Cuando
a través de este enternecedor y bello tránsito dialéctico con el que el
film alcanza su clímax final (arropado en toda su pureza por un
orquestado coro Händeliano), en el que se sintetiza y conjuga una
inocencia, espontánea y natural, que va más allá de todo código moral
erótico. Cuando, una vez saboreado el film, sabemos que jamás se ha
transgredido esa frontera tan frágilmente compleja que va desde la
adolescencia a la infancia, ahora asentada en la presencia turbadora y
llorosa de la pequeña Patricia Gozzi,
el espectador, recuperado ya de ese epidérmico fenómeno que llamamos
escalofrío, aprenderá de nuevo que ha hallado uno de sus mayores estados
de gozo al materializar un nuevo acto de fe en la posibilidades
infinitas del cine y en las riquezas psicológicas que las imágenes
pueden conferir a sus personajes. Porque, sin que nadie acierte a
imponernos el menor comedimiento, el llanto suscita en nosotros, con
todos los excesos propios de una reacción apasionada, una súbita crisis,
de signo pesimista y doloroso, pero tan lúcido, tan agradecible, que no
puede por menos que buscar su expresión más concluyente, como virtuoso
experimento al que jamás nos negaremos, en la tajante hondonada de
nuestros íntimos universos a los que, es de desear, siempre debería
iluminar el enternecimiento de nuestra conciencia, al tiempo que
incluimos la poesía en esa técnica exploratoria de los sentimientos.
En efecto, porque de la cámara surge la raíz sensitiva al mismo tiempo que la imagen. El eterno interrogante filosófico sobre el auténtico significado de la realidad, y de la realidad de las apariencias. Fellini dijo que siempre existirá una línea vertical en la espiritualidad (yo diría que también en la poesía) que va de la bestia al ángel, y en la que oscilamos continuamente. Y sobre ella se asientan sentimentalismos estremecedores, se fusionan las tragedias colectivas de la humanidad, se despiertan nuestras dormidas inquietudes experimentales hacia el marco opulento (consumista si queréis) del drama, aunque, esta vez, (como tantas otras) venga iluminado por la reflexión creativa de la cámara. Contemplado, como es de cajón, en su sentido más individualista. Y que, a pesar de los muchos pecados literarios que el cine haya podido perpetrar, redescubre en nosotros, obsesos de la estética visualista, sin más intermediarios ni elementos condicionantes, sus cartas de nobleza, porque es capaz de sumergirnos de nuevo en una de esas atmósferas insólitas que acogen nuestras más fecundas y desgarradoras emociones.
Título con el que se estrenó en Estados Unidos, brinda
toda la misericordia inspirada por las tinieblas de la guerra, se ofrece
en sacrificio contra las abominaciones de la crueldad, somete todas las voluntades y todas las sendas que conducir puedan a la más pura hora evangélica de la fraternidad humana, porque, aunque el hombre, tan bello y monstruoso a la vez, viva sumergido en la ambigua amalgama de sus resonancias maniáticas y carentes de cordura, no sepa, por lo general, esparcir el grano de tanta suntuosidad generosa como puede almacenar el silo de nuestros corazones,
y acabe menospreciando las pesadumbres del mundo, siempre será este
nuestro único santuario, pese a la carnavalesca sinrazón y a las
disipaciones morales que mueven sus retablos, ante el que no dejaremos
de hincarnos de rodillas para no sentirnos totalmente desamparados. Y
porque si un hombre tan sólo tiene caridad, la verdad
del amor llorará ante nosotros, infantil y graciosa, al haber acertado
en su designio, mesura original, consolación del llanto, ensalzamiento
del humillado, porque en él, únicamente en él, debería afirmarse y
cicatrizar a la vez la única gran herida que enseñorea este mundo en
nombre de todos los pueblos: la de nuestra solidaridad tantas veces imposible.
Pierre (Hardy Krüger) moralmente destrozado por la guerra de Indochina, vivirá su dolorosa crisis de conciencia tras haber asesinado accidentalmente a una niña (rostro siempre presente en sus recuerdos), cuando su avión se estrella en las selvas asiáticas. Françoise (Patricia Gozzi), de 12 años, abandonada por su padre en un orfanato del suburbio parisino Ville d' Avray, se verá
de pronto favorecida por el afecto inocente de Pierre, tras su casual
encuentro en el apeadero aledaño a París. Emocionalmente impotente para vivir una relación amorosa adulta con su amante Madeleine (Nicole Courcel): -"Doy vueltas, camino,
espero, y mi memoria no quiere volver. Afortunadamente están los
árboles, la noche,... voy a la estación, y allí te espero... Soy tan
desgraciado, Madeleine. No sé quien soy..."- iniciará, domingo tras domingo, al presentarse en el orfanato como padre de la niña, un infantil y solitario vínculo de afecto, limpio y terso, con Françoise, al que acompañará toda la ternura de la compasión y del compadecido. ¡Cuánta dulzura en la técnica exploratoria de los más limpios sentimientos!
Se sucederán paseos dominicales entre las pinceladas poéticas de esos juegos, gritos y sonrisas que confieren cierta predilección a nuestras memorias infantiles; castas
meditaciones amorosas; ansiedades rendidas e inocentes en dos cuerpos
virginales. Espejuelos limpios de río que recogerán y renovarán las imágenes miniaturizadas de estos dos seres desolados, pero embebidos de la blandura estremecida e inmaculada de una mutua entrega amorosamente pueril.
(Françoise) "En casa de mi abuela yo limpiaba su bola de cristal. ¿No te he dicho que mi abuela era clarividente? Yo solía sacarle brillo a su cuchillo mágico. Pero había algo poco corriente. Mi abuela tenía
un bonito cuchillo con el mango de marfil. ¿Y sabes lo que hacen los
magos de África con un cuchillo como ese? Lo clavan en un árbol y
escuchan a los espíritus hablar. Piénsalo." (Pierre) "¿Tu abuela era mala?... No, en realidad, no. Decía que era una boca que alimentar, pero era más buena que mi madre... ¿Y tu madre, Pierre? No recuerdas nada, claro... No... Eso es muy triste. En realidad, eres como un niño perdido. Escucha, si tuvieras algo que decirle a tu madre, sólo tendrías que decírmelo a mí. ¿Quieres hacerlo? Si supieras cuánto te quiero" (Pierre se siente mal) Pierre,
¿qué te pasa?... No lo sé. Nada... ¿Nada?... Puede que esté
empeorando... ¿Te duele la cabeza?... No, es diferente. Me siento raro.
Desde que salimos he olvidado pensar en... como era antes. ¿A qué te
refieres?...
Suelo darle vueltas a la cabeza sobre quien soy yo. De dónde vengo. A
qué me dedicaba. Y aquí, contigo, me he olvidado de pensar en eso. Y eso
me asusta... Cuando crezca, estudiaré medicina, y yo te curaré."
Y frente al júbilo de su tierna ingenuidad afectiva, frente al bello elemento espectacular que remontan sus correteos domingueros y ese puro atuendo de la felicidad que los envuelve, la frustración sentimental de Madeleine se exaltará como una llamada apremiante a solidarizarse con la sincera conducta de Pierre cuando observa sus inocentes paseos dominicales con la pequeña Françoise.
Todo
se irá apagando, no obstante, ante el hábito negro de la sospecha que
recae sobre el joven al desaparecer durante la Nochebuena. No obstante, Madeleine
decide acudir al amigo de ambos, Carlos, quien trata de tranquilizarla,
indicándole que nada puede haberle sucedido a Pierre.
Intranquila por la tardanza, decide investigar la desaparición del joven por medio de su compañero de hospital, Bernard: (Madeleine) "Creía que no llegarías nunca. (Bernard) Ya has visto como está el tráfico. Bueno. He avisado a la policía. Vamos a tu casa. Tienen tu teléfono. (Madeleine, aterrorizada, temiendo haber cometido un gran error) ¿Qué has hecho?... Lo que tenía que hacer. Antes llamé al colegio. Pierre fue a recoger a la niña. Luego fui a la policía... (Madeleine, arrepentida) ¡No debí haberte llamado! Es culpa mía. Tú no lo entiendes. Los vi el domingo pasado. Eran como dos niños felices. ¡Y tú lo denuncias
como a un criminal!... No podemos correr el riesgo... Pero ¿qué riesgo?...
¿Qué estás pensando? ¿Que va a matarla o a violarla?... Está enfermo,
podría hacerlo... ¡Vosotros sí que estáis enfermos! ¡Todos los que os
consideráis normales! Si alguien es feliz fuera de vuestras
convicciones, no es normal y lo rechazáis. ¿Por qué? ¿La sinceridad os
hacer sentir incómodos? Hasta yo pensé cosas raras... Escucha, no vamos a
ponernos
sentimentales. Es simple. Pierre está en una fase violenta. En su
subconsciente cree que mató a una niña. Tú fuiste quien me lo contó.
Cree que escapó del castigo, y podría acabar matando a otra para ser
castigado. Para liberarse de su obsesión. En ese estado hay que... (Madeleine desesperada) ¡Hay que, hay que!... Bernard, tienes mucho sentido común, pero poca
intuición. Hay que evitar que la policía se meta en esto. Pierre no lo
soportará. Tienes que llamarlos. Diles cualquier cosa, que fue una broma... Ya es tarde. Las monjas han puesto la denuncia... ¡Dios mío!..."
Rueda
el drama tras el desatino policial que se engaña al creer enfrentarse a
una inusual evolución sentimental en Pierre... Y el joven, en lucha
contra todas las formas de dolor e injusticia,
será abatido como símbolo de martirio. Criatura en pena, víctima de
ese primer itinerario que reflejan las posturas melancólicas y
pesimistas ante la vida, ¡tras él arderá ahora el humo inmaculado del llanto de Madeleine, y del sollozo palpitante de Cibeles!
"Tuve un sueño... Era Navidad. Había un gran árbol decorado. Tú me traías el gallo de la veleta de la iglesia. Y yo te entregaba un maravilloso regalo... Tú me llevabas alrededor
del árbol en tus brazos, como ahora. Veía el mundo de arriba abajo, lo
mismo que cuando estás muerto... Si algún día tú desaparecieras, Pierre,
pienso que lo único que desearía es morir.... ¿Morir?... ¡Sí! Cerrar mis ojos, quedarme helada en el interior de mi ataúd, con la tapa bajada, ... y no habrá nombre en mi tumba, porque nadie conoce mi verdadero nombre. Escribirían Françoise... Pero ese nombre no significaría nada. Sería como si no hubiese existido jamás. Me perdería para siempre..."
"Si yo muero, ¿tú morirías, Pierre? ¿Me olvidarías con tu mujer? ¿Me olvidarías?
Dímelo... ¿O morirías tú también?... ¡Sí!... Mañana es lunes, pero no
me importa, porque es Navidad... ¿Me dirás alguna vez tu verdadero
nombre?" (Françoise le entrega una cajita de cerillas, en el interior se halla un papelito)
: "Cibeles"... ¿Te gusta?... Es muy bonito... Es mi nombre, soy yo. Es
un nombre muy antiguo. El nombre de una diosa. La diosa del agua y de la
tierra... Quisiera estar contigo siempre, siempre, Pierre. Iríamos
juntos a la playa. Yo nunca vi el mar. Juntos veríamos los peces que vuelan... No te rías, existen... Lo leí en un libro..."
"Les dimanches de Ville d'Avray" estudia los procesos erróneos que pueden conformar ciertas atracciones románticas entre adultos y niños, un trazado de tramas
que, en el peor de los casos, tan sólo garantizan el infortunio y la
tragedia."
"Los adultos, en este tipo de films, al igual que el personaje
de Peter Lorre en "M", ponen en la picota la racionalidad de los sentimientos amorosos, puesto que hay que observarlos
con la feroz agresividad que conllevan sus estados generalmente
neuróticos, social o racialmente inadaptados, mentalmente retrasados
o completamente psicóticos. El niño no debe carecer de cariño ni
padecer la negligencia afectiva de los adultos. Puede así verse
arrastrado a los manejos seductores o coercitivos de ciertas relaciones
ambiguas."
"Les dimanches de Ville d'Avray" puede erigirse en una nueva historia de amor. Este tipo de cuentos pueden
ser reales, pero debemos observarlos desde la perspectiva de las
aberraciones, ya que ese adulto necesitado del afecto infantil, como
sucede con Krüger, (y al igual que con Dirk Bogarde en "Morte a Venezia" ("Muerte en
Venecia") que clama al suicidio por la fuerza misma de su perversión lujuriosa, ha de ser empujado forzosamente a la muerte a fin de asegurar el fin de su relación."
[Nacido el 3 de Septiembre de 1928
Basada
en una magnífica novela del autor francés Bernard Eschasseriaux, que
colaboró en el guión del film, fue dirigida por Serge Bourguignon.
En
1960 había conseguido un premio en el "Festival de Cannes" con un
cortometraje de corte documental llamado
"Le Sourire". Dos años más tarde conseguiría el Oscar como "Best Foreign
Language Film" con su primer y más renombrado largometraje: "Les dimanches de Ville d'Avray-Sibila" ("Sundays
and Cybele"), 1962. "The Reward" ("El precio de una cabeza"), 1965, con Max von Sydow, Yvette Mimieux, y Efrem Zimbalist Jr., "À coeur joie" ("Two Weeks in September"-"Yo soy el amor"),1967, con Brigitte Bardot y Laurent Terzieff, "The Picasso Summer" en 1970, con Albert Finney, Yvette Mimieux, y Luis Miguel Dominguín, "Mon royaume pour un cheval" (Documental) en 1978, y "The Fascination" (ilocalizable), 1985, con Chad McQueen, Shiori Sakura, Yvette Mimieux, Max von Sydow, serían sus últimos films.
[Franz Eberhard August Krüger, nacido el 12 de abril de 1928 en Berlin- Wedding, Alemania, 92 años]
Alto, rubio y atractivo actor alemán, dio su salto al cine a los 16 años en "Junge Adler", 1943. Hijo del ingeniero Max Krüger y Auguste Meier. Con 13 años, 1941, y a fin de contribuir al status político alcanzado por Goebbels, se sitúa su adolescencia entre las escuelas-internado de élite nacional-socialista: "Adolf-Hitler-Schule", conocidas por "Napolas" y "Las Juventudes Hitlerianas" ("Hitler Jugend"). Y por su apariencia física, fue seleccionado como actor del filme de propaganda nazi "Junge Adler"
Su exuberante vitalidad intelectual
germana queda perfectamente plasmada, años después, en una de sus más afamadas
interpretaciones en la pantalla "The Flight of the Phoenix" ("El vuelo
del Fénix"), 1966 de Robert Aldrich, con James Stewart, Richard Attenborough, Peter Finch, Ernest Borgnine, George Kennedy, Ian Bannen, Dan Duryea, Ronald Fraser y Christian Marquand.
Después
de la guerra, su carrera se revitaliza, y se convierte en un actor muy
popular en Alemania. A Hacia 1955, viaja a París y Londres, tratando de revitalizar su carrera de actor en otras cinematografías. En la capital británica conoció al productor J. Arthur Rank, fundador de la "Rank Organization". En dicha compañía aparece como protagonista principal en las producciones "The One That Got Away" ( "El único evadido"), de Roy Ward Baker, "Der Fuchs von Paris" ("El zorro de París"), ambas de 1957, de Paul May, "Bachelor of Hearts" ("Bachiller en corazones"), 1958, de Wolf Rilla, y "Blind Date" ("La clave del enigma"), 1959, de Joseph Losey, junto a Micheline Presle y Stanley Baker, que lo lanzaron al ambiente cinematográfico internacional.
En 1960, aparece en el magnífico film bélico francés "Un taxi pour Tobrouk" ("Un taxi para Tobruk") de Denys de La Patellière, junto a Lino Ventura, Charles Aznavour, Germán Cobos y Maurice Biraud.
Siguieron "Les 4 vérités" ("Las cuatro
verdades"- sketch "La muerte y el leñador"), 1963, de Luis García
Berlanga, "Los pianos mecánicos", 1965, de Juan Antonio Bardem, junto a Melina Mercouri y James Mason, "The Defector"
("L'espion"-"El desertor"), 1966, de Raoul Lévy, con Montgomery Clift, "The Secret of Santa Vittoria" ("El secreto de Santa Vittoria"), 1969,
de Stanley Kramer, junto a Anna Magnani, Anthony Quinn y Virna Lisi, "Barry Lyndon", 1975, de Stanley Kubrick, con Ryan O'Neal y Marisa Berenson, y "The wild
geese" ("Patos salvajes") 1978, de Andrew V. McLaglen, con Richard Burton, Roger Moore, Richard Harris y Stewart Granger.
Interesado por el continente africano, Krüger adquirió en 1960 una propiedad rural en Ngorongoro, la actual Tanzania. Allí, bajo la batuta del gran aventurero cinematográfico Howard Hawks, se filmaría su siguiente película "Hatari!",1962, junto a John Wayne, Gerald Blain y Elsa Martinelli. Debido a problemas con la política interna de Tanzania, tuvo que vender la propiedad en 1972.
En "Les
dimanches de Ville d'Avray" el estilo interpretativo de Krüger, poco
convincente, algo hierático e inexpresivo, deriva, de forma inesperada,
hacia uno de los más meticulosos estudios de conducta y crisis
depresivas jamás realizados por el joven actor. Su adaptación al
personaje es ejemplar. Inmenso en su ternura, inofensivo en su entrega
sentimental, especialmente en la demoladora escena final del film, inaugura un nuevo capítulo frente a su criticada y poco acomodaticia sensibilidad germana, que aquí se verá refrendada a través de tan estremecedora
inocencia como la que destila su rubio erotismo meditabundo y
desarraigado. Y que halla su epicentro emocionante y conmovedor tras el
fascinante cuento, propuesto por Serge Bourguignon y Bernard Eschasseriaux,
de una imposible posesión afectiva a través de ese maravilloso ensueño
de ingenuidad que intenta hacerse realidad a través de la pequeña
Cibeles.
Ha recibido varios premios alemanes por su carrera cinematográfica. En 2001 fue condecorado con la "Legión de Honor" en grado de "Oficial", y en 2008 fue galardonado con el "Premio Bambi" por su trayectoria profesional. Y en Literatura, ha destacado como autor prolífico de más de doce libros.
[Nacida el 12 de abril de 1950 en París, Francia]
Su memorable "Cybele" es
hoy recordada no tan sólo por su milagrosa y hechizante naturalidad
expresiva, impregnada de una tristísima y pesimista meditación sobre la
marginalidad que vive su infancia de huérfana abandonada, sino por su
bellísima reflexión sobre el trauma erótico con que expone su
atormentada pasión de niñez, en su dimensión más puramente
onírica, por el mentalmente disminuido Pierre.
Antes
de retirarse definitivamente de la pantalla, contrajo matrimonio en
California, a los 20 años, con Michael Sauvage. De su unión nacieron dos hijos, Benoit
en 1980 y Celia en 1983, finalizando, a partir de
ahí, su, por otro lado, irregular carrera cinematográfica.
Gozzi, a sus 12 años,
elevó así su primera gran interpretación ante las cámaras como actriz
principal a la categoría de auténtico y precoz testamento fílmico
infantil. Había tenido tres esporádicas apariciones en "Recours en
Grâce" 1960, de László Benedeck, con Raf Vallone y Annie Girardot, "Quai Nôtre-Dame", de Jacques Berthier, con Anouk Aimée, y
"Léon Morin, prêtre", de Jean-Pierre Melville, con Jean-Paul Belmondo y Enmanuelle Riva, ambas de 1961.
En 1973, interviene en "Le grabuge" ("Hung Up"), su última película, dirigida por Édouard Luntze, con Julie Dassin, Jany Holt, y Calvin Lockhart. Después residiría con su familia en París, trabajando como directora de una sociedad inglesa.
Mención aparte, y como seductora conclusión de un talante y un talento, la todavía juvenil Patricia Gozzi intervino en la inolvidable y no menos
conmovedora "Rapture" ("La fleur de l'age"), 1965, del británico John Guillermin, junto a Dean Stockwell, Melvyn Douglas y Gunnel Lindblom. [La adolescente Agnes Larbaud, su padre, Frederick, viudo jubilado y su
cuidadora Karen, viven en una vieja casa en la costa de Bretaña, en Francia. Agnes sufre trastornos mentales debido a su inmadurez. No asiste a la escuela y su existencia se desarrolla completamente aislada con ensueños todavía infantiles, entre los que se encuentra un espantajaros]
[En una salida dominical junto a su padre y Karen desde la iglesia hasta el apartado hogar costero, presencian un
accidente de autobús que va hacia la prisión. Los presos intentan huir y los guardias les
disparan. Uno derriba a un guardia y lo hiere antes de escapar]
[Agnes encuentra al convicto en su cobertizo, un atractivo joven llamado Joseph. En su imaginación, piensa
que lo ha creado a partir de un espantapájaros y que ahora el huido le pertenece]
[No lo delata a la policía y lo esconde. El guardia herido muere y la policía cree que la familia sabe algo sobre el fugitivo]
[Karen
descubre al joven, lo protege, y se siente atraída por él. Y cuando Agnes los atrapa besándose los ataca. La joven Agnes huye y se detiene ante la verja del sanatorio de deficientes mentales donde fue internada su madre. Joseph la sigue y trata de consolarla]
[Karen acabará dejando la casa]
[Entre Joseph y Agnes se desarrolla una relación imposible, dado el retraso mental de la muchacha: Naturalmente, su padre se opone por completo. Ambos jóvenes deciden vivir juntos a un pueblo de la costa, abandonando a Frederick. La situación se agrava ante la incapacidad de Agnes para administrar un hogar y mantener una relación amorosa con Joseph]
[La muchacha regresa junto a su padre y su hogar, el único refugio que en realidad puede colmar sus extravíos mentales y sus ensueños infantiles. La policía aparece de nuevo en casa de los Larbaud, e interrogan a la muchacha sobre su ausencia. Agnes mantiene su silencio]
[Pero Joseph la ha seguido de nuevo, y es descubierto por los guardias, perseguido y asesinado. La muchacha observa aterrorizada el cadaver de Joseph]
[Pero no tardará en volver a ser presa fácil de sus fantasías, sumida en un paisaje de oleajes y gaviotas]
Un conmovedor drama basado en la obra "Rapture in My Rags" de Phyllis Hastings. Servida por magníficos actores, un excepcional sound-track de Georges Delerue, y una subyugante fotografía en Cinemascope, el film de Guillermin nos devuelve a una juvenil Gozzi que parece renovarse de raíz, tras su maravillosa interpretación en "Les dimanches de Ville d'Avray", de 1962. Y con una ternura todavía sorprendente, nos deja un recuerdo amargo y dulce de su brillante paso, hoy, imprescindible, por la pantalla grande. Una imagen convertida en un lejano ensueño capaz de revalorizar esa transmisión mítica que pueden llegar a ofrendar los poderes generacionales en el Séptimo Arte.
Un conmovedor drama basado en la obra "Rapture in My Rags" de Phyllis Hastings. Servida por magníficos actores, un excepcional sound-track de Georges Delerue, y una subyugante fotografía en Cinemascope, el film de Guillermin nos devuelve a una juvenil Gozzi que parece renovarse de raíz, tras su maravillosa interpretación en "Les dimanches de Ville d'Avray", de 1962. Y con una ternura todavía sorprendente, nos deja un recuerdo amargo y dulce de su brillante paso, hoy, imprescindible, por la pantalla grande. Una imagen convertida en un lejano ensueño capaz de revalorizar esa transmisión mítica que pueden llegar a ofrendar los poderes generacionales en el Séptimo Arte.
Nicole Courcel: Madeleine
Daniel Ivernel: Carlos
Ni
las críticas más aberrantes pudieron jamás destruir el candor opulento,
la inteligente meditación sobre las energías afectivas que rehuyen los
mórbidos erotismos y nos inoculan el optimismo ingenuo de otro tipo de
amor enternecedor, aunque venga revestido al mismo tiempo de amargas pesadumbres.
¡Tan entrañable, estremecedor e irrepetible como el llanto de Cybele! ¡¡Cine europeo elevado al summum! ¡Triunfó y ganó Oscar!