Uno de los últimos grandes enfrentamientos cinematográficos de todos los tiempos: Charlton Heston y Rex Harrison. Miguel Ángel y Julio II enzarzados en una pugna de propósitos chantajeadores, extorsionistas, y casi casi amorales. Entre un Papa arbitrario y guerrero, y un genio descarado y desgarrador, se cuela este drama de altura, de altura artística, se entiende. Una Iglesia medieval dispuesta como siempre a poner a disposición del Arte sus recintos sagrados. Establecida una colaboración entre los poderes Papales y la genialidad mendicante del artista, se inicia entre ambos una guerra sin cuartel, una auténtica batalla campal que trata de reemplazar la Biblia por el clasicismo más desnudo. El Renacimiento abre así sus puertas a una especie de ascetismo de la violencia, muy alejado del sentimiento religioso. Pero afortunadamente se mantendrá el tejido conjuntivo de la eventual negociación, aunque esta sea de un fiscalismo opresivo, capaz de comprometer al genio indócil, consiguiendo su rendición total, y arrastrándolo, ¡nada más y nada menos!, hacia la creación del fresco gigantesco de la Capilla Sixtina.
Hechos históricos paralelos, la concepción de la mayor obra de arte mural de la historia, y las causas perdidas de un Papa que coronó su reinado con guerras fratricidas y alguna que otra masacre hitleriana. La economía terrateniente, pesada y guerrera del Papado constituirá un grupo de presión política de irresistible fuerza. Tráficos doctrinales y especulaciones intolerantes y supersticiosas de una Iglesia astuta y falta de escrúpulos, que tendrá que enfrentarse, por fin, a una sociedad refinada, más intelectual y artística y a una cultura mucho más comprometida con el raciocinio, capaz por tanto de sobreponerse a los dogmas despiadados del Papado: el Renacimiento.
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Heston es mastodóntico, el Miguel Ángel soñado. Y Harrison el más sutil e inolvidable de los capitostes que recorriera aquella curia Romana, a caballo entre el lujo de los Medici y el genio del Renacimiento.
Carol Reed sigue paso a paso cada movimiento de los dos gigantes. La experiencia de la Sixtina es atroz. Parece un ajuste de cuentas con la historia del arte. Pero destila belleza por todos los poros.
Una maravillosa música de Alex North complementa su monumentalidad.Tiene todos los alicientes del histerismo artístico. Si me la hubiese perdido, me remordería la conciencia.