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viernes, 6 de noviembre de 2020

The Name of the Rose- (El nombre de la Rosa) -I-


El día 31 de octubre de 2020 fallecía a los 90 años el actor Sean Connery, según indicó a los medios publicitarios internacionales su hijo Jason, mientras dormía en su residencia de las Bahamas, rodeado de muchos de sus seres queridos. Al parecer Connery llevaba ya un tiempo encontrándose mal . "Un día triste para todos aquellos que conocían y querían a mi padre y una triste pérdida para cuantos han disfrutado de su fantástico talento  como actor". (D.E.P.)






Vivir en una espera sin nombre -salvo el de la eternidad-, y sin rostro -salvo el de los ídolos-, ha significado únicamente una perpetua preparación para las no menos interminables metamorfosis con que el hombre ha sentenciado primitivamente su existencia. Y por ello hallar en las religiones, sean del tipo que sean, racionales fórmulas de coexistencia es un derecho que tan sólo se otorgan a sí mismos los llamados fieles, dado que la racionalidad, al convertirse en el culto señero capaz, hoy, de convertirnos en desertores de la difícil definición que significa "dios", jamás se halla preparada para recibir esta excursión sin retorno a la desaparición total del milagro de existir, y del que una vez, "tan sólo una vez", nos sentimos dueños de los días y de las noches. Somos pensamientos y proyectos de esa pertenencia libre al tiempo de los hombres, nos deslumbra todo cuanto sucede en torno nuestro por hallarnos vivos, transitamos como en sueños que nada nos enseñan pero que acaso contienen los verdaderos secretos que todavía nadie ha podido revelarnos, y cuya aclaración, situándola más allá de los límites de ese "dios", todavía inexpresable en una frase lógica, aún seguimos esperando todos en este mundo. Mas, no por eso los terrenos teológicos han dejado de mancharse con los más viles actos criminales. Será por eso por lo que el tiempo de los seres humanos sólo tiene sentido entre los vitalicios límites del dolor. Y porque en las conciencias jamás ha estado clara la frontera entre el bien y el mal. El porvenir no tiene rostro. Y como la avidez por las cosas buenas de la vida no nos provee jamás de reposo, tampoco lograremos nunca  hallar la luz total de la bondad. En medio de la estupidez y de la indiferencia de las cosas, seguimos imaginando, zahiriéndonos y temblando. ¿Nos ayudaría a vivir un joven dios con las facciones de Apolo, o una acogedora diosa con los rasgos lúbricos de Afrodita? La existencia humana y los sueños no son en realidad más que dos contrastes que se atraen y se ayudan a vivir. Y la vida eterna tan sólo posee la risa sarcástica de una fe imposible, porque tanto el mal como el bien seguirán desvirtuando sus atributos frente a la semiología que conformarían la fuerza invisible de un legendario "Hacedor" que no nos ama ni podría amarnos nunca. Y como los hombres no son mejores hoy que ayer, y siguen siendo libres para elegir el mal camino o el bueno, seguiremos viviendo en tiempos de locura y de esperanza, aguardando un nombre y una naturaleza que no nos ha sido revelada y, probablemente, nunca lo será.




 

      


 



 

 

 


 




"... La apariencia física de Fray Guillermo era capaz de atraer la atención del observador menos curioso. Su altura era superior a la de un hombre normal, y, como era muy enjuto, parecía aún más alto. Su mirada era aguda y penetrante; la nariz afilada y un poco aguileña infundía a su rostro una expresión vigilante, salvo en los momentos de letargo."

"También la barbilla delataba una firme voluntad, aunque la cara alargada y cubierta de pecas -muy común como a menudo observé en la gente nacida entre Hibernia y Northumbría- parecía expresar a veces incertidumbre y perplejidad. Con el tiempo me di cuenta de que no era incertidumbre sino pura curiosidad, pero al principio lo ignoraba casi todo acerca de esa virtud, a la que consideraba, más bien, una pasión del alma concupiscente y, por tanto, un alimento inadecuado para el alma racional, cuyo único sustento debía ser la verdad, que (pensaba yo) se reconoce de forma inmediata..."

 

 

 

 




 



 

 

"... Durante el período que pasamos en la abadía, siempre vi sus manos  cubiertas por el polvo de los libros, por el oro de las miniaturas que había tocado en el hospital de Severino. Parecía que sólo podia pensar con las manos, cosa que entonces me parecía más propia de un mecánico... Pero incluso cuando sus manos tocaban cosas fragilísimas, como ciertos códices cuyas miniaturas aún estaba frescas, o páginas corroídas por el tiempo y quebradizas como pan ácimo, poseía, me parece, una extraordinaria delicadeza de tacto, la misma que empleaba al manipular sus máquinas maravillosas. Las máquinas, decía, son producto del arte, que imita a la naturaleza, capaces de reproducir, no ya las meras formas de esta última, sino su modo mismo de actua. Así me explicó los prodigios del reloj, del astrolabio y del imán. Sin embargo, al comienzo temí que se tratase de brujerías, y fingí dormir en ciertas noches serenas mientras él (valiéndose de un extraño triángulo) se dedicaba a observar las estrellas."


 

 

 




"Los franciscanos que yo había conocido en Italia y en mi tierra eran hombres simples, a menudo iletrados, y la sabiduría de Guillermo me sorprendió. Pero él me explicó sonriendo que los franciscanos de sus islas eran de otro cuño: "Roger Bacon, a quien venero como maestro, nos ha enseñado que algún día el plan divino pasará por la ciencia de las máquinas, que es magia natural y santa. Y un día por la fuerza de la naturaleza se podrán fabricar instrumentos de navegación mediante los cuales los barcos navegarán únicamente "homine regente", y mucho más aprisa que los impulsados por velas o remos; y habrá carros "ut sine animali moveantur cum impetu inaestimabili, et instrumenta volandi et horno sedens in medio instrumenti revolvens aliquod ingenium per quod alae artificialiter compositae aerem verberent, ad modum avis volantis". E Instrumentos pequeñísimos capaces de levantar pesos inmensos, y vehículos para viajar al fondo del mar."

"Cuando le pregunté dónde existían esas máquinas, me dijo que ya se habían fabricado en la antigüedad, y que algunas también se habían podido construir en nuestro tiempo: "Salvo el instrumento para volar, que nunca he visto ni sé de nadie que lo haya visto, aunque conozco a un sabio que lo ha ideado. También pueden construirse puentes capaces de atravesar ríos sin apoyarse en columnas ni en ningún otro basamento, y otras máquinas increíbles. No debes inquietarte porque aún no existan, pues eso no significa que no existirán. Y yo te digo que Dios quiere que existan, y existen ya sin duda en su mente, aunque mi amigo de Occam niegue que las ideas existan de ese modo, y no porque no podamos decidir acerca de la naturaleza divina, sino porque no podemos fijarle límite alguno."


"Esta fue la única proposición contradictoria que escuché de sus labios. Sin embargo, todavía hoy, ya viejo y más sabio que entonces, no acabo de entender cómo podía tener tanta confianza en su amigo de Occam y jurar al mismo tiempo por las palabras de Bacon, como hizo en muchas ocasiones. Pero también es verdad que aquellos eran tiempos oscuros en los que un hombre sabio debía pensar cosas que se contradecían entre sí." 

 




 


"El ser situado a mis espaldas parecía un monje, aunque la túnica sucia y desgarrada le daba más bien el aspecto de un vagabundo, y su rostro no se distinguía de los que acababa de ver en los capiteles de la iglesia. A diferencia de muchos de mis hermanos, nunca he recibido la visita del diablo, pero creo que si alguna vez éste se me apareciese, incapaz por decreto divino de ocultar completamente su naturaleza, aunque quisiera presentarse con rasgos humanos, no me mostraría otras facciones que las que vi aquella vez en el infeliz Salvatore. La cabeza rapada, pero no por penitencia sino por efecto remoto de algún eczema viscoso, la frente tan exigua que, dehaber tenido algún cabello en la cabeza, éste no se hubiese distinguido del pelo de las cejas (densas y enmarañadas), lo ojos redondos, de pupilas pequeñas y muy inquietas, y la mirada no sé si inocente o maligna, o quizás alternando por momentos entre la inocencia y la malignidad. La nariz sólo podía calificarse de tal porque entre los ojos sobresalía un hueso, que tan pronto emergía del rostro como volvía a hundirse en él, transformándose en dos únicas cavernas oscuras, enormes ventanas llenas de pelos. La boca unida aaquellas aberturas por una cicatriz, era grande y grosera, más ancha por la derecha que por la izquierda, y, entre el labio superior, inexistente, y el inferior, prominente y carnoso, emergían, con ritmo irregular, unos dientes aguzados, como de perro."

"El hombre sonrió (o al menos eso creí) y, levantando el dedo como en una admonición, dijo: -¡Penitenciagite! ¡Vide cuando draco venturus est a rodegarla el alma tuya! ¡La mortz est super nos! ¡Ruega que vinga lo papa santo a liberar nos a malo de tutte las peccata!¡Ah, ah, vos pladse ista nigromantia de Domini Nostri Iesu Christi! ¡Et mesmo jois m'es dols y placer m'es dolors!... ¡Cave il diablo! ¡Semper m'aguanta en algún canto para adetarme las tobillas! ¡Pero Salvatore non es insipiens!... Cuando apareció Guillermo se sintió atemorizado. Guillermo le recriminó: ¡Has gritado penitenciagite!... Salvatore, valiéndose otra vez de su ininteligible idioma, trató probablemente de disculparse, y huyó..."
 







"El monje Adelmo de Otranto, famoso iluminador de manuscritos de la Abadía, fue encontrado sospechosamente muerto en una ladera debajo de la torre principal, con sólo una ventana que no se puede abrir. Pudo ser un accidente o un inexplicable suicidio. El abad buscó la ayuda de Guillermo, conocido por sus poderes deductivos. Y Guillermo aceptó  a regañadientes por el desafío intelectual. Pero  su deseo era refutar los temores de un culpable demoníaco. A Guillermo también le preocupaba que el abad convocara a funcionarios de la Inquisición si el misterio seguía sin resolverse."


"Salvatore, cazador nocturno de  ratas, contó a Guillermo que Adelmo se había cruzado con Venancio la noche en que murió.  Y luego anduvo trastabillando por el cementerio, de noche, hasta que desapareció. Guillermo y yo, Adso, recorrimos el terreno por que el que cayó Adelmo, encontrando signos muy claros de sangre humana."










"... En ese momento entraron tres porquerizos y, con el terror en el rostro, se acercaron al Abad para susurrarle algo. Al comienzo éste hizo un ademán de calmarlos, como si no desease interrumpir el oficio, pero entraron otros sirvientes y los gritos se hicieron más fuertes: "¡Es un hombre, un hombre muerto!", dijo alguien, y otros: "¡Un monje...!" El Abad salió a toda prisa, haciéndole una señal al cillerero para que lo siguiese. Guillermo fue tras ellos, pero ya los otros monjes abandonaban sus asientos y se precipitaban fuera de la iglesia. Detrás del coro, frente a los chiqueros, un extraño objeto casi cruciforme asomaba del borde de una tinaja, como dos palos clavados en el suelo. Pero eran dos piernas humanas, las piernas de un hombre clavado de cabeza en la vasija llena de sangre. El Abad ordenó que extrajeran el cadáver del líquido infame (ninguna persona viva habría podido permanecer en aquella posición obscena) Vacilando, los porquerizos se acercaron al borde de la tinaja, y, no sin mancharse, extrajeron la pobre cosa sanguinolenta. Se acercó un sirviente con un cubo de agua y lo arrojó sobre el rostro del miserable despojo. Otro se inclinó con un paño para limpiarle las facciones. Y ante nuestros ojos apareció el rostro blanco de Venancio de Salvernec..."
 

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"... De nada valía tratar de ocultar el crimen que se había cometido, porque, si llegara a suceder alguna otra cosa, los legados pontificios por llegar pensarían que existía una conjura contra ellos. Por tanto, sólo quedaban dos soluciones. O bien Guillermo descubría al asesino antes de que llegase la legación (y aquí el Abad lo miró fijamente, como reprochándole sin palabras que aún no hubiera aclarado el asunto), o bien se imponía informar directamente de lo que estaba sucediendo al representante del Papa, y pedirle que se ocupara de que la abadía estuviese bajo estricta vigilancia. Tanto Guillermo como el Abad lamentaban el terrible cariz de lo sucedido pero no tenían demasiadas alternativas. Entre tanto sólo podían confiar en la misericordia divina y en la sagacidad de Guillermo..."



 
"...Ocultas había una serie de cubas. Los monjes las usaban para su higiene los días que fijaba la regla, y Severino las usaba por razones terapéuticas, porque nada mejor que un baño para calmar el cuerpo y la mente. En un rincón había una chimenea que permitía calentar el agua sin dificultad. Vimos que estaba sucia de cenizas recientes, y ante ella había un gran caldero volcado. El agua se sacaba de la fuente que había en un rincón. Miramos en las primeras bañeras que estaban vacías. Sólo la última estaba llena, y junto a ella se veían, en desorden, unas ropas. Cuando la iluminamos desde arriba, vislumbramos en el fondo, exánime, un cuerpo humano desnudo. Lentamente, lo sacamos del agua: era Berengario. Como dijo Guillermo, su rostro sí era el de un ahogado. Las facciones estaban hinchadas. El cuerpo, blanco y fofo, sin pelos, parecía el de una mujer, salvo por el espectáculo obsceno de las fláccidas partes pudendas. Me ruboricé, y después tuve un estremecimiento. Me persigné, mientras Guillermo bendecía el cadáver..."


"Una vez que el Abad y los demás monjes se hubieron alejado, el herbolario y mi maestro examinaron el cadáver, con la frialdad propia de los médicos.-Ha muerto ahogado -dijo Severino-, de eso no hay duda. El rostro está hinchado, el vientre tenso. -Pero no ha sido otro quien lo ha ahogado -observó Guillermo-, porque se habría resistido a la violencia del homicida y habrían huellas de agua alrededor de la bañera. En cambio, todo está limpio y en orden, como si Berengario hubiese calentado el agua, hubiera llenado la bañera y se hubiese tendido en ella por su propia voluntad. -No me sorprende  -dijo Severino- Berengario sufría de convulsiones, y yo mismo le dije más de una vez que los baños tibios son buenos para calmar la excitación del cuerpo y del alma. En varias ocasiones me pidió autorización para entrar en los baños."

"No me detendré a describir cómo informamos al Abad, cómo toda la abadía se despertó antes de la hora canónica, los gritos de horror, el espanto y el dolor pintados en todos los rostros. No sé si aquella mañana el primer oficio se celebró de acuerdo con las reglas, ni quiénes participaron en él. Yo seguí a Guillermo y  a Severino, que hicieron envolver el cuerpo de Berengario y ordenaron que lo colocasen sobre una mesa del hospital. -El rostro está hinchado, el vientre tenso- dijo Severino- Insisto en que ha muerto ahogado. Bien pudiera haber decidido tomar un baño esta noche. -La anterior -observó Guillermo-, porque, como puedes ver, este cuerpo ha estado al menos un día en el agua. -Es posible que haya sucedido la noche anterior- admitió Severino -Y es curioso porque el otro día  observé las manos del cadáver de Venancio, una vez que su cuerpo estuvo limpio de manchas de sangre, y caí en un detalle al que no atribuí demasiada importancia. Las yemas de los dedos de su mano derecha estaban oscuras, como manchadas por una sustancia de color negro. Igual que las yemas de estos dos dedos de Berengario, ¿ves? En este caso, aparecen también algunas huellas en el tercer dedo."


"En aquella ocasión pensé que Venancio había tocado tinta del scriptorium. -Muy interesante -observó Guillermo pensativo, examinando mejor los dedos de Berengario- El índice y el pulgar están manchados en las yemas, en medio sólo en la parte interna. Pero también hay huellas, más débiles, al menos en la mano izquierda y el pulgar. Ahora Severino estaba frotando levemente los dedos del muerto, pero el color oscuro no desaparecía. Observé que se había puesto un par de guantes: probablemente los utilizaba para manipular sustancias venenosas. Olfateaba, pero no olía nada.-Podría mencionarte muchas sustancias vegetales que dejan huellas de este tipo. Algunas letales, otras no. A veces los miniaturistas se ensucian los dedos con polvo de oro.-Adelmo (otro de los asesinados) era miniaturista -dijo Guillermo- Supongo que al ver su cuerpo destrozado la noche en que murió no se te ocurrió examinarle los dedos. -Pero estos otros podrían haber tocado algo que perteneció a Adelmo. No sé qué decir -comentó Severino-Dos muertos, ambos con los dedos negros. ¿Qué deduces de ello? -Que por ejemplo existe una sustancia que ennegrece los dedos del que la toca. Completé triunfante el silogismo: ¡Venancio y Berengario tienen los dedos manchados de negro, ergo han tocado esa sustancia! -Muy bien, Adso -dijo Guillermo-, lástima que tu silogismo no sea válido. Signo de que no está bien elegida la premisa mayor. No debería decir: todos los que tocan cierta sustancia tienen los dedos negros, pues podrían existir personas que tuviesen los dedos negros sin haber tocado esa sustancia. Debería decir: todos aquellos y sólo aquellos que tienen los dedos negros han tocado sin duda determinada sustancia. Venancio, Berengario, etcétera. Con lo que tendríamos un impecable tercer silogismo de primera figura. -¡Entonces tenemos la respuesta!- exclamé entusiasmado..."




"... Me he comprometido a contar, sobre aquellos hechos remotos, toda la verdad, y la verdad es indivisible; y para flagelación de mi culpa me dispongo a contar ahora cómo puede caer un joven en las celadas que le tiende el demonio... Cuando la iluminé con mi lamparilla, vi que se trataba de una mujer. ¡Qué digo! De una muchacha. Como hasta entonces mi trato con los seres de ese sexo había sido muy limitado (y gracias a Dios siguió siéndolo en lo sucesivo), no sé qué edad podía tener. Me mostré asustado, vigilante, con ella tras de mí. Era joven, casi adolescente. Quizá tuviese dieciséis o dieciocho primaveras, y me impresionó la intensa, concreta, humanidad que emanaba de aquella figura... La muchacha extendió sus manos y besó las yemas de mis dedos, acariciando luego mis mejillas aún imberbes. Sentí como un desvanecimiento, pero en aquel momento no sospeché que podía haber pecado alguno en todo ello. Tal es el poder del demonio, que quiere ponernos a prueba y borrar de nuestra alma las huellas de la gracia..."

 

 

 



"¿Qué vi?¿Qué sentí? Solo recuerdo que las emociones del primer instante fueron indecibles, porque ni mi lengua ni mi mente habían sido educadas para nombrar ese tipo de sensaciones. Entonces la criatura se acercó aún más, y volvió a acariciar mi rostro. Y mientras, yo no sabía si escapar de ella o acercármele aún más. Mi cabeza latía como si las trompetas de Josué estuviesen a punto de derribar los muros de Jericó. La deseaba, pero tenía miedo de tocarla. Ella sonrió de gozo, lanzó un débil gemido de cabra enternecida, se quitóel vestido harapiento, y quedó ante mí como Eva debió haber estado ante Adán en el Jardín del Edén... Mientras la muchacha me colmaba de goces comprendí que de allí, del amor, surgen al mismo tiempo la unidad y la suavidad y el bien y el beso y el abrazo... Cuando mi placer estaba por tocar el cenit, pensé que quizá estaba siendo poseído y de noche por el demonio, e inmerso en esas sensaciones de inenarrable goce interior me adormecí. Y más tarde, cuando volví a abrir los ojos, tendí la mano hacia un lado, y no sentí el cuerpo de la muchacha. Volví la cabeza: ya no estaba..."


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 







 

 


"... El Abad nos esperaba con rostro sombrío y preocupado. -Acabo de recibir una carta del Abad de Conques-dijo- Me comunica el nombre de la persona a quien nuestro monarca Juan  ha confiado el mando de los soldados franceses, y el cuidado de la indemnidad de la legación -¿Quién será?- dijo inquieto Guillermo. -Bernardo Gui, o Bernardo Guidoni, como queráis llamarlo- explicitó el Abad. Guillermo profirió una exclamación en su lengua, que ni yo ni el Abad entendimos, y quizá fue mejor para todos, porque la palabra que dijo tenía resonancias obscenas. -El asunto no me gusta-añadió en seguida- Bernardo ha sido durante años el martillo de los herejes en la región de Toulouse y ha escrito una "Practica officii inquisitionis heretice pravitatis" para uso de quienes deban perseguir y destruir a las sectas de los valdenses, begardos, terciarios, fraticelli y dulcinianos. El Abad quemó el escrito que le presentó Guillermo."



"Tras la llegada de los delegados franciscanos iba a comenzar  el primer debate sobre lo que estaba aconteciendo en la Abadía"


"Severino, el herbolario había encontrado un libro escrito en griego en su dispensario y trató de explicarselo a Guillermo que se hallaba en el debate. El herbolario regresó a su dispensario, sólo para ser asesinado por una figura encapuchada. Y el libro había desaparecido." 


"(Celestino V había sido sustituido por Bonifacio VIII, y este papa dio muy pronto muestras de extrema severidad con los espirituales y los fraticelli. Cuando el siglo ya fenecía firmó una bula: "Firma cautela", por la que condenaba de un solo golpe a los terciarios y vagabundos pordioseros que se movían en la periferia de la orden franciscana)"
 
 
 


"Guillermo seguía decidido a  resolver el misterio de los crímenes  antes de la anunciad llegada del inquisidor Gui. Junto a Adso descubre una vasta biblioteca oculta sobre el scriptorium, por lo que Guillermo sospecha que la abadía escondió muchos libros porque gran parte de su contenido provenía de filósofos paganos."








 

                                              "A su llegada a la Abadía, Gui fue recibido por el Abad."

"El inquisidor se dispuso a dar comienzo al juicio sumarísimo de los presuntos culpables de cuantos hechos estaban sucediendo en la Abadía.  En un principio le bastó encontrar al monstruoso Salvatore y a la joven campesina que se presentaba por allí en busca de alimento peleando por un gallo negro, mientras se hallaban en presencia de un gato negro, para que Gui lo considerara como una prueba irrefutable de brujería, y llevar a ambos a la tortura para hacerles confesar en falso."
 


"Guillermo me contó que tuvo una  conexión pasada con Gui que le exigió que condenara a un hombre cuyo único delito, según Guillermo, había sido únicamente traducir un libro griego que contradecía las Escrituras. Al final, Gui encarceló y torturó a Guillermo para cambiar su veredicto, y el traductor fue quemado en la hoguera."
 

 
"La joven campesina y Salvatore fueron apresados de inmediato. Ambos serían torturados  ignominiosamente por Gui por un simple delito de disputarse un pollo con que alimentarse."


"... Al ver al infeliz, que sin duda había pasado durante la noche un interrogatorio no público, y más severo, sentí una gran compasión. Ya expliqué que el rostro de Salvatore era horrible. Pero aquella mañana parecía aún más animalesco que de costumbre. No mostraba signos de violencia, pero la manera en que el cuerpo encadenado se movía, con los miembros dislocados, casi incapaz de desplazarse, arrastrado por los arqueros como un mono atado a una cuerda, demostraba bien la forma en que debía haberse desarrollado el atroz responsorio. -Bernardo lo ha torturado-dije por lo bajo a Guillermo. Sonó entonces compungida y conmovedora la verborrea ininteligible de Salvatore: -Salvatore no sabe nada. Mi do no nothing. Qu...sé yo, señor, cómo se llaman estas rejías... Paterinos, leonistos, arnaldistos, esperonistos, circuncisos... No soy homo literatus, peccavi sine malitia e el señor Bernardo muy magnífico el sabe, et ispero en la indulgentia suya in nomine patre e filio et spirits sanctis..."


"Malaquias, el consejero del Abad, había advertido a Remigio, el cillerero, que escapara de la Abadía, ya que Salvatore había revelado su historia de hereje Dulcinite. Remigio intentó escapar, pero en realidad Malaquías había tendido una trampa al cillerero, revelando que fue él quien asesinó al herbolario Severino. Y antes de que Remigio pudiera escapar,  fue capturado por los guardias de Bernardo Gui."

"Al enterarse del pasado dulcinita de Remigio, Gui lo acusó de  los asesinatos ocurridos en la Abadía, llevándole junto a Salvatore y la joven campesina ante el tribunal de la Inquisición allí convocado con los delegados papales. Gui, retorcidamente, eligió a Guillermo  para unirse al abad como juez de tribunal." 

"En el juicio, Remigio admitíó, finalmente, con orgullo su pasado, pero negó haber matado a nadie en la abadía."

 

"Mientras el abad rápidamente lo condenaba  por asesinato, Guillermo se levantó y señaló que los asesinatos estaban  ligados al misterioso libro griego que apareciera y desapareciera de la biblioteca, y advirtió que la ejecución de Remigio no acabaría con los asesinatos. Vi que el Abad se sobresaltaba. No había acusación más insidiosa que la de recoger reliquias de herejes, y Bernardo estaba mezclando hábilmente los crímenes con la herejía, y el conjunto con la vida del monasterio."


"Interrumpieron mis reflexiones las palabras del cillerero, que juraba no haber tenido parte alguna en los crímenes. Bernardo, con tono indulgente, lo tranquilizó. Por el momento no era esa la cuestión que se estaba discutiendo; el crimen por el que debía responder era el de herejía."

"-¡Un juramento!- dijo Bernardo- ¡He aquí otra prueba de tu maldad! ¡Quieres jurar porque sabes que sé que los herejes valdenses están dispuestos a valerse de cualquier ardid, e incluso morir, con tal de no jurar! ¡Y cuando el miedo los posee fingen jurar y barbotean falsos juramentos! ¡Pero sé muy bien que no perteneces a la secta de los pobres de Lyon, maldito zorro, e intentas convencerme de que no eres lo que no eres para que no diga que eres lo que eres! Entonces, ¿juras? Juras para ser absuelto, ¡pero has de saber que no me basta con un juramento! Puedo exigir uno, dos, tres, cien, todos los que quiera. Sé muy bien que vosotros, los seudo apóstoles, acordáis dispensas al que jura en falso para no traicionar la secta. ¡De modo que cada juramento será una nueva prueba de tu culpabilidad!..." 

"¡Basta, basta!- siguió exaltado Bernardo-, te pedimos una confesión, no un llamamiento a la masacre. Muy bien, no sólo fuiste hereje, sino que lo sigues siendo. No sólo fuiste asesino, sino que sigues matando. Entonces dime cómo mataste a tus hermanos en esta abadía y por qué. ¡Eres un discípulo del diablo! ¡Confiésalo!-"

"El cillerero dejó de temblar. Miró a su alrededor como si acabase de salir de un sueño. -¡Sí, soy un discípulo...-exclamó con desgarro-, pero con los crímenes de la Abadía no tengo nada que ver. He confesado todo lo que fui, pero no me hagáis confesar lo que no he hecho..."

"¡El interrogatorio ha concluido!, exclamó Bernardo Gui. Los acusados, reos confesos, para escrupulosa salvaguarda de la verdad y la justicia, serán quemados... Entonces Guillermo, frente a la mirada feroz de su declarado enemigo Bernardo Gui, se alzó, enfurecido con aquella farsa, y adujo que Remigio y Salvatore eran inocentes en cuanto a los crímenes cometidos en la Abadía..."