Vronsky participa como gran caballista en las carreras del hipódromo de San Petersburgo. Anna acude a presenciar la carrera en compañía de Stepan, de su esposo, de la princesa Betty Tversky, y del resto de la aristocrática y chismosa sociedad de la gran ciudad. La carrera cobra un gran interés en todos los presentes, y muy en especial de Anna, dado que Vronsky parece el ganador de la misma. Pero, inesperadamente, sufre sufre una aparatosa caída, aterrorizando a los espectadores. Anna intenta acercarse al herido, pero Betty, que siempre la defiende ante las habladurías, le impide que lo haga ante las murmuraciones de los allí presentes, ya que su interés por acercarse a Vronsky la convierte en el definitivo centro de todos los comentarios malintencionados, además de la mirada displicente y censuradora del visiblemente agraviado Karenin.
Karenin obliga a Anna a volver con él a casa, y durante el trayecto ella le confiesa que se halla enamorada de Vronsky y que no le importa la opinión que él tenga sobre ello. Está dispuesta a abandonarle y unirse a Vronsky definitivamente.
Aparentemente más preocupado por su posición social y política que por la pasión hacia su esposa, Karenin se halla dispuesto a divorciarse. Arrebata cartas de amor de Anna dirigidas a Vronsky como prueba de su adulterio.
Además, la amenaza con quitarle también la custodia de su hijo Sergei, advirtiéndole con que no volverá a verlo jamás si se marcha con Vronsky.
Dejando a Karenin, Anna queda embarazada de Vronsky. Casi muriendo en el parto (el niño nace muerto), Anna tiene pesadillas y ve al anciano de la estación que se acerca a ella como signo de su muerte. Pide perdón a Karenin, que él se lo concede con frialdad.
Karenin, siendo magnánimo, le permite a Vronsky la idea de que puede visitar a Anna si ella lo llama. Avergonzado por el escándalo, Vronsky lleva a cabo un fallido intento de suicidio. suicidio.
Anna, ya restablecida, vuelve a intentar vivir con Karenin, pero le resulta imposible reiniciar su vida matrimonial con él.
Vronsky renuncia al ejército para vivir con ella. Anna decide entonces dejar a Karenin para siempre, abandonando también a su pequeño Sergei. A la pareja les mueve la esperanza de que Karenin acceda a divorciarse y poder así contraer matrimonio y evitar con ello las perniciosas habladurías de la sociedad de San Petersburgo. Ambos viajan a Venecia. Pero, tras una corta estancia en Italia, Vronsky acaba echando de menos su vida de militar, e incluso acude a cenar con un grupo de militares que se hallan en Venecia dejándola sola. Anna se convence de que ello resulta perjudicial para su vida de pareja y deciden volver a San Petersburgo con la esperanza de que Karenin acceda al divorcio. Pero éste se muestra inflexible y no accede, prefiere que ambos se hallen en boca de toda la aristocracia de la ciudad como adúlteros.
Anna, ansiosa también por ver al pequeño Sergei, al que ha abandonado, ayudada por el ama del pequeño, Sergei, visita a escondidas de Karenin a su hijo, que cree que su madre ha muerto.
Ante la imposibilidad de contraer matrimonio por la negativa al divorcio de Karenin, las dudas sobre los sentimientos de Vronsky crecen en la mente de Anna. Cuando él se niega a asistir a la ópera con ella porque ha quedado con su madre y una joven princesa llamada Sorokina, a quien la condesa Vronsky trata de emparejar con su hijo, Anna se presenta sola en el palco, y toda la sociedad de San Petersburgo la desdeña con un silencio de reproches. Vronsky acude a su lado pero Anna se siente vejada y abandonada por él delante de todo San Petersburgo.
Anna acude otra vez a casa de su hermano Stepan en Moscú busca de la comprensión de su cuñada Dolly. Se encuentra con Konstantin Dmitrievic Levic, felizmente casado con Kitty, y ahora padre de una criatura recién nacida. Levic le agradece a Anna que apartara a Vronsky de la mente de su esposa Kitty. Su cuñada Dolly trata también de consolar a Anna.
Vronsky sigue a Anna hasta allí, y tras una última discusión con él, ella se convence de que su madre lo va a obligar a casarse con la joven princesa Sorokina. Vronsky lo niega todo rotundamente y achaca la discusión a los celos infundados de Anna, a la que insiste en que debe conseguir el divorcio de Karenin. Luego se marcha enfurecido.
De vuelta a su apartamento, lee una carta de Vronsky en la que le indica que se ha marchado de Moscú.
"He ido a San Petersburgo. Volveré en un par de días" -Alexei-
(Observa a un militar situado en el andén, y cree reconocer a Alexei. Comprobado el error, Anna sonríe amargamente) "Ni una palabra. Ni un gesto suyo olvidaría jamás. ¿Cómo podría?" (Desciende hasta la vía del ferrocarril, situándose a unos metros de distancia de la locomotora) "Glenk. Le conocí aquí. Hace mucho tiempo. Estaba nevando..." (Nieva de nuevo. El tren se pone en marcha) Convencida de que la ha abandonado y lo ha perdido ya todo Anna camina hacia las vías del tren y se suicida dejando que el tren la golpee.
(Alexander Walker Biógrafo): "Alexander Korda sabía que Vivien deseaba por encima de cualquier cosa volver al trabajo. La película que le propuso fue "Anna Karenina"... y Vivien estuvo inmediatamente de acuerdo. Tenía la sensación de que podía darle a la historia de una mujer que abandonaba el hogar, a su esposo y a su hijo, algo de la verdad de su primer matrimonio. Según Kieron Moore, que entonces tenía veinte años y era uno de los más prometedores actores jóvenes de las películas inglesas, y que interpretó a Vronski, "quería mostrar la naturaleza dura y exigente de la obsesión de Anna..., el apetito carnal que los amantes sentían el uno por el otro,... y la naturaleza física del amor".
Desgraciadamente, esto resultó no ser en absoluto lo que Julien Duvivier tenía en mente. Cuando el director, sentado en su prominente silla de rodaje, arrojaba al suelo de vez en cuando, exasperado, el sombrero que llevaba, para patear a su alrededor (pero nunca encima de él), Moore tuvo la impresión de que era un hombre que no creía en ninguna clase de amor, y desde luego no en el tipo de amor obsesivo y destructor, pero que sí estaba preparado para servir una apariencia de amor romántico en interés del éxito comercial. Esto era un anatema para Vivien, y por lo tanto inició una batalla de primera clase incluso antes de que se iniciara el rodaje de la película, pues Duvivier era un hombre al cual le gustaba dejar claras las cosas de entrada. Incluso le pidió a Ralph Richardson, que interpretaba a Karenin, que pusiera por escrito cómo veía el papel. (El astuto Richardson no cumplió esa petición de enseñar sus cartas por adelantado, y acabó llevándose las mejores críticas).
La interpretación de Vivien era soberbia, pero estaba como envasada en el vacío, traicionando su propia antipatía hacia el modo romántico en que Duvivier (que no deseaba enfrentarse a una nueva y vigorosa Scarlett O'Hara) deseaba verla interpretar. Sintiendo que su dama estaba allí en carne y hueso pero que se encontraba a kilómetros de distancia en espíritu y simpatías, el pobre Kieron Moore se maldijo a sí mismo por no obedecer a su instinto, que le había dicho que acudiera a Korda durante las dos primeras semanas de rodaje y pidiera ser sustituido.
Vivien consideraba que era absolutamente imposible verse obligada a interpretar el lado feliz de Anna...,
puede observarse cómo mejora la película a medida que la tragedia va
sintonizando con lo que ella sentía acerca del papel (en especial en sus
últimas escenas y secuencia final). Pero el hombre de la silla insistía
en que se hiciera a su modo y, lo más frustrante para ella: "jamás perdió los nervios" con Vivien, según Moore, aunque en una ocasión invitó a este último a que le diera un puñetazo en la mandíbula.
Lo que probablemente nadie del plató sabía durante la película es que Vivien
estaba sufriendo uno de sus ataques depresivos. Una señal de esto era
la presencia de su madre, que ocupaba la silla con el rótulo "Vivien Leigh", mientras su hija aceptaba las instrucciones que Duvivier le daba como director igual que una secretaria tomaría un dictado. Su estado mental exacerbaba esa sensación, que ella y Moore compartían
(aunque ninguno tenía la suficiente relación fuera de la pantalla como
para ser francos al respecto), de que se les había arrebatado su
libertad de intérpretes. En años posteriores, Moore se preguntaría cuánta libertad se habría permitido Vivien a sí misma en cualquier caso, pues sospechaba que no tenía "uno" sino "dos" directores. Pensaba que Laurence Olivier ensayaba las escenas con ella en casa, dándole instrucciones, y luego Duvivier se encargaba de remodelar su interpretación en el estudio. Se le ocurrió la idea de que, si Vivien hubiera confiado más en sí misma y en sus instintos, podía haberse librado de Olivier y haber vencido a Duvivier.
Irónicamente, Vivien jamás había estado tan hermosa en una película. La ambientación en Rusia antes de la Revolución le permitió a Cecil Beaton diseñar una soberbia serie de trajes para una dama de alta posición. Los trajes se hicieron en París. Vivien y Beaton fueron a París para las pruebas, y se alojaron con Lady Diana y Duff Cooper en la embajada Británica. Entre Vivien y Beaton había una froideur que sus anfitriones percibieron. Era algo que iba a perdurar a lo largo de los años. Había empezado con un incidente muy común y sin importancia. Vivien había ido a casa de Beaton, en Pelham Place, para ver su selección de telas para la película. Mientras él estaba ausente de la habitación, cogió una foto enmarcada que Beaton había conseguido de Greta Garbo, y estaba intentando distinguir lo que la Garbo había escrito en ella cuando Beaton entró de repente en la habitación, se la quitó de la mano y la dejó con un fuerte golpe, boca abajo, sobre la mesa. Los diarios de Beaton de esa época registran la tensión mutua que cargó sus relaciones en el plató de "Anna Karenina"
Al estreno de "Anna Karenina", el mes de enero de 1948, acudieron un gran surtido de celebridades del cine y de los escenarios, así como políticos, gente de alta sociedad y del cuerpo diplomático, incluidos cinco miembros del Gabinete Laborista, todos los Altos Comisarios de la Commonwealth y 11 embajadores, el enviado de la Unión Soviética entre ellos.
-"Cuando salí para el estreno -contó Kieron Moore-, sabía que iba hacia mi propia ejecución". Tenía razón. Su ascensión al estrellato estuvo a punto de quedar detenida para siempre. Los reproches que debió soportar sugieren que la decepción de los críticos ante la interpretación de Vivien (por otro lado, magnífica, aunque las críticas no quisieron reconocerlo así) estaba siendo desplazada hacia la suya. Debe admitirse que no estaba bien en el papel, pero también gran parte del reparto dejaba mucho que desear, salvo Richardson, tan lúgubre y abatido como fascinante. Por una vez en su vida, crispada, Vivien abandonó la fiesta mucho antes de que terminara."
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