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domingo, 16 de febrero de 2020

Muerte de un ciclista


Que este gran film de Juan Antonio Bardem es deudor de "Cronaca di un amore" del maestro Michelangelo Antonioni, nadie lo pone en duda. Pero Bardem lo mejora: es muy superior a su predecesora. Sorprendió en Cannes en 1955 y se llevó el "Premio de la Crítica". Pese a retratar una época, puede ser muy bien una película intemporal, puesto que el detonante moral, el egoísmo de las altas burguesías sociales, y las crisis de conciencia, permanecen en el tiempo de los hombres, hoy lo mismo que ayer. "Muerte de un ciclista" tiene ese aura de un cine que, precedido de tanta rancia y folklórica frustración en la deprimente España de posguerra franquista, madura por primera vez y se hace adulto.



El ojo de Bardem recorre ese Madrid de campos yermos e hibernales, con sus paisajes desolados. Una carretera lugareña con desnuda quietud humedecida, y a ambos lados senderos que se retuercen y forman hondonadas que imposibilitan la visión. Y a muchas leguas de distancia la capital madrileña, el cansancio de la ciudad. Sobre el horizonte brumoso, asoman fragmentos de árboles deshojados que participan, como pobre consolación pictórica, de ese marco de campiña árida tras la cual se ha perdido la sombra prolongada del sol poniente. La atardecida tiene así el color íntimo y pastoso de un sembrado de invierno, al tiempo que la invade un aliento de anchura inmensa. Pero cuando la tarde cae, poseen sus sombras categorías distintas según quien las viva. Una sería para las gentes de campo o los jornaleros, otra para el hombre urbano cuando vuelve a la ciudad en automóvil. Y cuando el individuo, frente al volante, tiende a subjetivar la realidad peligrosa de la umbría, el predominio del asfalto puede desnudar sombras en el silencio. El huraño ruido del aire, que aletea entre los campos ya casi fríos de luz, es el único que siente el ahínco que caracteriza a una parte de la humanidad y sus prisas constantes. Y, de pronto, la palabra sombra posee un significado nuevo. Acaba de crearla una aparición que recorre la carretera sin hollarla. Una presencia de óptica difuminada y de roce humano. Frente a aquella plenitud grisácea de los campos, un solitario ciclista acaba de morir presuntamente, atrapado entre las ruedas del automóvil. Y al conductor, una mujer, y a su acompañante les oprime la terrible verdad de esta hora, poco antes devanada entre la hueca palabrería de ambos. El momento casuístico de esta sangre derramada absurdamente que ahora se ofrece ante sus ojos exige el instante del socorro. "Aún está vivo", dice él. Pero ella no quiere ver ni adivinar nada más: "¡Juan, Juan!", le conmina a refugiarse en el coche de nuevo. Y la prisa egoísta levanta sus pensamientos de huida. 
 
















El silencio recrudece las observaciones mutuas de ambos culpables mientras dejan tras de sí el cuerpo malherido del ciclista atropellado. El remordimiento parece hacer presa en ellos por un instante. El rostro del hombre fija la mirada en la lejanía. Un hombre inocente muere en la carretera sin que ninguno de los dos haya decidido salvarle. Y ahora, ante ellos, ese Madrid urbano, de calles grisáceas y húmedos adoquinados, y sus barrios empobrecidos, que cobran la misma fuerza del thriller. Ella, no obstante, se muestra aterrorizada, y se abraza a él: "¡Tengo miedo!"... "Nadie nos ha visto"... "¿Estás seguro?"..."Es tarde"... "Sí, es tarde"... "¿Me llamarás?"... "Claro", asegura él mesando el pelo de ella que asoma por la ventanlla. Luego el automovil se pone en marcha. Se pierde en la noche. Y él permanece junto a la calzada, indeciso y probablemente arrepentido del acto acometido. Enciende un cigarrillo... Se aleja.







Como documento precioso de esas interioridades arruinadas por una repugnante guerra civil, que daría larga vida a las nuevas miserias éticas de sus vencedores, se hallan esos dos amantes, reunidos de nuevo tras la contienda, y que por sus relaciones inconfesables -ella esta casada con un rico financiero que la mantiene a cuerpo de reina-, no pueden dar cuenta del incidente acaecido, decidiendo así que no hay mejor solución para que sus escapadas adúlteras a las afueras de Madrid permanezcan en secreto, que abandonar al pobre hombre atropellado a su suerte. "No fue habitual en aquellos años de la Dictadura Franquista retratar en la pantalla una pareja de adúlteros, ni tampoco se les podía dejar campar a sus anchas a la espera del castigo divino. Los adúlteros tenían que morir delante del espectador. La censura gubernamental de guiones en aquella época oscurantista, en la que el representante de la Iglesia católica, apostólica y romana tenía derecho de veto, desconfiaba totalmente de la justicia divina. Así que, ¡muerte física para los adúlteros! (Juan Antonio Bardem)

Entre las capas sociales insensibles, atarugadas, vomitativas, y  hasta criminales inconfesas, de la década española de los 50, un profesor auxiliar, Juan Fernández Soler-Alberto Closas, que debe su puesto en la universidad madrileña a los buenos oficios de su poderoso cuñado, un advenedizo, insoportable y fachendoso José María Gavilán-José M. Gavilán, subsecretario de Educación, ama a esa antigua novia suya, Maria José de Castro-Lucía Bosè, de antes de la guerra, que nunca esperó su regreso, y decidió casarse con un hombre rico, Miguel de Castro-Otello Toso, financiero influyente en el Régimen, que no ha dudado de llevar a cabo un trueque de nobles apellidos. No obstante, a la esposa privilegiada la aburre la monotononía de la adinerada élite.
Durante una de sus escapadas a las afueras de Madrid, la pareja adúltera atropella a un ciclista solitario. María José, que conducía el automóvil, insiste a su amante en abandonar al ciclista que aún parece hallarse vivo, y regresar a la ciudad para rehuir las consecuencias del accidente. Juan azotado por los remordimientos de lo acaecido, no duda en averiguar la procedencia del ciclista. Un pobre jornalero que habita con su mujer y dos hijos en un pobre patio de vecindad típico de las zonas más desprotegidas de Madrid. Su arrepentimiento se intensifica cuando se convence de la frialdad que María José demuestra en los días siguientes al hecho, y su constante esnobismo resulta insultante, como también el inexplicble afán de ocultar sus relaciones adúlteras, por miedo esta vez, discurre Juan, a poder perder el alto status económico de que la provee su marido. 









María José persiste en sus pedantes actuaciones de mujer rica ante sus acaudaladas amistades. Ante sus fiestas, sus postulaciones, sus encuentros en bodas, o en el Hipódromo de la Zarzuela ahogan al profesor cuando es invitado de compromiso y por intercesión de su hermana Carmina-Alicia Romay, casada con el intolerante y pretencioso José María Gavilán. Juan desengañado de ese mundo fatuo y vacío, a cuyos personajes aguanta hasta en el Noticiario Cinematográfico,  ha de contener sus náuseas. Su beatería y sus fiestas benéficas ("¡para los niños pobres, para los niños tontos!" exclama irónica y burlonamente una reaccionaria e insoportable amiga de María José) son como una acerada parábola de aquella putrefacta sociedad adinerada y, por supuesto, adicta al Régimen Franquista.
















Un amigo de estas élites adictas al Régimen y bien acomodadas vive y malvive a la sopa boba de sus goyerías, y es siempre invitado a todos los encuentros y fiestas particulares. En el fondo, los desprecia a todos, porque siempre se suele despreciar a quien te ofrece una pobre limosna de lo mucho que tiene. Es inquiridor hiriente y maleducado, quisquilloso y muy dado a las gracietas irónicas, chismoso y chantajista. Su nombre es Rafael Sandoval-Carlos Casaravilla, y atemoriza constantemente a María José, comentándole a hurtadillas que conoce un secreto sobre ella y Juan. Y amenaza con contárselo a Miguel.







Durante una fiesta flamenca, Rafael se emborracha y muestra su arrogancia desdeñosa por el mundo de esnobismo que le rodea delante de Juan, al que desprecia y acusa también de amante de María José tras haberlos visto juntos en el coche de ella. Juan acaba golpeándolo, y Rafael corre hasta la sala flamenca. Seguido por las observaciones desesperadas de María José y Juan, habla al oído de Miguel, contándole las escapadas supuestamente adúlteras de su mujer. El apogeo de miradas, de dudas, miedos y enfrentamientos, en el tiberio que se organiza en ese "tablao flamenco", es electrizante, ¡genial!; una traducción definitiva de las crisis de sus personajes que, por un momento, parece que van a destrozarse los unos a los otros.
Después, tras un altercado de todos ellos en una terraza exterior, en la que María José insiste en que explique todo lo que sepa de ella, Rafael únicamente señala las escapadas en coche. "¡Y que más, ... y qué más!", grita angustiada María José, encarándose con él. En realidad, Rafael no sabe nada más. Prueba de ello, es que desconoce el atropello del ciclista. Miguel se enfrenta defitivamente a Rafael, y le conmina a que olvide cualquier comentario contra su mujer.



Pero Juan recuperará momentanéamente sus ilusiones juveniles gracias al incidente con una alumna de la Facultad, Matilde Luque-Bruna Corra. Cuando se halla examinándola, en un instante de terror mientras lee en el periódico la muerte del ciclista abandonado en una carretera desierta, decide suspenderla injustamente, pese a que en realidad la joven llevaba a cabo una perfecta exposición en la pizarra del tema de matemáticas del cual se estaba examinando. Matilde Luque no aceptará el veredicto de suspenso que le otorga el profesor, y rebatirá con enorme insistencia, incluso ayudada por una huelga juvenil de sus compañeros de facultad, una decisión a todas luces arbitraria. Matilde acaba enamorándose del profesor, aunque desconoce los motivos de su abatimiento.
Matilde Luque no aceptará el veredicto de suspenso que le otorga el profesor, y rebatirá con enorme insistencia, incluso ayudada por una huelga juvenil de sus compañeros de facultad, una decisión a todas luces arbitraria. Matilde acaba enamorándose del profesor, aunque desconoce los motivos de su abatimiento. Juan que se halla dispuesto a empezar una nueva vida con su amada María José, una vez hayan ido a la policía y se declaren culpables de la muerte del ciclista, entrega una carta a Matilde para que la haga llegar a su anciana madre Doña María-Julia Delgado Caro. En presencia de la muchacha, la anciana lee la misiva de su hijo, y se detiene en una frase. "Por algo malo que hice una vez". Doña María, que no comprende últimamente las actitudes insólitas de su hijo, confiesa que, sin embargo, no puede concebir el menor acto de maldad en la carrera y en la vida particular de Juan.  
Juan y María José vuelven juntos al lugar del accidente. Ella bajo la amenaza por parte de su marido de que si no vuelve con él, lo perderá todo. Es un momento de tortura para ella hallarse de nuevo con Juan y carecer ya de la menor esperanza por recuperar el mundo que ha dejado atrás...Y esta vez hará presencia el asesinato.








... Y todavía sigue

"El final lógico de "Muerte de un ciclista" hubiese sido que Juan si cumpliera su parte en el trato propuesto a su amada, y que, en cambio, ella volviera con su marido. Pero eso jamás habría sido aceptado por la censura. Así que cambié la lógica por el "gran guiñol", y el guión de "Muerte" fue aceptado y aprobado por la censura... Se alquiló un buen cine en Cannes y allí se proyectó "Muerte de un ciclista". La copia que se presentó, siempre de acuerdo y con el permiso tácito de la censura, era la versión original sin ningún corte. La sala estaba abarrotadas y el éxito fue delirante, tanto de público como de crítica. Era una audiencia muy cultivada cinematográfica y políticamente hablando, y ellos supieron apreciar las virtudes fílmicas de la película y hacer una precisa lectura "política" de la misma. Y así, de repente, yo me convertí de la noche a la mañana, según algunos especialistas, en uno de los cinco mejores directores de cine de todos los tiempos, al tiempo que para otros, con mi pelo casi cortado a cero y mis gafas les parecía un joven y nuevo Brecht. Lo peor, sin embargo estaba por venir. La Junta de Clasificación y Censura detuvo su dictamen hasta que quedase a su gusto una escena determinada de la película. Previamente ya había hecho una serie de "cortes" y esos eran inapelables. 


La "revuelta" de los estudiantes quedó reducida a su mínima expresión. No había cargas de los grises ni espantada de los estudiantes. El espectador que no hubiese visto la versión original se quedaría "in albis" y a lo mejor se preguntaría de qué coño protestaban aquellos estudiantes. Lo grave era la escena íntima de Alberto Closas y Lucía Bosé. Juan estaba dispuesto a empezar una nueva vida con María José. Irían a la policía y se autodelatarían como responsables de la muerte de aquel infeliz ciclista: lo habían malherido y no le habían prestado ayuda alguna, escapando del lugar del accidente. María José escuchaba a Juan pero no le oía. Ella estaba pensando en su marido. El marido se iba de viaje al extranjero y se lo perdonaría todo si ella se iba con él. Le había fijado una hora límite para regresar junto a él. Después de esa hora, él la abandonaría y ella perdería irreversiblemente su magnífico estatus actual"
Closas (Barcelona, 30 octubre de 1921-Madrid, 19 septiembre de 1994) demostró su gran categoría de actor. Su trayectoria (¡a la fuerza ahorcan!) tomó un rumbo equivocado al dedicarse a la comedia. "Creo que por el dinero arruiné mi carrera. Hubiera sido un gran actor clásico", confesó Closas años después.



Hijo del Consejero sin cartera de la Generalidad de Cataluña, Rafael Closas Cendre. Cursó el bachillerato en el Petit Licée de Talance, de Burdeos. Tras el final de la Guerra Civil la familia se había exiliado a París, y de allí a Santiago de Chile, donde estudiaría Arte Dramático en la Escuela de Arte de la eximia actriz Margarita Xirgú. Con esta compañía se estrena en obras como "Mariana Pineda" de Federico García Lorca, y "La dama del alba", de Alejandro Casona.






Una vez independizado, se instala en Buenos Aires, la compañía Xirgú se disuelve poco después, y Closas se integra a la cinematografía argentina con el film "Brigada 21", 1942. El 8 de junio de 1944, en el Teatro Avenida, interpreta "El adefesio", del poeta Rafael Alberti. Closas, afianzado ya en la Gran Pantalla, es galardonado por su caracterización de inspector Romero en el thriller policial "La danza del fuego", dirigida por Daniel Tinayre en 1949. La película conseguiría también el "Premio Cóndor de Plata" al mejor director en 1950, y fue nominada a la Palma de Oro en el "Festival Internacional de Cine" de Cannes.
En 1955 regresa a España y es elegido por Juan Antonio Bardem como protagonista de "Muerte de un ciclista". Y ese mismo año aparece ante una estupenda y bellísima Carmen Sevilla en "La fierecilla domada", dirigida por Antonio Román. Su desinhibida interpretación le vale la "Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos al mejor actor principal", galardón que volvería a recibir en 1958 por "Distrito Quinto", de Julio Coll. Sin embargo, no renuncia a su etapa teatral la cual compagina con el Cine. Destacaría también en el ámbito empresarial. A Closas se le debe la construcción del Teatro Marquina de Madrid. Aún en 1958 interviene en "Una muchachita de Valladolid", dirigida por Luis César Amadori, junto a una inolvidable Analía Gadé. Por este film recibe el "Premio Sant Jordi". En 1956 había sido premiado por el "Sindicato Nacional del Espectáculo al mejor actor" por "La vida en un bloc", de Luis Lucia. Siguieron films como "El baile", 1959, de Edgard Neville, "La gran familia", 1962, de Fernando Palacios, y ya 1989, Closas recupera momentáneamente su faceta como actor de carácter en la magnífica "Esquilache" de Josefina Molina, junto a Fernando Fernán Gómez.

En TVE formó parte de elencos teatrales dedicados a la televisión con "Las doce caras de Juan", 1967, y en la década de los 80 con las series "Goya", 1985 "Gatos en el tejado", 1989. Junto a la gran Amparo Rivelles intervino, poco meses antes de su fallecimiento, en la obra "El canto de los cisnes", del autor ruso Aleksei Arbuzov, estrenada el 7 de octubre de 1993 en el Teatro Alcázar de Madrid. Tras tres matrimonios, nacieron cinco hijos. Alberto Closas Jr. ha seguido la carrera artística de su padre.


Lucía Bosé (Milán-Italia, 28 enero de 1931-Segovia, 23 de marzo de 2020) -exquisitamente doblada por la extraordinaria voz de Elsa Fábregas- Bardem la cuida, la mima. Está mejorada, muy superior a su etapa italiana. Guapísima y excelente como actriz. Se la tuvieron que cargar al final, no por conservadora egocéntrica y asesina, ¡sino por adúltera!. ¡Las "moralinas alcanforadas" de la censura eclesiástica no perdonaban!





Hija de Domenico Borloni y Francesca Bosè. Trabajó de dependienta en la pastelería milanesa "Pasticceria Galli". Allí fue descubierta por el gran Luchino Visconti. "Tú eres un animal cinematográfico", espetó el maestro del neorreaismo desde el otro lado del mostrador a aquella muchacha de 16 años que le preparaba una caja de castañas confitadas. Lucía se decide así a participar en un concurso de belleza en 1947 y es elegida "Miss Italia". Aquella competición contó también con la presencia de futuras estrellas como Gianna Maria Canale, Gina Lollobrigida (que quedaron en segundo y tercer lugar), Silvana Mangano y Eleonora Rossi Drago. Dicha elección le abrirá las puertas del cine. Opta al rol principal de "Riso amaro" ("Arroz amargo"), y fue elegida. Pero ante una firme oposición familiar, tuvo que renunciar a la película, cuyo protagonismo recayó en Silvana Mangano, lanzándola a la fama internacional.

Al año siguiente interpreta un cortometraje de Dino Risi "I cinque giorni di Milano". Y ya como protagonista actúa en "Non c'è pace tra gli ulivi" ("No habrá paz tras los olivos"), 1950, junto a Raf Vallone y Folco Lulli, dirigida por Giuseppe de Santis. En 1950 Michelangelo Antonioni la elige junto a Massimo Girotti para "Cronaca di un amore" ("Crónica de un amor") [gran historia, hoy un auténtico clásico del cine italiano, que analizaría los ruines sentimientos de la alta burguesía milanesa situándolos en un  trasfondo policial]​ y en 1953 "La signora senza camelie" ("La señora sin camelias"). En 1952 había intervenido en "Roma, ore 11" ("Roma, hora 11"), dirigida de nuevo por de Santis, junto a Raf Vallone, Massimo Girotti y Paolo Stoppa, y un extraordinario reparto femenino formado por la inolvidable Carla Del Poggio, Maria Grazia Francia, Lea Padovani, Delia Scala, Elena Varzi, Irene Galter, Paola Borboni y Eva Vanicek [cruda recreación de un terrible suceso acaecido en Roma cuando un grupo de mujeres optan desesperadamente a un empleo de secretaria para una pequeña empresa, y se desmorona la escalera donde todas ellas aguardan para efectuar la prueba] Trabajó a las órdenes de Luis Buñuel en "Cella s'appelle l'aurore" ("Así es la aurora"), 1955.









Sus interpretaciones se diversifican notablemente combinando drama con norrealismo rosa. "Le ragazze  di piazza  di Spagna" ("Las muchachas de la plaza España"), 1952, de Luciano Emmer, "Tradita" ("Traicionada"), 1954, de Mario Bonnard, "Accadde al commissariato" ("Sucedió en la estación de policía"), 1954, de Giorgio Simonelli, "Gli sbandati" ("Los rezagados"), 1955, de Citto Masselli, "Le testament d'Orphée" ("El testamento de Orfeo"), 1960, de Jean Cocteau, "Fellini Satyricon", 1969, de Federico Fellini. Y en España, además de "Muerte de un ciclista" ("Gli egoisti"), 1955, de Juan Antonio Bardem, "Nocturno 29", de Pedro Portabella, y "No somos de piedra", de Manuel Summers, ambas de 1968, "Del amor y otras soledades", 1969, de Basilio Martin Patino, "Jurtzenka, un invierno en Mallorca", de Jaime Camino, "Metello" de Mauro Bolognini, ambas de 1970, "La casa de las palomas", 1972, de Claudio Guerin, "Los viajes escolares", 1974, de Jaime Chavarri, "Lumiere", 1976, de Jeanne Moreau, "Cronaca di una morte annunciata" ("Crónica de una muerte anunciada"),1987, de Francesco Rossi, "Harem Suare" ("El último harén"), 1999, de Ferzan Ozpetek, "I Viceré" ("Los Virreyes"), 2007, de Roberto Faenza, y "One More Time" ("Una vez más"), 2014, de Pablo Benedetti y Davide Sordella. Todas ellas entre una filmografía de casi 50 títulos.
Luego se perdió durante unos cuantos años, los mejores, para el mundo cinéfilo: cometió el gran error de casarse (1 de marzo de 1955) . Y para más inri, ¡con un torero como Luis Miguel Dominguín, reconocido mujeriego que ya había tenido un apasionado flirt en 1954 con la diva norteamericana Ava Gardner. Lo peor que se le podía ocurrir a una actriz bonita y extranjera como Lucía en aquella Iberia de charanga y pandereta, donde, por más que se torease, los cuernos seguían siendo -para todo españolito o italianita que se preciase de carca- una tremebunda pesadilla siciliana.

Lucía Bosé, con 88 años, presentó el libro "Lucía Bosé, una biografía", escrito por un casi desconocido Roberto Liberatori, en el que se recogen las anécdotas más importantes de su larga rayectoria como actriz y como matriarca de la familia Dominguín-Bosé..."Entonces me topé con una España "50 años por detrás de Italia" y gobernada por el dictador Francisco Franco, al que conocí personalmente por mi relación con Dominguín. Mi marido era más franquista que Franco"... "De hecho, fuí una niña crecida durante el fascismo italiano, y la II Guerra Mundial fue "la experiencia más dura" de mi vida, entre bombardeos y desplazados. Hasta llegué a ver con mis propios ojos al dictador Benito Mussolini y a su amante Clara Petacci colgados en la Plaza Loreto de Milán, algo de lo que también saqué una enseñanza. Comprendí lo que es la vida y que hay que seguir adelante"... "Desde hace 60 años mi vida está en España y no piensa regresar a Italia"
Carlos Casaravilla (Montevideo-Uruguay, 12 octubre de 1900-Cullera-Valencia-España, 17 febrero de 1981) -en el mejor papel de toda su carrera- es el Pepito Grillo perfecto, un aldabonazo necesario, aunque inútil, a la conciencia de aquellas capas pestilentes.

En 1959 crea una gran caracterización del mendigo ciego en "El lazarillo de Tormes", estupenda adaptación del clásico realizado por César Fernández Ardavín.



Bruna Corra                                                       Otelo Tosso

   Matilde                                                           Miguel de Castro

 

 

 


 ¡No es apta para nostalgias, dada la época que retrata, pero es un sensacional drama, con toque humanista, y con denuncia al sistema, al uso y al abuso de las arbitrariedades dictatoriales de posguerra, especialmente las que se tuvieron que soportar en la España franquista. ¡Modélica y de un turgente y sugestivo blanco y negro! Seleccionada, además, como una de las mejores 30 películas europeas de todos los tiempos.