Bajo uno de los más brillantes aludes de reflexiones y conductas altruistas que se recuerdan en el conmovedor marco del neorrealismo italiano, llega hasta nosotros el hálito impaciente y tierno de una nueva mujer, su creciente proximidad al
verdadero amor por el prójimo, el misterio más evocador de una honda
tristeza enfrentada ahora, con un matiz desconocido, febril y santificador, a
una flamante luz que, tras arrancar nuestras lágrimas, trastorna todos
los corazones que la contemplan.
Irene Gerard recogerá de la calle a una prostituta, que es insultada por otras mujeres Acudirá en busca de un médico en plena noche, y asistirá a la pobre enferma de tuberculosis hasta el último momento de vida de la misma. En este periodo se instruirá también en el pensamiento comunista, del que desemboca en la caridad y hermandad cercanas al cristianismo.
Una vez en el pobre apartamento de la joven que ha recogido de la calle, Irene saldrá en plena noche en busca de un médico para que la atienda. No obstante, el estado de la enferma es gravísimo.
Finalmente, acuden otros vecinos a la habitación de la pobre enferma, que recibirá a un sacerdote en sus últimos momentos, mientras Irene y los vecinos lamentan el triste final de la desgraciada muchacha entre lágrimas.
Cuando la enferma fallece, Irene asiste en casa de los vecinos que la han acompañado durante los últimos momentos de la pobre enferma a un acontecimiento inesperado. El hijo del matrimonio vecino, un joven extraviado por las malas compañías, ha cometido un robo y ahora se refugia en casa de sus padres, huyendo de la policía, con una pistola en mano. Sus padres se sienten aterrorizados e impotentes para ayudar al muchacho. Pero Irene insistirá al joven para que deje la pistola y que intente huir antes de que se presente la policía. El muchacho huye ayudado por Irene, y ella, tras la ayuda moral prestada a la familia, acabará en la comisaría para declarar el suceso.
Cuando la enferma fallece, Irene asiste en casa de los vecinos que la han acompañado durante los últimos momentos de la pobre enferma a un acontecimiento inesperado. El hijo del matrimonio vecino, un joven extraviado por las malas compañías, ha cometido un robo y ahora se refugia en casa de sus padres, huyendo de la policía, con una pistola en mano. Sus padres se sienten aterrorizados e impotentes para ayudar al muchacho. Pero Irene insistirá al joven para que deje la pistola y que intente huir antes de que se presente la policía. El muchacho huye ayudado por Irene, y ella, tras la ayuda moral prestada a la familia, acabará en la comisaría para declarar el suceso.
Avisado su esposo George, éste se presenta allí con un abogado a fin de liberar del grave incidente a su mujer. Y una vez liberada por el comisario, George se dispone a conducir a su mujer a un centro psiquiátrico, convencido ya definitivamente de que sus actos son fruto del desequilibrio mental que para ella significara la muerte del pequeño Michele.
Una vez queda atrás el incidente de la comisaría, George, en compañía de su abogado y su suegra, conduce a Irene a un centro psiquiátrico conceptuando que su esposa realmente lo que necesita es ser atendida por psiquiatras y conseguir mediante un tratamiento adecuado que vuelva a ser la misma mujer, amante del hogar y de la familia, como lo era antes de perder al pequeño Michele, y cuya muerte así ha trastornado su personalidad burguesa.
En el centro
médico, una vez se le asigna una habitación en un pasillo por el que
asoman miradas de tristeza y trastorno psíquico de otras mujeres allí
recluidas, Irene es atendida por especialistas. Irene
se muestra desconcertada y triste. No puede comprender cómo es posible
que sus actos de bondad y misericordia hacia el prójimo no sean
comprendidos por George y su familia, y que todo ello haya
desembocado
en una reclusión absurda e inútil en un centro psiquíatrico. Recibe
también la visita compungida de su fiel asistenta que, llorosa, no
puede aceptar tampoco la decisión del internamiento de Irene. Y ella trata de consolarlarla.
Cuando va a ser sometida al Método Rorschach, muchas de las recluidas en la sala la observan con miradas de amargura y ansia de huir de allí. Cuando se halla ante el test, Irene contesta con toda racionalidad a los negros dibujos del método, comentando al doctor que todo ello no es más que una perdida de tiempo.
Su mente también es estudiada detenidamente.
Y durante un altercado en los comedores, una de las reclusas pelea con las enfermeras con el deseo enfebrecido de escapar del Centro Psiquiátrico. Irene se acercará a ella y la tranquilizará con palabras de fraternidad y confianza en la bondad humana.
Finalmente, los especialistas y hasta el sacerdote que ha tratado de ahondar en los motivos de su entrega al prójimo sin poder comprenderla, confiesan que lo más adecuado para Irene es que permanezca en el Centro, donde su caso será tratado del modo más conveniente para que recobre su salud mental.
La Bergman se muestra incapaz de reprimir aquella nueva confesión de un amor sin límites hacia una parte de esa humanidad más maltratada. No dudará en enfrentarse a la ceremoniosa y egoísta burguesía demasiado exigente para tratar de comprenderla, y que vive, como hiciera ella misma, instalada en su confortable indiferencia, tan vana como inútil.
Se
reúne en un instante conmovedor con el pueblo llano al que tanto se ha
entregado últimamente, un pueblo sencillo que la ama y la absuelve.
Irene Busca la purificación y hasta el martirio. Allí está el marido que, cansado de su "extraño" comportamiento y
después de haber sospechando que ella lo está traicionando con Andrea,
la declara definitivamente loca y la abandona en manos de los médicos. Su reaccionario esposo y su conservadora y estupidísima
madre prefieren considerar sus actos altruistas como propios de una demente.
Sin victimismo, esta gran mujer usará en consecuencia su más conmocionador derecho "de redimirse a sí misma", oponiéndose con firmeza a la rigidez de cuantas actitudes reaccionarias han presidido su absurda existencia anterior. Y por ello sabemos que, gracias a las cerradas puertas de un mundo positivista y egocéntrico, que observa en silencio, negligentemente, las vicisitudes de los desheredados de la tierra, nuestra gran Bergman no se dejará devorar por el “Pozo de las serpientes”
¡El rostro de la gran actriz nórdica, irrepetible Ingrid Bergman, de tan
bello y expresivo, resulta escalofriante!...
Y GIULIETTA MASSINA
Giulietta Massina cobra también ante nuestros ojos, en sus breves apariciones, la expresión resplandeciente de una imagen que ya participa de la misma naturaleza neorrealista de Rossellini, y cuyos surcos, a manos de su futuro gran mentor y esposo Federico Fellini, pronto se abrirán esplendorosamente ante ella. Nos otorga así una gracia casi tan fascinante como mágica y embriagadora. Esboza sus muecas más adorables, nos arrastra hacia sentimientos que lindan ya con la veneración por venir, y preludia en consecuencia los ardientes vientos de sus extraordinarias "La Strada" y "Le notti di Cabiria"
"Europa '51" sigue siendo la más preciada e imperecedera joya en la corona de Ingrid Bergman y de Roberto Rossellini.
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