El Indio Fernández (Emilio) (Mineral del Hondo, Coahuila, México, 26 de marzo de 1904 – Ciudad de México, 6 de agosto de 1986) fue un apasionado personaje que ya a sus 19 años había llegado a teniente coronel del ejército Mexicano. Adicto a la causa de Huerta, cuyo pronunciamiento fracasó, o salió huero como se decía entonces, acabaría dando con sus huesos en presidio, del que se fugó un año más tarde, para huir a California y ejercer allí de figurante cinematográfico. Tras este largo y accidentado paréntesis, regresó a su país, se agenció la excepcional colaboración del operador Gabriel Figueroa, y se aplicó en moldear y ejemplarizar la cinematografía azteca (como nadie lo había hecho antes), con inauditos toques de genialidad y una contagiosa convicción al tratar de llevar a buen puerto la, hasta entonces, tópica visión de la poco complaciente historia de México. Y acabaría así gobernando el barco de sus vivencias con enormes dosis de ternura que todavía hoy nos soprenden. Con su cine, exótico, curioso, unas veces comedido, y otras casi tóxico y cargado de odio, pero siempre afecto al clasicismo naturalista de las cinematografías europeas, vio también la luz una reflexión muy particular sobre un intimista, sutil e inteligente realismo poético, especialmente nacionalista, cuya plástica, por supuesto, se enraizó sobre todo en la cultura indígena. En su cine latía también una innovadora evocación de narrador clásico que bebía en los grandes frescos de Rivera y Orozco, y un desesperado afán de aprendizaje por la herencia temática de Eisenstein y su "¡Que viva México!
Su "María Candelaria",
1943, sorprendió en aquel progresista Cannes de 1946, cuyos jurados
(que la galardonaron) articulaban resueltas asimilaciones hacia un cine
libre de lacras consumistas, capaz de tomar cuerpo entre rigurosos
despliegues de insólitos matices, más o menos desconocidos, y que, por
supuesto, hicieran progresar el lenguaje cinematográfico, fuese cual
fuese su nacionalidad. "La perla", 1945, (basada en la novela homónima de John Steinbeck), la extraordinaria "Enamorada", 1946, "Pueblerina", 1948, (también premiada en Cannes) y "La malquerida", 1949, (laureada en Venecia), encumbraron a Fernández. Por sus novedosas y sutiles sugerencias panteistas, Europa y John Ford (que lo imitó en "The Fugitive" ("El fugitivo""), echando mano incluso de dos de sus actores fetiches: Pedro Armendáriz y Dolores del Río), y más tarde John Huston,
casi besaron las huellas de sus pasos por el empíreo celulóideco. Fue
la suya una propuesta valiente que se atrevió a homenajear la opresión
en que aún se debatía el indigenismo de aquel México inmenso, que, pese a
su gran compromiso revolucionario con el mundo centroamericano de habla
hispana, todavía sufría la controversia de la más infernal negrura, con
terribles diferenciaciones sociales que, como era de cajón, nadaban
entre dos aguas: desde la ilusión más progresista de su gran Distrito
Federal al envilecimiento más desmembrador de cientos de provincias
olvidadas y masacradas por el subdesarrollo y la total ignorancia, que
si puede redimir al hombre, no le absuelve del tortuoso via crucis de una subsistencia degradada a todos los niveles.
Rescatar una joya como "Río escondido", 1948, es
un experimento que nos llena de humilde excitación. Como un flamante e
inesperado acontecimiento cinematográfico que nos arrastra hacia un
ansiado sentimiento de silencioso y personalísimo desmayo, porque, pese a
que nos guste mucho el resto de la obra de Don Emilio, hacía
tiempo que nuestra cinefilia reclamaba (como sucede tantas veces con
otros directores y sus películas) este espléndido y emocionante
reencuentro. Sabíamos que, en efecto, nos faltaba "una gran historia" de la prestigiosa, pero semiperdida, cosecha de este desprendido poeta que fue el "Indio". Fernández.
Impetuoso y ardiente frente a la hosca naturaleza azteca, pero que
tanta grandeza supo alcanzar a través de la pulsación lírica del
indigenismo, del folklore, de los dramas agrarios, y de las
involucionadas condiciones vitales y culturales de aquel México
post-revolucionario.
La importancia cualitativa, hoy casi ignorada, de "Río escondido"
se apoya en la honesta voluntad de ofrecer un testimonio demoledor a
través de las penalidades de un campesinado arruinado hasta extremos
inhumanos por el más traumático de los caciquismos. La furia expresiva
que tras el uso y el abuso del castigado provincianismo sobrepasa sus
muros de silencio, acabará así modulada por la patética odisea de una
joven y arrebatada maestra: icono capaz de convertirse en parábola viva
que codifica y ataca toda denuncia a los sistemas represivos que han
asolado el mundo. Dominio, unanimidad del dolor, sombras de tristeza,
fórmulas de conciencia que modelan las imágenes de la brutalidad más
extrema, y a la que tan sólo se resiste con las lágrimas del pueblo y
una gran voluntad de sacrificio. En esta difícil crianza del indigenismo
de Emilio Fernández y su "Río Escondido" nos hallamos,
pues, ante el consabido, pero estremecedor, populismo que siempre
impregnaran sus obras: la "mala hembra" proscrita, la indiada oprimida,
el cacique feroz inmovilizado en el más peyorativo y bárbaro de los
niveles amorales y neuróticos de la crueldad.
A esa imagen aureolada sombríamente por la maldad presta una especial y terrorífica convicción un magnífico Carlos López Moctezuma.
Entre
la perfecta conjunción de este universo de melodramáticos niveles tanto
éticos como abusivos, historia ingenua y humilde a primera vista, el Indio se
sirve (quizás maliciosamente, a fin de conformar un nuevo mundo a
través de su deseo adorador de hembras maravillosas capacitadas para
enfrentarse a toda convención maniquea) de una bellísima y altiva María Félix,
no tan débil como en un principio creemos. Su (por muchos puesto en
duda) virtuosismo interpretativo queda en este hermoso film
convenientemente desgranado. Y es que la imbatible Doña María, tras haber rehuido durante toda su vida los oropeles hollywoodenses que la reclamaran para su universo estelar (casi desde el comienzo de su carrera María había recibido
ofertas de trabajo en la Meca del Cine, pero la propia Félix dijo: "Solo me dan papeles
de huehuenche (indio)".
Mientras estaba en Francia, el prominente David O. Selznick la había requerido para que interpretara a su Perla Chavez en su gran superproducción "Duel in the Sun" ("Duelo al sol"), 1946, con Gregory Peck y Joseph Cotten, papel que María rechazó y pasó a Jennifer Jones. Otra propuesta fue por parte de Joseph L. Mankiewicz para protagonizar "The Barefoot Contessa" ("La condesa descalza"), 1954, con Humphrey Bogart, pero
ella la rechazó, el papel pasó a Ava Gardner. En su lugar interpretó "La Belle Otero" en Francia.
En 1964, Bette Davis y Robert Aldrich le ofrecieron ser coprotagonista en la película "Hush... Hush, Sweet Charlotte" ("Canción de cuna para un cadáver"), pero María se negó diciendo que no quería hacer una segunda versión "What Ever Happened to Baby Jane", ("¿Qué fue de Baby Jane?"),1962, también protagonizada por Davis. El papel de María lo terminó realizando Olivia de Havilland.
También en 1964, John Wayne, el productor Samuel Bronston y el director Henry Hathaway le propusieron ser pareja del eterno cowboy en "Circus World" ("El fabuloso mundo del circo"), que se iba a rodar en España,
pero la Doña" lo rechazó alegando que ni loca haría el papel de madre
de Claudia Cardinale, ya que la protagonista sería la bellísima actriz italiana. María no
estaba dispuesta a estar en segundo lugar después de una principiante,
por lo que Rita Hayworth, ya en decadencia, la sustituyó.
Posteriormente, de nuevo el director Robert Aldrich le envió el
guión de "The Legend of Lylah Clare" ("La leyenda de Lylah Clare"), 1968, con Peter Finch y Ernest Borgnine, pero ella no llegó a un acuerdo con el director
y Kim Novak consiguió la película.
La Doña, sin embargo, siempre tuvo clientela asegurada en Europa: Jean Renoir le ofreció una imagen impactante en su colorista "French Can Can", 1955, con Jean Gabin y Françoise Arnoul.
Fue todo un mundo cinéfilo el que saboreara, ya fuera en francés o en
castellano azteca, los fulgores de vértigo con que esta incomparable vamp mexicana supo cimentar su reputación. Pasó de manos de Emilio Fernández, a la de Jean Renoir, y de Yves Ciampi en "Les héros sont fatigués" ("Los héroes están cansados"), 1955, con Yves Montand, Curt Jurgens, y Jean Servais, hasta Luís Buñuel en "La fièvre monte à El Pao" ("La fiebre sube a El Pao"), 1959, con el malogrado y excepcional Gérard Philipe.y de nuevo Jean Servais. Así, María Félix
fue siempre un valor insólito, incluidas la gran cantidad de películas
que interpretó en España. Y es que su impactante belleza, su discutible
pero pujante y excesivo galanteo interpretativo, y lo que se dio en
llamar su "apasionada frialdad descubierta", fue, por lo general, pagada a precio de oro.
Las idas y venidas de la maestra azteca Rosalía Salazar (María Félix), extraordinaria donde las haya (y no tan sólo por haber sido una beldad irrepetible), por ese pueblito conocido por "Río escondido" socavarán las claves de un caciquismo que nos recuerda al western. Tras su primera aparición, sabemos que la Félix
será la esperada hembra mexicana capaz de alzar su patíbulo particular
al violento caudillaje de totalitarismo, sevicia e intolerancia que
ante sus atónitos ojos desafía toda escala de valores humanos. Ella, ayudada únicamente por el del joven pasante de medicina rural, Felipe Navarro
(Fernando Fernández), formará parte también, entre ese cúmulo de despropósitos a que conduce
la dictatorial intransigencia caciquil, de esa cultura indígena,
recogida por la plástica de los paisajes, tipos y cielos únicos de
México.
El enfrentamiento final de la maestra Rosalía Salazar con el terrible tirano y asesino Regino Sandoval ofrendan a este vehículo insólito de "Río escondido",
tan recargado de gente de bien y gente de mal, una mayor grandeza y
convicción. Una nueva ventana se abre al toque testimonial y humanista
de Emilio Fernández, bien nutrido por una mítica mantis religiosa como fuera Doña María Félix, que no Dolores del Río.
Tras esta misión imposible, seca y dura, se crea un no menos mítico
festín de situaciones melodramáticas que, aunque parezcan posturas
difícilmente salvables, van más allá de la pura, simple y vulgar
acepción en que se encasillara la imitativa degeneración academicista de
aquel cine mexicano más populista. "Río escondido" desborda con
su belleza y la de su protagonista el tantas veces imprescindible
suicidio del drama más desesperado (y como referencia más enriquecedora:
¡el gigantesco prohombre del melo hollywoodense menos realista, pero más irresistible para emocionar los tiernos pliegues de nuestra conciencia, Douglas Sirk), que ha sufrido más traiciones que "El Conde de Montecristo".
Film
imprescindible, casi desconocido, para los seguidores del inimitable "Indio"
Fernández (Emilio) y del fetichismo obsesivo que nos impuso la mítica y
fascinante María Félix. El cineasta francés Jean-Luc
Godard no escatimó elogios para esta cinta cuando aún era crítico de
cine. Ocupa el lugar número 23 de la lista de "Las 100 mejores películas
del cine mexicano" publicado por la revista "Somos".
Recibió los Premios Ariel 1948
"Mejor película" "Mejor director: Emilio Fernández (nominado)"- "Mejor actriz: María Félix (ganadora)"-"Mejor actor: Carlos López Moctezuma (ganador"-"Mejor guión original: Emilio Fernández-Mauricio Magdaleno (ganadores)"-"Mejor fotografía: Gabriel Figueroa (ganador)"-"Mejor música: Francisco Dominguez (ganador)"-Mejor actuación infantil: Jaime Jiménez Pons (ganador"
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