"Kafka" de Steven Soderbergh es, ciertamente, un espectáculo poco grato. Destila ese hedor victimista que presidió la auténtica "verdad oculta" de Franz Kafka. Todos sabemos que siempre parecía hallarse al acecho (como nos muestra Jeremy Irons en
el film), porque nunca "pecó de corto". Pero sus idas y venidas fueron
amargas: su existencia transcurrió aherrojada tras las fuertes y
ennegrecidas verjas de una de aquellas siniestras oficinas tan típicas
en la Europa de su época. Subió y bajó oscuros peldaños, como el que
remontara cualquier personaje de sus castillos, gastados ya por tantos
pasos de pesadilla sobre el granito feudal de tan terribles edificios.
La trama de Soderbergh es inventada, pero no inverosímil. Esa
Praga nocturna, helada y húmeda, esos puentes que empujan al suicidio,
ese "Castillo" acechante donde un doctor Mabuse, arrancado del
expresionismo alemán, disecciona cuerpos que se rebelan contra el
"Terrorista Patriarcado Gubernamental", y que aterroriza la siniestra
ciudad con las persecuciones de un loco asesino (el propio Kafka
se ve impelido a huir de él, en una secuencia que pone los pelos de
punta) al servicio del Estado y de su corrupto "Cuerpo Policial", no es
más que la tan cacareada voracidad del hombre y del poder, que no conoce
límites.
Franz Kafka trabaja como empleado en una compañía de seguros. Sus ratos libres los
dedica a desarrollar sus cualidades como escritor. Un día su amigo y
compañero de empresa Edouard Raban {Joseph Abraham}aparece muerto, aparentemente
ahogado. Empezará a sospechar que algo extraño sucede cuando entra en
contacto con un grupo de anarquistas, entre los que se encuentra su rebelde compañera de oficina, Gabriela,{Theresa Russell} que será despedida.
Todo el film está, pues, impregnado de negrura y sangre, del constante sacrificio frente a los más naturales apetitos humanos. Jeremy Irons,
actor inconmensurable, se entrega perfectamente a su personaje. Nos
convence de ese sarcasmo retorcido, dantesco, que preside el mísero
destino de un Kafka temeroso, enfermizo, moribundo, que jamás
saboreó la posibilidad de ver sus escritos publicados. La película
parece una prolongación de aquella cuerda lóbrega de agonizantes reos
que vivieron y murieron en aquellos jaulones miserables de sus oficinas, en el film presidido por el severo Chief Clerk {Alec Guinness}.
Pero tras este argumento desgarrador, los conceptos airados y rebeldes
de una espléndida Theresa Rusell nos ilusionan por momentos. No
es la mujer seducida, como el Kafkahombre, por aquella oficinil familia
de insensatos, y presidida por el chivato repugnante que compone (y
borda) Joel Grey.
Pero la policía ronda, con su jefe a la cabeza, el inspector Grubach {Armin Mueller-Stahl}. La colmena revolucionaria desaparece. Praga se
asemeja a una ciudad olvidada en el tiempo, de carbón piedra, de
sangrientos charcos dictatoriales, que jamás podrá reconciliarse con los
hombres y mujeres que la habitan, y únicamente comprensible en ese
laberinto siniestro que fue la mente deKafka..
Es un film angustioso, pero necesario, ayudado por su blanco y negro granuloso.
El barniz coloreado de su secuencia intermedia no cuadra con el resto de
la película. Pero sigue siendo un cromo para lunáticos recalcitrantes
como Steven Soderbergh, cuya parte final concede protagonismo, en el terrorífico Castillo de Praga, al mismísimo criminal y diseccionador de cadáveres Doctor Murnau. {Ian Holm}
La cítara de Cliff Martínez nos recuerda a la de "The Third Man" ("El tercer hombre") de Anton Karas. La concomitancia Praga-Viena late en cada secuencia.
¡Ficción con el "touch" metamorfoseador del propio Kafka! ¡Glacial como la misma Praga! ¡Furiosa y cerrada! ¡Pero a galope de la total alienación! ¡Se disfruta, malgré tout!