HOTEL PARADISO -2-

Unas estrellas valen muchas veces más que un director, un guionista o un productor. Por consiguiente el cine se hará para y por las estrellas, y las películas se lanzarán apoyadas en sus nombres, sus rostros y hasta en sus sonrisas. Y cuando alcanzan la calidad del mito, como sucediera, por poner un ejemplo, con Charles Chaplin, el llamado Star-System acabaría asentándose así en la consagración de la estrella arquetipo como fue el ya mencionado genio cómico "Charlot". Chaplin, no obstante, nunca se ajustó a los condicionantes impuestos por el Séptimo Arte en cuanto concernía a reconsiderar los guiones, puesto que él mismo los escribía, no aceptando así más que el arquetipo ideal que su personalidad divulgaba en la pantalla. Pero estrellas hubo que sí estipularon cómo debían apoyar su imagen a la hora de aparecer en el big screen. Un par de anécdotas casi rayanas en lo vodevilesco fueron las que promovieron dos actores italianos como Febo Mari {1881-1939} que se negó a llevar barba para encarnar a Atila en 1918, y Aberto Capozzi {1886-1945}que, para no ser menos, rehusó también la barba que debía llevar su personaje de San Pablo por esas mismas fechas de la etapa muda en la cinematografía italiana. Dos acontecimientos que dieron lugar a un "vis-à-vis" tan humorístico como se calificó la "querella de las barbas", y que también se propagó a muchas otras cinematografías. Pero a fin de no apartarnos del anecdótico Star-System que fue patrimonio del clasicismo cinematográfico norteamericano, este "Hotel Paradiso" nos vuelve a proponer las exigencias narrativas de la eficaz "Commedia dell'Arte" que también viera su luz en Italia, y que prodigó una segura mercancía de la farsa más enloquecida basándose en cabriolas, acrobacias, empujones, patadas, porrazos, batacazos, atracciones románticamente candorosas y enfrentamientos tan ingenuos como otras veces rayanos en lo perverso. Pero una vez superada la inenarrable etapa del Silent Movie que impuso en las pantallas internacionales su embrionaria mitología cómica más disparatada y destructiva con sobresalientes estrellas como Charles Chaplin, Buster Keaton, Marie Dressler, Mabel Normand, Fatty Arbuckle, Harold Lloyd, Harry Langdon, Ben Turpin, y los inefables Stan Laurel y Oliver Hardy {"El Gordo y el Flaco"} hasta llegar al no menos genial Jerry Lewis, recobrar la dimensión humana que puede radicar en la comicidad más cutre, egocéntrica y agresiva puede volver a ser aceptada como un nuevo aldabonazo que restablezca un flamante catálogo de cuantos males y miserias promueve también en este mundo nuestro de cada día la complejidad psicológica de los seres humanos, eternamente mezclada en la no menos contradictoria selva de instintos e ideales que también anidan en hombres y mujeres, y que nunca han cesado de brotar a través de sus actos. "Hotel Paradiso" se erige así en uno de los vodeviles más
enloquecidos que se recuerdan. La película puede resultar desternillante para unos e irritantemente
absurda y falta de gracia para algunos de sus espectadores. Pero no hay que negar que tras este acusador "Hôtel du Libre Échangue" ideado por Feydeau y Desvallières brillan grandes ejemplos de un comportamiento humano capacitado para provocar los más ocultos resortes psicológicos de la risa. Y es en este principio psicológico donde también se asienta el culto a la personalidad y el Star-System cobra vida de nuevo como fetichismo colectivo de la estrella y la industrialización de su mito. Por eso no debemos asombrarnos de que en el vodevil que nos ocupa se establezca un ritual mágico-erótico cuando se revaloriza el busto femenino de Gina Lollobrigida, despechada por el abandono sentimental de su orondo y protocolario marido rayano en lo grotesco, que encarna con enojosa postura de seriedad el magnífico Robert Morley, e inevitablemente deseada por un esclavo bobalicón como su vecino, el también inenarrable Alec Guinness. Y por ello, es muy natural que los incidentes que esto pueda provocar empiecen a estallar cuando la siguiente fémina de busto profundamente arraigado en las imágenes obesas del Silent Movie al estilo de Marie Dressler, una majestuosa y olímpica Peggy Mount, muy respetable pero poco comedida, vocifere en un balcón sus aspiraciones a ser reconocida como esposa modelo, dispuesta en todo momento, como una arbitraria Jantipa socrática, a darle al cónyuge faldero "lo que, según ella, cree que merece". Nos hallamos, pues, ante un cierto parangón coloreado del que fuera afamado movimiento intelectual dadaísta y de sus inolvidables mixtificaciones inconformistas, plenas de libertad, que brillaron con una fuerza sorprendente en el cine mudo. Pero la evolución de aquel género ha seguido siendo vital, y el gag o chiste visual y dialogado cumple aquí otra vez un relevante papel sistematizador, secundado por un plantel de actores extraordinarios, que como gag-men o gag-girls logran, hilarantemente, poner en ridículo o en aprietos insólitos a unos personajes metidos a porrazos y empujones en la más
remilgada de
las horteradas románticas de ese no menos inaudito y cursi siglo XIX parisino, plagado también de las más y de las menos reprimidas y
represoras apetencias sexuales, y en el que colea al mismo tiempo algún que otro gordo y
las gordas más gordas.


Basado en el vodevil francés de 1894 "L'Hôtel du Libre Échange" de Georges Feydeau y Maurice Desvallières







Ese día aparece el joven amigo de la familia Boniface George (David Battley) que busca información de las tuberías en las casas parisienses de principios del siglo XVIII. Al parecer, las preocupaciones de los habitantes de la gran capital francesa andaban por el entonces, principios del siglo XX, muy interesados en las redes de cañerías y tuberías del viejo París. Pregunta al Boniface si en su librería podría hallar información sobre las dichosas tuberías de los inmuebles, y Boniface accede a que rebusque por si mismo entre sus libros. Lo que el joven George no imagina es que Victoire (Ann Beach) la casquivana criadita de la casa, siempre en busca de aventuras románticas, acabará insinuándosele dispuesta también a compartir una cita erótica con el joven en el Hotel Paradiso.










Monsieur Boniface, tras el encierro de que ha sido objeto por parte de su arbitraria y desconfiada esposa, no tendrán otro remedio para acudir a su cita con la bella Marcelle que escaparse por el tejado de la casona. Desde el tejado observa la marcha de Angelique, y espera a que desaparezca. 





Luego su aparatosa huida será observada y saludada cordialmente por el dramaturgo Feydeau, hallando en la descabellada acción del vecino una nueva inspiración para su obra teatral. Boniface, le devuelve desde lo alto el saludo, y cuando logra alcanzar el balcón del cuarto de baño, entra de nuevo en el edificio para salir dignamente del mismo, sin despertar las posibles sospechas de su criada Victoire. Boniface, una vez en el exterior, toma un coche para acudir a su cita con Marcelle. Feydeau sigue observándolo y vuelve a saludarse cordialmente. 



Antes de llegar a su destino, el coche de caballos en que viaja Madame Angelique Boniface sufre un encontronazo en el camino con uno de aquellos infernales cacharros automovilizados de principios de siglo. El caballo se espanta. 

El cochero se lanza del landó, y al final del camino un tronco obstruye el paso. Angelique se hace con las bridas del carruaje pero el choque es inmediato.
Y
sale lanzada por los aires recibiendo un tremendo batacazo que la deja
magullada, amoratada de un ojo y con su elegante sombrero hecho un
asco. 






Marcelle Cotte y Benedict Boniface asisten primero a una osada y casi inmoral representación de
gordas y barrigudas ninfas enfundadas en apretados trajes color carne y rojizo fajin con el que tratar de prefigurar sus imposibles cinturas de avispa gordinflona, y que ofrendan
una visión casi escabrosa de dichos cuerpos rechonchos y culones recordando
a las tres desnudas gracias de Rubens. Dichos pantys rosas también recuerdan a los calzoncillos completísimos que usaran los cow-boys
norteamericanos, y que así les llegan desde el cuello hasta los pies,
moldeando sus chichas fofonas, siendo perseguidas por un sátiro diabólico ansioso por meterle mano a tanto michelín carnoso, aunque sude lo suyo para alzar a la más gorda de todas entre sus brazos. No obstante, el selecto público parisiense aplaude complacido y emocionado tan artística representación algo subidita de tono. "Mais Paris reste toujours Paris et très épicé!!... " 



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