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martes, 5 de julio de 2022

The Hanging Tree (El árbol del ahorcado) -1-




 

"... Algún día y de algún modo le pagaré hasta el último céntimo..." "¿Qué me va a pagar?... He estado en la tienda. La señora Flaunce dice que usted me mantiene, me ha llamado una cualquiera..." "No quería que ocurriera, Elizabeth. Lo siento. Creo que aún puedo arreglar que se vaya..." "Ya ha arreglado bastante ¿Piensa que puede jugar con la vida de la gente? Es indigno dejar que alguien se le acerque para echarle si se le acerca demasiado. ¿Le gusta torturar?..." "No, no me gusta..." "¡Pues tortura! Tortura a Rune y me tortura a mí. Y algún día la vida le torturará a usted..." "Se figura que aún no lo ha hecho..." "Entonces es verdad lo que dicen de usted y de la mujer que se mató..." "¡Sí, es verdad! La mujer era mi esposa y el hombre era mi hermano. ¿No tengo derecho a olvidar?..." 








                         THE MAGIC OF THE WESTERN




Cuando el western irrumpe en la pantalla deja una emoción de leyenda, de civilización que brota con prisas, y que suprime el concepto del silencio que envuelve la amplitud de la Naturaleza. Cada instante parece comunicarse con la cualidad áspera de algún personaje, que puede aparecer inesperadamente, dejándonos una emoción de confines remotos. Y la medida de las distancias que promete la belleza del paisaje, aunque permanezca solitario, acabará sometiendo su ruralismo al polvoriento pueblo inmediato, donde por fin se clausura la intimidad de unos seres, que se resuelven y ensortijan en el criadero de una ladera, ahora habitada trozo a trozo; dejando tras de sí los exaltados filos de las montañas, la gracia de los panoramas, donde las sendas inmensas aún poseen el verde intacto de sus bosques, de sus praderas; el azul esmaltado de sus ríos y lagos; la carpintería olímpica de sus tocados agrestes, que ningún carpintero ni arquitecto del mundo serían capaces de construir. Y sus gentes salen al raso, y se articulan en broncas encarnaciones; en las coincidencias universales de sus vindicaciones y odios, de sus emociones y afectos, que así se estampan en el viejo conjunto de sus convivencias y en la conciencia evocadora de su dolor, porque son los estados reveladores del aliento de la vida. En el western la palabra quema; parece que siempre llega desde alguna calle larga de sol, sangrada por un duelo. Y porque el espacio que cobija a sus seres es tan gigantesco, que únicamente les acoge una vez entre sus hendiduras íntimas. No hay más que observarlos para saber que, entre la lumbre y la anchura que los rodea, parecen creados privadamente para un tránsito entre caminos sin rumbos, vestidos por el azul del cielo y la fragosidad de sus montañas... Un tren, una diligencia, una caravana, una cabalgada india, un trote que se aleja, una estampida. Y el misterio de unas conciencias cuya sensibilidad se disolvió bajo el cielo geográfico ceñido y humilde de esos personajes andariegos y efímeros. Y en lo profundo, únicamente quedará la luminosidad desnuda del pueblo fantasma, los fragmentos de sus vidas, los estruendos de sus contraposiciones, la esencia perdida de sus pasiones y miserias que pasaron de largo, porque en el western el espacio que habitaron sus hombres y mujeres nunca podrá pertenecernos. Sus imágenes quedaron desincorporadas, rasgando el aire con los conceptos inolvidables de los más fugaces enfrentamientos. Y su aliento, más corto que el de otras epopeyas conducidas por la humanidad, quedó disuelto como las nubes dentro de un tiempo de violencia y muerte prematura; viejo dolor humano al cabo. Contemplar a sus personajes es como despedirse más velozmente que en otros fluidos y sabrosos hechos de la historia de lo que ya nunca será como fue. El western es, pues, la más vertiginosa de las andaduras que descansa entre los herbazales de la abundancia ajetreante. Es de todos, es decir, del que lo quiere y lo goza. Y porque siendo naturaleza, apetece las leyendas y tradiciones del cuento; y salta y se desborda en vivencias abiertas y desnudas; y palpita en diálogos que crujen en la grava de la pradera, cuyo olor vegetal se incorpora como ningún otro a la carne de los hombres, traspasándonos como un encanto, a fin de que nos recreemos en oírlos... El western se ha quedado ahí, nacido junto al manantial que transportara su oro mítico; entre la leyenda y la comprobación de su verdad.



 [Doblaje en español -in memoriam- Arsenio Corsellas-Alan Ladd-Marta Angelat-Brandon de Wilde-Rafael Navarro- Jack Palance]





 

                          Cine: laboratorio experimental


La cinematografía norteamericana siempre ha vivido del forcejeo de sus disfraces, pero siempre ha tenido también buen cuidado (como aseguraron algunos directores europeos) de no alojarse nunca en residencias separadas. La violencia funcional y la violencia paroxística sigue, pues, rindiendo sus buenos frutos en las pantallas. Eterna ensalzadora de héroes hasta convertirlos en mitos, la filosofía de
Hollywood, explicando las cosas a su manera, ha ejercido durante casi una centuria un poder magnético sobre las multitudes amantes del Séptimo Arte. No es de extrañar, por tanto, que muchos productores, directores y técnicos de otras latitudes, en especial las europeas, hicieran (y sigan haciendo) sus maletas rumbo a la Meca del Cine, donde se agruparían a fin de espolear sus ingenios creadores, reconociendo la importancia y función del cine en la era de la cultura de masas. Y siendo como era Hollywood la colonia del imperio del celuloide, el sector experimental más privilegiado ante la transcendencia social del cinematógr
afo, allí se tendieron todos los puentes hacia la nueva concepción social del arte de la pantalla. A un naciente contenido artísticamente revolucionario corresponderían, como era inevitable, nuevas formas expresivas, flamantes poemas visuales de la belleza plasmados desde la óptica reflectora del proyector cinematográfico. El entusiasmo compensaría con creces, en innumerables ocasiones, la falta de veteranía. El cine era ya uno de los exponentes más característicos capaz de trascender a través de otros febriles climas colectivos de revolución industrial y viejas utopías estéticas (ya superadas, según sus nuevos profetas; eternas para el común minoritario de una parte de la humanidad)



Desde la fiebre renovadora de la epopeya hasta las excentricidades vanguardistas, desde los movimientos teatrales a los recursos procedentes del circo, desde el documentalismo hasta la más imperiosa exigencia verista, Hollywood se lanzaría a la caza de la más increíble expresión gráfica del siglo: el cine en suma. En aquel gigantesco "Laboratorio experimental de la imagen" confluirían configuraciones sociales de todo tipo, perspectivas estéticas asombrosas, técnicas que conseguirían infundir en el espectador cargas emocionales de los más diversos signos. 
 
Curiosamente, Lev Vladimirovic Kuleschov {1 de enero 1899, Tambov, Imperio Ruso-Moscú, 29 de marzo de 1970}, famoso, y hoy olvidado, creador ruso, que viviera la revolución de octubre con dieciocho años, y que había rodado en 1924 "Las aventuras extraordinarias de Mr. West en el país de los bolcheviques" ("Neobychainye priklyucheniya mistera Vesta v strane bolshevikov), con Porfiri Podobed, Boris Barnet, Aleksandra Khokhlova, Vsevolod Pudovkin, Sergei Komarov, Leonid Obolensky y Vera Lopatina, insólita sátira de las andanzas de un timorato senador norteamericano por la Rusia soviética, que lleva, para su protección, ¡nada menos que a un "cow-boy" de guardaespaldas! (el cual, a pesar de todo, no impedirá que el Senador sea víctima de los turbios manejos de una banda de malhechores), lanzaría por toda Europa un famoso slogan: "La producción de un film no difiere en absoluto de la construcción de una máquina", el cual resultaba altamente revelador entre aquel un tanto constreñido ambiente artístico en Rusia, al que, no obstante, Lenin, comprendiendo también la enorme trascendencia social del arte cinematográfico, ofreciera carta blanca a partir de 1921 con su célebre manifiesto: "De todas las artes, el cine será también para este país una de las más importantes".



                                      Western: orígenes                    


David W Griffith, al crear las originales pautas estructurales cinematográficas, se convirtió en el primer poeta del Séptimo Arte. Y Thomas Harper Ince {Newport, Rhode Island, 6 de noviembre de 1880 -Hollywood, California, 19 de noviembre de 1924}, autodidacta (siempre alardeó de no haber leído un libro en su vida), hijo de una familia de actores, actor a su vez, mozo de café, y, finalmente, realizador y supervisador de cientos de primitivos films ("westerns de serie" gran parte de ellos), pasó a ser definido (según el historiador francés Jean Mirty) como el "primer dramaturgo del revolucionario invento". Si no como creador del más que improbable "far-west" que reflejaran aquellas añejas producciones, sí por lo menos fue Harper Ince quien lo convertiría en uno de los pilares más relevantes del bisoño Hollywood, y difundiría dicho género, tan genuinamente norteamericano, por el mundo entero. El empresario hebreo Carl Laemmle, uno de los gerifaltes hollywoodenses que había amasado su fortuna a través de las cadenas de locales Nickel Odeons ("entrada un níquel"), ya desde 1901, ofreció a Ince su primera oportunidad de dirigir en 1911. Tras discrepancias con Laemmle, trabajaría con Kessel y Bauman, productores de la Bison, en Los Ángeles, especializada en westerns. Ince contrató al circo "Ranch 101", y utilizó a sus "cow-boys", domadores de caballos, lanzadores de lazo, expertos en tiro de rifles e indios auténticos, y realizó "Across the Plains", aquel mismo año, sobre la "fiebre del oro", histórica avalancha humana que se cernió sobre California en 1848. En las primeras epopeyas del "far-west", la acción dominaba sobre la psicología, y los paisajes sobre los decorados. 
 
 
 
 
 
 


La amputación más sangrante de la filosofía del western consistía en obviar a los pieles rojas, su cultura, sus gestas, sus leyendas. El fanático general yanquee a del Oeste, epopeya histórica para un país sin historia como era Norteamérica, consistía, pues, para el hombre blanco (tras la llegada de los primeros colonos) en guerrear, durante doscientos años, con las tribus indias (que, según ellos, "infestaban su gran nación"), en el transporte del ganado, en la "Gold Rush" ("fiebre del oro"), en la construcción del ferrocarril, y, por último, en las luchas entre ganaderos y agricultores.
 

Thomas Harper Ince murió a los 42 años como muchos de los personajes de sus películas. La versión oficial afirmó que a causa de una infección intestinal durante un crucero al que había sido invitado por el millonario y magnate del prensa William Randolph Hearst. Pero en Hollywood los medios mejor informados jamás desmintieron la versión de que Hearst en realidad le había acribillado a balazos una noche en la cubierta de su yate cuando le halló "arduamente uncido en amorosos y sensuales abrazos" que, plenamente correspondidos, se prodigaban el rey de los westerns, galanteador Harper Ince, esta vez "sin revólver", y la coqueta "vamp" Marion Davis, amante oficial de Hearst, poco amedrentada, al parecer, (dados sus constantes devaneos con otras figuras famosas de la época), por la teatral linealidad apasionada y delictiva del magnate.
 

         Gestaciones fulgurantes: el "far-west" reivindicativo


Los westerns  de las factorías de Hollywood habían acabado por convertirse en uno de los pilares mejor asentados de su poderío comercial. En los mismos, pese a existir una constante temática, cabían, por supuesto, mil variaciones, todas ellas de una eficacia aplastante, donde sus personajes heroicos casi siempre conseguían hacer triunfar la justicia, una vez introducido un segundo elemento negativo: el villano o antihéroe de turno. 




El tropismo de las masas era particularmente sensible, lo mismo ayer que hoy, al estímulo del sexo, y jamás pudo sustraerse al constante "boy meets girl" ("chico conoce a chica"... y aunque la pierda, que siempre acabe, por lo menos, recuperándola) -Ejemplo perfecto sería el film de Otto Preminger "River of no Return" ("Río sin retorno"), 1954, con Marilyn Monroe y Robert Mitchum- Y su reconfortante corolario del "happy end" ("final feliz"). Harper Ince ya había exigido a sus directores asalariados el más minucioso de los respetos por el guión previsto, que era lo mismo que prohibir cualquier variación de un punto o una coma. Sin embargo, siendo él mismo un gran montador, era capaz con sus tijeras de transformar u ofrecer nuevos rumbos a cualquier mala película que, no controlada en exceso durante su rodaje, cayera en sus manos. No en vano recibiría el título de "doctor de films enfermos".

 

El western moderno (un tanto escaso hoy en día) ha perdido, no obstante, aquella pureza épica de antaño ante la cual todos nos rendíamos boquiabiertos. Tras el bache de la II Guerra Mundial, la violencia cinematográfica conocería recientes maneras de polarizarse, especialmente hacia el cine bélico. La simplicidad primitiva del western halló entonces nuevas vertientes que se abrían hacia lo que se llamó "ciertas psicopatologías sexuales", y hasta anduvo mixtificándose en inconformismos problemáticos que lo identificarían con las misteriosas microfisonomías encubiertas por la "guerra fría". "High Noon" ("Solo ante el peligro"), 1951, de Fred Zinneman, con  Gary Cooper, Grace Kelly, Thomas Mitchell, Lloyd Bridges, una impactante Katy Jurado, y Lee Van Cleef, lanzaba subrepticiamente un alegato contra en el nefasto "maccarthysmo". "Man Without a Star" ("La Pradera sin ley")  1954) de King Vidor, con Kirk Douglas, Jeanne Crain, Claire Trevor, Richard Boone, y William Campbell, era un ominoso panegírico de la propiedad privada contra las tesis colectivistas del comunismo; y sobre "Johnny Guitar", 1955, de Nicholas Ray, con Joan Crawford, Sterling Hayden, Scott Brady, Mercedes McCambridge, y Ward Bond, "The Left-handed Gun" ("El zurdo"), 1958) de Arthur Penn, con  con Paul Newman, John Dehner, James Best, Hurd Hatfield, y Lita Milan.  
 
Y "One-Eyed Jacks" ("El rostro impenetrable"), 1960, de Marlon Brando, con el mismo Brando, y Karl Malden, Pina Pellicer, Katy Jurado, y Ben Johnson, y "The Wild Bunch" ("Grupo salvaje"), 1969, de Sam Peckinpah, con William Holden, Ernest Borgnine -amorosamente obsesionado con el personaje de Pike Bishop que interpreta Holden-, Robert Ryan, Edmond O'Brien, y Warren Oates,  planearía cierta constante homosexual.al.



    [Doblaje español-In memoriam-María Ángeles Herranz-Joan Crawford-Ángel María Baltanás-Sterling Hayden]

 



 

Siempre quedará en nuestro universo cinéfilo sobre la gran pantalla el inolvidable recuerdo del mejor western-clásico, como sin duda fue el  insuperable "The Searchers" ("Centauros del desierto"), de John Ford.










Y el  western-acción, quizás más famoso por su simplicidad, acabará por refugiarse definitivamente en la micropantalla de los primeros televisores, mientras otros grandes especialistas como Anthony MannHoward Hawks, Raoul Walsh, John Sturges y Delmer Daves pilotan sus brillantes proyectos, enclavados en la épica del "far-west", hacia el nuevo control que les imbuye la idea de que los frutos nacidos de la dignidad son siempre mucho más apetecibles, y que parecen querer convertirse en el flamante barómetro intelectual de cuantas preocupaciones sociales empiezan a aquejar a la nueva sociedad norteamericana. Los afianzamientos suelen ser lentos y laboriosos. Los técnicos y artistas que habrán de levantar los edificios que cristalicen en la creación se van incorporando paulatinamente a los alientos renovadores, vocaciones y poemáticos manifiestos que acaben por imprimir un sentido de objetividad artística a los malabarismos implacables que pueden falsear, modificar, o realzar las corrientes visuales que, a través de guiones, actores, maquillaje, decorados, iluminación, etc. espoleen, finalmente, el ingenio creador de quien persiga ese realismo de la imagen cinematográfica alcanzable merced a la pupila de cristal de la cámara.
 
 








Y lo que más sorprendería es que, a partir de mediados de los 40, y ya entrados en los 50, aparecería (como dijeron muchos críticos: "nunca es tarde cuando llega") ese potencial ciertamente poético y, por ello, más humanizado (debido en gran parte a la tradición literaria a la que el western, contra todo lo imaginable, considera oportuno pedir socorro, dada su vergonzante y pasada ingenuidad), que conllevan las reivindicaciones, en este caso las del hasta entonces (y durante más de dos centurias históricas) "maltratado indio". En este sentido poseen una significativa importancia "Fort Apache", 1947, de John Ford, con con Henry Fonda, John Wayne, Shirley Temple, Pedro Armendáriz, y John Agar . "Broken Arrow" ("Flecha rota"), 1950) de Delmer Daves, con James Stewart, Jeff Chandler, Debra Paget, Will Geer, y Jay Silverheels, y "Apache", 1954, de Robert Aldrich, con Burt Lancaster, Jean Peters, Charles Bronson, John Dehner, y John McIntire.




 
También el gran veterano William A. Wellman nos legó, en 1948, un western implacable y áspero en un espacio muy concreto y claustrofóbico de una ciudad deshabitada y perdida en el desierto, muy concentrado en la dura batalla por el poder entre un grupo de bandidos, una mujer, un anciano y una amenaza de apaches en su gran "Yellow Sky" ("Cielo amarillo"), con Gregory Peck, una sensacional Anne Baxter, Richard Widmark, Harry Morgan, y John Russell. Y claustrofóbico hasta el delirio en medio de un paisaje desértico y una parada de diligencia atracada por unos bandidos, entorno de consecuencias dramáticas, fue la sensacional aportación de Henry Hathaway con "Rawhide" ("El correo del infierno"), 1951, con Tyrone Power, una dominante y audaz Susan Hayward, Hugh Marlowe, y Edgar Buchanan.