sobre el alambre
que protege la trinchera. Vive postrado entre una multitud cautiva a lo
largo de zanjas fangosas. Jóvenes que sin motivos ni justificación
sufren los más siniestros procedimientos del suplicio. Jamás tendría que
existir razón alguna que les obligara a derramar ni una gota de sangre.
Lo proclaman el sudor de su angustia, la lágrima de su congoja. ¿Dónde
se halla ese argumento para el daño, para la dureza y el horror de la
guerra? A su manera, el mundo ha logrado mantener viva esa tradición de
sus intransigencias. Los grandes ideales del honor y patria son como
venganzas encubiertas, a las que se conceden un carácter incidental,
pero cuyo juego, como aquellas antiguas justas con sus heridos y
muertos, justifican el asesinato en masa de los hombres. Los jóvenes,
sumidos en el ideal caballeresco al que concede su gran peso el
virtuosismo dominante de la Política y el criterio de su irrefutable
equidad frente a la pretendida incomprensión de otras naciones, parecen
haber sido creados para su antojo, para su servicio y complacencia. Se
les exige servidumbre. No ha de importarles morir. Pueden morir porque
así se acercan a la plenitud. Son el horizonte en constante siembra.
Morir, sí. Y mientras siguen muriendo los amigos de su misma edad, "son
ellos los que mueren", porque el único valor que adquirirá el joven
arrastrado hasta el campo de batalla, y que ha de seguir luchando, es el
que le relaciona con la virilidad, el honor y la patria; un propósito
de ser siempre mejores en el que no ha lugar para el arrepentimiento ni
para el remordimiento. La guerra, como gran espectáculo del mundo, habrá
de ser siempre la rigurosa reglamentación que regula el reflejo de la
vida humana. La etiqueta puntillosa hecha de gestos solemnes y
rituales.
LA MUERTE
Ver
morir en aquella tarde de incendio, en la irrevocable marcha del ataque
cuerpo a cuerpo, entre el estruendo de las explosiones. Los hombres
dejan de ser una semilla languideciente y enterrada en la trinchera. Se
lanzan enloquecidos hacia el nuevo ahogo de lo indefinido, de lo
ilimitado. Nuevos paisajes del horror que se prolongan hasta otros
panoramas desolados donde el tiempo, que ha dejado de pertenecerles,
abre para ellos una gigantesca losa que acogerá sus cuerpos destrozados,
sus osamentas rotas, la sangre reciente, cuajada en un nuevo grito de
holocaustos. Aquél que versificó a temprana edad la heroicidad homicida
de los imperios, y cuyos hijos, ahora huéspedes aterrorizados de esas
especies de formaciones mercenarias, instrumentos disciplinados que
parecen convertir las guerras en una terrorífica movilización militar
privada, se sienten reos y verdugos frente a la invención antojadiza que
convierte al hermano en enemigo; y al enemigo acuchillado en adversario
vano: ... "(Paul Bäumer al hombre que acaba de apuñalar, un soldado francés que agoniza junto a él en la profundidad de un enorme hoyo provocado por el estallido de una bomba) ¡Basta
ya! ¡Basta! Lo demás puedo soportarlo. Pero no puedo escuchar eso. ¿Por
qué tardas tanto en morirte? ¡Te vas a morir de todas formas! (arrepintiéndose) No, no te vas a morir. ¡No te vas a morir! Son sólo heridas pequeñas. Volverás a casa. Te pondrás bien. Volverás a casa antes que yo. ¡Te voy a ayudar! (el soldado muere. Paul le cree vivo todavía ) Sabes que no puedo huir. Por eso me acusas. ¡No quería matarte! (Paul comprende que ha muerto, no cesa en sus recriminaciones, nacidas del horror que ello le causa) He intentado mantenerte vivo. No quería matarte. Si volvieras a caerte aquí, no lo haría. Al caerte
aquí, eras mi enemigo y te tenía miedo. Pero eres un hombre como yo y
te he matado. Perdóname, camarada. Dímelo. Di que me perdonas. ¡Oh no!
Estás muerto. Pues estás mucho mejor que yo. Ya has terminado aquí. Ya
no pueden hacerte nada más. ¡Dios mío!, ¿por qué nos has hecho esto?
Sólo queríamos vivir, tú y yo. ¿Por qué nos han enviado aquí a matarnos
los unos a los otros? Si tiráramos estos rifles y estos uniformes
podrías ser mi hermano. Como Kat y Albert. Tendrás que perdonarme. Haré
todo lo que pueda. Les escribiré a tus padres (registra el uniforme del soldado muerto y ve la foto de su esposa e hija. Solloza) Le escribiré a tu mujer. Le escribiré. Te prometo que no le faltará de nada. La ayudaré, y a tus padres también. ¡Pero perdóname! ¡Perdóname!..."
PATRIOTERÍA
Dominio
y sepultura del tiempo que, como si se cobijara entre bufones y
fantoches, posee efímeramente una síntesis brutal de la existencia
humana sobre este planeta: "Los
franceses se merecen un castigo por empezar esta guerra... Todos le
echan la culpa a otros... ¿Cómo empieza una guerra?... Bueno, un país ofende a otro... ¿Cómo puede un país ofender a otro? ¿Estás diciendo que una montaña alemana se enfada con un campo en Francia?... Mira, estúpido, un pueblo ofende a otro... Ah ¿sí?. Pues yo no debería estar aquí. No me siento nada ofendido... Eso no afecta a viejos como tú, Tjaden... Muy bien. Entonces puedo irme a casa inmediatamente... Tú inténtalo. ¿Quieres que te fusilen?... El Káiser y yo (risas) Yo y el Káiser pensamos lo mismo sobre esta guerra. Ninguno de los dos
la deseábamos, así que me voy a ir a casa. Él sí está allí... Alguien
ha debido quererla... Tal vez los ingleses... No. No quiero dispararle a
ningún inglés. Nunca había visto uno hasta llegar aquí... No, seguro que no les pidieron su opinión...
Bueno, alguien debe de estar beneficiándose con esto... Ni yo ni el
Káiser... Quizá el Káiser quería una guerra... No veo por qué. El Káiser
tiene todo lo que necesita... Nunca ha tenido una guerra. Todo gran emperador necesita una guerra para hacerse famoso. La historia es así. Los generales también necesitan una guerra. Y los industriales se
enriquecen... Creo que es más bien como una fiebre. Nadie en particular
la quiere, y de pronto, ¡aquí está! Nosotros no la queríamos, los
ingleses no la querían, ¡y aquí estamos luchando!... Te diré como debería resolverse todo esto (el veterano Kat escupe). Siempre que se avecine una gran guerra deberíamos acordonar un gran campo. Y vender entradas. ¡Sí! Y... y el gran día deberíamos coger a todos los
reyes, sus gabinetes y generales, ponerlos en el centro del campo en
calzoncillos, y dejar que se peleen con garrotes. Y que gane el mejor
país... Ahora que Kat lo ha solucionado todo vámonos a ver Kemmerick...
El Káiser y yo os queremos de vuelta a tiempo para marchar mañana. No lo
olvidéis... Volveremos..."
La
patria, como concepción tecnocrática que pueda llegar a enorgullecer a
sus hijos, sugiere igualmente esa proyección, grande y unitaria, que
jamás logra superar del todo sus ideologías políticas (como inspiraría
el lager
nazi). Así la patria, aún en guerra, y como gran hogar planificador de
la vida del hombre, expresará siempre la imagen de un imperio, que se
mantiene en el justo medio, y que jamás se mostrará temerosa de
comprometerse frente a otras naciones. La patria se imbuye de la imagen
de un dios legitimador, sumario y legislativo como un magistrado poco
racional. Su concepción de la justicia, su contenido moral, filosófico y
político puede alcanzar proyecciones de dimensiones faraónicas, en la
medida que pivota sobre una planificación, ruda y cruel, que concede al
deber de sus hijos hacia ella una concepción divina. Pocas veces se
entretiene en sutiles razonamientos sobre la auténtica naturaleza del
Bien y del Mal. En sus tiempos de barbarie y oscuridad, la patria se
siente dominada por la tosca y retrógrada ley del talión. Vuelve a ser
un dios despiadado y cruel para quienes nacieron bajo su fascinación, su
auspicio, y posterior tiranía. La patria se siente, incluso, autorizada
a mostrarse violenta y feroz con sus hijos. Y el hogar, la ciudad en la
que vimos la primera luz, paraíso de nuestra infancia, en el que una
vez respiramos aliviados, que fue nuestro mar de sentimientos
inabarcables, y donde nuestras primeras pasiones sublimaron cuanta vida
creímos tener ante sí, se puede agrietar como una gigantesca fosa en la
que se sume al posible "traidor" que amó más la vida que a la guerra.
¡BASTA DE MENTIRAS!
La
patria, el hogar, la vida que dejamos atrás, aspiraciones, sueños, y
hasta miedos, que salieron en pos de otros pavores, de engaños, de
tormentos y miserias: todo queda ahora cerrado más allá de la cancela de
la incomprensión, de la contradicción, ingenuidad y torpeza que junto
con la violencia, la injusticia y el más monstruoso de los egocentrismos
forman, tantas y tantas veces, el carácter de los hombres:
"(El
viejo profesor, lobo con lealtad de mastín hacia el terruño en el que
ahora crece un nuevo rebaño generacional, mercader que sigue cosechando
en los labrantíos falsamente míticos del patriotismo, pide a su
ex-alumno, un desengañado Paul Bäumer, -a quien se ha concedido un
permiso extra, y ahora se halla en su antigua aula, tan plena de
recuerdos- que hable de la guerra a la nuevos jóvenes alemanes):"...Muchacho,
debes hablarles, debes decirles lo que significa servir a tu patria.
Diles la falta que hacen en el frente... No, no puedo decirles nada...
Si recuerdas algún acto heroico,
algún detalle de nobleza. Háblales de eso... Vivimos en las trincheras.
Luchamos. Procuramos que no nos maten, y a veces nos matan. Eso es
todo... (el escandalizado profesor) ¡No, no, Paul!... ¡He estado
ahí! Sé lo que es... Pero uno no les inculca eso a sus alumnos... Le he
oído recitando las mismas cosas, haciendo más hombres de hierro, más
jóvenes heroicos. Sigue pensando que es dulce y hermoso morir por la patria, ¿verdad? Pensábamos que usted
lo sabía. Pero el primer bombardeo nos enseñó lo contrario. Es sucio y
doloroso morir por la patria. ¡Cuando se trata de morir por la patria es
mejor no morir! Millones están muriendo por sus países. ¿Y por qué? Me
ha pedido que les dijera cuánta falta hacen en el frente. Él os dice:
¡Id a morir! Si me lo permite, es más fácil decir ¡id a morir! que
hacerlo...(los alumnos) ¡¡Cobarde!!...
Y es más fácil decirlo que ver cómo pasa. ¡No, chicos! Es inútil hablar
de ello. No lo comprederíais. Pero ha pasado mucho tiempo desde que nos alistamos. Tanto tiempo, que pensaba que tal vez el mundo ya habría aprendido. Pero ahora envían críos que no durarán ni una semana. No he debido venir.
En el frente, estás vivo o muerto, y eso es todo. Y eso es algo que no
se puede ocultar. Allí sabemos que estamos acabados, ya sea vivos o
muertos. Llevamos tres años allí. ¡Cuatro años! Y cada día que pasa es un año, y cada noche un siglo. Nuestros cuerpos son de tierra, nuestros pensamientos
de arcilla,... dormimos y comemos con la muerte. Estamos acabados
porque no se puede vivir así y ser humano por dentro. No he debido
venir. Volveré mañana al frente. Tengo cuatro días más, pero no soporto
quedarme aquí. Volveré mañana..."
UNA MARIPOSA
Era
como un pequeño arco iris, palpitante y frágil. Posó sobre ella su
mirada el soldado. Había llegado como siguiendo las rutas
fantasmagóricas de los yermos campos de guerra, y se detuvo temblorosa,
cegada por la tarde, como si contemplase la dureza de un paisaje ahora
sembrado tan sólo de alambradas; y donde, probablemente, trémula por el
deleite de sus libaciones, se posó una vez, cuando el cielo y la tierra
se complacían en una inocente hermosura de campos en flor. Quiso asir el
soldado con suavidad la belleza evanescente de la mariposa. Se vio su
mano reptar hasta ella sobre la tierra áspera. Su rostro, desde la
trinchera, adquirió aquella categoría olvidada de otras ansiedades. Una
evocación, un goce, una recuperada y efímera inocencia de infancia... Y
entonces ¡un disparo!... Precisamente entonces...
[Lew
Ayres, nacido el 28 diciembre 1908 en Minneapolis,
Minesota-EE.UU.-Fallecido en Los Ángeles, California , EE.UU., el 30 de
diciembre de 1996 a la edad de 88 años]
{PAUL BAÜMER}
Entusiasta
del banjo, de la guitarra y del piano en su época de estudiante de
Medicina en la Universidad de Arizona, entró en contacto con una
orquesta californiana que acabaría contratándolo, motivo por el cual
abandonaría sus estudios. Un cazatalentos hollywoodense le descubrió en
el Coconut Grove Club donde tocaba con su orquesta. De la noche a la
mañana se vio interpretando "The Kiss" ("El beso"), 1929, dirigido por
Jacques Feyder, junto a Greta Garbo, Conrad Nagel, Holmes Herbert, y George Davis.
En 1930, intervino también junto a James Cagney en el thriller "The Doorway to Hell" ("La senda del crimen"), dirigida por Archie Mayo, y coprotagonizada por Dorothy Mathews, y Leon Janney. Y en 1931 en "Iron Man" (dirigida por Tod Browning con Robert Armstrong, Jean Harlow, John Miljan, y Edward Dillon.
Impactado por su angelical rostro, Lewis Milestone
impone su perturbadora luminosidad juvenil en el extraordinario alegato
antibelicista "All Quiet on the Western Front". La fama deLew Ayres
queda perfectamente cimentada a partir de su inolvidable interpretación
de Paul Bäumer. En su buceo del personaje, Ayres impone al mundo una
imagen entrañable que, atenazada por el disparate trágico y destructivo
de la guerra, enciende en el corazón de los espectadores una especie de
personal retrato, tan sublime como poético, y tan enternecedor como
irrepetible. El mercado de valores cinematográficos hollywoodense
ansiaba convertirlo, a partir de aquí, en una estrella altamente
cotizada. Pero aquel incipiente reino de grandes figuras estelares se
halló en rápida contradicción con los ideales que anidaban en el joven y
ya famosísimo joven Ayres, que se consagró al estudio de la filosofía y
religiones orientales. Hollywood no lo perdonó y lo encasilló en
producciones de escasa relevancia.
Durante la II
Guerra Mundial, en 1941, se opuso férreamente a su alistamiento,
negándose a combatir en dicha conflagración, como siguiendo los dictados
antibelicistas expuestos porPaul Bäumer, su más famoso personaje en la
pantalla. La comunidad de Hollywood lo declaró persona non grata, y
fue expulsado de los estudios. Los cines rehusaron exhibir sus
películas, y su esposa, Ginger Rogers, se divorció de él. Lew adujo que
sus profundas creencias religiosas le prohibían todo conato de
derramamiento de sangre. Y la guerra era el mayor foco infeccioso de
muertes inútiles. Sin embargo, se alistó como voluntario en los
Servicios Médicos, y se distinguió salvando muchas vidas, incluso bajo
el fuego enemigo.
Como
hermano de Katharine Hepburn en "Holiday" ("Vivir para gozar"), dirigida por George Cukor en
1938 y cointerpretada con Cary Grant, Doris Dolan, y Edward Everett Horton, fue el atractivo idealista,
borrachín y antiburgués Ned Seton.
En 1946, interviene en "The Dark Mirror" ("A través del espejo"), dirigida por dirigida por Robert Siodmak con Olivia de Havilland, Thomas Mitchell, y Gary Owens. En 1947, en "The Unfaithful" ("La infiel"), dirigida por Vincent Sherman, con Ann Sheridan, Zachary Scott, Eve Arden, y Jerome Cowan.
En 1948, es nominado al Premio de la Academia como Mejor Actor de Reparto por su actuación como
Dr. Robert Richardson, en "Johnny Belinda" ("Belinda"), de Jean Negulesco, junto a Jane Wyman (que conseguiría el Oscar a la Mejor Actriz), Agnes Moorehead, Charles Bickford, Jan Sterling y Stephen McNally.
En 1950, intrerpreta "The Capture" ("La captura"), de John Sturges con Teresa Wright, Victor Jory, Jacqueline White, y Jimmy Hunt. Y "Donovan's Brain" ("El cerebro de Donovan"), 1953, dirigida por Felix E. Feist con Gene Evans, Nancy Reagan, SteveBrodie, y Tom Powers.
Ayres se popularizó notablemente
durante los años 40 y 50 merced a los seriales del Dr. Kildare.
Escribió varios libros sobre religiones orientales, e incluso produjo y
dirigió varios documentales.
Se popularizó notablemente
durante los años 50 merced a los seriales radiofónicos del Dr. Kildare.
Escribió varios libros sobre religiones orientales, e incluso produjo y
dirigió varios documentales.
Sus últimas apariciones en la pantalla grande, entre otras de menor importancia, como actor de reaparto fueron "Advise y Consent" ("Tempestad sobre Washington"), 1962, de Otto Preminger, con un gran reparto: Henry Fonda, Charles Laughton, Don Murray, Walter Pidgeon, Peter Lawford, Gene Tierney, y Burgess Meredith."The Carpetbaggers"("Los insaciables"), 1964, dirigida por Edward Dmytryk con George Peppard, Carroll Baker,Alan Ladd, Robert Cummings, y Martha Hyer.
"Damien" ("La Profecía II"), 1978, dirigida por Don Taylor y Mike Hodges, con William Holden, Lee Grant, Sylvia Sidney, Jonathan Scott Taylor y Nicholas Pryor. Y "Salem's Lot" ("El misterio de Salem's Lot"), 1979, miniserie para TV, dirigida por Tobe Hopper, con David Soul, James Mason, Lance Kerwin, Edd Flanders, Marie Windsor y Elisha Cook Jr.
[Louis Robert Wolheim, nacido en Nueva York, EE.UU., el 28 de marzo de 1880-Fallecido en Los Ángeles, California, EE.UU. el 18 de febrero de 1931 de cáncer de estómago a la edad de 50 años]
{STANISLAUS KATCZINSKY}
Famoso actor de carácter que se
consagraría en la etapa muda. Su famosa nariz rota, o personal "trademark",
fue el resultado de un "desplante injurioso" (como él siempre
explicaría) con un compañero de fútbol mientras estudiaba en la Cornell
University. Pese a sus duros rasgos,Wolheim era hombre de gran
inteligencia y muy cultivado. Llegó a dominar a la perfección varios
idiomas: Francés, Alemán, Español y Yiddish. Antes de formar parte del
mundo de Hollywood, en 1914, fue un excelente profesor de Matemáticas.
Su mentor Lionel Barrymore lo introdujo en el teatro. Entre otras muchas de su etapa muda, intervino en 1920, intervino junto a John Barrymore en "Dr. Jekyll and Mr. Hyde" ("El hombre y la bestia"), deJohn S. Robertson, coprotagonizada porCecil Clovelly, Martha Mansfield, Nita Naldi y Brandon Hurst Y en 1921, en"Orphans of the Storm" ("Las dos huérfanas") de D.W. Griffith, con Lillian Gish, Dorothy Gish, Joseph Schildkraut, Monte Blue, Sheldon Lewis, Sidney Herbert como Robespierre, y Wolheim como el verdugo.
Y en 1922, en"Sherlock Holmes" ("Sherlok Holmes-Moriarty"), deAlbert Parker, con John Barrymore, William Powell, Roland Young y Carol Dempster.
Lewis Milestonelo dirigió también en "Two Arabian Knights" ("Hermanos de Armas"), 1927,conWilliam Boyd, Mary Astor, Louis Wolheim, Ian Keith, y Michael Vavitch, y "The Racket" ("La horda"), 1928., con Thomas Meighan, Louis Wolheim, Marie Prevost, Pat Collins, y Henry Sedley.
Únicamente intervino en tres películas sonoras
"All Quiet on the Western Front" ("Sin novedad en el frente"), film que le arrancó de su profundo
sarampión intelectual, y en el que alcanzó su mayoría de edad
interpretativa en el cine "hablado", imprimiendo una explosiva y
sensible finura psicológica a su inolvidable personaje del soldado Katczinsky.
"Danger Lights" ("Señal de alarma"), de George B. Seltz, ambas de 1930, con Jean Arthur, Robert Armstrong, HughHerbert, y Frank Sheridan. Tras estos triunfos, reclamó roles
románticos a la United Artists, pues odiaba verse encasillado en
personajes de turbia zafiedad.
En 1931, en "Gerntelman's Fate" ("El destino de un caballero"), de Mervyn LeRoy, con John Gilbert, Leila Hyams, Anita Page, y Marie Prevost.
Dispuesto a someter su nariz destrozada a
una operación de cirugía estética, los estudios United se opusieron a
ello. Mientras se preparaba para actuar en "The Front Page" ("Un gran reportaje"), de Lewis Milestone, Wolheim
falleció de manera súbita el 18 de febrero de 1931 en Los Ángeles.
Había estado perdiendo mucho peso para poder hacer el papel, y en aquel
momento se atribuyó su muerte a dicha circunstancia. Sin embargo,
fuentes modernas afirman que falleció a causa de un un galopante cáncer
de estómago. Fue reemplazado por Adolphe Menjou.
Testimonio
y reflejo sangrante de una escalofriante realidad pasada, que permanece
hoy como uno de los documentos más vivos e inmunizados contra la
herrumbre del tiempo de la mejor narrativa cinematográfica
norteamericana. Es y seguirá siendo el más perdurable, sorprendente y
excepcional de los legados antibelicistas del Séptimo Arte. Obra
prodigiosa, polémica y feroz. Canto poético e intimista. Idilios
escalofriantes: patriotería y honor, guerra y rechazo, concienciación y
muerte.