Selva
Anchura
infinita de la contemplación. La jungla bebe del hontanar primigenio,
corre abierta para todos en su pureza secular. Es como una conciencia
vegetal, incorporada a la carne de los seres vivos, porque destiló de
las altitudes de un universo sin dueño. Y en sus lindes nace el mar...
Tras la caza del tapir, sanos de cuerpo y espíritu, una partida de
cazadores, exhaustos, holgazanean a la sombra de los altísimos árboles
del bosque, una maraña gigantesca que se ve abrazada por toda suerte de
enredaderas, entre una floresta de vivos colores.
Pobladores de las Indias, fascinantes y extraños. Su maya yucateco suele dar rienda suelta a ideas atolondradas, malentendidos y risas burlonas. Garra-Jaguar, hijo de Cielo de Sílex, cacique de la aldea, procede al reparto de la presa abatida: "El corazón del tapir para Rana de Humo; el hígado para Nariz Aguda; para Hoja de Coco las orejas, y para ti Flojo los testículos... ¿Es necesario? (risas) Sí, es necesario tomar varias veces testículos de tapir si deseas procrear" Nunca los comiste. Tras el intento de devorar las crudas vísceras, una arcada. Flojo descubre la broma entre nuevas risas de sus compañeros...
Tierras perdidas en el confín del mundo que ofrecen el espectáculo más fabuloso que imaginarse pueda. Un muro de belleza levantado frente al mar. Todo nuevo para el entendimiento humano, y de tan sublime magnitud que es maravilla ver los vivos colores de los pájaros, de las flores, gulusmear las fragancias de las frondas, extasiarse en la contemplación de criaturas que todavía no han recibido nombre, tan extravagantes en sus formas que bien se las podría tomar por monstruosas si no fuese porque su misma pequeñez, que se oculta y avanza con esfuerzo en la espesura selvática, las dota del desasosiego instintivo de la prudencia más asustadiza... Repentinamente, entre la hojarasca, se mueven sombras. Hombres mujeres y niños que piden paso, y hablan de la terrorífica devastación de sus poblados que también se alzaban junto al mar.
Duende de la jungla, ave sagrada de los mayas, el quetzal de colorido deslumbrador, escurridizo habitante que se refugia en la frescura de la espesa opacidad, en la belleza de esa selva regada por los rayos del sol, entre sonidos que parecen retablos de algarabía, cantigas de hermosura incomparable de aves de largas colas que se prenden en el fulgor de sus coloridos, y de picos endurecidos cuyas lenguas de cimbalillo parecen imitar la voz humana. Santuario de vida silvestre. El maya jamás ofende ese orden y esas leyes de la Naturaleza. Acampa a la vera de las hojas grandes y carnosas, no habla de sus temores, se mueve con donaire y fortaleza, no siente pudor de mostrar sus intimidades, y en el velo de las sombras su piel parece esculpida en madera, tal es su tersura y su brillo.
Garra-Jaguar, ya frente a la linde del poblado, tallado en la lumbre de la tarde, intranquilo, renueva sus recelos. Recuerda a los huidos, sus rostros trasmudados por el miedo, y observa a su padre como si él hubiera de ofrecerle esa respuesta ya escrita de antiguo: "El miedo que has visto en esa gente del bosque pudre por dentro. El miedo es una enfermedad. Repta por el alma de quien lo contrae. Y ya ha perturbado tu paz... No te he criado para verte con miedo. Arráncalo de tu corazón. No lo lleves a la aldea"... Un pueblo que no siente sus fundamentos en la verdad de la Naturaleza, siempre será nómada. Pero al hombre maya le arrebata el placer de poseerla, y por eso, cuando se reúne junto al fuego, la voz del narrador se convierte en la voz del mundo: "Cuenta la fábula que cuando el hombre llegó a estas tierras quiso tener buena vista, y el buitre le concedió la suya; quiso ser fuerte y astuto, y el jaguar le obsequió con su pujanza; quiso correr sin cansarse, y el venado le prestó sus piernas; quiso adivinar la llegada de las lluvias, y el quetzal le dijo: yo te avisaré con mi canto sagrado; quiso trepar a los gigantescos árboles, y la ardilla le otorgó sus uñas; quiso conocer las plantas medicinales, y la serpiente le contestó: ¡ah!, eso es cosa mía, porque yo las conozco todas, y te las marcaré en la selva. Así fue con todos los animales Ahora el hombre sabe mucho y puede hacer muchas cosas. Y el búho comentó: ahora el maya sabe más cosas, y puede hacerlo todo, merced a nuestra ayuda, pero sigue desconociendo la prudencia frente a la insidia de otras criaturas humanas que también habitan esta selva terrible, y acrecentaron su entendimiento porque no olvidaron a la araña, que les concedió el don de la desconfianza... De pronto sintió miedo. He visto en el hombre un agujero profundo, como el hambre que no se puede saciar. Es lo que lo hace triste y lo que hace que cada vez quiera más. Seguirá cogiendo y cogiendo. Y eso lo entristece, y provoca sus carencias, hasta que un día el hombre diga: ya no soy nada, y nada tengo que dar..." Ladra un perro.
Incursión
Vuelve el sol a buscar sus pasadizos a través de aquel colosal templo de vegetaciones. Pronto el calor y la humedad hacen que el aire resulte pesado, y que cada movimiento madrugador en el poblado maya se acompañe de jadeos y sudores. Pero el indio sabe también mostrarse indiferente al rigor de la selva. Garra-Jaguar se despereza silencioso entre esa quietud que les circunda. Cruza miradas con su dulce esposa embarazada, Siete, y con su dormido pequeñuelo, Paso de Tortuga. A través de una angustiosa duermevela cree verse observado por un hombre: ¡el proscrito del bosque!
Una mirada y una exclamación horrendas: "¡¡Corre!!"... De pronto, pese a no existir poblado cercano alguno, advierte cierta agitación en la espesura. Intuye otros silencios acechantes entre la luz y la oscuridad, entre lo expedito de la aldea y lo secreto de la selva húmeda y cansina. Antorchas en movimiento por entre las frondas. Un miedo creciente lo atenaza. Y podrá leerlo, con la misma claridad que lo siente en lo más profundo de sus entrañas, en los ojos de otros habitantes del poblado que no tardarán en despertar. El temor, cuando es callado, cuando no es violento, es como una garra invisible que, aunque el hombre no quiera, insiste en oprimirte el corazón y clavar sus uñas en la entereza más proclive al valor. Es la máscara que no pretende despertar el espanto en tus semejantes, y que encubre el miedo con el escrúpulo del héroe que tirita, aunque se apreste sin dudarlo a la mayor de las hazañas.
Un gran estruendo. La ferocidad que posee a los indios. Una expedición de captura contra los asentamientos indígenas encabezada por el bárbaro fanatismo de Cero Lobo. Para desventura de la aldea de Cielo de Sílex, la lejana Tikal demanda varones vivos para ser sacrificados a la ferocidad insaciable de Kukulkan, gran dios de la mitología maya, y mujeres para su venta como esclavas de los mercados frente a los que se levantan las paredes, pasadizos, y escalinatas sanguinolentas de las pirámides de Tikal. Griterío y llanto. Resistencia desesperada y tenebrosa. La muerte cumple gran parte de su obra y de su signo de infortunio frente a la red que la selva teje. La mocedad india responde al horror que impone la taumaturgia reverencial hacia Kukulkan, la Gran Serpiente Emplumada. Tarea inútil, porque tras ella la maraña selvática, entre la que rebulle el amenazador y terrorífico rostro del fanatismo de carácter divino de la destructiva Tikal, deja tras de sí los cuerpos sin vida de los mayas hermanos, muertos en la ribera del poblado.
Garra-Jaguar logrará ocultar a su esposa y a su hijo en una profunda fosa. Después queda el silencio... Pero el tunkul selvático habló, tiempo ha, de una profecía: "Aquel que mandó hacer el camino en la jungla que conduce a Tikal, Uxmal, Kabán o Uaxactún, tirano y verdugo que derrama la sangre del hermano maya, que cree acatar la voz de sus crueles dioses y es sordo al llanto de los hombres, desdeña al humilde hijo de la selva, confía ciego en los poderosos ensangrentadores de pirámides, verá sobre su cabeza el cocoyol (fruto de hueso muy duro), y será muerto al primer golpe. Porque otros dioses más poderosos, de cabeza tan brillante como la caona y brazos de fuego, acabarán por gobernar a los caciques y dioses que hoy nos rigen. Y sus presencias vibrarán a lomos de monstruos desconocidos para el indio maya, y será mucho su enojo, que alimentará con su terrible lumbre ignorada. Y por nuestra herejía, estos nuevos dioses destruirán Tikal, Uxmal, Kabán y Uaxactún"
Otros confines, y a lo último toda la creación del mar. La cuerda de cautivos, sujetos sus cuellos de forma horrible con sogas junto a la larga horquilla de gruesas cañas, se interna en el contorno selvático. El recuerdo del poblado ha quedado recogido y apelmazado en ellos como su sangre. Derretido en la tierra roja y feraz del bosque, desamparado y yermo tras la evocación de la muerte. Tan sólo el eco virgen del llanto de los niños, cuya pureza respeta el maya, una vez abandonados a su suerte entre los humos de los estercoleros quemados del poblado, queda hincado en la eternidad verdeante de la jungla, multiplica sus voces como balidos ajenos a la matanza, y rasgan los helechos y arboledas con la fonética resonante de su impotencia, de su angustia, aventurándose como pajarillos en seguimiento del estremecido silencio de los cautivos, suplicando y pronunciando nombres, entre lágrimas de congoja, que únicamente escuchará ahora el agua torrencial y bullente del río en que sus padres se pierden para siempre.
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Los gemidos infantiles se van deshaciendo como una niebla entre la lobreguez enmarañada de la selva: "Gentil Ixchel, dulce madre de la merced, ampáralos del peligro", dirige hacia los niños su última mirada, vigilante y ancha, el alma dolorida de una madre, que ya no podrá volver a adormecerlos jamás en su regazo desnudo, mientras las lágrimas resbalan desde sus órbitas temblorosas. Jornada de horrores, vibran los espinazos cautivos, arrastrados por su cadalso de cañas. Volver los ojos del recuerdo hasta el poblado lleno de sol poniente es volver a ese pasado que ya no les pertenece.
Profecía
Otra aldea incendiada se amontona en el camino. Una niña enferma (probablemente de lepra) recaba ayuda y es rechazada con repulsión por la conciencia guerrera de los captores. Su mirada les atraviesa como el aguijón maligno de un cuento nefando. Garra-Jaguar y la niña se observan mutuamente. Su cabello negro, las pústulas de su rostro, los ojos felinos, diabólicos, revelan la sabiduría o la malicia de los hechizos. Y en todos, captores y cautivos, como a muertos rasgados en trozos, hunde el dardo afilado y venenoso de su vaticinio: "Te doy miedo..." (al guerrero que la rehuye). Todos vosotros deberíais tenerlo. Vosotros los malvados. ¿Te gustaría saber cómo vas a morir? (a otro de los captores) El tiempo sagrado se acerca. Guárdate de la oscuridad del día. Cuídate del hombre que traiga un jaguar. Considéralo renacido del barro y la tierra. Pues el que te lleva condenará el cielo, y aniquilará la tierra. Te aniquilará a ti, y consumirá vuestro mundo. ¡Ahora está con nosotros...! (grita la niña ya en la distancia, mientras los guerreros mayas prosiguen su marcha, temerosos, pero sin comprender el significado de aquellos presagios) ¡¡El día será noche, y el hombre jaguar os conducirá a vuestro fin!!"...
TIKAL
Tikal entre una convulsión de cuerpos semidesnudos. Miseria y horror al atravesar las minas de cal. Más allá las arquerías del mercado, ondulante de rostros femeninos, tatuados por misteriosas escamas de jade, ornamentados sus cuerpos por la pedrería verdosa de la obsidiana. Un hervidero de plumones multicolores, entre paños recamados, que se tejen y tiñen incesantemente, y que cuelgan entre las pilastras y los toldos, bajo los que se acomodan las esclavas prostituidas, y se amontona la abigarrada plebe. Un rebullicio de pordiosería, de regateos entre clientes y tenderos, de jornaleros que encalan edificios, de cuerpos enjoyados entre perfumes litúrgicos, inmundicias y sebos, a los que se mezclan los sudores del torrente humano.
Y el zócalo terrorífico donde resuena la multitud que se amontona frente a la mansión rojiza, escalonada, de la gran pirámide de Kukulkan, que exige sus sacrificios. El ritual pavoroso reúne sobre la grada el sagrado ara sanguinolento, al sacerdote sacrificador, las bandadas de siervos y guardias, los cortesanos, el hechicero convulso, y al gran cacique, su reina e hijo, convenientemente ataviados para la ocasión festiva. Las mujeres serán vendidas en el mercado de esclavas. Los varones, embadurnados ritualmente de tinte azul por las sacerdotisas, atravesarán los túneles de la gran Pirámide, cuyas paredes ofrecen las representaciones previas al sacrificio: hileras de prisioneros pintados de azul. Cuerpos mutilados, cuyos corazones han sido extirpados con el terrible cuchillo de obsidiana, y sus cabezas cercenadas arrojadas al vacío de las escalinatas ensangrentadas (y atrapadas con redes por el gentío fanático y enfebrecido), junto con sus troncos fragmentados. En derredor miles de cabezas ensartadas en las azagayas, el aciago rugir de los hombres frente a las rampas piramidales, y madres que embadurnan a sus hijos con la sangre de las víctimas.
Eclipse
Huida
La cancha o estadio de Tikal. Los prisioneros son liberados de sus ligaduras. Tras el maizal cultivado más allá de la cancha, la libertad del bosque para quien sea capaz de salvar la distancia que le separa de la planta rectangular del estadio; el solitario horizonte que podrá salvarlos si, milagrosamente, rehuyen las flechas y azagayas de sus captores que se precipitarán sobre ellos al primer impulso de huida. El único botín de la barbarie, tras las ejecuciones de los inocentes, será, como siempre, el triunfo de la sangre. La carrera, el tormento, la muerte: un monstruoso fruto que no conoce la indulgencia.
El hijo de Cero Lobo ejecutará a todo aquél que consiga alcanzar el final de la cancha. En el tercer recorrido, Flojo es alcanzado por una azagaya, Garra Jaguar por una flecha que logra arrancarse, y en la perpetua excitación de la lucha a muerte, el verdugo hijo de Lobo halla su perdición: su oficio consiste en matar, pero Garra Jaguar, ayudado en su postrer adiós por Flojo, lo apuñalará con la obsidiana ensangrentada. Finalmente, el maizal, el muladar de los cadáveres putrefactos sacrificados a Kukulkán, y ¡¡el bosque!!...
La muerte del hijo profana el santuario sanguinario de Cero Lobo. Una aulladora desbandada se precipita en pos de Garra Jaguar. He aquí la furia y su inútil lenguaje en los parajes bárbaros de la tierra. Los blasfemos impuros de Tikal que desangran la pureza de la selva, morada de Ek Chua, padre del jaguar.
La floresta es el aposento de su fuerza: el jaguar negro, cuya carrera dirigirá hacia sus enemigos, la corteza del gran árbol que paliará la pérdida de sangre de su herida, las serpientes implacables: "¡Poderoso Ek Chua, te suplicamos el perdón por invadir la tierra de tu hijo, el jaguar!" (exclamará uno de los guerreros empozoñados por una mordedura, recordando el vaticinio de la niña leprosa), las abejas silvestres, las trampas mortales del pantano, las ranas venenosas en cuya sangre hundirá sus pequeños dardos, y que lanzará sobre sus enemigos: uno a uno irán siendo eliminados por Guarra Jaguar. A Cero Lobo le desgarrará el descortezamiento puntiagudo e infalible de la oculta trampa de tapires que, en su huida, interpone Garra Jaguar.
Extraños dioses
Tras lograr huir de sus perseguidores con la llegada de los extraños dioses, Garra Jaguar logrará salvar a siete (cuyo parto tuvo lugar bajo el agua, y al pequeño Paso de Tortuga, pese a que la intensa lluvia amenaza con inundar la fosa.
Arriba, en los márgenes distantes de la jungla, liberada de la fosa su familia, Garra Jaguar huye del contacto con los nuevos descubridores de Indias, navegantes de la mar Océana: "¿Qué son?", pregunta Siete, observando las naves. "Traen hombres", responde Garra Jaguar. "¿Vamos con ellos?"... "Vamos Paso de Tortuga" "Tenemos que ir al bosque, a buscar un nuevo comienzo", decide el Hijo de la Selva.
Un creador controvertido
Mel (Columcille Gerard) Gibson, aunque criado en Australia, había nacido en New York el 3 de enero de 1956. Su padre, Hutton Gibson, aseguraba que sus orígenes se remontaban hasta un santo irlandés del siglo V. La familia Gibson se trasladó a Australia en 1968. Mel tenía doce años. La emigración se debió a las protestas esgrimidas por Hutton contra la guerra del Vietnam, dado que sus dos hijos mayores corrían el riesgo de ser reclutados para la misma. La devoción religiosa de Mel Gibson ha formado uno de los más turbios y críticos caldos de cultivo en su existencia. Siempre se ha declarado Católico Romano, y en su adoctrinamiento fanático planea un sentimiento de extraña fascinación que le obliga constantemente a erigirse en arquetípico exégeta, comprometido con cierta actitud dominante de iluminado predicador, ante la máxima "Extra Ecclesiam Nulla Sallus" ("No hay salvación para quienes están fuera de la Iglesia").
Pese a todo, asegura no haber desaprobado jamás las creencias anglicanas de su esposa Robyn Moore: "Ella reza, ella cree en Dios, conoce a Jesús, es mejor que yo,... es mi Roca de Gibraltar, pero más hermosa". Del matrimonio han nacido nueve hijos.
"The Passion of the Christ"
En el año 2004, Mel condenó todo financiamiento estatal de las investigaciones sobre células madres. Se opuso a la clonación y a la destrucción del embrión humano. Y en 2005 expone, en un programa radial de Sean Hannity, su impugnación más férrea a la eutanasia, a la que llama "asesinato por sanción estatal". Cimenta su adhesión por la pena capital, la cual, según Gibson, está permitidia por la doctrina tradicional de la Iglesia Católica Romana. Al rodar "The Passion f the Christ" ("La Pasión de Cristo"), -dialogada en arameo- aseguró que se sentía cautivo de una iluminación interior propugnada por el Espíritu Santo: "Una señal de Gracia, tan clara como la luz de un semáforo. Yo hacía la película mediante Él... Yo simplemente dirigía el tráfico". Criticado por todos los sectores judíos de Hollywood, como extremista religioso y antisemita.
"Mad Max", 1979, y Gallipoli", 1981, fueron los films que lo encumbraron. "The Year of Living Dangerously" ("El año que vivimos peligrosamente"), 1982, de Peter Weir con Sigourney Weaver y Linda Hunt, su interpretación más recordada. En 1985 fue nombrado "El hombre vivo más sexy" por la revista "People". Y en 1995 le sería concedido el Oscar a la "Mejor película y director" por "Braveheart", epopéyica y patriótica exégesis medieval del héroe independentista escocés William Wallace.
Intérpretes desconocidos
Rudy Youngblood (Jaguar Paw-Garra Jaguar), nacido el 21 de septiembre de 1982 en Belton, Texas. De ascendencia indio-comanche. Se graduó en la "Belton High School" de Los Ángeles en el año 2000. Desconocía que el casting al que se había presentado le significaría convertirse en el actor principal de "Apocalypto". Una vez elegido, se esforzó en aprender con gran celeridad el maya yucateco. Su interpretación recibió, en 2006, el premio "The First Americans in The Arts". No hay duda de que su personaje de Jaguar Paw, a través de planos consecutivos, ofrece uno de las más impactantes alternancias dramáticas del film, gracias a ese sentido felino con que logra dotar a su indígena maya en su forma más primaria y epidérmica.
Raoul Trujillo (Zero Wolf-Cero Lobo), nacido el 8 de mayo de 1955 en New Mexico. En él confluyen sangre Apache, Mexicana, Franco-Canadiense y Hebrea. Obtuvo su primer trabajo en 1977, como actor y danzarín en la producción teatral "Equus", en Santa Fe. El espectador acusa profundamente el impacto terrorífico de su rostro, como una amenazante sombra persecutoria en la penumbra selvática, merced a los recursos de un maquillaje polémico que, acompañado por una contundente expresividad, le convierten en uno de los prototipos más escalofriantes jamás reflejados en la pantalla de la crueldad humana.
Dalia Hernández (Seven-Siete). Joven promesa mexicana nacida en Veracruz el 14 de agosto de 1985. Admitió que no fue fácil para ella aprenderse los diálogos en lengua maya. "Las jornadas en la selva de Los Tuxtlas resultaron igualmente extenuantes" Mel Gibson la reconoció como un inspirado hallazgo: "Sus rasgos clásicos la convirtieron en la viva imagen de la bella Seven que yo soñaba como esposa de Garra Jaguar".
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