De todas las películas que Roberto Rossellini rodó con su mujer de entonces, la lúcida, exquisita y sublime Ingrid Bergman, "Europa '51" es nuestra preferida. Susan Sontag, la extraordinaria scritora norteamericana -R.I.P.-, confesó en repetidas ocasiones sentirse fascinada por dicho film, que también encabezó la lista de sus prioridades cinematográficas. Ingrid Bergman, dejando por aquel gran maestro que fue Rossellini su look
hollywoodense, se rindió por completo a él, siguiendo e idolatrando cada unos de los pasos del recién nacido neorrealismo rosselliniano; y pasando de críticas acerbas y moralistas protocolos, tras elegir su propio confinamiento artístico, más depauperado pero más vital, en aquella nueva Italia de posguerra, le dedicó, para regocijo de la posteridad y de millones de cinéfilos, parte de sus
mejores años.
Ingrid Bergman se entregó así, como inmensa prueba de amor, a rodajes infernales, consiguiendo, ya que no enriquecerse crematísticamente hablando, sí muchas de sus más geniales interpretaciones cinematográficas (papeles que, probablemente, aguardaban a la gran diva del neorrealismo Anna Magnani, y que la inolvidable romana también habría aceptado de mil amores). Las comparaciones son siempre odiosas, ya lo sabemos. Pero si la célebre y exquisita actriz sueca no hubiera aparecido por los horizontes de Cineccitá, no dudamos en que la genial Magnani, interpretándolos, nos habría dejado también un imborrable recuerdo a todos los adoradores de su grandiosidad interpretativa neorrealista.
Pero la Bergman no es menos incomparable que la Magnani. En esta
"Europa '51", como Irene Gerard, casada con George Girard-Alexander Knox, con un hijo de 12 años, Michele-Sandro Franchina,
y con buena posición social, pierde (mediante el suicidio de su hijo,
al que no presta la atención que el niño requiere de ella, ¡audacia
inaudita
de Rossellini!) su detestable conciencia de burguesita estúpida,
únicamente ocupada en lo que hoy se llamarían “stressantes” reuniones sociales y cenas absurdas con empalagosos comensales.
Mientras Irene se cambia para recibir a sus invitados, tanto ella como su marido, hace caso omiso de la presencia del pequeño Michele. El pequeño despechado juega con una cuerda y hace gestos de ahorcarse con ella.
Cuando llegan los invitados, incluida la madre de Irene, el matrimonio Gerard tan sólo se preocupa de portarse como buenos anfitriones. La abuela le trae de regalo al nieto: una pequeña locomotora de juguete. Michele agradece el regalo pero lo deja en el salón, y se retira de nuevo a su habitación. Y serán los comensales junto a George quienes hallarán diversión con el juguete y jueguen con el tren. Luego la cena sigue despreocupadamente.
Irene se preocupa ahora de sentar de forma correspondiente en la mesa a sus comensales. Durante la cena, la asistenta acude a Irene para indicarle que Michele, ya en la cama, quiere que vaya a verle porque no se encuentra bien. Gerard también se muestra contrariado. El niño finge a fin de que su madre le preste de nuevo algo de atención. Irene, cuando comprueba que todo se trata de un fingimiento de niño mimado y caprichoso, se enfada, le riñe y el pequeño, rabioso, se revuelve en su cama. Irene vuelve a la mesa, indicando que Michele está bien, y que no se trata más que de un acto infantil mimoso.
Michele no perdona a su madre. Ha quedado solo en su habitación. A los pocos minutos, acude de nuevo la asistenta indicando que Michele ha caído por las escaleras. Irene aterrorizada junto al resto de los invitados acuden al exterior del apartamento y asoman por la escalera. Gerard se encarga de recoger al niño que se halla inconsciente y será trasladado urgentemente al hospital en el coche de Irene.
Andrea Cassatti-Ettore Giannini, un amigo periodista de tendencia comunista y altruista, explica a los desesperados padres de Michele que el niño está bien aunque ha sufrido una tremenda conmoción, pero, tras un profundo reconocimiento médico, luego será trasladado a la casa domiciliar con una enfermera para ser cuidado. Irene teme que dicho accidente haya sido
provocado por su hijo para llamar su atención.
Ya en casa, recibe la visita de Andrea, quien le confirmará sus temores. Michele en realidad ha intentado suicidarse lanzándose por las escaleras.
Irene insiste a su marido en que es necesario cambiar la forma de vida que han llevado hasta ese momento y prestar más atención a su hijo.
Y cuando Michele muere a causa de una embolia cerebral, la esencia terebrante del dolor más profundo hace mella en la protagonista y los espectadores del film.
Irene, destrozada, rehusa la comida, y cae presa de una profunda y terrible depresión, que su fría madre y su marido intentan en vano remediar.
Durante su amarga prostación, recibe una llamada de su amigo el periodista Andrea que tratará de reconfortarla.
En busca de una nueva perfección moral, se ve con Andrea, el amigo periodista que trata de consolarla y le habla de un niño que está muriendo porque los padres no tienen dinero para las medicinas.
Irene ansía
redimirse. Gracias a su buena posición social, calla ante su marido, consigue dichas medicinas y se involucra en la ayuda a otras
personas de ese barrio pobre.