Cuando el mobiliario de las Schlegel se ha transportado a "Howards End" a petición de Margaret, se decide hacer una visita a la mansión en compañía de Dolly, depositaria de las llaves. La despistada mujercita de Charles ha olvidado llevarlas consigo. Con disgusto, Henry y su nuera vuelven en
el coche en busca de las mismas. Meg permanece en "Howards End" y la
recorre entusiasmada. Luego se dirige hacia el castaño del que le
hablara Ms. Ruth. Descubre allí los dientes de cerdo y cuando Henry regresa
le explica el significado de su divertido descubrimiento.
Helen se halla
de visita en Cambridge, donde Tibby está estudiando. Su hermana le
expone un urgente propósito de ayudar a los Bast con 5000 Libras. que desembolsará de su
patrimonio familiar. Tibby exclama que está loca, pero Helen insiste en
que sea él quien envíe esa cantidad a Leonard, porque ella se dispone a
abandonar Inglaterra con rumbo a Alemania, patria paterna, y que no sabe
a ciencia cierta si volverá alguna vez. Cuando Leonard recibe el cheque que le envía Tibby, escribe un escrito devolviéndolo
Tras la desaparición de Helen,
se va a celebrar la boda civilde Margaret y Henry. Las visitas de Margaret a la "Compañía Wilcox" son alegres. El intrigante Charles la acepta aunque no la ve más que como una entrometida en su familia, ya que la boda, por supuesto, tampoco cuenta con su beneplacito. No obstante, se lleva a cabo.
Las únicas noticias que
reciben de la joven Schlegel son postales con remite sin dirección. Meg,
ahora convertida en Mrs.Wilcox, teme que a su hermana le haya sucedido
algo. No comprende el porqué de aquella atrabiliaria huída de
Inglaterra. Visita a su hermano Tibby para recabar noticias, y el joven
explica que también él recibe postales con remite de un apartado de
correos alemán.
Meg y Tibby piden ayuda a Henry para localizar a su hermana .
Al mismo tiempo, Charles expresa ante su padre y su esposa que no desean más líos
familiares. Henry reprende a su hijo y expone que su comportamiento ante
Margaret ha sido deplorable.
Cuando tía Julie enferma, Meg propone a
Tibby telegrafiar a Helen para que vuelva a Inglaterra, dado que Mrs.
Munt arde en deseos de volver a verla. Helen que ha regresado de
Alemania se dirige a Howards End por iniciativa del telegrama que le ha
enviado su hermana Meg. Ésta, decidida a conocer los motivos de la huida
de Helen, propone a su marido que la lleve hasta "Howards End" para hablar
con Helen. Una vez allí, descubre alarmada el embarazo de su hermana.
Pide a Henry que la deje a solas con ella. Helen no comprende el motivo
de que todo el mobiliario de Wickam Place se encuentre allí, pero
observa con satisfacción la antigua espada militar de su padre colgada
en la pared. Luego, cuando Meg insiste, confiesa que el padre de su
criatura es Leonard. Margaret, terriblemente compunida, ruega a su marido que la espere en el automóvil y que por favor no entre en la casa.
De regreso al hogar de los Wilcox, Meg explica la situación de Helen, su embarazo, y le pide
encarecidamente a Henry que deje pernoctar a su hermana en la casa
solariea. Henry trata de calmarle los ánimos, pero se halla trastornado e interiormente enfurecido por el embarazo secreto de
Helen. No duda, pues, en prohibir a su cuñada que permanezca en "Howards End".
Meg, vivamente contrariada por la actitud absurda de su marido, insiste en que si ella fue capaz de perdonar que él
hubiera tenido una amante, el tendría, por reciprocidad, que eximir de culpa a
Helen. Ante la insistente prohibición de Henry, Meg se decide que, le guste o no a Henry, está decidida a ir a
"Howards End" para proteger a su hermana.
El olvidado Leonard Bast sigue
pasando por terribles dificultades económicas por falta de empleo. No
obstante, trata de indagar el paradero desconocido de su amada Helen.
Sueña constantemente con ella, la ve aparecer bajo la lluvia saliendo
del Queen's Hall y que él la llama desde el enrejado mientras ella se vuelve sonriente hacia él.. Últimamente padece
una crisis cardiaca que se va acrecentando. Por la criada de los
Schlegel se entera de que Helen se halla en Hilton, en una mansión
llamada Howards End y decide acudir hasta la misma para encontrarse con
Helen. Se despide de Jacky y toma el tren hasta Hilton. Mientras tanto
el entrometido Charles Wilson, conocedor del embarazo de Helen, ha
visitado a Tibby para recabar noticias sobre la muchacha y saber el
nombre de su "seductor". Tibby responde que se trata de un tal
Leonard Bast, y que cree que su hermana se halla en "Howards End". Y
cuando el arrogante Wilcox exclama: "¡Dios mío qué familia! ¡Que Dios ampare a mi pobre padre!" Tibby a su vez añade: "¡Que Dios ampare a mis pobres hermanas!"...
Leonard Bast recorre la carretera de Hilton bajo el calor veraniego.
Charles Wilcox conduce su coche por la misma ruta, y deja tras él al
viandante. Bast se interna ahora en el florecido prado de "Howards End"
Pregunta a un niño sobre la mansión y penetra en en su interior. Una vez allí, es recibido con gran asombro por las hermanas Schlegel. Charles
que se halla presente, tras la exclamación de Helen: "¡Leonard!", se
dirige hacia Bast exclamando que es un vil seductor. El entrometido Wilcox ha tomado la espada de Mr. Schlegel, hostiga,
enfurecido, al joven Bast y le golpea brutalmente. Helen y Meg se muestran aterrorizadas.
Leonard Bast, que últimamente tiene una afección cardiaca, se desploma una estantería de
libros, y el desgraciado e inocente joven cae inerte en tierra. Tras el horrible incidente, Bast
fallece.
La policía hace acto de presencia en la mansión, y Charles declara
que tan sólo golpeó al muchacho una o dos veces. Además, nadie conocía
su afección de corazón. Meg está decidida a apoyar a su desgraciada
hermana menor en todo lo que necesite. Comunica a Henry que se propone
abandonarle y marchar con Helen a Alemania para hallarse a su lado
cuando dé a luz. El altanero Mr. Wilcox se desmorona. Solloza ante su
esposa con su acostumbrada postura de mano ante el rostro. No
acierta a comprender cómo su hijo Charles ha podido cometer semejante
locura por la que va ser condenado a prisión por homicidio involuntario.
Poco después, el joven Wilcox es detenido y conducido a juicio... El
siguiente verano tiene lugar una reunión familiar en "Howards End". Evie,
Paul y Dolly se hallan allí. Henry expone que, cuando él muera, deja en
herencia la casa solariega a su amada Margaret, quien a su vez renuncia
al patrimonio monetario de los Wilcox. Dicho patrimonio se repartira a
partes iguales para los tres hijos. Y Meg, a su muerte, dejará "Howards
End" a su sobrino, el pequeño de Helen, que juguetea en el jardín con él.
Insiste en que dicha herencia no será jamás rebatida por ninguno de los
tres. Dolly expresa con su habitual estupidez que a Charles le
ilusionaba que "Howards End" pasase a manos de sus hijos, pero que ahora
ya no lo viviría en aquella casa por nada del mundo. Y que incluso
habían pensado cambiarse el apellido. Pero no encuentran otro mejor que
el de Wilcox. Cuando abandona la casa en compañía de su cuñada Evie,
murmura que resulta sorprendente que al final sea Margaret quien herede
la mansión como había sido voluntad de Ruth.
Dolly al abandonar la casa
observa al pequeño sobrino de Meg, y exclama que es un niño muy lindo y
que se parece a su hijo menor.
Meg que ha oído el comentario sobre
"Howards End" pregunta a su marido el significado del mismo. Henry explica
con una ternura poco habitual en él que su querida Ruth, poco antes de
fallecer, garabateó el nombre de Margaret en un papel, pero que no se
trataba más que de un delirio de moribunda, y él echó la nota al fuego. Meg
acepta comprensiva la explicación de Henry.
La
espectacular adaptación a la Pantalla Grande de "Howards Ends",
conducida con mano maestra por el tandem Merchant-Ivory, se convierte en
uno de los puntales del cine inglés. La cualidad estética de sus
imágenes, sus relieves de luz, los elementos dinámicos (movimientos de
cámara) recorriendo la naturaleza a tiempo real, una válida y fiel
reproducción de la época burguesa británica, con su mundo lujoso,
sofisticado y altivo en contraste con la pobreza del suburbio
londinense, vuelve a reafirmarnos que el cine es una de las más
maravillosas síntesis de las tradicionales artes del espacio y del
tiempo. El movimiento del objeto fotografiado, sus encuadres y sus
juegos de luces y sombras perfectamente combinados fascinan al
espectador como si fuesen las palabras mismas contenidas en el texto
literario de J. M. Forster. Las posibilidades milagrosas de la cámara
con "travellings" portentosos un riguroso sentido de la precisión
ambiental como nuevo agente dramático, la transición temporal como
fresco soplo del espacio abierto, la utilización del decorado como
elemento de magistral sobreimpresión tras los estudios psicológicos del
protagonismo colectivo en su acepción más epidérmica, estructuran
exquisitamente este soberbio, perturbador y poético drama de atmósfera.
La rigurosa composición plástica de "Howards End" se convierte así en
un auténtico "tour de force" técnico e interpretativo, y en un
decisivo estallido de la más inolvidable de las conmociones estéticas
que nos haya prodigado el Séptimo Arte.
Un "sound-track" del excepcional compositor Richard Robbins, con intercalados de la "Quinta Sinfonía" beethoviana,
se adapta magistralmente al elemento narrativo como uno de los más
espléndidos y significativos testimonios de la música visual
cinematográfica.
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