martes, 24 de junio de 2008

Islands in the stream (La isla del adiós)


"Amo el mar, y no estaría en ningún otro lugar. Es mi hogar, mi religión. Quizás, mejor dicho, es lo que tenemos en vez de la religión o de Dios. Crea vida y acaba con ella. Tiene belleza y mucho misterio. Y es eterno..."




Confesión que transpira amor hacia un cielo y un paisaje; símbolo de la alegría de la liberación en el que el hombre y la Naturaleza aparecen unidos, una vez más, a través de la implicación poética que puede conllevar la soledad. Esa efusión legendaria del sujeto dramático casi aniquilado moralmente, e incapaz de enfrentarse a una existencia pasada, cuyos espejismos de posibles prosperidades sin límites no fueron más que una exposición de la tragedia interior desmitificadora en que acaba radicalizándose una buena parte de la humanidad.


La obra póstuma de un suicida


La novela en que se basa el film, no es cosa, pues, que deba soprendernos. Cuando se habla de Ernest Hemingway no es posible disociarlo de la aplastante inflexibilidad del destino. Raramente los personajes de sus relatos se retraen a la excepcionalidad social de las intrigas melodramáticas entre ambientes populares, como puedan ser las calles de París y sus bohemios barrios latinos, la Guerra Civil Española, sus fiestas multitudinarias, sus tardes de toros, para acabar como antihéroes de perfil trágico que, tras quemar inútilmente sus vidas en busca de una siempre imposible felicidad, se precipitan de forma también invariable a través de la aventura, por entre algún turbio pintoresquismo, visión lírica o concepción "roussoniana" del paisaje lejano y exótico que les acoge al límite de su existencia, ya enfrentados al fracaso final que jamás habrá de construir una nueva vida; muy coherente con los tintes sombríos o lo que se pudo muy bien llamar el axiomático determinismo pesimista que acabó por convertirse en la involuntaria profecía del propio drama interior del escritor. Y cuyo ropaje literario, en su última etapa, recubierto por una negra prosa, bien que de extremado lirismo, que contemplara problemas insolubles, le llevaría a proscribirse de la sociedad y arrastrar su polémico espíritu de artista nómada, periodista aventurero, y noble personalidad, insobornable y depresiva (habiéndosele detectado ya los primeros síntomas de alzheimer), desde el probable convencimiento de su ya inmediata improductividad creadora, a volarse la cabeza (voluntaria o accidentalmente, dada la ausencia de una explicitación del mismo por medio de la consabida nota de suicidio) con su propia escopeta de caza, el 2 de julio de 1961 en Ketchum, Idaho. Había nacido en Oak Park, Illinois, el 21 de julio de 1899. Y en 1953 obtuvo el Premio Nobel de Literatura por el conjunto de su obra.

Novela póstuma. Último examen crítico de los grandes problemas que ensombrecen los rostros del mundo. Y súbito despertar a la amarga realidad de una soledad que siempre acaba por convertirse en un hábito inconsciente, como escalones que conducen al vacío y por los que tantos hombres se aventuran cerrando sus ojos, sin prestar oído a los murmullos dolorosos que tejen y propagan esos duendecillos blancos de la ciega satisfacción, pero que siempre tratan de estimular el pensamiento de cualquier criatura humana sobre este planeta, despertando incluso a ciertos caracteres endiablados, no por ello menos deprimidos y propensos al suicidio, que se creyeron definitivamente dormidos, y que en algún oculto rincón de su corazón aún guardaban la valía y la cualidad de todo amor. Los duendecillos siempre acaban por echarnos la zancadilla, viven al débil resplandor de los recuerdos, y terminan potenciando la angustia opresiva que bucea en las causas y razones que, tras haber podido convertir, tiempo ha, la existencia humana en un valor estable (aunque poco perdurable; así sucede siempre) al amparo de los sentimientos, hicieron posible esa llamada pérdida de valores. Conocerá así el hombre una nueva soledad inesperada, extraña, aunque acumulada durante años en su corazón, y este conocimiento, antes desechado, le hará sufrir.


Los hijos


Bimini, en las Bahamas, 1940. Thomas Hudson, frente al himno panteista que le ofrece la Naturaleza salvaje de la isla, jamás revuelve en sus viejos recuerdos. Frente al aire amenazador que conlleva el estallido de la II Guerra Mundial, Bahamas se encuadra en su aspecto sumergido, extraviado del mundo. Entre aquella calma soñolienta que arropa el olvido, Thomas vive sus noches de francachela, bebe, diseña esculturas que adquieren y pagan algunas galerías neoyorkinas, y se retrae de su ruina y confusión, como un presidiario en el paraíso, surcando los resplandores verdosos y azulados del mar, refugio hasta entonces de turistas, en busca de ese mundo extraño y estimulante que proporciona la pesca mayor: el salto majestuoso del Marlin, azul gigante capaz de aventurarse más allá de las grandes barreras coralinas, y cuyas trompa atrapada se dispara desde las excitantes profundidades hacia el cielo, mientras su inmensa cola golpea las crestas de las olas. Varias veces en semana el hidroavión que los une al continente trae el aroma denso y cálido de ese mundo como encerrado en la cárcel sombría de las ciudades, a varias millas de allí. Un gruñido revoltoso y solitario que invade el paraíso. Y aunque los hechos del pasado puedan ahora parecerle a Hudson indudablemente tristes y casi ridículos, las historias de sus dos matrimonios fallidos hallaron una vez refugio en su corazón amante, y cuya riqueza acrecentaron los hijos. No hay una paz comparable a la quietud de las primeras noches veraniegas del año. Los hijos han esperado con impaciencia. La soledad de Thomas se llena de pasos y de voces en el aire estival de Bimini.

Aquel verano fue alegre... Su hijo mayor, Tom, observa el mar, y confesará su deseo de enrolarse en las Fuerzas Aéreas (R.A.F.). Por la mañana, bajo la gran claridad estival, los duendes del mar habían arrastrado hasta la playa restos de destructores torpedeados por los alemanes. El cadáver de un joven parecía batirse todavía con las olas en un débil y desesperado ir y venir, atrapado como un muñeco en una especie de siniestro bailecillo acuático. La brisa ardiente trajo el olor pútrido de las iniquidades bélicas hasta el porche. Thomas Hudson tuvo un presentimiento de lo que iba a ocurrir.

Poco después de la marcha de sus hijos escribirá: "Queridos hijos, me alegró recibir vuestras cartas. Las cosas han cambiado mucho desde que estuvisteis aquí. La guerra sigue pareciendo lejana en la isla, pero también más cercana. Ahora pasan por aquí más refugiados. Los alemanes hunden muchos barcos entre aquí y Florida. A veces, por las noches, se ve cómo arden. A menudo, dos o tres a la vez. No hay barcos ingleses ni americanos que hagan nada al respecto... Esta isla es un lugar magnífico. Pero, sin vosotros, la casa esta vacía. Creo que sé casi todo lo que se puede saber sobre vivir solo. Y he sabido lo que es vivir con alguien a quien quieres... y que te quiere. Siempre os he querido, chicos... Os instalasteis en una parte de mí que, cuando os fuisteis, quedó vacía. Cuando estuvisteis aquí sentimos lo que es la felicidad. Por la noche me siento solo. Pero sé que la soledad es sólo una etapa en el camino, hasta que regreséis. Con todo mi amor, vuestro Padre"


La mujer


Thomas, durante semanas, anda de un lado para otro con aire ausente. Bebe. Sobre su desconcierto asoman los recuerdos; la constatación, por primera vez en su vida, de una soledad estremecedora. No desea someterse, sin embargo, a la alternativa tristeza de hallarse abandonado en el mundo. Y el mar, como un eco que le recordase sucesos acaecidos cuando no estaba él, sigue repitiendo palabras. "huida" "libertad"... Y en algún lugar de la noche, los principios perdidos de su historia se albergan dolorosamente entre evocaciones soñolientas. La luz de la luna muestra su rostro ceñudo y ensombrecido a lo largo del inmenso oleaje marino, sobre cuyas pezuñas la guerra resalta todo el horror de sus crímenes. Y la isla le atormenta; guarda recuerdos; el peregrinaje de sus muchos pecados. Pero su sitio está en ese penal para el resto de su existencia. Y el mar repite ahora la palabra: ¡penal!... ¡penal! Y en un momento de la mañana, después de dar una vuelta por el pueblo, vuelve al café, aroma denso, cálido. La amiguita de turno que se acerca a él, siempre comprensiva. Y el sol otoñal de las Bahamas que arrastra aún, sin vacilar, el color dorado y profundo de su fuego; y se queda a la puerta del bar, como esperando iluminar a alguien que llegase por allí. En efecto, al cabo de un momento, ¡una imagen inesperada se acerca: ¡Audrey, la madre de Tommy! Premonitoria brisa de tragedia. Permanece frente al porche, atisba y se va. Hay algo infantil en la satisfacción de Thomas cuando sale a su encuentro. La mañana abrasa. La recién llegada le observa. Sus ojos pardos y curiosos, parecen sonreir, sin enojo, medio cerrados bajo el peso revoloteante del polvo que se queda prendido entre los rayos solares. Pero son ojos cansados, que arrastran una carga desconocida. Ojos que delatan ya cierta edad, circundados por las sombras violáceas y las primeras arrugas acusadoras del tiempo: "¡Hola!,... he ido a tu casa... ¿Cómo has llegado aquí? En el avión de la mañana. (Audrey señala el bar) ¿Vas a pasar el día en ese sitio?... Iba, pero acabo de cambiar mis planes. Bien... ¿Puedo ofrecerte un paseo a casa?... ¿Quién era tu amiga, la del bar? Sólo mi amiga, la del bar... ¿Cuánto tiempo puedes quedarte?... Un día, a lo mejor dos... (Una vez en casa)... Me han dicho que ya no pintas, ¿es verdad?... ¿Aún me quieres?... ¿No he dado muestras de ello?... ¡Sí!, ¿Y yo?... ¿Crees que con hacer el amor a una mujer es suficiente? No piensas que ella quisiera estar orgullosa de ti. Ni en los pequeños detalles. Te encerraste tras ese muro tuyo. Un armazón que construiste para que no entraran intrusos. ¿No podías mostrarte más necesitado? ¿Hacerme sentir querida, necesaria?... ¿Has venido a darme una lección de moralidad?... No... ¿Querías mi aprobación sobre tu matrimonio con ese capullo militar?... ¿Me pones otra copa? (rostro compungido de Audrey. Brindan.) Por nosotros, por todos nuestros errores y nuestras pérdidas. ¡Tom! (le abraza) Siento haber dicho esas cosas. ¡Cómo fuimos tan estúpidos!... ¿Puedo beber otra cosa? ¿No hay vino en la casa?... Voy a ver. ¿Has tenido noticias de Tommy?... Sí (mirada terebrante de ella) ¿Recuerdas cuando no sabía hablar nada de Inglés? ¿Lo pobres que éramos en París?... ¿Me pones ese vino?... Claro (Al fin Thomas se da cuenta, se pasa la mano por la nuca, un escalofrío recorre su columna vertebral) Está muerto, ¿verdad?... (mirada llorosa de Audrey) Sí... ¡Tommy! (Corre hasta él, y se abrazan)..."


El viaje


La tarde. Thomas, tras la marcha de Audrey, dividido entre dos emociones: reproche hacia sí mismo y desesperación. "Tom, ¿no quieres nada? (su eterno compañero y colaborador Joseph. Un sollozo) ¿Por qué mataron a Tommy?... (Tom, con amargura) ... Supongo que básicamente soy un hombre muy estúpido. Llevo aquí todo el día queriendo pedir perdón a alguien, deseando que no hubiera pasado. Deseando tenerle siempre. Es una tontería. No puedo tenerle. He de dejarle ir. He de recordar cómo era, y darle por perdido. He de hacerlo tarde o temprano. Quería hacerlo ahora. Pero no puedo..."

Los refugiados judíos siguen llegando a las Bahamas, con la esperanza de alcanzar las costas cubanas. Tom se sume en la honda abstracción de que su existencia carece ya de todo sentido. Le obsesionan las sombras de la casa vacía. Rehuye los sueños que ahora nublan su inteligencia. En su nueva huida, basta un ligero equipaje, un único camino que habrá de alejarle del veneno insinuante de sus recuerdos. Inicia una travesía de contrabando. Para comprender sus nuevas razones, ha de tener en cuenta el escaso valor de la vida humana. Y no titubeará en tomar el sentido contrario a la esperanza. Amarga confusión que espolea un ansia de venganza. Pulgada a pulgada, se abren ante él los peligrosos canales que dan acceso a la isla cubana. Respiraciones jadeantes en el reino del silencio absoluto. Thomas abre camino a través de los pantanos a un grupo de emigrados judíos. Pero el pantano, perseguido por las vigilantes lanchas cubanas, no es más que el cepo capaz de matarlo cuando quede atrapado en él...

Naturaleza y esencia de un resplandor: ¡los niños... Audrey... aquel punto central y cálido del tiempo... casi parecen reales... "Te esperamos, Tom"... Ensueño creador sobre el que se asienta su último adiós...






Mi secuencia



El último verano. Un gigantesco tiburón tigre logra sortear la barrera coralina, y penetra en la zona cercana a la playa donde los niños toman un baño. El alcoholizado Eddy, entrañable compañero de francachelas de Thomas, y cuya amistad se significa como único ungüento misterioso capaz de arrancarle de sus postraciones borrascosas, ojo avizor desde la motora advierte la presencia e inminente ataque que el gigantesco y feroz escualo intenta perpetrar en la persona de Tommy, próximo a él. El sol lanza su abanico esplendoroso sobre la calma marina, que le devuelve su cegadora refulgencia azulada. Thomas, la cara muy pálida, apunta con su rifle, y siente ese terror trémulo que se apodera de sus manos siempre que se halla agitado. Los niños gritan. Los dos disparos de Thomas pasan de largo, mientras el monstruo trata de cercar a Tommy. Un nuevo disparo seguirá al de Thomas. El alcohólico Eddy paraliza la conmoción reinante. La certera detonación de su rifle detiene, despanzurrando al tiburón tigre entre un baño de sangre, su dentada boca, inflamada por una terrorífica voracidad. Thomas y Eddy se hablan interminablemente con los ojos, mientras una algarabía de gritos triunfales secunda el alterado ritmo del baño de los muchachos...



Directed by:

Franklin J. Schaffner: había nacido el 30 de mayo de 1920, en Tokyo -Japón- donde sus padres, misioneros protestantes norteamericanos, llevaban a cabo sus prédicas y captaciones evangelistas. Pocos años después regresarían a EEUU. Dejó sus estudios de Derecho al estallar la II Guerra Mundial. Involucrado en el conflicto bélico, del que, afortunadamente, salió ileso, se estrenaría como documentalista de televisión. En los años 40, 50 y 60 realiza episodios de "Studio One", "Tales of tomorrow", y "Startime". Debuta en el cine en 1963 con "Rosas perdidas" que interpreta Joanne Woodward. Charlton Heston se convierte en su actor fetiche, tras el éxito mundial de su célebre adaptación, en 1967, de la novela de Pierre Boulle "Planet of the Apes" ("El planeta de los simios"). Tres años antes había rodado las aventuras medievales "The Lord of war" (El señor de la guerra) y "The lovers", ambas con Heston. "Patton", 1970, rodada en España, con George C. Scott, conseguiría siete premios Oscar de la Academia, entre ellos "mejor película", "mejor director" y "mejor actor". "Papillón", 1973, contó con un estupendo guión de Dalton Trumbo, basándose en la novela autobiográfica de Henri Charriere. Steve McQueen ofreció en dicho film una de sus más memorables interpretaciones. Para "Nicolas y Alejandra", de nuevo en España, dos años antes, en 1971, y nominada al Oscar como mejor película del año, se basó en otro "best-seller", esta vez de Robert K. Massie, y contó con dos excelentes actores teatrales, (además de un reparto de lujo) Michael Jayston y Janet Suzman. Fue una extraordinaria e inolvidable recreación de la Revolución Rusa y el posterior asesinato de los Romanov. Seguiría su excelente y emotiva versión del relato póstumo de Ernest Hemingway, "Islands in the stream", en la que George C. Scott logra transferir toda la sobriedad que siempre caracterizó su carrera a los mejores recursos interpretativos del drama. En 1982, a petición del mismo Luciano Pavarotti, rodó con él "Sí, Giorgio", una fallida comedia romántica, cuya única originalidad residía en el placer de poder disfrutar de la extraordinaria voz del gran cantante. Schaffner fallecería el 2 de julio de 1989, a la edad de 69 años.

with

George C. Scott (Thomas Hudson) : sobrio, experto, complejo. Capaz de hechizar al público (rechazó, no obstante, el Oscar por "Patton") en cada una de sus interpretaciones. Su fuerza resulta perturbadora, pero actúa con la audacia más natural. Se impone en el drama con esa conciencia plena de la importancia psicológica que el paisaje impone sobre la simple y poética renuncia que del pasado hace el personaje, probable alter ego del mismo Hemingway. Pero la moderación de su calidad interpretativa hace creíble la idea de que el huraño Hudson pueda hallarse implicado en ese oculto conflicto emocional del que, aun pretendiéndolo, jamás podrá escapar. Falleció el 22 de septiembre de 1999 a los 71 años, en Westlake Villane, California.


also starring

Claire Bloom (Audrey): bello recital sensitivo de unos quince minutos. Como siempre sus brillantes ejercicios de estilo, vayan en la dirección que vayan, sean de culpa o redención, pueden resultar tan inquietantes como poéticos. Y siempre consigue que (de una forma u otra) ¡nos duela! Hizo del arte interpretativo auténtica cultura, y fue capaz de dejarnos imborrables recuerdos entre los impresionantes rugidos y manifiestos demoledores del "Free cinema". ¡Eterna!





David Hemmings (Eddy): interpretación definitiva de este icono británico de los 60. Paseó su mirada infantil, desconcertante e inquisitiva, como si se hubiese escapado de un escudo heráldico, en el incunable "Blow-Up" del genial Michelangelo Antonioni. Schaffner exaltó en él, ya maduro, alcoholizado, otra belleza del interno desnudo humano en la que poder reafirmarse como actor, ya olvidado: su interpretación de borracho turbulento y bullanguero (capaz, no obstante, de espolear el más entrañable ingenio ternurista con que al hombre le provee el sentimiento de la amistad) resulta soberbia y estremecedora, sin ser jamás caricaturesca. Había nacido en Guildford, Surrey (Gran Bretaña). Falleció el 3 de diciembre de 2003, a los 62 años, en Bucarest, Rumanía.





Los deslices melodramáticos tan caros a Ernest Hemingway alborotaron y embobaron las audiencias cinéfilas de los años 50 con adaptaciones fílmicas rebosantes de intérpretes inolvidables, a los que, prácticamente, convertimos en "Familia" (¡feliz y desgraciada!) de Mr. Hemingway: Gary Cooper, Ingrid Bergman, Errol Flynn, Tyrone Power, Gregory Peck, Ava Gardner, Susan Hayward, Spencer Tracy, y muchos más, a los que nunca pudimos desligar de sus estelas bélicas, festivas, africanas y caribeñas. "Islands in the stream" es sin dudarlo la mejor herencia que nos dejara, a través de la literatura y del cine, este implacable fustigador de los vicios (en todas sus vertientes) de la sociedad burguesa norteamericana en su éxodo mundial. ¡Bella hasta el delirio!

¡¡Y el "sound-track" de Jerry Goldsmith la mejor utilización dramática de ese "sonido imprescindible" al que llamamos música!! Uno de los más extraordinarios testimonios evocadores de un paisaje soñado, al que sus melodiosas notas dan vida única, y por entre el cual se enlazan sin fin.


 

sábado, 14 de junio de 2008

APOCALYPTO


                           Selva

  
Anchura infinita de la contemplación. La jungla bebe del hontanar primigenio, corre abierta para todos en su pureza secular. Es como una conciencia vegetal, incorporada a la carne de los seres vivos, porque destiló de las altitudes de un universo sin dueño. Y en sus lindes nace el mar... Tras la caza del tapir, sanos de cuerpo y espíritu, una partida de cazadores, exhaustos, holgazanean a la sombra de los altísimos árboles del bosque, una maraña gigantesca que se ve abrazada por toda suerte de enredaderas, entre una floresta de vivos colores.


Pobladores de las Indias, fascinantes y extraños. Su maya yucateco suele dar rienda suelta a ideas atolondradas, malentendidos y risas burlonas. Garra-Jaguar, hijo de Cielo de Sílex, cacique de la aldea, procede al reparto de la presa abatida: "El corazón del tapir para Rana de Humo; el hígado para Nariz Aguda; para Hoja de Coco las orejas, y para ti Flojo los testículos... ¿Es necesario? (risas) Sí, es necesario tomar varias veces testículos de tapir si deseas procrear" Nunca los comiste. Tras el intento de devorar las crudas vísceras, una arcada. Flojo descubre la broma entre nuevas risas de sus compañeros...
Tierras perdidas en el confín del mundo que ofrecen el espectáculo más fabuloso que imaginarse pueda. Un muro de belleza levantado frente al mar. Todo nuevo para el entendimiento humano, y de tan sublime magnitud que es maravilla ver los vivos colores de los pájaros, de las flores, gulusmear las fragancias de las frondas, extasiarse en la contemplación de criaturas que todavía no han recibido nombre, tan extravagantes en sus formas que bien se las podría tomar por monstruosas si no fuese porque su misma pequeñez, que se oculta y avanza con esfuerzo en la espesura selvática, las dota del desasosiego instintivo de la prudencia más asustadiza... Repentinamente, entre la hojarasca, se mueven sombras. Hombres mujeres y niños que piden paso, y hablan de la terrorífica devastación de sus poblados que también se alzaban junto al mar.
Duende de la jungla, ave sagrada de los mayas, el quetzal de colorido deslumbrador, escurridizo habitante que se refugia en la frescura de la espesa opacidad, en la belleza de esa selva regada por los rayos del sol, entre sonidos que parecen retablos de algarabía, cantigas de hermosura incomparable de aves de largas colas que se prenden en el fulgor de sus coloridos, y de picos endurecidos cuyas lenguas de cimbalillo parecen imitar la voz humana. Santuario de vida silvestre. El maya jamás ofende ese orden y esas leyes de la Naturaleza. Acampa a la vera de las hojas grandes y carnosas, no habla de sus temores, se mueve con donaire y fortaleza, no siente pudor de mostrar sus intimidades, y en el velo de las sombras su piel parece esculpida en madera, tal es su tersura y su brillo. 







 
Garra-Jaguar, ya frente a la linde del poblado, tallado en la lumbre de la tarde, intranquilo, renueva sus recelos. Recuerda a los huidos, sus rostros trasmudados por el miedo, y observa a su padre como si él hubiera de ofrecerle esa respuesta ya escrita de antiguo: "El miedo que has visto en esa gente del bosque pudre por dentro. El miedo es una enfermedad. Repta por el alma de quien lo contrae. Y ya ha perturbado tu paz... No te he criado para verte con miedo. Arráncalo de tu corazón. No lo lleves a la aldea"... Un pueblo que no siente sus fundamentos en la verdad de la Naturaleza, siempre será nómada. Pero al hombre maya le arrebata el placer de poseerla, y por eso, cuando se reúne junto al fuego, la voz del narrador se convierte en la voz del mundo: "Cuenta la fábula que cuando el hombre llegó a estas tierras quiso tener buena vista, y el buitre le concedió la suya; quiso ser fuerte y astuto, y el jaguar le obsequió con su pujanza; quiso correr sin cansarse, y el venado le prestó sus piernas; quiso adivinar la llegada de las lluvias, y el quetzal le dijo: yo te avisaré con mi canto sagrado; quiso trepar a los gigantescos árboles, y la ardilla le otorgó sus uñas; quiso conocer las plantas medicinales, y la serpiente le contestó: ¡ah!, eso es cosa mía, porque yo las conozco todas, y te las marcaré en la selva. Así fue con todos los animales Ahora el hombre sabe mucho y puede hacer muchas cosas. Y el búho comentó: ahora el maya sabe más cosas, y puede hacerlo todo, merced a nuestra ayuda, pero sigue desconociendo la prudencia frente a la insidia de otras criaturas humanas que también habitan esta selva terrible, y acrecentaron su entendimiento porque no olvidaron a la araña, que les concedió el don de la desconfianza... De pronto sintió miedo. He visto en el hombre un agujero profundo, como el hambre que no se puede saciar. Es lo que lo hace triste y lo que hace que cada vez quiera más. Seguirá cogiendo y cogiendo. Y eso lo entristece, y provoca sus carencias, hasta que un día el hombre diga: ya no soy nada, y nada tengo que dar..." Ladra un perro.
 

                                             Incursión

                                                             


Vuelve el sol a buscar sus pasadizos a través de aquel colosal templo de vegetaciones. Pronto el calor y la humedad hacen que el aire resulte pesado, y que cada movimiento madrugador en el poblado maya se acompañe de jadeos y sudores. Pero el indio sabe también mostrarse indiferente al rigor de la selva. Garra-Jaguar se despereza silencioso entre esa quietud que les circunda. Cruza miradas con su dulce esposa embarazada, Siete, y con su dormido pequeñuelo, Paso de Tortuga. A través de una angustiosa duermevela cree verse observado por un hombre: ¡el proscrito del bosque!
Una mirada y una exclamación horrendas: "¡¡Corre!!"... De pronto, pese a no existir poblado cercano alguno, advierte cierta agitación en la espesura. Intuye otros silencios acechantes entre la luz y la oscuridad, entre lo expedito de la aldea y lo secreto de la selva húmeda y cansina. Antorchas en movimiento por entre las frondas. Un miedo creciente lo atenaza. Y podrá leerlo, con la misma claridad que lo siente en lo más profundo de sus entrañas, en los ojos de otros habitantes del poblado que no tardarán en despertar. El temor, cuando es callado, cuando no es violento, es como una garra invisible que, aunque el hombre no quiera, insiste en oprimirte el corazón y clavar sus uñas en la entereza más proclive al valor. Es la máscara que no pretende despertar el espanto en tus semejantes, y que encubre el miedo con el escrúpulo del héroe que tirita, aunque se apreste sin dudarlo a la mayor de las hazañas.



Un gran estruendo. La ferocidad que posee a los indios. Una expedición de captura contra los asentamientos indígenas encabezada por el bárbaro fanatismo de Cero Lobo. Para desventura de la aldea de Cielo de Sílex, la lejana Tikal demanda varones vivos para ser sacrificados a la ferocidad insaciable de Kukulkan, gran dios de la mitología maya, y mujeres para su venta como esclavas de los mercados frente a los que se levantan las paredes, pasadizos, y escalinatas sanguinolentas de las pirámides de Tikal. Griterío y llanto. Resistencia desesperada y tenebrosa. La muerte cumple gran parte de su obra y de su signo de infortunio frente a la red que la selva teje. La mocedad india responde al horror que impone la taumaturgia reverencial hacia Kukulkan, la Gran Serpiente Emplumada. Tarea inútil, porque tras ella la maraña selvática, entre la que rebulle el amenazador y terrorífico rostro del fanatismo de carácter divino de la destructiva Tikal, deja tras de sí los cuerpos sin vida de los mayas hermanos, muertos en la ribera del poblado.

Garra-Jaguar logrará ocultar a su esposa y a su hijo en una profunda fosa. Después queda el silencio... Pero el tunkul selvático habló, tiempo ha, de una profecía: "Aquel que mandó hacer el camino en la jungla que conduce a Tikal, Uxmal, Kabán o Uaxactún, tirano y verdugo que derrama la sangre del hermano maya, que cree acatar la voz de sus crueles dioses y es sordo al llanto de los hombres, desdeña al humilde hijo de la selva, confía ciego en los poderosos ensangrentadores de pirámides, verá sobre su cabeza el cocoyol (fruto de hueso muy duro), y será muerto al primer golpe. Porque otros dioses más poderosos, de cabeza tan brillante como la caona y brazos de fuego, acabarán por gobernar a los caciques y dioses que hoy nos rigen. Y sus presencias vibrarán a lomos de monstruos desconocidos para el indio maya, y será mucho su enojo, que alimentará con su terrible lumbre ignorada. Y por nuestra herejía, estos nuevos dioses destruirán Tikal, Uxmal, Kabán y Uaxactún"
Kukulkan toma lo que le place, su espíritu colérico se remueve en las selvas, nada le impide destruir poblados; habla en nombre del universo, previene su ceremonia con el trueno y el espanto que causan sus flechas y azagayas, sus verdes puñales de obsidiana que cercenan el pecho humano en busca del corazón, señal de su poder. Y viste al cacique de Tikal, cual espectacular vanagloria de horror y belleza, con un esplendoroso penacho confeccionado con plumas de guacamayo o del sagrado quetzal, reviste su rostro y los lóbulos de sus orejas con monstruosos símbolos de jade; su espíritu y cuantos rasgos esenciales crean el vínculo antropológico de su devoción a su dios con la "caona" (oro) con que Kukulkan sabe dispensar a los hijos de la tierra, y acabará alimentándose, casi insaciablemente, con la sangre de los vencidos.
Otros confines, y a lo último toda la creación del mar. La cuerda de cautivos, sujetos sus cuellos de forma horrible con sogas junto a la larga horquilla de gruesas cañas, se interna en el contorno selvático. El recuerdo del poblado ha quedado recogido y apelmazado en ellos como su sangre. Derretido en la tierra roja y feraz del bosque, desamparado y yermo tras la evocación de la muerte. Tan sólo el eco virgen del llanto de los niños, cuya pureza respeta el maya, una vez abandonados a su suerte entre los humos de los estercoleros quemados del poblado, queda hincado en la eternidad verdeante de la jungla, multiplica sus voces como balidos ajenos a la matanza, y rasgan los helechos y arboledas con la fonética resonante de su impotencia, de su angustia, aventurándose como pajarillos en seguimiento del estremecido silencio de los cautivos, suplicando y pronunciando nombres, entre lágrimas de congoja, que únicamente escuchará ahora el agua torrencial y bullente del río en que sus padres se pierden para siempre.
.




Los gemidos infantiles se van deshaciendo como una niebla entre la lobreguez enmarañada de la selva: "Gentil Ixchel, dulce madre de la merced, ampáralos del peligro", dirige hacia los niños su última mirada, vigilante y ancha, el alma dolorida de una madre, que ya no podrá volver a adormecerlos jamás en su regazo desnudo, mientras las lágrimas resbalan desde sus órbitas temblorosas. Jornada de horrores, vibran los espinazos cautivos, arrastrados por su cadalso de cañas. Volver los ojos del recuerdo hasta el poblado lleno de sol poniente es volver a ese pasado que ya no les pertenece.
 

Profecía

Otra aldea incendiada se amontona en el camino. Una niña enferma (probablemente de lepra) recaba ayuda y es rechazada con repulsión por la conciencia guerrera de los captores. Su mirada les atraviesa como el aguijón maligno de un cuento nefando. Garra-Jaguar y la niña se observan mutuamente. Su cabello negro, las pústulas de su rostro, los ojos felinos, diabólicos, revelan la sabiduría o la malicia de los hechizos. Y en todos, captores y cautivos, como a muertos rasgados en trozos, hunde el dardo afilado y venenoso de su vaticinio: "Te doy miedo..." (al guerrero que la rehuye). Todos vosotros deberíais tenerlo. Vosotros los malvados. ¿Te gustaría saber cómo vas a morir? (a otro de los captores) El tiempo sagrado se acerca. Guárdate de la oscuridad del día. Cuídate del hombre que traiga un jaguar. Considéralo renacido del barro y la tierra. Pues el que te lleva condenará el cielo, y aniquilará la tierra. Te aniquilará a ti, y consumirá vuestro mundo. ¡Ahora está con nosotros...! (grita la niña ya en la distancia, mientras los guerreros mayas prosiguen su marcha, temerosos, pero sin comprender el significado de aquellos presagios) ¡¡El día será noche, y el hombre jaguar os conducirá a vuestro fin!!"...




                                                 TIKAL



Tikal entre una convulsión de cuerpos semidesnudos. Miseria y horror al atravesar las minas de cal. Más allá las arquerías del mercado, ondulante de rostros femeninos, tatuados por misteriosas escamas de jade, ornamentados sus cuerpos por la pedrería verdosa de la obsidiana. Un hervidero de plumones multicolores, entre paños recamados, que se tejen y tiñen incesantemente, y que cuelgan entre las pilastras y los toldos, bajo los que se acomodan las esclavas prostituidas, y se amontona la abigarrada plebe. Un rebullicio de pordiosería, de regateos entre clientes y tenderos, de jornaleros que encalan edificios, de cuerpos enjoyados entre perfumes litúrgicos, inmundicias y sebos, a los que se mezclan los sudores del torrente humano.

Y el zócalo terrorífico donde resuena la multitud que se amontona frente a la mansión rojiza, escalonada, de la gran pirámide de Kukulkan, que exige sus sacrificios. El ritual pavoroso reúne sobre la grada el sagrado ara sanguinolento, al sacerdote sacrificador, las bandadas de siervos y guardias, los cortesanos, el hechicero convulso, y al gran cacique, su reina e hijo, convenientemente ataviados para la ocasión festiva. Las mujeres serán vendidas en el mercado de esclavas. Los varones, embadurnados ritualmente de tinte azul por las sacerdotisas, atravesarán los túneles de la gran Pirámide, cuyas paredes ofrecen las representaciones previas al sacrificio: hileras de prisioneros pintados de azul. Cuerpos mutilados, cuyos corazones han sido extirpados con el terrible cuchillo de obsidiana, y sus cabezas cercenadas arrojadas al vacío de las escalinatas ensangrentadas (y atrapadas con redes por el gentío fanático y enfebrecido), junto con sus troncos fragmentados. En derredor miles de cabezas ensartadas en las azagayas, el aciago rugir de los hombres frente a las rampas piramidales, y madres que embadurnan a sus hijos con la sangre de las víctimas.



Y frente al suelo litúrgico de Tikal ruge de nuevo la voz astuta del sacerdote-verdugo que manipula el bracear exaltado de la multitud, y las somete a las sentencias proféticas de su poder terrenal: "Son días de gran lamento. La tierra tiene sed. Una gran plaga infesta nuestros cultivos. El látigo de la enfermedad nos aflige a capricho. Dicen que esta penuria nos hace débiles. Que nos hemos vaciado. Que nos pudrimos. Gran pueblo del sol. Yo digo que somos fuertes. Somos un pueblo con un destino. Estamos destinados a ser amos del tiempo, a estar cerca de los dioses. ¡Poderoso Kukulkan, cuya furia podría arrastrar a esta tierra al olvido! Permítenos aplacar tu ira con este sacrificio. Para exaltarte en tu gloria. Para que nuestro pueblo sea próspero (Rana de Humo a punto de ser sacrificado) ¡Guerrero valeroso y voluntarioso, con tu sangre renuevas el mundo, de edad en edad! (El cuchillo de obsidiana cae sobre él) ¡El corazón de Dios!...
 



                                              Eclipse


Seguirá Hoja de Coco, y Garra-Jaguar, sumido en el horror de cuanto presencian sus ojos, se siente alentado por el recuerdo de su mujer e hijo, y una vez sobre el ara sacratísima, el cuchillo de obsidiana ya en la vertical de su pecho, presiente que su sacrificio no será llevado a efecto. Cierto, el sol se oscurece de repente. Confluyen lo secular y lo sagrado. Se produce un eclipse total. Connivencia entre las miradas del cacique y el sacerdote. El fenómeno astronómico era esperado, dados los conocimientos de astronomía del pueblo maya. Kukulkan, tras el prodigio, desea poner fin al revulsorio de su abominación. Bajo la oscuridad, se exaltan los murmullos pusilánimes de la muchedumbre, pero ningún griterío."Ahora no" El corazón de Garra-Jaguar ha recibido la indulgencia de un Kukulkan ahito. El sacerdote matarife mira hacia el cielo con aire artificioso. Y una vez recobrada la inocente luminosidad solar, procede a una nueva argumentación en la que consolidar su poder y control sobre la aterrorizada población de Tikal: "El pueblo del sol no teme. ¡Regocijaos! Kukulkan se ha saciado de sangre. Hemos calmado su sed. ¡Gran dios muestra tu complacencia! Que tu voz vuelva a nosotros"... Cero Lobo, ante este hecho fortuito que detiene la carnicería, inquiere al sacerdote: "¿Qué hacemos con los cautivos?..." El gran zócalo bullente participa del entendimiento dinámico con que los ha beneficiado su dios. Pero la voz del verdugo se encaja como una losa de tiniebla y tiempo entre los ojos oblicuos y tirantes de Cero Lobo: "Deshazte de ellos"...






                                                Huida


La cancha o estadio de Tikal. Los prisioneros son liberados de sus ligaduras. Tras el maizal cultivado más allá de la cancha, la libertad del bosque para quien sea capaz de salvar la distancia que le separa de la planta rectangular del estadio; el solitario horizonte que podrá salvarlos si, milagrosamente, rehuyen las flechas y azagayas de sus captores que se precipitarán sobre ellos al primer impulso de huida. El único botín de la barbarie, tras las ejecuciones de los inocentes, será, como siempre, el triunfo de la sangre. La carrera, el tormento, la muerte: un monstruoso fruto que no conoce la indulgencia.

El hijo de Cero Lobo ejecutará a todo aquél que consiga alcanzar el final de la cancha. En el tercer recorrido, Flojo es alcanzado por una azagaya, Garra Jaguar por una flecha que logra arrancarse, y en la perpetua excitación de la lucha a muerte, el verdugo hijo de Lobo halla su perdición: su oficio consiste en matar, pero Garra Jaguar, ayudado en su postrer adiós por Flojo, lo apuñalará con la obsidiana ensangrentada. Finalmente, el maizal, el muladar de los cadáveres putrefactos sacrificados a Kukulkán, y ¡¡el bosque!!...


La muerte del hijo profana el santuario sanguinario de Cero Lobo. Una aulladora desbandada se precipita en pos de Garra Jaguar. He aquí la furia y su inútil lenguaje en los parajes bárbaros de la tierra. Los blasfemos impuros de Tikal que desangran la pureza de la selva, morada de Ek Chua, padre del jaguar.




Pero el reino del bosque no ignora la presencia de Garra Jaguar, que acabará arrojándose por la gran cascada, y tras sobrevivir, desafiará a sus perseguidores, para que penetren en la selva y se le enfrenten allí: "¡Soy Garra Jaguar, hijo de Cielo de Sílex! Mi padre cazó en este bosque antes que yo... Soy cazador. Este es mi bosque, y mis hijos cazarán con sus hijos cuando yo me haya ido. ¡¡Vamos!!" Todo está en manos de su juventud valerosa.

 



La floresta es el aposento de su fuerza: el jaguar negro, cuya carrera dirigirá hacia sus enemigos, la corteza del gran árbol que paliará la pérdida de sangre de su herida, las serpientes implacables: "¡Poderoso Ek Chua, te suplicamos el perdón por invadir la tierra de tu hijo, el jaguar!" (exclamará uno de los guerreros empozoñados por una mordedura, recordando el vaticinio de la niña leprosa), las abejas silvestres, las trampas mortales del pantano, las ranas venenosas en cuya sangre hundirá sus pequeños dardos, y que lanzará sobre sus enemigos: uno a uno irán siendo eliminados por Guarra Jaguar. A Cero Lobo le desgarrará el descortezamiento puntiagudo e infalible de la oculta trampa de tapires que, en su huida, interpone Garra Jaguar.

                                        Extraños dioses


Garra Jaguar será alcanzado por sus dos últimos perseguidores en una playa cercana al destruido poblado. Frente a la espesura, placentera en su sed de lluvia, el ímpetu asesino cesa en su furor, y posa sus ojos en cuatro inmensas carabelas que fondean en la bahía: la profecía del tunkul selvático. "Otros dioses más poderosos, barbados, de cabeza y cuerpos brillantes como la caona y brazos de fuego, llegarán a nuestras sagradas tierras mayas en monstruos desconocidos. Conquistarán estos bosques y gobernarán a nuestros caciques. Derribarán a los dioses que hoy nos rigen y destruirán Tikal"...

Tras lograr huir de sus perseguidores con la llegada de los extraños dioses, Garra Jaguar logrará salvar a siete (cuyo parto tuvo lugar bajo el agua, y al pequeño Paso de Tortuga, pese a que la intensa lluvia amenaza con inundar la fosa.
                                              

Arriba, en los márgenes distantes de la jungla, liberada de la fosa su familia, Garra Jaguar huye del contacto con los nuevos descubridores de Indias, navegantes de la mar Océana: "¿Qué son?", pregunta Siete, observando las naves. "Traen hombres", responde Garra Jaguar. "¿Vamos con ellos?"... "Vamos Paso de Tortuga" "Tenemos que ir al bosque, a buscar un nuevo comienzo", decide el Hijo de la Selva.

Un creador controvertido 






Mel (Columcille Gerard) Gibson, aunque criado en Australia, había nacido en New York el 3 de enero de 1956. Su padre, Hutton Gibson, aseguraba que sus orígenes se remontaban hasta un santo irlandés del siglo V. La familia Gibson se trasladó a Australia en 1968. Mel tenía doce años. La emigración se debió a las protestas esgrimidas por Hutton contra la guerra del Vietnam, dado que sus dos hijos mayores corrían el riesgo de ser reclutados para la misma. La devoción religiosa de Mel Gibson ha formado uno de los más turbios y críticos caldos de cultivo en su existencia. Siempre se ha declarado Católico Romano, y en su adoctrinamiento fanático planea un sentimiento de extraña fascinación que le obliga constantemente a erigirse en arquetípico exégeta, comprometido con cierta actitud dominante de iluminado predicador, ante la máxima "Extra Ecclesiam Nulla Sallus" ("No hay salvación para quienes están fuera de la Iglesia"). 

Pese a todo, asegura no haber desaprobado jamás las creencias anglicanas de su esposa Robyn Moore: "Ella reza, ella cree en Dios, conoce a Jesús, es mejor que yo,... es mi Roca de Gibraltar, pero más hermosa". Del matrimonio han nacido nueve hijos.






        "The Passion of the Christ"








En el año 2004, Mel condenó todo financiamiento estatal de las investigaciones sobre células madres. Se opuso a la clonación y a la destrucción del embrión humano. Y en 2005 expone, en un programa radial de Sean Hannity, su impugnación más férrea a la eutanasia, a la que llama "asesinato por sanción estatal". Cimenta su adhesión por la pena capital, la cual, según Gibson, está permitidia por la doctrina tradicional de la Iglesia Católica Romana. Al rodar "The Passion f the Christ" ("La Pasión de Cristo"), -dialogada en arameo- aseguró que se sentía cautivo de una iluminación interior propugnada por el Espíritu Santo: "Una señal de Gracia, tan clara como la luz de un semáforo. Yo hacía la película mediante Él... Yo simplemente dirigía el tráfico". Criticado por todos los sectores judíos de Hollywood, como extremista religioso y antisemita. 


A finales de 2006, fue detenido por conducir ebrio, mientras balbuceaba que los judíos eran los culpables de todas las guerras del mundo. "El horror expresado en "Apocalypto", aseguró en una entrevista, me recuerda al presidente Bush y a sus muchachos en Irak" Mientras rodaba en México donó grandes cantidades de dinero para la construcción de casas en una de las regiones más empobrecidas de Veracruz.












"Mad Max", 1979, y Gallipoli", 1981, fueron los films que lo encumbraron. "The Year of Living Dangerously" ("El año que vivimos peligrosamente"), 1982, de Peter Weir con Sigourney Weaver y Linda Hunt, su interpretación más recordada. En 1985 fue nombrado "El hombre vivo más sexy" por la revista "People". Y en 1995 le sería concedido el Oscar a la "Mejor película y director" por "Braveheart", epopéyica y patriótica exégesis medieval del héroe independentista escocés William Wallace.







                                                                     Intérpretes desconocidos


Rudy Youngblood (Jaguar Paw-Garra Jaguar), nacido el 21 de septiembre de 1982 en Belton, Texas. De ascendencia indio-comanche. Se graduó en la "Belton High School" de Los Ángeles en el año 2000. Desconocía que el casting al que se había presentado le significaría convertirse en el actor principal de "Apocalypto". Una vez elegido, se esforzó en aprender con gran celeridad el maya yucateco. Su interpretación recibió, en 2006, el premio "The First Americans in The Arts". No hay duda de que su personaje de Jaguar Paw, a través de planos consecutivos, ofrece uno de las más impactantes alternancias dramáticas del film, gracias a ese sentido felino con que logra dotar a su indígena maya en su forma más primaria y epidérmica.

Raoul Trujillo (Zero Wolf-Cero Lobo), nacido el 8 de mayo de 1955 en New Mexico. En él confluyen sangre Apache, Mexicana, Franco-Canadiense y Hebrea. Obtuvo su primer trabajo en 1977, como actor y danzarín en la producción teatral "Equus", en Santa Fe. El espectador acusa profundamente el impacto terrorífico de su rostro, como una amenazante sombra persecutoria en la penumbra selvática, merced a los recursos de un maquillaje polémico que, acompañado por una contundente expresividad, le convierten en uno de los prototipos más escalofriantes jamás reflejados en la pantalla de la crueldad humana.

Dalia Hernández (Seven-Siete). Joven promesa mexicana nacida en Veracruz el 14 de agosto de 1985. Admitió que no fue fácil para ella aprenderse los diálogos en lengua maya. "Las jornadas en la selva de Los Tuxtlas resultaron igualmente extenuantes" Mel Gibson la reconoció como un inspirado hallazgo: "Sus rasgos clásicos la convirtieron en la viva imagen de la bella Seven que yo soñaba como esposa de Garra Jaguar".




 


 



Sombras tras la luz. El alma de los indios, si es que el alma existió alguna vez, también supo poner coto privado a sus libertades, y trató de buscar su redención, pese a que Kukulkan exigió sangre. Jamás volvieron las aguas a su cauce. Llegaron nuevas creencias a entrometerse. Y todo lo perdió de nuevo el indio. Le fue arrebatado por pagano, al tiempo que se empozoñaron sus almas con dudas y falsedades. Kukulkan vibró de nuevo entre la miseria de una nueva fe y la Inquisición.