miércoles, 1 de julio de 2020

Loving Vincent (Con amor, Vincent) -1-


Como si asistiéramos a una inesperada y no menos decisiva consagración artística del genio incuestionable de Vincent Van Gogh, y convertida su mítica pictórica en una nueva recreación del arte que nos legó y de cuyo éxito, víctima de una incomprensión brutal y despiadada por el mundo de la pintura de su época, jamás disfrutó, recobramos su portentosa figura desde el último crepúsculo de su existencia, pero esta vez en movimiento o animación experimental. Y de esta forma, "Loving Vincent"  nos retrotrae mágicamente al tiempo vivencial del gigantesco artista holandés, entre imágenes que, desafiando su muerte, acaecida en 1890, alcanzan su acepción más epidérmica al internarse, por medio de este increíble y virtuoso ejercicio de lenguaje cinematográfico, en  la exégesis fracasada de su tiempo. Así, esta rigurosa composición plástica de una ingente vivacidad tornasolada, que emplea magistralmente la sobreimpresión de los personajes a través de los mágicos trazos que creara el pincel de Van Gogh, y que impone una atmósfera tan prestidigitadora como poética por entre la transición temporal de los sucesos que cuentan, nos devuelve también al titánico artífice de prodigiosas obras iconográficas, y de aquella su malograda circunstancia histórica como polémico ciudadano de un mundo que se negó a aceptar, y aún menos a comprender, su genial originalidad en cuanto se refería a tan colosal revelación del paisaje y de las formas trasladadas al lienzo. La cálida aunque no menos vehemente dimensión humana de Van Gogh, su insaciable sensibilidad frente a la contradictoria selva de indiferencia con que se significaron también sus últimos meses de vida, y la complejidad psicológica de su inmenso talento, no ya sólo como pintor, sino también como escritor de impresionantes cartas (casi doscientas) dirigidas a amigos (entre ellos el exuberante e infortunado creador Paul Gauguin), y muy especialmente a su hermano Theo, y a Wilhelmina, la menor de sus tres hermanas, se ve atrapada de nuevo entre los arrebatos líricos y coloristas de sus portentosos usos del color, en busca siempre de la senda introspectivamente dolorosa que hiciera tangible, mediante la magia del pincel, el invisible mundo interior que le perturbaba. 

Vincent VAN GOGH y Émile BERNARD
PARÍS 1886

 












Los recursos tecnológicos de este nuevo siglo logran así una inimaginada incursión en la temática legendaria del postimpresionismo pictórico de Vincent Van Gogh, y provocan de nuevo, ante el visionado de sus cuadros animados, una auténtica y deleitosa conmoción estética.


[Lambesc -Provenza- 4 de abril de 1841-Arles, septiembre de 1903]
Durante el aislamiento de Vincent en la ciudad provenzal de Arles [1888-1889], el pintor tuvo que enfrentarse allí a muchos de los peores contratiempos que ensombrecieron su ya angustiosa existencia. En febrero del ochenta y ocho se instala en el hotel-restaurante Carrel, en el número 90 de la calle Cavalerie. A partir de ese día será puesto a prueba por el adocenamiento grosero de la masa provinciana. Y se sucederán los inconvenientes, los retos burlones a su persona y a sus extravagantes normas de conducta. Pero, en realidad, es la presencia de un pintor holandés pelirrojo, de nombre impronunciable ["Mi apellido es aquí difícil de pronunciar"] y voz cascada lo que causa estupor entre el vecindario ignorante, zafio y desconfiado de Arles ["Aquí la gente es de una ignorancia crasa con respecto a la pintura en general..."]. Pese a todo, Vincent también logra despertar la curiosidad de un tendero y de un juez de paz, ambos pintores aficionados, que deciden hacerle una primera -y última- visita. El holandés pelirrojo, que no halla cuantas pinturas y lienzos necesita, ni en una tienda de ultramarinos ni en una librería, ahora solitario, inquieta. Ya desde el primer día se interna en los campos que bordean Arles, que le parece una región hermosa, límpida y alegre. Busca temas: los puentes y los huertos ante los que poder plantar su caballete. Pero tiene que esperar. El tiempo y la furia del mistral no acompañan estas primeras escapadas. "Arles vista desde los trigales", "La siega", "Melocotoneros en flor" serán algunos de sus iniciales lienzos. Pero Arles, como ya se indicó, es la primera ciudad en la que siente con intensidad la amargura y la tristeza del exilio. También pinta "El café en la plaza del Foro", en el que pasaría muchas de sus noches de insomnio y bebida, y "Las casas de Sainte-Maries", y "Barcas en la playa" Pero París y Holanda le obsesionan. Escribe largas cartas a su hermano Theo, a Gauguin, y a sus amigos parisienses Emile Bernard y Toulouse-Lautrec: "Tengo que reconocer la verdad y añadir que los zuavos, los burdeles, las adorables niñas arlesianas que salen para hacer su primera comunión, el sacerdote con sobrepelliz que parece un rinoceronte peligroso, los bebedores de ajenjo, también me parecen seres de otro mundo" "Prefiero tomarme a mí mismo en broma a sentirme solo, y me parece que me sentiría triste si no me tomara todo por el lado cómico"  Afirma a Theo: "Te aseguro que lo que hago aquí es muy superior a la campiña de Asnières de la primavera pasada" Y explica a su hermana Wilhelmina: "La paleta, hoy, es absolutamente colorida, azul celeste, anaranjado, rosa, bermellón, amarillo intenso, verde claro, el rojo claro del vino, violeta"

Pero aunque su pasión por la pintura se imponga a todo, la intensidad de su trabajo no cambia en nada ese sentimiento melancólico de no encontrarse en la verdadera vida. Aislado en el interior del café de la plaza del Foro, escribe que su estómago está roído a resultas de tanto vino malo como el que ha bebido a raudales en París. Y un dolor de muelas añadido a sus problemas estomacales le impiden pintar durante varios días. Las horas son demasiado duras, y en el café Carrel no habla más que para encargar comida.
El 18 de septiembre logra alquilar la que sería su famosa "casa  amarilla". Ésta, situada en el número 2 de la calle Lamartine, y es para Vincent mucho más que un lugar de trabajo, es una esperanza para poder crear por fin un taller en el que los artistas podrán trabajar juntos, inventar unidos la pintura del futuro. A Theo: "Pues bien, hoy he alquilado el ala derecha de esta construcción, [boceto de la casa], que tiene cuatro habitaciones, o más bien dos con dos gabinetes. Está pintada de amarillo por fuera y encalada por dentro, y a pleno sol. La he alquilado a razón de quince francos al mes. Ahora mi deseo será amueblar la habitación, la del primer piso, para poder dormir allí. Espero haber acertado esta vez, ya sabes, -amarillo por fuera, blanco por dentro, a pleno sol-, por fin podré ver mis cuadros en un interior bien claro" Antes de nada, para poder mudarse a esta casa amarilla, le hace falta una cama, pero el vendedor de muebles no acepta alquilarle una ni que le paguen a crédito. Queda esperar el dinero de Theo. Después de haber conseguido amueblar la casa con una mesa y dos sillas, le queda lo justo para hacerse un caldo y un café. Los doce francos que el juez de paz  consigue que el hotelero Carrel le devuelva le permiten esperar, una vez más, que llegue el dinero de Theo. Aún sin cama, duerme en la casa, encima del café de la Gare. Pero Vincent necesitaba instalarse: "Y seré un hombre nuevo a finales de año". Y pese a querer cambiar, duda humildemente de que pueda convertirse en el pintor del futuro, que ha de ser "un colorista como aún no ha habido ninguno"; y le será dado pintar retratos como Monet pinta paisajes. "A este pintor del futuro --escribe Vincent- no puedo imaginármelo viviendo en pequeños restaurantes, trabajando con varios dientes postizos y yendo como yo a los burdeles de los zuavos". Cuando, por fin, consigue una cama, en octubre, pinta "Su habitación", donde, ante el asombro y la desesperación de los Roulin, padre e hijo, se desangró  tras el episodio de su oreja sajada. Y allí vivió menos de seis meses, desde el 18 de septiembre de 1888 hasta el 9 de febrero de 1889.

Durante este tiempo de reflexión y de cansancio extremo, que lo mantiene "absolutamente abstraído e incapaz de un montón de cosas corrientes", Arles, Crau y la Camarga son temas que le llenan, pero "es tal vez el efecto de una naturaleza tan "ruisdaelesca" como ésta lo que me hace pensar a menudo en Holanda, y a través del alejamiento de la distancia y del tiempo transcurrido, estos recuerdos tienen algo de desconsolador". En las largas cartas que Vincent escribe a su amigo de París Emile Bernard cita sin parar a Rembrandt, Hals, Delacroix, Millet, Daumier. "Puede que estos genios no sean más que chiflados, y que para tener fe y una admiración sin límites respecto a ellos haya también que estar chiflado"
A principios del mes de agosto, Vincent pinta el retrato del cartero Joseph Roulin, su único amigo de verdad en Arles. Roulin es el encargado de distribuir las cartas y los paquetes de la estación. Amante de la política, el cartero es republicano empedernido que le recuerda a Julien François Tanguy, vendedor de pinturas, suministros de arte y marchante de arte, y uno de los primeros en ofrecer las pinturas de Van Gogh a la venta. [Su actitud jovial y entusiasmo por el arte y los artistas hicieron de su tienda una de las más favorecidas en París, y fue apodado "Père" ("Padre") Tanguy] A  Roulin, que cuenta por aquel tiempo cuarente y siete años, Van Gogh lo compara con Sócrates en muchas ocasiones. Y aunque Roulin no era el hombre más atractivo de Arles, el pintor lo describía como "un alma buena, sabia, llena de sentimientos y confiada". Estrictamente por su apariencia, Roulin le recordó también al novelista ruso Fyodor Dostoyevsky, "la misma frente ancha, nariz ancha y la forma de la barba". El buen cartero trató con afecto y benevolencia a Van Gogh, tanto en los momentos buenos  como en los más difíciles. Y en correspondencia con su hermano Theo, después de su grave altercado y ruptura con Gauguin cuando éste residió en Arles, se mantuvo siempre a su lado, incluso después de su hospitalización. Para Vincent fue un verdadero alivio conocer a la familia Roulin y poder contar con su consentimiento para modelar y tener la oportunidad de crear figuras, todo ello muy significativo e inspirador para su siguiente etapa como retratista. Los Roulin estaban compuestos por su esposa Augustine,  [9 de octubre de 1851 en Lambesc-5 de abril de 1930],​ y por los niños Marcelle, de cuatro meses [31 de julio de 1888–22 de febrero de 1980], Camille de once años [10 de julio de 1877-4 de junio de 1922], y el mayor de ellos Armand Roulin que tenía 17 años [5 de mayo de 1871-14 de noviembre de 1945] Los cinco fueron trasladados al lienzo por Van Gogh. A grandes rasgos, las características más acusadas de la personalidad del joven Armand era la de ser un muchacho serio y algo triste, que en el momento en que se hicieron las pinturas se había independizado de la casa de sus padres, y trabajaba como aprendiz de herrero. El cuadro expuesto en el  "Museo Folkwang" de Essen [Alemania] presenta a Armand con lo que probablemente eran sus mejores aunque algo chocantes prendas para aquella época: un elegante sombrero de fieltro, un vivo abrigo corto y de amarillo chillón, chaleco negro y corbata. Pero como a Vincent no le movían las modas, había que convencerle con razones, y Armand parecía ser un muchacho metódico, confiado, y sensible, capaz de favorecer la relación humana de forma muy diferente a las mascaradas intolerantes de sus conciudadanos de Arles.
                                                                   [Marcelle Roulin a los 67 años]
Noche en Arles. El joven Armand Roulin no admite burla alguna a costa de su padre Joseph y la amistad mantenida con Vincent Van Gogh, fallecido el 29 de julio del pasado año en Auvers-sur-Oise. Tras una acalorada discusión con un zuavo, ambos se dan de manos en la calle contigua al café de la plaza del Foro. Los clientes del local murmujean: "Ese siempre tiene ganas de pelea"... Armand, al tiempo que golpea al zuavo, exclama: "¡Este por mi padre!". Luego se aleja de allí, aunque debe enfrentarse a otros insultos por parte de sus conciudadanos. Cuando aparece un oficial de policía en el primer lugar de la reyerta, pregunta al zuavo: "¿Qué está pasando aquí?"... El zuavo se excusa, y suenan otras voces: "Era el joven Armand... con el que lo hemos visto pelear"... ¿Y a santo de qué?... "De un pelirrojo chiflado. El pintor ese que conocía usted... "¿De veras?"...  

                                                          "Se le ha caído eso"... "Una carta. Se la llevaré".

                                
Cuando Armand es requerido por el oficial en la estación de policía, éste expone: "Por lo que veo otra vez causando problemas. Se le ha caído su carta ahí fuera"... "No es mía, es de Vincent", responde tajantemente el joven Roulin. El oficial ha visto el nombre del receptor de la misiva: "El señor Theo Van Gogh, el hermano de Vincent, verdad?"... "Sí, Vincent la dejó tras de sí. Su antiguo casero Ginoux estaba tirando cosas, y la encontró. Se la dio a mi padre, y mi padre me dijo que debo entregarla. ¡Mi trabajo es dar forma al metal, no repartir cartas! 
 

El oficial y Armand entran en el café, y una vez sentados, el joven Roulin sigue mostrándose disconforme: "No veo que sentido tiene entregar la carta de un muerto"... "Su padre sólo quiere presentar sus respetos"... "¿Por qué? ¿Qué hizo por nosotros ese don nadie. Todos odiaron a mi padre cuando se negó a firmar esa petición para echarlo de la ciudad"... Una joven clienta del bar, exclama: "Yo lo hice. Estaba loco"... 
 
El oficial rebate: "No lo estaba. Era un hombre interesante. Las cosas sólo se volvieron extrañas cuando vino ese amigo suyo, Gauguin. Pronto pasaron de ser buenos amigos a discutir constantemente (yo lo observaba cuando hacía la ronda). La noche que le abandonó, Vincent se opuso, probablemente, intentó que no le dejara, luego le persiguió con una navaja, pero se arrepintió, se cortó la oreja y se la llevó a unas prostitutas"


Armand rechaza los argumentos expuestos por el oficial de policía: "No es así como yo lo recuerdo", y le viene a la memoria la noche en que lo encontraron sangrando en su habitación de la casa amarilla, después del sangriento incidente.

















Cuando Joseph Roulin llega hasta la plaza del Foro en busca de su hijo Armand le comentan que el joven está en el interior del bar. "Tiene que estar en el tren a París", explica el buen cartero, a lo que le responden: "Pues no parece que tenga ganas de ir a ningún sitio"... "Eso lo veremos"... Al penetrar en el café, ve a su hijo que dormita embriagado sobre una de las mesas.






























A lo largo de una alameda, Roulin se lleva a Armand, que vuelve a rechazar la idea de ser portador de la última carta de Vincent:
"Pero ¿por qué no puede enviarla por correo?", plantea el joven Roulin a su padre. "Lo hice. La devolvieron aduciendo que no se pudo entregar... ¿Y qué le hace pensar que yo sí?... Muestra tu iniciativa. Con un hombre importante como Theo Van Gogh, pregunta por ahí... Pero ¿qué digo cuando lo encuentre... Es costumbre empezar por mi más sentido pésame. ¡Vamos a despejarte!..."
La noche siguiente Roulin y Armand, juntos de nuevo en el exterior del café, en la plaza del Foro, prosiguen la conversación suspendida la noche antes, y el cartero expone los argumentos por los que desea que su hijo sea portador de la carta de Vincent a su hermano Theo:


 
"Le darás las más sentidas condolencias de mi parte, de tu madre y tu hermano. Y no te olvides de la pequeña Marcelle. También era su amiga... Pero, padre, tenía tan sólo diez meses de edad... Hijo, los bebes son como animales. Pueden conocer el corazón de un hombre sólo con verlo. Sí, menos caprichosos que los mayores"

"Mira a Ginoux. Recibe el dinero de Vincent con una sonrisa durante un año, y después firma una petición condenándole. Y dile que Ginoux tuvo la carta durante dos años. No quiero que Theo piense que nos la hemos estado guardando. Cuéntale como Ginoux ni se molestó en darla hasta que oyó que Vincent se suicidó..." Armand duda: "¿Se suicidó?"...
Joseph rechaza la idea. "¿Por qué le cuesta tanto creerlo? Vio lo que ocurrió aquí... Tuvo una crisis. Son cosas que le pasan a las personas... Cuando se es débil... Vive más hijo y verás. La vida es capaz de derribar hasta al más fuerte"

"Después de lo de la oreja, nadie le daba ni siquiera una oportunidad. Hasta los niños lo atormentaban, echándolo de los campos y apedreándolo"... "Eso lo llamamos debilidad", contradice Armand. 















Pero Joseph exclama levantando la voz para que todos lo oigan: "Dejar que unos niños te lleven al manicomio, ¡y sus vecinos, la policía, y el alcalde, y toda la ciudad! ¡Contra un hombre enfermo! Hasta se ingresó en San Remy para mejorar, y mejoró... Le dieron de alta, lo curaron. Eso no significa que la cura le durase, ¿verdad?...   
 














Joseph enseña un escrito a su hijo: "Estoy totalmente tranquilo, y en estado normal". Esto es lo que me escribió seis semanas antes de morir. ¿Cómo pasa un hombre de estar totalmente tranquilo a ser un suicida en seis semanas?... Es triste, lo entiendo. ¿Pero de qué servirá entregar esa carta ahora?... Se querían mucho. Vincent escribía a su hermano a diario. Lo sé, porque yo era el que recogía las cartas. Si fuera yo, lo querría si fueras tú, Dios no lo quiera. Si hubieras muerto y hubiera por ahí una carta que tú me hubieras escrito, yo la querría. ¿No la querrías tú, si fuera yo?














































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