lunes, 11 de julio de 2022

The Hanging Tree (El árbol del ahorcado) -3-

                   ONCE UPON A TIME IN THE FAR-WEST...



Territorio de Montana. El agua que se desgarra por los berrocales arrastra bajo sus guijas tibias de sol o entre los terrones de su fondo la sed del oro. Un pueblo balbuciente que se estremece ante lo creado. Vieja memoria de la codicia, que siempre posa su mirada en cada gota de unidad tan fugaz, perdurable e incorpórea como es la del agua; y que ahora se atrapa viva dentro de la mano que aguarda esa esperanzada y áurea claridad de inocencia que ha de aportarle un hallazgo fortuito. Pintura rural de una comarca que sueña con los conceptos de abundancia que avivan los incentivos de la "fiebre del oro". 
 
Un joven ratero que huye de los disparos de quienes rebullen entre el caudal aurífero aprisionado en los canalillos del río. Un forastero inmóvil observa la huida. El joven fugitivo, herido, devorado por la brasa de un disparo, tantea ensangrentado el montículo por el que escapa. Una imagen angulada, un único paso, que atraviesa la loma frente al lejano griterío de los perseguidores. Y una mano que se tiende...
 
Una vez curado, la confusa reacción del joven frente al forastero que parece llevar en la sangre el mandato. Dará comienzo el procedimiento de la justificación. Con saldar el importe de la cura, todo resuelto: "¡Cómo piensas pagar mis servicios profesionales? Necesito un criado que me sirva... Serás mi criado y harás lo que yo te mande...¡Váyase al infierno!"... Se cruza un pacto. "¿Sabes qué es esto? La bala que te he extraído del cuerpo. Calibre especial. Aunque no te vieran la cara eso es bastante para llevarte al árbol de la horca... ¿Cuánto tiempo tendré que trabajar de criado hasta que salde mi cuenta?... Hasta que yo diga, quizás para siempre. Si te hubiera dejado desangrarte donde te encontré, te habrías muerto. Puedes empezar limpiando esta habitación, a conciencia..." La mirada de soledad del forastero se asoma al umbral que habita. Sonríe y arroja la bala a escondidas.
 


Y el siervo salvado caminará, a partir de ahora, dócilmente, a merced del amo. Mañana y tarde habrá de proclamar en el pueblo claro y recogido la llegada del nuevo médico. En lo alto de la loma, como la proa de un bergantín, se resume la casa del doctor. Recinto aislado que parece haber descubierto, sobre aquella tierra de río y barrancos, la más deliciosa y apartada de las lindes. Un refugio dormido entre los años. Frente a los humos y tolvaneras del pueblo, el doctor ofrecerá la química del remedio a la avalancha aventurera que se diluye en los turbios remolinos enfebrecidos que forman los buscadores de oro.  Y espantará al curandero que vuelca su odio miserabilista sobre el médico recién llegado.






Durante la noche, en el Saloon, el doctor recién llegado se aventura en el juego de azar. Su suerte y su capacidad para el juego de cartas es notoria, y al tiempo que aumentan sus ganancias, recibe a cambio el rencor del perdedor que rememora un pasado que desea olvidar, obligándole a un nuevo enfrentamiento con el odio que su presencia genera entre los jugadores. Y a lo que seguirá los reproches del siervo, que no acepta ni comprende la violencia de su amo.




 









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