domingo, 17 de abril de 2022

Touch of Evil (Sed de mal)


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Basada en la novela de Whit Masterson [pseudónimo de dos autores Robert Allison Wade -June 8, 1920 – September 30, 2012- y H. Bill Miller -May 11, 1920 – August 21, 1961] "Badge of Evil" ("Emblema del mal"), la película fue recibida por la crítica como uno de los más sórdidos retratos policíacos de finales de la década de los cincuenta. Los prejuicios censores le hincaron el diente (no sabemos si lo harían también con la novela). Víctima de una incomprensión despiadada, como solía ocurrir con cuanto impacto expresivo pusiese en solfa el genial Orson Welles la tacharon de grandilocuente y excesiva. El provincianismo americano, en todas sus vertientes, siempre ha odiado las denuncias al sistema, pese a que sus manifiestos antiracistas cayeran, por lo general, tan vertiginosamente como su falsedad intrínseca, en ese profundo pozo donde nuestras conciencias evitan por sistema (dogma y lejanos principios de patriotería) el eco flagrante de la más perniciosa de las verdades. Cierto, porque nadie en sus procesiones vivenciales, sea en un país o en otro, y tampoco vale sentirse en otro tiempo o ahora, desean la verdad desnuda. Y el genio de Welles siempre molestó demasiado.
 
 




Tras un montaje desastroso, "Touch of Evil", 1958, dirigida e interpretada por Orson Welles, con Charlton Heston, Janet Leigh, Marlene Dietrich, Joseph Calleia, Akim Tamiroff, Dennis Weaver, Ray Collins, Victor Millán, y las breves apariciones de Joseph Cotten, Mercedes McCambridge y Zsa Zsa Gabor,  fue condenada al ostracismo. Las copias que corrieron por todo el mundo ahogaron su rigor, y el crudo espectáculo propuesto por ese policía corrupto, al que da vida un Orson Welles absolutamente sublime, con su carga de amargura de hombre sin sueños ya, incapaz de recomponer la sórdida realidad en que se sume su existencia, y que, no obstante, arrastra y presume de la dogmática y perniciosa obstinación de una superioridad inmersa en la profundidad de su malsana conciencia. Pues bien, para dolor de muchos, esta película, debidamente recortada, nos fue servida en las pantallas comerciales, con su viejo montaje devastador, como una trivial investigación detectivesca, en la que se conceptuaban todos los altibajos y supuestos defectos de cualquier film de serie B, (pese a la constatación entre líneas de que el talento de Welles había sido ominosamente manipulado).
 
 
Hoy, para nuestra felicidad cinéfila, restaurada por fin gracias a la magia del DVD, la textura maestra del Gran Genio Norteamericano ha despejado todas las posturitas malévolas de las absurdas críticas que recibiera en su tiempo, y los entusiastas de sus imágenes castigadas y escondidas como mieles del panal irrepetible de la inteligencia de este Patriarca Excelso del Séptimo Arte, podemos saborear a cuerpo de rey la plenitud emocionante, como susurro lejano de una confidencia edificante que creímos perdida, de este relato policial único y magistral. Un "Touch of Evil" que, todavía hoy, nos eriza el vello; que nos hace estallar con el júbilo de "bienvenido seas"; que renace, para gozo de todos sus fans, prometiendo su castigo a los que se le resistieron severamente, y en el que retoña la excelsitud de todos los valores fílmicos (y no es pasión generacional) de un auténtico (si no el más grande) genio de la cinematografía mundial.



 


.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
En el plano secuencia con que arranca "Touch of Evil" late uno de los travellings más aptos para atraerse lo extraordinario de este "Sabio Definidor del Gran Cine", Mister Welles, y de lo que debe ser una perfecta conmoción fílmica. ¡Un auténtico y largo juego coral en carne viva! Nos acecharán luego esos sus claroscuros siniestros del más contundente blanco y negro jamás captado por la cámara; los contrapicados que acentuarán esa especie de dramaturgia escénica angulosa con nuevos y vertiginosos travellings maestros, que nos resumen toda la opresión de unos personajes atrapados a través de avenidas ruidosas, y callejones aptos para la puesta en práctica de cualesquiera de los toques diabólicos que impregnan el film. Y se nos reservarán esos descampados polvorientos, entre una suciedad revoloteante, a través de la iteración indiferente de las martilleantes y enloquecedoras torres petrolíferas.


         




 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El halo nostálgico, estremecedor, del mejor Welles, nos obsequiará también, al son de una pianola que nos mutila las entrañas, con un tú a tú del más excelso nivel mítico: un encuentro que habla de implícitos delirios eróticos y de la ya imposible belleza de los recuerdos, tras abordar la más dolorosa imagen de la soledad en una dimensión temporal irrecuperable.
 



 

Tanya-Marlene Dietrich, decadente, melancólica e insondable, aparecerá frente al "egregio comecriminales", ahora pelele de una lenta peregrinación hacia su trágico declive, para responder, mientras extiende sus cartas sobre la mesa, a la solicitud de Quinlan de que le lea su futuro, como, al parecer, hiciera ya otras veces: "Tú no tienes futuro.... ¿Que quieres decir?, inquiere Hank... "Tu futuro acabó... Vuelve a casa"  
 

                          

                    


                                                                                 




Mike Vargas-Charlton Heston, policía mexicano recién casado con la estadounidense Susan-Janet Leigh se ven obligados a interrumpir su luna de miel. En la frontera con Estados Unidos se ha producido una explosión por bomba en un automóvil  conducido por un mafioso de la droga. 

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 




 


Vargas tiene que trabajar junto a un policía norteamericano obeso,  desagradable, grosero y corrupto que, en realidad, es un xenofobo que odia a los mexicanos, llamado Hank Quinlan-Orson Welles. Quinlan es un artífice en fabricar pruebas falsas para acusar a cualquiera que él considere un delincuente. En este caso se trata de un joven mexicano Manolo Sánchez-Victor Millán al que acusa como culpable de colocar la bomba en el coche del mafioso. Vargas duda de que las pruebas que presenta el policía Quinlan sean reales. Trata de desentenderse del norteamericano e inicia su propia investigación. Y con la ayuda de Pete Menzies-Joseph Calleia, amigo desencantado de los métodos criminales que utiliza Quinlan, descubre que el policía y unos mafiosos fronterizos, al frente del cual se halla el Tío José Grandi-Akim Tamiroff, están directamente relacionados con el asesinato.
 
 










 


 

 
 
 

 
 

Susan Vargas es acosada por este grupo de mafiosos que actúan en la frontera de México. Pese a que ella no se amedrenta, su marido, para apartarla de la ciudad, la conduce a un motel situado a las afueras (que Alfred Hitchcock imitaría en "Psicosis" con la misma intérprete) y que dirige un trastornado y asustadizo gerente nocturno-Dennis Weaver. que no duda en espiar los movimientos de Susan desde el exterior.
 













Allí, tras amedrentar al retrasado gerente nocturno, se presentan estos delincuentes juveniles de José Grandi, dirigidos por una lider siniestra-Mercedes McCambridge. Susan, hostigada por ellos, es drogada y usada para desprestigiar al honesto policía mexicano Vargas, con la idea de que desista de su investigación. Pero Vargas inicia una carrera contra el tiempo, se enfrenta a Quinlan y al juez norteamericano del Distrito-Ray Collins
 
 


Pero Mike Vargas se dispone a iniciar una
carrera contra el tiempo, aunque tenga que enfrentarse a Quinlan y al juez norteamericano del Distrito-
Ray Collins.
 









Susan, completamente narcotizada es conducida a una habitación del hotelucho que regenta Tío José Grandi, y allí el corrompido Quinlan estrangula de forma siniestra a Grandi, y utiliza este crimen gargoliano para culpar del mismo a Susan, que es conducida a prisión.

 









Pero Quinlan, que utiliza bastón, olvida el mismo en la habitación del hotel donde ha cometido su fechoría, y Menzies se lo muestra a Vargas como prueba de que ha sido Quinlan el que ha asesinado a Grandi
 


Cuando Vargas acude al motel en busca de Susan el idiotizado gerente le dice que se la han llevado a la ciudad de allí y no sabe adonde.




Vargas, enterado por Menzies de que su mujer está en la cárcel y que ha sido drogada comprende que el autor de todo el siniestro entramado es Quinlan, y corre a sacarla de allí.  
 
 





Quinlan, perdido, sabe que Vargas acabará con él. Se  presenta en la taberna de una antigua amante, Tanya-Marlene Dietrich, una especie de gitana misteriosa y atractiva esperando que le prediga el futuro que le espera. Tanya le dice que su futuro está agotado, y que vuelva a casa. 





Fuera, Vargas, que lleva un micrófono-grabador con él, y Menzies inician una dura persecución encubierta de Quinlan por los terrenos sucios y polvorientos de los pozos de petróleo, esperando conseguir una confesión de Quinlan.
 


Cuando Quinlan se da cuenta de que Vargas lo está escuchando todo oculto en el repugnante terreno pantanoso y que Menzies lo ha traicionado, acaba disparando contra él.  Creyéndolo muerto se dispone a matar a Vargas, pero Menzies dispara también contra él. Vargas le arrebata el revólver y  Quinlan cae y muere  en un sucio charco de agua y petróleo. Al final, Tanya, la enigmática gitana, se presenta allí junto con la policía compadeciéndose del obeso y desgraciado facineroso que ha sido Hank Quinlan. El presagio del triste y fatídico final de este se ha cumplido...  
  




 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El virtuosismo mítico de Marlene Dietrich también nos conmueve, parece contener, aunque tan sólo sea para paladares muy mitómanos, el nomadismo rozagante de aquella gitana de forzados acentos ingleses que se luciera en "Golden Earrings" ("En las rayas de la mano"), 1947, de Mitchell Leisen. Welles la vuelve a regalar con su pechera de circo, sus andares de oficio, y pone en su lengua un "adiós" castellano, que trasciende en la noche como un melindre bondadoso de amistades muy particulares, pero de una dolorosa intimidad perdida. Tanya, que nada sabe de cuantos discursos farragosos se ocultan tras el mal, hará una revisión sublime de esa vida, de ese ejercicio todo veneno con que el policía Hank Quinlan ha contribuido a dar verosimilitud a otro de esos finales tantas veces grotescos como espantosos que jalonan la existencia del ser humano: "Era un hombre. Qué importa lo que se pueda decir de la gente"... 
 

                                                                                      "Adiós"
 





 

Entre esa perfecta conjunción de los variados niveles morales de los personajes, y la simetría soberbia de la narración, ahora en su versión íntegra, hay que resaltar también uno de los impactos expresivos más contundentes del film: un asesinato gargoliano del que se sirve la grandiosidad creativa de Welles para acentuar magistralmente toda contraposición entre inteligencia y maldad. Hank Quinlan queda de nuevo relegado a ese detective grotesco, capaz de concentrar todos sus esfuerzos en la razón del crimen y del odio que, con toda seguridad, siente por sí mismo.


 


 


Un Charlton Heston, casi apoteósico, se desmitifica por fin de sus clichés pasionales y selváticos, y logrando extraer la profunda moral humana de su estupendo personaje (por muy increíble que parezca su idiosincrasia mexicana), comprende a la perfección lo importante que fue para él formar parte, casi como protagonista de excepción, de esta eximia exaltación coral que nos ofrece "Sed de mal". Resalta espléndidamente Janet Leigh y Akim Tamiroff y la resolución trágica de un sorprendente Joseph Calleia es igualmente impecable.
 
 



 
 

Se agradecen los cameos inesperados como el de Joseph Cotten,  y otro tan diabólico como el mismo film: el de Mercedes Mc Cambridge
 


En esa víspera de sepulcros vivientes, entre celosías de acero y firmamentos de lamparines inmóviles, donde tan sólo se salvan las almas rurales del viejo México, repudiadas por el policía honorario de los vecinos EEUU, se labra un soberbio retrato de personajes implacables. Como absurdos teólogos, maestros y misioneros de esa veneración fecunda y pingüe del tópico racista que los norteamericanos suelen imponer en sus ciudades fronterizas con México. Pero en ese ámbito tan sensitivo de la superioridad estadounidense, pese a las falsas pistas y a los exabruptos maestros y cínicos con que el gran prohombre policíaco, que es Hank Quinlan, se entrega a las empresas fecundas de sus mentiras, será, finalmente, un mediocre policía mexicano (según él lo conceptúa) el que acabe con su insolencia y lance por tierra sus bravuconadas de circo americano. 
 

 
  

"Touch of Evil" queda así sometido, de por vida, a la deslumbrante servidumbre del genio. Es como si hubiese nacido para el más pasional y mágico blanco y negro de la milagrosa noche que siempre nos ofrece el impacto del celuloide. Descarnada, angustiosa. Asesinatos, falseamiento de prueblas, contraluces escalofriantes, barridos de cámara que alcanzan una plenitud apasionante para ofrecernos un retrato de perversidad concentrada en su genialmente diseñado y turbio personaje central, monstruo de calculada y rastrera moralidad, que se mueve a placer, con olor a cadáver, alrededor de un infierno donde la autodestrucción está casi siempre en marcha. "Touch of Evil", como bien reza su título, cobija, pues, personajes inmersos en estructuras opresivas en las que parece no haber lugar para augurios felices. Un mundo donde el hombre sigue siendo un lobo para el hombre. Tanto es así que bastarán veinticuatro horas para que en ese día se pongan en solfa los peores retos a las normas de convivencia humana. Una convivencia despreciada constantemente; y que, para dar paso a ese ser extraño que es Quinlan, y a todas las punzadas de tanta soledad doliente como la que suele aquejar a los seres humanos, ofrendará el retrato definitivo de un hombre cuyo mayor enemigo es él mismo. Nada detendrá, por tanto, su toque de maldad cuando, finalmente, tras mostrar la mascarada que ha acompañado en realidad su nada memorable existencia, haga alarde postrero, ¡cómo no!, de los rasgos más acusados de su oscura personalidad por medio de la insatisfacción, el hastío, el odio y el asesinato,  tratando nuevamente de someter a sus conciudadanos a esa medida de sufrimiento con que también él ha sustentado el universo en que se halla enclaustrado.



                                  
                         Y un nuevo cameo  fulgurante a la belleza recientemente desaparecida de Zsa Zsa Gabor.

                             

Gran cine de nuestras nostalgias. Uno de los aleluyas más gloriosos de la genialidad de Orson Welles
que, de nuevo, insólitamente, vuelve a triunfar, sean cuales sean sus fijaciones personales -ambiciosas, crueles, reivindicativas o desvalidas- Porque la perfección siempre es "perfecta", por paradójico que parezca. Habría que proponerla, o más bien sumarla, a la lista de las "Maravillas del Mundo". ¡¡Aunque, únicamente, en V.O.!!