martes, 30 de octubre de 2007

Young Bess (La Reina Virgen)

George Sidney siempre sandunguero, por lo musicómano, gran director clasicista, capaz de llevar a buen puerto "comics" maravillosos, novelas de aventuras, y, por supuesto, musicales inolvidables, nos ofreció más de una vez visiones de la historia que, por mor de sus amores a los grandes pastiches hollywoodenses, eliminaba verdades como catedrales, convertía el pasado, en especial si se trataba de Europa, en improbable producto creíble (si andabas algo enteradillo del "cronicón" que se trajese entre manos), con tópicos necesitados de mucha carne, de mucha mentira, y, todo hay que decirlo, de mucha calidad.


























16 de noviembre de 1558. Tras el galopante fallecimiento de María Tudor, hija de Henry VIII y Catalina de Aragón, el escasamente duradero reinado del enfermizo adolescente que fuera Edward VI, la hermanastra de ambos, la ilegítima Elizabeth (nacida del desgraciado matrimonio real con Anne Boleyn, pese a haber sido aceptada alegremente en su primera infancia por el veleidoso monarca) se hace definitivamente con el trono de Inglaterra. Sus fieles servidores Kat Ashley y Mr. Parry rememoran con entusiasmo el decidido progreso tan peligroso como desafiante de su pasado, y cuyo colofón ha sido, por fin, la coronación como soberana de Inglaterra de la joven Elizabeth.
                           Anne Boleyn











Años de turbulencia y enquistado absolutismo; de una infancia errática en Hatfield House consumida por la indiferencia paterna. Sombras de monárquicos matrimonios que tan pronto se veían consumados por el deseo carnal más desenfrenado como se enquistaban entre sumarias condenas a muerte: Anne Boleyn
y Catherine Howard.




       




La negativa rotunda de Elizabeth a regresar a la corte de su padre Henry VIII, ahora casado con la gentil Catherine Parr. El apuesto intermediario propuesto por el trono, Thomas Seymour, que logra persuadir a la joven princesa bastarda. El farisaico recibimiento de Henry VIII.

                                Edward VI

La amistad asumida con bonanza y felicidad entre Catherine, tras su viudez, esposa ahora de Thomas, y el toque blando y fraternal del comprensivo cariño que nace entre el adolescente Edward y su recién llegada hermanastra. Y La histriónica muerte del monarca despótico.

Las insidiosas envidias e intrigas amenazadoras del vitriólico Lord Protector" Edward "Ned" Seymour, [hermano carnal de Thomas] y su viperina cónyuge Anne Seymour, tras la ascensión al trono del joven e indefenso Edward VI. La irresistible atracción amorosa que sobre Elizabeth ejerce la patricia gallardía de Thomas Seymour. Y la confesión desesperada de sus sentimientos de la que Elizabeth hace partícipe a su hermano.

La conmocionadora despedida entre Thomas Seymour y Catherine Parr en su lecho de muerte.
Y, entre las sombras palaciegas, el nacimiento pasional entre Thomas y Elizabeth. La injusta entrega al patíbulo de Thomas, dictaminada por el complot inmisericorde de Ned Seymour, y que ni el joven Edward podrá impedir, los dos hermanos sufren temores, angustias en un tiempo nuevo de avatares y desdichas, de soledad y fortaleza, de noble plenitud entre sinsabores de las más intrigantes conjuras, y, en definitva, de peligrosa supervivencia entre iras, odios y condenas a muerte. No obstante, será la sombreada imagen de una nueva Elizabeth la que enseñoreará, a partir de entonces, los recintos palaciegos.




Gran progresión del lenguaje histórico, no excesivamente veraz, puesto que se eliminan oscuridades  históricas como las de la hermanastra María Tudor, la prima de Henry VIII, Jane Grey, y se incluyen algunas mentirijillas más con respecto al histriónico comportamiento del monarca Tudor, muy en la línea vodevilesca de la que tanto gustaba George Sidney. Y Elizabeth, la joven Bess, lenta y dificultosamente, escena musical incluida, va alzando el vuelo también entre amores despechados, ideologías políticas opuestas, y nefastas perspectivas que pueden conducirla hasta el patíbulo, como mandaban los cánones hollywoodenses. Y así hasta llegar a convertirse en la controvertida reina que luego llegó a ser, que la historia ciertamente conoció, y sobre la que corrieron más ríos de tinta y más embrollos políticos y voluptuosos que sobre la de los mismísimos dioses del Olimpo. Pero con un guión magníficamente redactado, sin dejar de lado lo supérflúo e  ilógico de cuanto se cuenta, el film de Sidney no vacila en su complacencia de resuelta y magistral asimilación, y se convierte en un ejercicio de audacía histórica que no deja de soprendernos ni por un momento.

 
Sidney, a pesar de tanto embuste, fue mucho más grande que Thorpe, Curtiz, Fleming, Koster, y otros buenos artesanos más, que dejaron su deliciosa impronta en aquel Hollywood de nuestras entretelas. Disfrutables y de gran eficacia comercial fueron también "Scaramouche" y  "The Three Musketeers". Con esta "Young Bess" ("Reina Virgen"), que ahora nos ocupa, cargó el acento en su aspecto más sexy. Y la epopeya musical del irrepetible Miklós Rózsa fue todo un hallazgo, capaz de conferir al film (como en todos los que Rózsa colaboraba) una grandeza de esas que sí pasaban a la historia. Cada comento musical de don Miklós tenía la virtud de diseccionar impecablemente el caso-clínico historicida en que el director, el actor o la actriz, se hallase enfrascado en aquel momento (así lo entendieron también Minnelli, Wyler, Mann, Le Roy, Wilder, Lang, y todos los que tuvieron el acierto de encargarle sus bandas sonoras). Sidney sabía también rodearse de caracteres fuertes a la hora de subirse por las ramas, empozoñando castillos y ciudades misteriosas, más o menos medievales, con intrigas aúlicas, caballerescas, y palaciegas. Una especie de batalla de la original síntesis conflictiva de la vieja cultura occidental, cuyas décadas históricas borrascosas gozaban de uno de los índices de frecuentación cinematográfica más alto. Empresas ambiciosas, muy cuidadas, pero excesivamente hipotecadas por la fantasía.

           Novela, páginas, historia y cine

               



             



En este film devolvió, aunque tan sólo fuera durante unos veinte minutos, el preciado personaje de Henry VIII al espléndido, intratable, exclusivista, déspota, tantas veces villano, tantas veces divertido, Charles Laughton, por el que ya había ganado su Oscar en el film de Alexander Korda. Aquí no domina el gallinero londinense, porque la exquisita y genial Jean Simmons (R.I.P.), que ya presagia (en el film) a la futura y viperina Elizabeth, se los merienda a todos (no en vano la crónica está concebida para su lucimiento exclusivo, aunque poco virginal como fuera la otra "Elizabeth", la de la historia verdadera).



De todas formas, esta "Young Bess"-"Reina Virgen" es muy superior a la de Curtiz, con Bette Davis y Errol Flynn; y a la de Kapur con Cate Blanchett (más verídica, pero más hierática, aunque contenga momentos magníficos).













Aglutinada desde su alegre nacimiento (luego postergado) en el morboso puritanismo anglicano, que acabaría con la vida de su madre Anne Boleyn, y casi entrando en el campo de lo demoníaco, seguimos prefiriendo a Jean Simmons, (R.I.P), pese a que en torno a ella se modifique el curso de la historia y se configuren falsas formas sociales. Amamos sobre todo su rebeldía contra el medio que la envuelve. Su irresistible atractivo erótico y su astucia proyectan una sombra arrolladora sobre la mediocridad y la crueldad que la rodean. Amamos también cada momento expresivo de la continuamente engañada, aquí extra de postín, sutil, y siempre mastodónticamente exquisita Deborah Kerr, (R.I.P), y a  Stewart Granger (R.I.P.) cuya apostura caballeresca y sus impecables atuendos le permitían crear efectismos cromáticos muy acordes con tantos títulos históricos y aventureros por los que paseó su prestancia y simpatía.


Enrique VIII: mujeriego y amenazante

 
Es todo un hallazgo el añadido simbólico de las efusiones criminaloides de Henry VIII-Laughton, persistentes  e inesperados gestos demoníacos que pasan a convertirse en "pellizcos" amenazadores de muerte que gravitan en secuencias continuas, a fin de mostrar los pliegues maléficos de su conciencia soberana; la de un auténtico absolutista y déspota real, que no dudaba en enviar al cadalso a todas sus esposas cuando la relación carnal y, por consiguiente, la nefasta procreación marital con  ellas, alcanzaba la etapa crítica de su muy imperial exasperación y hastío. Secuencias ilustrativas muy loables las de George Sidney que, aunque habrían exigido una dimensión más amplia de esta faceta del soberano inglés, y con las que, naturalmente, se sobrepasarían los límites impuestos en lo que a la personificación exigible de Elizabeth Tudor se refería, llegan a esbozar, en minutos muy contados, un impensable logro psico-histórico de gran sutileza sensual en el marco tiránico aquella Inglaterra Tudor. Resultado, pese a todo, muy gratificante el de la impronta magistral de este fascinante y polifacético director cinematográfico (en el que seguramente jugarían también un papel muy importante sus guionistas Jan Lustig y Arthur Wimperis, que a su vez se inspiraron en una novela-río de Margaret Irwin escrita en 1944)




Secuencia favorita: Música de Miklós Rózsa


El maremágnum palaciego en que se ve envuelto toda la galería de actores y actrices en este bellísimo film sigue siendo un lujo Metro Goldwyn Mayer de lo más apetitoso. Y para que no falte la obligada secuencia musical "Sidneyana" (ámenla hasta más allá de la muerte) no podemos por menos que asimilar y aplaudir con entusiasmo a la más sublime y primorosa de las  Simmons (¡qué rostro, qué Technicolor, mon Dieu! ¡Y qué música!) en ese estallido estético que pulveriza a Mr. Stewart, cuando, dentro de la más directa tradición del cine musical en el que ofreciera algunos de sus mejores frutos George Sidney, se apresta a danzar esa "Danske Dansk" arrancada por Rózsa del siglo XVI. Es un momento subyugante en el que Jean Simmons está, en efecto ¡exquisita! (podemos asegurar que eso es lo que pensaría Stewart, puesto que estaba casado con ella. El estilo incisivo y depurado de esta gran actriz llega a revitalizar la historia como cantera incomparable en la que hasta los más inverosímiles enredos dramáticos lleguen hasta nosotros como bocanadas de oxígeno, y siempre a través de un río de emociones cuya adulterada veracidad alcanza un inesperado aliento tan épico como poético.

"Young Bess" se anexionó a una de las más excelsas empresas pseudo-históricas a que nos tenía acostumbrados Hollywood con un cien ASÍ DE GRANDE!, porque, a fin de cuentas, para quien quiera verdades, ahí está Wikipedia: historia como mandan los cánones, pero sin Simmons, Laughton, Kerr y Granger, personajes de cuento en Technicolor, reflejos sublimados y sofisticados de un esquematismo cultural de fácil aceptación universal.





                                    Honoray Oscars: Jean Simmons-Deborah Kerr